Traducir es ir pegada a la espalda de alguien.

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Esta tinta anaranjada que trata de afianzarse a través de restos de tinta verde (como en el relato de Claire-Louise Bennett) se parece a la transición entre dos traducciones. Una voz tratando de afianzarse, desplazando y dispersando con suavidad a la anterior.

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Alguien postea en Facebook un poema traducido y saltan los correctores de ocasión. Que no les gusta tal palabra, que no están de acuerdo con el inclusivo, que en realidad x podría ser y.

Alguien publica un libro de poesía mal traducida. Dos adjetivos y un adverbio delante del sustantivo, música relegada, versos que se alargan hasta necesitar un corchete que los empuje hacia la derecha. Nadie nota nada raro, les encanta, lo suben a las redes, dicen amo a esta poeta.

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Algunos domingos de lluvia traduzco versos sueltos de poemas y como son sueltos me tomo bastantes libertades y como me tomo bastantes libertades me los robo.

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Porque en general no se me permite el voseo, traduzco novelas enteras esquivando la decisión entre el vos y el tú. Considero que es el único deporte en el que me destaco.

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Cuando estoy terminando de traducir una novela y releo las primeras páginas que traduje les encuentro ese estilo naif y tentativo de las conversaciones que tenemos con alguien a quien estamos conociendo y que más adelante será un gran amor, una persona con quien habremos construido un lenguaje íntimo y común.

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¿Siente algo la autora a distancia, en el cuerpo, mientras traduzco su texto? ¿Como un vudú?

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Maldición: «strength» y «effortless» en una misma frase. Maldición: «use» y «wear» en una misma frase.

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Fui a un oculista nuevo, empecé a explicarle la lucha traducción/miopía/presbicia y me dijo: «Uh, los traductores la tienen difícil porque…» y describió perfecto el despliegue de planos y distancias. Habló incluso de cuando usábamos mil diccionarios, antes del advenimiento de la internet. Is this love that I’m feeling?

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Luciana: «No, eso no va pasar never ever. ¿Cómo se dice never ever en castellano?».

Yo: «¿Nunca jamás?».

Luciana: «No, nunca unca».

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Es la última escena del libro que vengo traduciendo hace meses y la narradora pone la radio del auto y yo pongo la misma canción para las últimas líneas de mi traducción porque quién soy si me sacan los rituales.

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Armaría un librito o más bien una plaqueta sólo con los gugleos de cuando traduzco, tal como los fraseo. Pero no sé si estoy lista para semejante ridículo.

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Recién corrigiendo la traducción me doy cuenta de que determinado comentario era un chiste. A veces traducir me pone demasiado seria. El riesgo de malinterpretar me tensa.

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Traducir es preguntarse varias veces por día: «¿Esto se dice así o estoy inventando?».

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Traducir es desnaturalizar y volver a naturalizar (y volver a desnaturalizar).

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Página 23, aparece finalmente el punto y coma. ¡Te agarré! Te estaba esperando. A partir de ahora considero que puedo usarlo si lo necesito, por más que el original no lo use.

Cada cual tiene sus reglas. Cada traductorcito con su librito.

Por otra parte: lo bien que hiciste, Cynan. ¿Quién querría desaprovechar un recurso de puntuación tan elegante y polivalente como el punto y coma?

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Uno de los múltiples puntos de eterno retorno: la preposición «a» en el objeto directo cuando se trata de animales. Sí, no, acá sí, acá no, y a veces necesito que varíe con el mismo animal si cambia la circunstancia. Incluso con un mismo verbo. En La tejonera, de Cynan Jones, la cuestión es omnipresente porque hay más personajes animales que personajes humanos y la «humanidad» de estos animales parece variar según quién trate con ellos y según cuál sea la interacción.

La meticulosidad intrínseca del trabajo de traducir no tiene fondo.

Qué palabra «estiércol», ¿no? Con esa tilde sobre el diptongo, esa ele al final, ese aire inglés como quien dice «Máicol», ese amague de marca o de portmanteau. Y sin embargo no: viene de stercus, -oris.

Sí, así traduzco. A veces. La mayoría de las veces. Parándome cada dos metros a contemplar el paisaje.

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Suzanne Jill Levine: «Traducimos para ser traducidos». Tal vez sea eso: traduzco porque nadie me entiende del todo.

 

 

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En enero de 2022 la editorial argentina Entropía publicó este breve y fascinante diario de traducción de la poeta y traductora Laura Wittner, del que hemos escogido algunos fragmentos.