En La banda oriental, de Paloma Vidal, hay un elenco de personajes sin nombre. La nena, el perro, la tía, la otra nena. Pero también –al otro costado del escenario–, el invitado, la mujer del invitado, el padrino, los dueños: el lote de veraneantes brasileños que pasan los días en una mansión en Punta del Este, Uruguay. Hay en la mansión una piscina pintada de negro, un televisor prendido que transmite una telenovela en portugués, sábanas blancas de algodón egipcio, atardeceres con cielos violeta (un “espectáculo”, dirán los veraneantes, extasiados), hay aros, collares, sandalias. Hay brillo. Pero hay una anomalía: un ejemplar del libro Los miserables, de Víctor Hugo, que pasará de unas manos a un hocico, de la ficción a la alegoría en las páginas de esta novela que es también un entramado de escenas en que personajes protagónicos y secundarios, humanos y no humanos, poderosos y subalternos, brasileños y uruguayos, “ellos” y “los otros”, miserables en acepción de marginalidad y miserables en acepción de canallada, se disputarán el foco.
Paréntesis: no se crea, ni por si acaso, que hay maniqueísmo en estas páginas.
Pero volvamos al primer escenario, el de la nena (que es huérfana), el perro (que es un quiltro rescatado de la calle por la nena) y la tía (que vive en la inercia). A la otra nena la dejo fuera de escena para no traer todo a la luz. Sigamos. Perro, nena y tía viven en la casita del fondo; el perro duerme afuera, y la nena y la tía en la única pieza disponible. La tía en la cama, la nena en un catre. Debajo del colchón la nena guarda recortes de diarios y, cuando puede, recoge algunas revistas de moda y actualidad de la mansión para aprender portugués. La tía atiende a los visitantes, limpia la casa, sirve la comida, hace el jardín, les prepara el asado, resguarda que su veraneo esté a raya. La nena tiene la ilusión de ser adoptada por una pareja de brasileños y mudarse con ellos. Esto piensa: “En los cuentos, al comienzo están todos felices. Así fue con su vida. Al comienzo estaban felices, tranquilos, relajados. Después, ya no. Pero en los cuentos se vuelve a estar feliz al final. ¿Cuándo llegará el final feliz de su cuento? ¿Cuando se vaya a Brasil?”.
Paréntesis: Paloma Vidal nació en Argentina, pero creció y aprendió a escribir y a leer en Brasil. Es narradora, dramaturga, poeta y traductora de escritoras como Tamara Kamenszain, Clarice Lispector o Margo Glantz. La banda oriental es su primera novela escrita en español y en sus páginas es posible rastrear, de punta a cabo, las huellas de la narradora, la dramaturga, la poeta, la traductora. Y también de la lectora que va y viene entre lenguas.
Pero volvamos a la nena. Con sus patitas flacas en el agua deja llevar sus pensamientos y elabora finales felices. Cuando nadie la ve, que es casi todo el tiempo, se sienta al borde de la piscina y observa el fondo oscuro, una especie de Aleph acuático donde imagina que está la lengua portuguesa que ella puede rescatar para su vida soñada. Ese fondo oscuro que será un imán y un precipicio, y que contrasta con la luminosidad de los brasileños: sus ropas blancas, su relajo, su liviandad, sus playas desiertas, sus cuerpos de gimnasio.
Hay, ya lo veremos, un vaivén todo el tiempo entre lo penumbroso y lo visible, entre una lengua y otra, entre la mirada del perro y la de la niña, entre una nena y otra, entre el primer y el segundo acto, entre el afuera y el adentro, entre la farsa y la tragedia. Hay acá un cóctel de registros que va desde los párrafos que reproducen la telenovela que ven los veraneantes adentro de la mansión y que escucha la nena desde afuera con oído atento, hasta las paródicas notas al pie provenientes de esas revistas de la mansión, que funcionan como manual de instrucciones para señoras y señoritas o bien entregan información que contribuye a compenetrarse con las fantasías de la nena. Así por ejemplo con la primera nota, que describe el estilo francesinha para el pintado de uñas, el preferido de las lectoras de la revista, un estilo “delicado y atemporal”. Y desglosa los pasos a seguir: “1. Prepare las uñas: corte (si es necesario), lime y saque las cutículas; 2. Aplique el esmalte que prefiera de base, pero lo ideal son colores claros; 3. Aplique la segunda capa de esmalte de base; 4. Con el esmalte totalmente seco, dibuje una faja en el ancho deseado (más finita es más elegante); 5. Si es necesario, aplique una segunda capa en la faja de la francesinha, cuidando que no traspase el límite delineado antes; 6. Finalice con un top coat para garantizar su durabilidad”.
Paréntesis: Tamara Kamenszain dejó anotado en Libros chiquitos que con Paloma Vidal compartía una relación de lecturas y escrituras que las hermanaban “hasta el límite de la simbiosis”. Kamenszain dice sentirse impulsada por el libro Ensaio de voo, de Vidal, para escribir lo que entonces escribe. Vidal, a su vez, se ha sentido impulsada por La habitación alemana, de Carla Maliandi, y por Buena alumna, de Paula Porroni, para escribir su ensayo de vuelo. Apunta Kamenszain: “… la lectura de Ensaio de voo me aclara algo: leer y escribir es una dupla que sólo puede separarse cuando se levanta la cabeza de las páginas ajenas para volver a inclinarla en las propias. La lectura de estas páginas se transformó para mí, como para Vidal los dos comienzos de los libros de las chicas, en la motivación para empezar a escribir un libro, buscar algo que a veces, como le pasó a Vidal, es sólo un comienzo”. Una capa de lectura sobre otra capa de lectura, como un barniz invisible, que es también la posibilidad de la simbiosis.
Pero volvamos a las uñas de La banda oriental. Esa capita de esmalte, esa claridad, esa durabilidad de la pintura, esa dizque elegancia y atemporalidad son el velo que se instala frente a los ojos de la nena; que la alucina, la mantiene en otra dimensión y la distancia circunstancialmente del perro, quien también tendrá la cabeza poblada, pero con otros pensamientos y con las patas más puestas en la tierra. Nena y perro se disputan la focalización del relato. Por momentos son casi una unidad, hay ahí simbiosis. Por momentos sus perspectivas difieren. Pero siempre, siempre están pendientes una del otro, uno de la otra. Nena y perro, perro y nena. En una entrevista que dio Paloma Vidal acerca de la novela decía: “Escribí en el español del que era capaz; el de las voces de la infancia y del perro”. Y veremos que ese español del que es capaz Paloma será la lengua de la extrañeza. Una lengua que se estructura a partir de unas palabras que llegan a escena como si fueran golpes o esquirlas, y que de pronto adquieren agencia. Las palabras tienen miedo, las palabras se descontrolan. Pero las palabras también pueden acechar. Y lo hacen: “Las palabras siguen saliendo veloces. Mira a la nena a los ojos, como si quisiera que las palabras le entraran por ahí. Todo su cuerpo está lleno de esas palabras que no llega a entender. Las manos por debajo, la mirada por arriba. Y las palabras, por todas partes”.
La agencia del perro, en cambio, aparece desde el principio. La niña le pregunta al animal si le gusta la piscina. Y a continuación leemos que al perro, igual que a ella, le fascina y que él también prefiere observar. Este será un perro melancólico, un perro escéptico, un perro que “filosofa”, que “prefiere mantenerse en el presente”. Un perro al que no le ha sido dado “el lujo de no matar”. Un perro que piensa que “es difícil leer con tantas distracciones”, que “duda sobre la palabra utopía”, que “sabe esperar”. Pero lejos, lejísimos del mascotismo, la presencia del perro será acá una suerte de ampliación del campo de una alteridad que atraviesa clase, género, especie, raza.
El perro, la nena, la tía, la otra nena.
Son distintos cuerpos que cargan consigo un mismo desplazamiento. Un “afuera” que los reúne. “Siempre se puede estar más afuera que el afuera”, dirá la voz narrativa en algún momento y será una apelación velada a esos cuerpos que saben que para llevar la escena adelante y salvarse no les queda más que actuar, volverse protagonistas. Levantar la cabeza de las vidas ajenas para volver a inclinarla en la propia. En esta obra, sin embargo, en este relato que va progresando dramáticamente faltan partes. Y la nena lo sabe. Sabe que la otra nena, la que desde la opacidad va lanzando chispazos, reclama también su lugar en la historia. Y es la búsqueda de esas partes ausentes la que movilizará cada parlamento, cada movimiento escénico, cada acto de una “lengua loca” hasta que caiga el telón.
Los murmullos, los ladridos, el quebranto, el desmadre.
Paloma Vidal, La banda oriental. Santiago, Bastante, 2022, 80 páginas
Es escritora y profesora del Magíster en Literatura Creativa UDP.