Entre admirar y ser admirada Marta D. Riezu prefiere lo primero, y así lo aclara a cuarenta y tres páginas de largar Agua y jabón. Apuntes sobre elegancia involuntaria (Anagrama, 2022), acaso para zanjar tempranamente lo que luego podría prestarse a confusión.
De quien habla con autoridad sobre estética solemos sospechar: ¿le motiva una sensibilidad exquisita o acaso la pura ostentación de vanidad? En Riezu no hay pista alguna que pudiera acercarla a una autorreferencia banal. Al abocarse a pensar sobre elegancia —y todos los nombres, gestos, objetos y lugares que la encarnan—, la cronista española habla en verdad de proporciones, de buen trato, de medida en el consumo y de distinción en la convivencia. De modales y de la belleza no estereotipada. De dignidad (“unificadora, inviolable, abstracta y exigente: estar a su altura pide un compromiso moral de por vida” [210]) y hasta de buenos letristas en las canciones pop (“Stephin Merritt, Stuart Murdoch, Neil Tennant, Jarvis Cocker, Morrissey, Billy Bragg, Paul Heaton, David Byrne, Mark Kozelek” [208]).
También de la naturaleza. Cita en Agua y jabón al botánico y biólogo Francis Hallé [219]: “Encuentro a los árboles extraordinariamente autónomos. Lo único que pide un árbol es que se le deje en paz. Hay un contraste extraordinario entre lo poco que necesitan y la enormidad de lo que logran”.
Nuestra creatividad se expresa en las decisiones más nimias —esas que son importantes precisamente porque nadie las ve—, y por eso hasta un detalle puede calificar de manifiesto. En una lista de pequeñas elegancias domésticas, la autora incluye, por ejemplo, “los números memorizados, hoy ya huérfanos: la matrícula de nuestro primer coche, el teléfono de la casa donde crecimos” [105].
Reparará también en la exquisitez de sostener con una piedra los diarios a la venta, las chaquetas de espaldas anchas que legitimó David Byrne, los cuentos para niños no subestimados de Tomi Ungerer, las cortinas pesadas de los cines, los bolsillos en los que caben las llaves, “persignarse antes de empezar el viaje (…), lanzar las cáscaras de naranja al fuego de la chimenea”, en fin.
“El rincón de elegancia involuntaria más escondido de Alemania” es, asegura ella, el foso de la orquesta del Festspielhaus de Bayreuth, “que esconde a los músicos y eleva la música” [175].
A Marta D. Riezu puede leérsela semanalmente en la edición española de la revista Elle. Su columna Radicales libres refresca la perspectiva ya registrada en sus libros con textos ágiles en formato de breve pero elocuente enumeración: muebles de diseño ingenioso a los que admirar como un cuadro, rostros misteriosos, gestos empáticos y necesarios, hábitos arraigados que se defiende con ardor. Es, de algún modo, su manera de participar del trino público sin tener que cometer “la deselegancia de estar en Twitter”, como ha descrito (hay una cuenta suya en Instagram, incluso con uno que otro retrato propio, que —eso sí— no alcanza a calificar de selfie).
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“Radicales Libres es una columna que empezamos a lo tonto y por probar hace cosa de dos años. Amaya y Carmen, de elle.es, son dos periodistas estupendas que entienden la libertad creativa y saben que en las revistas de estilo de vida caben textos más literarios, más biográficos y más experimentales. Yo no le veo nada especial, pero tiene sus lectores fieles y muy amables, y el viernes que no publico por estar de viaje (aunque solo he fallado dos veces) me preguntan. Siempre intento dar pistas y nombres para investigar, para descubrir. Para mí es un placer compartir el talento de otros”.
En una línea similar a esa partida preparaba su libro más relevante hasta ahora (y popular: la primera reimpresión fue apenas un mes después de su aparición). Agua y jabón —el título alude al grado cero de la elegancia— se ofrece como una guía de reflexión que, desde alusiones a todo aquello que se supone debiese producirnos ansiedad —cómo nos vemos, compramos y nos mostramos ante los demás—, consigue transmitir una inesperada calma. Una cadencia que no es más que una forma de poner las cosas en su (justo) lugar.
“No soy una autoridad en nada, solo una periodista con curiosidad (lo cual es una redundancia)”, dirá en un contacto a distancia Santiago-Barcelona, que por desgracia nos impide describir el impecable entorno que probablemente la rodea y la ropa ingeniosa que de seguro viste mientras responde esta entrevista:
“Lo del consumo consciente me viene de familia, como a tantas otras personas educadas en la clase media española de los años 80; para la cual el cuidado y el respeto por los objetos, las prendas y lo comunitario es sagrado. A eso se suma que las mujeres debemos estar siempre atentas a la estafa, a que no nos tomen el pelo: en la adolescencia, en los estudios, en el trabajo, con las relaciones sentimentales, con personas ‘que nos quieren bien’. La cantidad de mensajes nocivos, estúpidos o contradictorios con que somos hostigadas a diario supone un reto. Es difícil abstraerse de la rueda veloz del hámster, del espejo que devuelve la imagen distorsionada”.
—¿Aplicas una filosofía similar a la atención que te ha granjeado hoy tu trabajo escrito?
—No me considero escritora, el mundillo literario me parece un tostón. Yo soy feliz en mi casa, en silencio, estudiando y levantando la vista de tanto en tanto para rumiar. Es divertido, porque era y soy el último mono, pero ahora me invitan a muchas más citas culturales y sociales. Digo a casi todo que no porque mi lugar está en el escritorio, con mis libros y mis cosas a mano. Mis prioridades son la autosuficiencia (no depender de nadie económica ni ideológicamente), la tranquilidad, la cortesía y la crudeza. Paso el mínimo tiempo posible en las redes sociales. Creo en ser directas, claras y duras cuando la situación lo requiera. La firmeza gentil es elegante.
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En complemento con Agua y jabón, su ensayo La moda justa (Anagrama, 2021) extiende la oferta de convertir nuestra admiración por lo proporcionado en decisión práctica de consumo, pues no habrá una sin la otra. El subtítulo del libro, Una invitación a vestir con ética, impide confundirlo con un texto sobre objetos y tendencias. Tan importante como defender el propio estilo es la responsabilidad hacia los efectos de nuestras compras sobre el ambiente. Y tan elocuente nuestro voto en la política como nuestras decisiones ante el mercado.
Seamos claros: “La única prenda realmente ecológica es la que no se fabrica” [65], nos recuerda allí la autora.
—Más que sobre ropa, La moda justa es un libro sobre nuestras decisiones frente al exceso: de ropa, de pretensiones, de vanidad, de descartes. La etimología de “elegancia” es elegir, escoger. Al fin, entonces, ¿es la austeridad lo realmente elegante?
—Definiría el librito como un manual para ayudarnos a tomar mejores decisiones en el consumo, y específicamente en la ropa. Pasando por todo el espectro de posibilidades, desde dejar de comprar (la pura verdad es que no necesitamos nada) hasta vestir muchas más veces lo que ya tenemos, y redescubrir nuestro guardarropa. La elegancia para mí es la coherencia, la buena educación, la generosidad y la tranquilidad de saber que uno intenta hacer las cosas bien.
—El libro toma por momentos altura de manifiesto político. “Hay una ética en saber vivir con lo necesario”, le escuché una vez decir a Ramón Andrés. Al fin, nuestra postura ante el consumo no debiese ser más (ni menos) que tomar conciencia sobre el bien común, la vida en sociedad y el cuidado hacia el entorno. Una decisión de compra es como darle el voto a un candidato o un partido, ¿no?
—Exacto, nuestra cartera es nuestro voto diario. Muéstrame el resguardo mensual del banco y veré qué priorizas y en qué crees. Precisamente cuando no se tiene un duro (y todos estamos pelados, me parece), es buenísimo afilar el criterio y ver a qué se destina ese dinero que tanto esfuerzo cuesta ganar.
Las buenas prácticas en el consumo de moda están ligadas al poder del comprador, que es mucho mayor del que nos han hecho creer, pero comienzan sobre todo por unas leyes estrictas que obliguen a las empresas a rendir cuentas en transparencia y producción. Estar informados (como ciudadanos y como compradores) nos salva de que nos tomen el pelo. Los verdaderos cambios en la moda vendrán respaldados por los movimientos de los trabajadores, la conciencia del cliente y la responsabilidad corporativa.
—¿Estás al tanto de la tragedia que son los vertederos de ropa en el norte de Chile? Hace tres años, el volumen de descartes ahí superaba las 39.000 toneladas. Quienes investigan estos temas hablan de “las zonas de sacrificio de la moda”.
—Las imágenes de Atacama valen por un millón de palabras. Me provocan náuseas, indignación, asco, incredulidad. Las leyes, normativas, pactos, auditorías y demás ya llegan tarde. En los próximos diez años veremos muchas regulaciones; la mitad cosméticas y la otra mitad insuficientes. La actitud del público va volviéndose más informada y juiciosa, pero sigue existiendo una mayoría de ciudadanos que se desentienden de la responsabilidad individual y su poder como consumidor. No quieren renunciar a sus caprichos.
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Para todas esas mujeres mayores de 60 años que “son bellísimas y no tienen idea de que lo son”, Marta Riezu dice que organizaría “una patrulla de servicio público solo para avistarlas e informarles de su gran valor estético” (217).
—“La belleza normativa y tiránica de la juventud no solo no me pone nada: me parece plebeya y ordinaria”, escribes en Agua y jabón. Por alguna razón, la elegancia se concentra en los extremos de la edad: son elegantes los niños y los adultos mayores (no todos, claro). Entre otras cosas, tu libro puede leerse como una reflexión sobre cómo afrontar el paso del tiempo con estilo.
—Es elegante la naturalidad y el estar atento al mundo, y en nuestra infancia y vejez somos especialmente perceptivos, porque el mundo productivo nos deja de lado y tenemos tiempo para curiosear con calma. La belleza normativa, la cara de Instagram, me espanta y me parece el colmo de la vulgaridad. El espejo es una tiranía que nos puede llevar a lugares muy oscuros. Es dificilísimo abstraerse de lo que la sociedad considera atractivo, pero es el único camino para no desesperarse al salir uno de la norma o envejecer.
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Hay otras pistas de conciencia política en sus libros. En Agua y jabón enumerará sobre su idea de la práctica feminista: “Sospechar de todo lo fácil, servirme del trabajo para ganar respeto e independencia, no emparejarme a la brava, hacer buenas elecciones, no gastar dinero en marcas que perjudiquen a mis iguales, huir de Twitter y demás groserías, predicar con el ejemplo” (214).
—Son tiempos de influencers, de citas por Tinder y de causas sociales que exigen “rostros” famosos. Tiempos de exhibición, en definitiva, que algún columnista definió como “la look-at-me generation”. Al contrario de lo que suele creerse, ¿no es la elegancia —o la preocupación por ella— una forma de aquietar los propios egos y vanidades?
—Compadezco a los que se creyeron eso de “todos somos una marca”. Lo que vemos hoy en redes da la impresión de ser un eco eterno de las mismas ideas y estéticas, y es mejor no perder mucho tiempo ahí; en lo ideal, ninguno. Instagram también me aburre soberanamente: roba mucho tiempo e invita todo el rato a gastar, a ser más, a editar la propia vida. Lo uso cínicamente para tener una mínima presencia online, porque no estoy en ningún otro lugar; no tengo más redes, ni web ni Substack. Si entro en Instagram es a hacer el ridículo con total conocimiento de causa; lo malo sería “venderse” en serio.
—En varios pasajes, Agua y jabón es como un miniensayo sobre la identidad de tu país. “En España existe un auténtico culto a la acumulación de chorradas, algo lógico en un país que ha conocido la miseria”, describes. Desde lejos, parece que por allá se reflexiona mucho sobre todo aquello que hace distintiva a su cultura. Pienso en ensayos muy diferentes, pero elocuentes al respecto, como Crónica sentimental de España, de Manuel Vázquez Montalbán, y Vidas baratas: elogio de lo cutre, de Alberto Olmos. ¿Es elegante la cultura española o es más bien relamida?
—La impresión que tengo es la de estar algo acomplejados en algunos aspectos, y con razón. La tradición y el archivo deja ver a las claras que hace siglos y décadas fuimos —estéticamente, porque en lo moral es otra historia— mejores de lo que somos hoy. Esa ocasional pequeñez mental la suplimos con espontaneidad y unas ganas incontrolables de hablar con el otro. Un país donde uno hace cola o entra a una tienda y puede charlar con el de al lado sin que piensen que ha perdido la cabeza es un país que no ha perdido la humanidad.
Es periodista y magíster en arte, pensamiento y cultura (IDEA-USACh). Editora de CIPER-Opinión e investigadora independiente en música chilena. Ha publicado entre otros títulos Canción valiente (2013, 2023), Llora, corazón. El latido de la canción cebolla (CIP-Catalonia, 2017), Claudio Arrau (Hueders, 2018) y Al estilo Pánico (Clubdefans, 2023). Más detalles en www.marisolgarcia.cl