Como nunca antes los periódicos nacionales se han plagado de columnistas, en su mayoría del género masculino. Destacados ingenieros, filósofos, economistas, sociólogos, abogados, arquitectos, cientistas políticos, hacen sus mejores esfuerzos por escribir en no más de 4000 caracteres. Con frases cortas, claras y harto punto aparte. Se les nota que no estaban acostumbrados. Algunos no escribían un texto desde las composiciones escolares. Otros, a punta de papers y jergas, habían olvidado comunicarse con un público más amplio.

Opinan sobre cuanta cosa se les ocurra. Criopreservación, campañas políticas, divorcio, el padre Hurtado, los sistemas electorales, Lavín, el condón, el modelo económico, la guerra de los goles, la señora Lucía, la Granja Vip, el general Cheyre… Les ha dado por poner una foto en pose de celebridad. Luego recortan la columna y se la llevan a la mamá (o a la abuelita), que se siente muy orgullosa de tener a un hijo tan habiloso.

¿De dónde surge esta fiebre por dar opiniones a través de los medios masivos? El fenómeno ha acompañado a la prensa chilena desde sus inicios. En el siglo XIX los periódicos se convirtieron en un importante foro para la discusión de asuntos de interés común, con opiniones que una y otra vez ponían en problemas y enfurecían a las autoridades. Bello, Lastarria, Sarmiento, Mitre, entre otros, fueron polémicos columnistas. A tal punto llegaban las disputas que cuando un columnista de El Siglo llamó a Sarmiento caballo cuyano, éste partió al diario y lo escupió en la cara. No es casualidad el temor que expresa el ministro Antonio Varas cuando en 1850 le comunica al presidente que la prensa, con actividad incansable, ha aumentado día a día la virulencia de sus ataques no sólo contra las bases de nuestra organización política, sino también contra aquellas en que reposan todas las sociedades humanas.

Sin embargo, eran unos pocos caballeros quienes con sus opiniones participaban de esta agitada discusión. La exclusión de las mujeres y de los sin propiedad y educación, era algo constitutivo de la esfera pública nacional. Hacia fines del siglo XIX se integraron nuevas voces gracias a la prensa popular, que se convirtió en un actor importante en el debate político. Esta prensa tenía un espacio significativo para las opiniones de eminentes anarquistas, socialistas y, más tarde, comunistas que buscaban crear conciencia y organizar a los grupos populares.

Con altos y bajos, los medios masivos desarrollaron una esfera pública plural, con muchos puntos de vista, que de alguna manera ayudaron a democratizar nuestra sociedad. Aunque en la década de 1960, los medios entraron en un proceso de politización radical que restó fuerza a la discusión de opiniones diversas, primando el ataque político.

Este espacio público plural se interrumpió violentamente con el golpe de estado. Luego vino un largo tiempo de silencio. En los últimos años de la dictadura se vivió un momento de renacimiento de las opiniones, pero duró poco. La tan ansiada y frágil transición nos hizo evitar el conflicto, opinar en voz baja, con mucho cuidado y sin quedar nunca mal con nadie.

Al parecer fue el periodismo deportivo el que hacia fines de los años 90 nos despertó de esa farsa de buenas maneras. Opiniones críticas, independientes, sin contemplaciones por los poderosos y por las vacas sagradas del deporte, se volvieron la norma en este campo. Los paradigmas: Aldo Rómulo Schiapacasse y Eduardo Guillermo Bonvallet.

Rápidamente el virus contaminó al periodismo de espectáculos donde el estilo de opinión crítico y desafiante encontró una tierra fértil y se desarrolló con fuerza. Comenzaron a surgir verdaderos héroes que con pluma o micrófono en ristre no dejaban celebridad con cabeza. A su vez, los más avezados, por ejemplo Larry Moe, al comentar sobre los asuntos de la farándula, de paso opinaban sobre algunos de nuestros problemas como sociedad. Sin embargo, el espacio se pobló de especímenes que no estaban a la altura y que, sin ideas, sin ironía y sin pudor hablaban de lo que se les viniera a la cabeza. Ítalo Passalacqua, Patricia Maldonado y Raquel Argandoña se convirtieron en las estrellas. Se les llamó opinólogos y se han expandido como una plaga por nuestra prensa, televisión y radio.

Cristóbal Marín es Decano de la Facultad de Ciencias Sociales e Historia de la UDP.