Fotografía: Juan Casas / Malba

Valeria Tentoni entrevista al editor de Carl Jung y experto en tradiciones espirituales de Oriente y Occidente  

 

Aclara que de ningún modo es un maestro, sino apenas un profesor. Y uno que se graduó como licenciado en Letras Clásicas casi por accidente: en realidad se había inscrito en la carrera de Filosofía, pero la lengua y la cultura griegas lo encantaron. Tradujo, entre otros, a Sófocles, y fue director de las colecciones de mitología y clásicos de la editorial Biblos durante trece años. Desde 2010, junto a María Soledad Costantini, codirige el sello El Hilo de Ariadna, un proyecto editorial que “se despliega en la dimensión profunda de la experiencia espiritual en sus diversas expresiones”. Allí pueden encontrarse tesoros con firmas como las de William Blake, Joseph Campbell, Xul Solar, Victoria Cirlot, François Jullien, Francisco de Asís o Martin Heidegger. Comenzaron su tarea con la traducción de El libro rojo de Carl Gustav Jung y en este preciso momento celebran la llegada –también a Chile– de Los libros negros, los “cuadernos de transformación” del psiquiatra y psicólogo suizo.  

“Costó mucho hacerlo: fue una auténtica odisea. El libro tuvo que imprimirse en China y el barco que lo traía quedó detenido porque había piratas en un estrecho del Mar Rojo. Ni qué hablar del trabajo de traducción y edición, que se hizo en medio de una pandemia, y hasta hubo un corrector que enloqueció en el camino: en cierto momento quiso corregir al mismísimo Jung. Es que Los libros negros son muy locos. Al igual que El libro rojo, son una pieza fundamental de lectura, y muy significativa para el mundo actual”, explica.  

El área de literatura del museo MALBA recopiló sus clases bajo el título Introducción a las fuentes de la sabiduría de Occidente y Oriente, un rico volumen que permite al gran público el ingreso a las fuentes primordiales de las distintas tradiciones espirituales de la historia: del hinduísmo al sufismo, del gnosticismo al taoísmo, Pinkler vuelve a las bases con una entusiasta vocación divulgativa y guiado por una pregunta de  T.S. Eliot: “¿Dónde está la sabiduría que perdimos con el conocimiento, dónde está el conocimiento que perdimos con la información?”. 

O, lo que es lo mismo, ¿cómo bajar a tierra la lectura de textos milenarios como la Bhagavad-gītā o el Tao Te King? ¿Cómo allanar ese camino? Una primera pregunta podría lanzar esa duda. Para Pinkler, una clave está en la práctica. En permitir que las ideas atraviesen el cuerpo: “Yo tengo unos perros acá y me maravilla mucho la alegría que tienen. Siempre están disponibles para jugar y pasear. Bueno: así estamos los que practicamos artes marciales, por ejemplo. Somos como los perros. El que practica el budismo zen o el que practica el sufismo tiene esa alegría que da la práctica, una alegría que se retroalimenta. Y eso es lo que tiene la vitalidad de las tradiciones espirituales. Esto ha sido tomado por pensadores como René Guénon, que a principios del siglo veinte tuvo la valentía de advertir que Occidente está seco, que la civilización católica ha transmitido una antorcha, pero que esa antorcha ya no tiene fuego. Es necesario buscar en otras tradiciones. Esto no es en contra del cristianismo, sino que alienta a revitalizarlo con una experiencia interior. Por ejemplo: hay cada vez más gente haciendo yoga, es cada vez más popular. ¿Eso es malo? No veo por qué. Hay cada vez más gente que se preocupa por la alimentación, que hace meditación. Es cierto también que ronda una pseudoespiritualidad más bien cosmética”.   

De espaldas a su biblioteca, el argentino nacido en 1956 responde esta entrevista desde una pequeña localidad costera donde reside hace unos años. A Buenos Aires le concede visitas mensuales en las que se ocupa de sus actividades docentes, editoriales y de investigación, para después regresar al mar, a sus perros alegres y a sus clases de aikido. 

 

–Comencemos por el final: en el último capítulo de tu libro se navega el presente. ¿Cómo leerlo?  

Estamos ante la tercera revolución industrial, que empieza en los noventa. Hay muchos teóricos contemporáneos como Byung-Chul Han, Bifo Berardi o Éric Sadin que critican muy bien esto. Muestran que la inteligencia artificial ha acotado el pensamiento crítico al nivel de la velocidad, una transformación imparable que ha producido un desorden atencional muy fuerte y una especie de hipnotismo colectivo, donde el ser humano queda expuesto a constantes manipulaciones. Y allí es posible regresar a las tradiciones, que acuerdan en la idea de que el ser humano está dormido, pero puede despertar. Esto se puede ver en los Upanishads del hinduismo, se puede ver en el budismo, en la palabra de Jesús o en las palabras del profeta Muhammad. En el Mahabharata, esa épica extraordinaria, a un sabio le dicen que el problema del ser humano es la finitud, la muerte. Y él responde que no: que el problema es la distracción. Que el que está despierto nunca muere. Entonces el problema no es que vamos a morir, sino que vivimos dormidos. Y esto, el mundo contemporáneo lo ha llevado a su máxima expresión. La posibilidad de manipular literalmente a cientos de millones de personas al mismo tiempo, en décimas de segundo, es algo que nunca había sucedido.  

 

–Escribiste sobre la idea de “aceptar la oscuridad”. 

Vivir en esta época es un desafío espiritual. Jung toma el paradigma alquímico de que en la oscuridad está escondida la luz, y dice que sólo el ser humano puede develar esa luz que está cubierta de oscuridad, dentro de uno. Al respecto hay muchos mitos, como el mito persa en el que hay un espíritu lumínico, Ormuz, y un espíritu de la oscuridad, Ahriman, que luchan en el corazón humano. Esa idea está en Los libros negros: cada uno carga su propia oscuridad. Pero después viene el problema individualista, porque la falta de vínculos es una enfermedad de la época. La falta de compromiso parece ser entendida como libertad, pero en realidad es una falta de compromiso con uno mismo.   

– Leemos que la espiritualidad es un camino de liberación, ¿en qué sentido? 

Hay una frase que se atribuye a Ibn ‘Arabi que dice que hay tantos caminos como corazones. Pero, así como hay muchos caminos, hay muchos extravíos. Cada uno puede buscar activamente en este mundo de hoy, esa es la generosidad de las tradiciones. Al respecto hay un libro notable: El mito de la libertad, de Chögyam Trungpa. La gente cree ser libre o desea ser libre, pero el estar desvinculado esclaviza. En una era de emprendedores, donde se confunde libertad con consumo, se olvida que la vida es vinculación. Y si uno no se da cuenta de que está en una cárcel, ¿qué esfuerzo va a hacer para salir? Ese es el gran hipnotismo actual. Estamos viendo un mundo cada vez más polarizado, donde hay una cantidad muy pequeña de gente que accede a cosas. Y esa gente que sí accede a cosas tampoco es libre: está en la peor de las esclavitudes y no lo sabe; kármicamente, su bienestar está hecho a costa de un montón de otros seres sufrientes. La liberación llama a la liberación, pero para eso tengo que ser consciente de mis condicionamientos. Y eso puede empezar por una lectura inspiradora, por ejemplo. Algo que a uno lo mueva. Jung explica que estamos absolutamente tomados por la neurosis, y que el ser humano tiene que buscar algo que sea más convincente que la neurosis. Algo más convincente que la neurosis, dice, es la conexión con lo sagrado. Lo que enferma al ser humano es, lo decimos desde la tradición del islam, la lejanía de Dios, la lejanía de lo sagrado. La frase de Nietzsche, “Dios ha muerto”, es una expresión simbólica que habla del espíritu de la época. En realidad lo que pasa es que no estamos conectados con nuestra alma, nuestra psique, con nuestro ser más profundo. Hay una pandemia emocional cada vez más terrible.  

 

– Pronunciaste la palabra Dios, una que puede provocar alergia en esta época. 

También la provoca la palabra religión. Raimon Panikkar, que fue un gran estudioso del hinduismo y del cristianismo, dijo que la espiritualidad es la respuesta a la esclerosis de las religiones. A la gente le hablás de religión y se le cierra el corazón, por experiencias concretas que tuvo en la vida. Son cuestiones de época. Después de los ochenta no se habla más de religiones sino de espiritualidad, pero en realidad lo que vincula al cuerpo social es la religión. La palabra viene de religio, en sentido latino es religar, ligar a la gente entre sí, ligar a la gente con Dios. Es muy fácil hablar mal del cristianismo, pero el cristianismo son dos mil años, tuvo muchas etapas. Y el mensaje de Jesús cambió el mundo. El mensaje del profeta Muhammad cambió el mundo. El mensaje de Buda cambió el mundo. La gente, unida, puede cambiar las cosas. Para manipularla, lo mejor es que no tenga vínculos. El gran tema es cómo pasar de lo individual a lo colectivo.  

 

– Tu tarea como editor es una intervención concreta. ¿Por qué los libros?

Es muy importante tener la conciencia de que vivimos sujetos a influencias. Cada ser humano tiene lo que se llama una homeostasis: todo cuerpo, para vivir, tiene una relación con el medio ambiente, con el mundo externo. Y tenemos influencias de distinto tipo. El libro puede ser portador de una influencia. Llegar a la gente por medio del arte es a veces más impactante que hacerlo de una manera racional. Mantener la práctica de la lectura en un mundo acelerado, un mundo adictivo que provoca burnouts en el sistema nervioso, es clave: existe la posibilidad de atender a la lectura como algo más íntimo, un momento en que la persona pueda tener aquietamiento y reflexión. El Hilo de Ariadna surge con la idea de que es posible llegar a un público que está en búsqueda. Partimos del hecho de que toda persona tiene un apetito auténtico, aunque a veces se distraiga con basura.   

 

(El catálogo de El Hilo de Ariadna, regado de coloridas láminas y un aura antigua y encantadora, cuenta con distintas colecciones. Entre ellas está La Catena Áurea, donde podemos encontrar desde los libros proféticos de William Blake hasta las Charlas de buscador, que estudian las enseñanzas de Gurdjieff, pasando por Xul Solar y el I Ching, que reúne las visiones del pintor argentino. La colección Traditio está dedicada a los orígenes y a la actualidad de la tradición cristiana “en un momento en que existe una gran necesidad de alcanzar materiales históricos con contenidos espirituales fidedignos”. Una tercera colección relevante es Sophia –la palabra griega que se traduce por sabiduría–, de escritos filosóficos fundamentales del pensamiento de Occidente, donde hay firmas como las del poeta y sacerdote Hugo Mujica, Martin Heidegger o  François Jullien. Y la Colección Ananta celebra la sabiduría de las prácticas contemplativas. Pero eso no es todo: en este sello también se publica poesía y literatura como la de Samuel Beckett o la del Nobel sudafricano J.M. Coetzee, que incluso ha tomado la notable decisión de publicar con ellos sus últimas obras antes en nuestra lengua que en inglés, llamando a “saltear las aduanas editoriales del primer mundo” para provocar un diálogo directo entre las literaturas del hemisferio sur.) 

 

– En el libro se habla de lograr una “intelectualidad operativa”. ¿A qué se refiere?

Creo que hablo más de espiritualidad operativa. Operativo tiene que ver con lo que se lleva a la acción. Marx dijo que la filosofía había llegado a un punto de inflexión, que ya no cabía más lo teórico, sino que había que alcanzar la praxis. Y dijo que la filosofía tiene que ser para cambiar el mundo. Ahí vino su llamado al materialismo dialéctico. Más allá de las opiniones sobre el marxismo, se puede pensar esta idea de llevar el pensamiento a la práctica compartida. Hay un autor de estudios del mundo griego, Pierre Hadot, que mostró que en realidad toda la filosofía antigua, el platonismo, el estoicismo, era una forma de vida. Es decir que era una intelectualidad operativa, no meramente teórica. La filosofía tiene que ser una forma de vida. Pitágoras hablaba de hacer paseos, caminar, cuidar el cuerpo, tener buena alimentación, mantener una conexión social, un trabajo cooperativo. Eso es una filosofía. El intelectual espiritual es aquel que no se queda solo en la cabeza, sino que es integrador, considerando que la sociedad tiende cada vez más a la fragmentación.   

 

– En el estudio comparado de las religiones o de las tradiciones has encontrado puntos en común. ¿Qué permite este tipo de lectura? 

Hay una unidad trascendente de las religiones, y ese es el punto que sostengo en todas las clases. Notamos que en todas partes se dijo algo similar, y no es que entre estas tradiciones haya habido una transmisión histórica. Hay puntos en común entre los amerindios y los taoístas, y no es que un chino se lo haya dicho a un inca, o que un celta le haya dicho que el universo es sagrado a un hindú. Hay ciertos núcleos comunes, como la concepción de que el cosmos es un ser viviente y no una materia que el hombre pueda manipular. El cosmos es un ser viviente y sintiente en el que anida un principio divino. Ese principio se puede llamar Tao, se puede llamar Brahma, se puede llamar Wakantanka, se puede llamar Pachamama, se puede llamar Allah. Se puede hablar de los nombres de Dios en el cristianismo, en la Cábala hebrea… Pero todos hablan de esto. A la vez, de que el ser humano tiene algo llamado espíritu y es un ser de transformación. Esto es algo que el existencialismo de Heidegger ha visto bien. El ser humano está llamado a una transformación que a la vez es su propia plenitud. El ateo también va a tener cierta concepción del mundo y cierta concepción del ser humano. Lo que estoy tratando de sintetizar es que hay una unidad de las distintas tradiciones espirituales y eso es lo que tiene que llevarnos a reflexionar. 

– “La interlocución y la capacidad de escucha comportan la esencia misma del pensar”. Separás la filosofía del pensamiento, ¿de qué se trata esa diferencia?   

En el mundo antiguo, la filosofía no estaba estructurada académicamente sino que era una forma de vida. En el mundo contemporáneo, el pensamiento no se puede encasillar como psicología o filosofía o teología, sino que es algo que está en el umbral. Yo ingresé en filosofía porque era lector de Nietzsche, que sigue siendo para mí un gran amigo espiritual. En Así habló Zaratustra, dice que el que no se escucha a sí mismo sólo puede obedecer. Heidegger, en Qué significa pensar, dice que la ciencia no piensa, y con esto no quiere decir que la ciencia sea estúpida. El pensar supone una integración. Y ahí importa mucho la escucha. En una carta sobre el humanismo, Heidegger dice que el pensamiento es la escucha del ser. Si rastreamos la palabra “escucha”, Jesús el Cristo, después de hablar de las parábolas, dice: “El que tenga oídos para oír, que oiga”. En el islam, lo que se traduce por infiel, o incrédulo, es la persona que está cerrada. El escuchar tiene que ver mucho con que algo llegue al corazón. El pensar en realidad no es algo individualista, sino un dejarse inspirar. Pero para estar inspirado hay que estar bien expirado: si uno tiene la cabeza llena de asociaciones, de preocupaciones, no está pensando, es un autómata. Si uno se vacía tiene una actitud más cóncava, de escucha. Ahí es donde viene lo que Heidegger llama el verdadero denken (pensar).  

 

– “Cuando leemos, otro piensa por nosotros”, decía Schopenhauer. ¿De qué modo una tradición no nos encierra? 

Se cree que estar en una tradición es como no pensar. “Yo tengo preguntas, las tradiciones tienen respuestas”: eso no es verdad. El marco de una espiritualidad te da la disciplina para pensar auténticamente, te da una guía, un polo, y vos desde ese polo pensás. Ahora, también oír tiene que ver con obedecer, y ahí está la cuestión. Uno tiene que reconocer que hay algo más alto. Si uno no reconoce eso, se cree el centro del mundo. “No hay certezas”, me dice la gente. Bueno, sí hay una certeza: que te vas a morir. Agárrate de esa certeza y vas a ver que desde ahí pueden venir otras certezas. Una persona que tiene una dirección ahorra mucho tiempo en un mundo donde hay tanta desorientación. Y la desorientación es funcional al sistema.   

Valeria Tentoni

Fotografía: Matías Moyano

Escritora, abogada y periodista cultural. Edita la revista digital Eterna Cadencia y en 2022 ganó el Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet de la Universidad de Chile.