Carolina Zúñiga: Buenas tardes y muchas gracias a todas las personas que están presentes. Rebecca nació en 1961, en Bridgeport, Connecticut, Estados Unidos. Es escritora, historiadora y activista, autora de más de veinte libros sobre feminismo, la historia de la cultura occidental y los indígenas de los Estados Unidos, el poder popular, los cambios sociales y los movimientos de insurrección, los desastres naturales, la errancia y el caminar, entre otros temas.
Desde la década de los ochenta ha trabajado en numerosas campañas de los derechos humanos, como el Proyecto de Defensa de Western Shoshone a principios de los noventa, que describe en su libro Savage Dreams, y con activistas contra la guerra durante la era Bush. Sus obras la han hecho merecedora de la Beca Guggenheim, el National Book Critic Circle Award y el Lannan Literary Award. En 2010 Reader Magazine la nombró una de las veinticinco visionarias que están cambiando el mundo. Se han publicado en castellano sus libros Los hombres me explican cosas, un éxito de público y crítica; Wanderlust: una historia del caminar, Esperanza en la oscuridad, Una guía sobre el arte de perderse, Un paraíso en el infierno y La madre de todas las preguntas. Su libro Recuerdos de mi inexistencia fue elegido por la revista Time como uno de los mejores libros del 2020 y en los últimos años destacan también sus publicaciones Las rosas de Orwell y el más reciente ¿De quién es esta historia?
Formada en el sistema educativo público de California, desde la guardería hasta la universidad, como le gusta enfatizar, escribe regularmente para The Guardian y recientemente ha lanzado el proyecto —que también es un libro— sobre el cambio climático Not Too Late. Entonces, demos la bienvenida a Rebecca Solnit.
CZ: Esta es su primera vez en Santiago y hablando de la idea de ciudad, usted ha creado distintos atlas alternativos para ciudades como San Francisco —que es su ciudad natal—, Nueva York, Nueva Orleans, libros que exploran estos lugares de manera temática por diferentes capas y que intentan, como usted mencionó, expandir nuestras ideas sobre cómo se imagina una ciudad y cómo se experimenta cualquier ciudad. ¿Cómo se acerca a una nueva, como Santiago o Cartagena de Indias, donde estuvo hace un par de días? ¿Cuál es el primer lugar que quiere ir a visitar?
RS: Generalmente camino mucho. Obviamente ha hecho mucho calor, entonces ese es un factor que importa, pero igual camino. En mi viaje hacia acá leí la novela Allende y el museo del suicidio de Ariel Dorfman, centrado en la muerte de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. Entonces me levanté y lo primero que quería hacer era visitar La Moneda, el monumento de Allende… Entonces hice eso ayer: tomé el metro, me perdí solamente una vez, quizá dos o tres y… bueno, pero sí, siempre me gusta ver cómo se visten las personas, cómo caminan, qué están vendiendo en la calle. No tengo suficiente tiempo, generalmente, pero el día de hoy pude ir al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos —que se sintió como una continuación de la novela—, y a La Moneda. Me dio mucho material para pensar sobre mi propio país, donde también tuvimos líderes payasos que están tras el Golpe.
Pero, como usted mencionó: cuando nosotros creamos nuestro Metrópolis sin escalas: Atlas de la ciudad de Nueva York, este relata que en Nueva York —al igual que todas las ciudades que conozco— casi todo tiene nombres de hombres. En estas ciudades y viendo a este público de mujeres, que viven en un lugar donde los niños pueden ser generales y subirse a los caballos, las niñas no pueden ser mujeres reales. Entonces, para Nueva York tomamos el mapa del metro y cambiamos los nombres de las estaciones por los de distintas mujeres importantes: Yoko Ono, Susan Sontag, Serena Williams o Salt-N-Pepa. Y Santiago tiene un sistema de metro, creo, con un sistema similar. Entonces, que cada estación de metro se llame como cada mujer. ¿Están listos, quieren ser parte de esto? Los vamos a ayudar.
CZ: Ha habido un par de proyectos, creo, pero nunca ha sucedido. Y en este mismo hilo de los lugares, el estado donde usted actualmente vive —California— está siempre presente en sus descripciones, observaciones y trabajos. ¿Cómo influye en su escritura el paisaje donde creció?
RS: California es un lugar muy extraño. Cuando yo estaba creciendo, siempre nos decían que no teníamos historia ni cultura. Y obviamente teníamos ambos. Nadie podía decir eso, a no ser que se les olviden las noventa y nueve culturas indígenas distintas, lo que ahora llamamos “el California”. Y tuvimos que, básicamente, crear la historia, escribir esa historia que yo quería leer. Hemos hecho un mejor trabajo que en los últimos treinta y cinco años, de reconocer todas esas culturas. Y, bueno, hay un paisaje muy hermoso también. Mientras yo volaba hacia acá vi muchos paisajes que son similares: desierto, montañas, tenemos bosque también y muchos otros paisajes de la costa. Entonces, siempre sentí como niña que lo natural se sentía mejor que las personas. Mi base ha estado en esto. Como californiana, compartimos una frontera con México. No enfrentamos a Europa, no estamos cerca de Europa… es muy distinto. Estados Unidos ha sido dominado por la ciudad de Nueva York, que es una cultura que yo creo que es mucho más eurocéntrica, mientras nosotros tenemos una gran población asiática, americana, latina, una presencia indígena bastante robusta y sólida también. Entonces, yo creo que es un tipo de mezcla de ingredientes y orientaciones muy variado.
Cuando yo era joven, las personas ignoraban el hecho de que ya había muchos chistes sobre los californianos. Todo el mundo pensaba que la gente de California estaba siempre en la playa con bikini y, obviamente, podemos ser profesores de filosofía y estar en la playa en bikini. Ignoraban el hecho que teníamos eruditos, artistas muy importantes, que había literatura. Entonces, ha sido una lucha por poder tener una identidad californiana, desde que soy joven. Esto ha cambiado mucho, pero cuando yo era joven, Hollywood era enorme y tenía una fuerza dominante global y los últimos treinta años he visto el Silicon Valley que se ha convertido en un poder siniestro global. Donde yo vivo es como la frontera del borde del mundo, de muchas formas temerosas. Es el centro de poder para el control y manipulación de la información, y la creación de billonarios, millonarios y la transformación de la conciencia.
CZ: Usted también ha mencionado su experiencia como activista. Ha hablado de cómo el sitio de pruebas nucleares de Nevada, durante los ochenta, la hizo convertirse en escritora. Porque es muy difícil entender la complejidad de lo que ha estado ocurriendo entre las personas de ahí, su relación histórica con la tierra o la política interna y externa de Estados Unidos. Y en sus libros usted entrelaza o teje historias basadas en diferentes lugares y experiencias que ha llamado las abuelas. ¿Nos puede explicar cómo empezó esta forma de tejer mediante la escritura? ¿Cómo estas abuelas iluminan su proceso de escritura?
RS: Desde 1988 —por diez años o más—, yo iba a las protestas antinucleares al sitio de pruebas de Nevada, donde más de mil bombas nucleares se han detonado. Yo solía pensar que la guerra nuclear era algo que iba a pasar algún día, cuando de hecho ya estaba pasando de 1950 a 1991, con una explosión nuclear por mes. Y bueno, ahí empezamos a solidarizar con los pueblos indígenas, nativos americanos, con los monjes budistas de Japón sobrevivientes atómicos, físicos nucleares, los mormones que habían sufrido mucha muerte y cáncer por estar cerca o por el viento abajo de la bomba. Yo era bastante joven cuando comencé y escribía de distintas formas que sentía que tenían que ser por separado. Y debería decir que estoy un poco vieja y que, antes, a la no ficción y los ensayos no se les entregaba el mismo respeto. Era otro panorama. Estaba tratando de buscar mi propia forma. Tratando de escribir como periodista, donde no tenemos que usar la primera persona.
También me había entrenado como una crítica de arte, donde la voz es bastante autoritaria, pero ese claramente es el punto: nuestro punto de vista y opinión eran más imparciales. También estaba escribiendo ensayos más poéticos, más personales. Se sentían como cosas distintas, pero cuando fui al sitio de prueba de bombas en Nevada en 1991 quería describir lo que estaba pasando ahí. Fue una experiencia hermosa, increíble de vivir. En el desierto, hacer camping, la luz, el espacio, el silencio, las complejidades políticas y la posibilidad de que estaban también ensayando el fin del mundo ahí: todas estas cosas se sentían. Por ejemplo, estar quizás con las manos atrás y con buenas personas alrededor viendo la puesta de sol. Pero me di cuenta de que tenía que enlazar todas estas formas de escritura y me di cuenta de que… quizás puede sonar un poco ridículo, pero que nunca necesitaron ser formas de escribir separadas y esto creó el estilo en el cual yo redacto. Que a veces es muy personal, que a veces está contando algo de historia, otra está escribiendo sobre otras personas y el poder enlazar todo esto, tejer y encontrar estas relaciones, me ayudó a involucrarme mucho con los derechos nativos o de pueblos indígenas y con estas matriarcas que existían. Le llamamos las abuelas, también, porque hay un tipo de árbol genealógico que creo que todos han visto, donde hay un nieto, un tatarabuelo, un abuelo y se deja atrás a la madre. No a la madre-madre. Uno deja atrás, por ejemplo, a la madre del abuelo y así van quedando fuera del árbol genealógico.
Hay muchas personas que desaparecen en el árbol, y le pido disculpas a la universidad y al mundo académico pero las personas quieren crear cuerpos de conocimiento bastante lineales para lograr así una forma de coherencia y a menudo las disciplinas académicas sienten como que tienen estas fronteras muy estrictas, de qué es lo que pertenece y qué es lo que no. Recuerdo que un geógrafo una vez dijo “Ah, pero entonces, cuando yo hago esto es historia medioambiental y a los historiadores medioambientales no les gusta que yo lo haga, ¿cierto?”, y creo que los incidentes no son tan lineales. Cada evento, cada lugar, cada persona, cada fenómeno, cada idea, generalmente no tiene solamente un padre, también tiene una madre. Entonces obtenemos una gama de fuentes más complejas que a menudo se dejan de lado y yo les llamo las abuelas, por todas estas cosas que desaparecen.
Yo tenía una amiga de India y su árbol genealógico era de hace mil años y no había mujeres, no había mujeres en él, y se dio cuenta de que habían agregado a sus hermanos pero no a ella. Ella no existía. Entonces, hay un tipo de no linealidad que ha sido muy importante en mi obra. También estoy interesada en las consecuencias indirectas, en todas estas formas, en la lentitud, en todas estas formas que son menos inmediatas, menos lineales, menos lógicas en entender. Que no siempre hay una asociatividad poética o racional que nos deje entender el mundo, una forma que la lógica no siempre muestra.
CZ: Y considerando todo lo que mencionó antes, si pensamos en las narrativas rápidas y lentas, usted escribe ensayos bastante largos, pero también es muy activa en sus redes sociales, donde comenta sobre las noticias que están sucediendo en la política estadounidense y en el mundo. ¿Cómo puede manejar esta forma larga y la inmediatez: una es activista y otra es escritora? ¿Están relacionados o están separados estos conceptos?
RS: Quizás deberían estar más separados y en las redes sociales a menudo se siente muy bien, si es que uno se conecta con personas, con activistas, visionarios, idealistas, personas que te aman y es genial… bueno, si es que uno se conecta con personas más superficiales no sería tan, tan bueno, ¿cierto? Yo también he organizado movimientos, manifestaciones en Facebook, me he hecho amigas, he apoyado el trabajo de distintas escritoras y es adictivo. Me doy cuenta de que es bastante adictivo. Y encuentro formas de contener esto, pero a la vez, a menudo, también entiendo lo que las personas dicen ahí, ¿cierto?, y lo difiero de mi vida social. Bueno, soy notoria por mis posteos de Facebook que a veces son largos y algo de ahí sale y se convierte en un ensayo. Y a menudo esto ha sido un tipo de conversación: ¿en qué están pensando las personas?, ¿qué es lo que están diciendo las personas? Lo que se convierte en “ah, pero esto es muy interesante, vale la pena llevarlo a otra parte”.
Silicon Valley está liderado por hombres malvados, creo yo… ha destruido todo, partiendo por el dinero necesario para tener diarios, ¿cierto? Ha apoyado genocidios, muchas mentiras, distintas teorías de conspiración. Hay problemas también de imagen corporal en Instagram. Creo que es un daño terrible y sucede con la tecnología que reemplaza lo que solíamos tener. Yo compré mi primer smartphone, o teléfono móvil en realidad, en 2004, porque repentinamente me di cuenta de que iba a restaurantes y les preguntaba dónde estaba el teléfono, y las personas me empezaban a mirar un poco extraño. Y ahora no existen estos teléfonos, pero cuando yo era joven y encontrábamos uno de estos teléfonos que estaban en la calle… y claro, Superman también se cambiaba su vestimenta en las cabinas… bueno. ¿Y quién sabe lo que sucede? Que ya no están.
Entonces, las redes sociales han erosionado muchas formas en las cuales se conectan las personas a los problemas y que se hace cada vez más necesario, porque las otras formas en las que nos conectábamos antes se erosionan y desaparecen. Yo no sé dónde vamos ahora, dónde vamos en el futuro. Espero que al menos la cantidad de líderes corporativos malvados, como Elon Musk o Zuckerberg, no tengan más control sobre nuestra conciencia, nuestra vida y nuestra cultura en el futuro. Pero no sé cómo vamos a llegar a ese punto.
CZ: Y pensando en la misma narrativa de las redes sociales y la política. Sabiendo que la tecnología ha cambiado, nos ha cambiado muchísimo. La manera en que nos comunicamos, la forma en que usamos el lenguaje, también nuestras experiencias humanas con respecto al tiempo. ¿Cómo creamos significado a partir de todas estas imágenes, videos, textos, mensajes? ¿Cómo le damos sentido a toda esa información? ¿Qué cree que debemos mantener a partir de esas narrativas para los archivos históricos para el futuro?
RS: Es súper interesante que diga eso, porque fui a la hermosa Biblioteca Nacional que tienen, que es fantástica. Soledad Abarca, su directora, hablaba de las cartas de Gabriela Mistral y pensé: ¿qué deja atrás la gente en este momento? Yo escribí cartas cuando era joven y luego me encantaba, o sea, yo pensaba —me encantaba el email— que el mail era el modelo de las cartas. Entonces yo pensaba guau, voy a escribir cartas largas apasionadas o a los amigos, y tenía todas estas correspondencias que estaban ocurriendo. Luego pasaron quince años, veinte años de mails que son básicamente digitales, pero lo archivé todo. Eran como las cartas que estaba escribiendo antes de que existieran los mails, pero ahora nadie escribe, o sea, la gente al comienzo de los mails pensaba que eran como cartas, pero ahora son texteo. Hay gente que manda información breve, práctica, que de alguna manera es como sin espacio, sin longitud. No es realmente lo que somos, lo que queremos, lo que queremos hablar con respecto al mundo o las ideas.
La verdad es que yo creo que eso ya no existe y me preocupa que no exista realmente un espacio donde podamos tener esas conversaciones o un registro de esas conversaciones, porque los textos y las redes sociales no van a ser archivados, ni siquiera como se puede archivar un mail. En Silicon Valley nos han tratado de convencer que las personas son ridículas con respecto a esto, pero yo tengo un libro de trescientos años de antigüedad y en cambio no logro acceder a nada que se haya hecho en los noventa, porque Microsoft no quiere que abra documentos que se hicieron en las últimas tres versiones anteriores de Word. Así que me preocupa, me preocupa lo que estamos creando y lo que estamos perdiendo. Escribí un libro, de hecho, sobre Eadweard Muybridge y su fotografía, y me chocaba que él dejó un registro bastante pequeño e interesante de cuando se crearon los trenes, después de la creación de la fotografía y el telégrafo. La gente de esa época tenía mucho conocimiento, estaba muy consciente de lo que ganaba y lo que perdía a partir de la tecnología. Tenía gran conciencia con respecto a ello y era súper crítico sobre moverse más rápido, sobre cambiar tan rápido. Y yo creo que no somos lo suficientemente críticos.
Se me preguntó si pensaba que la inteligencia artificial era una buena idea y creo que no sé suficiente al respecto. Pero sé de gente que sabe más que yo que dice que es súper peligrosa. Creo que ya hemos visto tecnologías nuevas, muy dañinas, que llegan al mundo. Lo hemos visto y se siente alarmante que lo próximo y lo próximo y lo próximo ocurra sin que exista mucho pensamiento, precaución, reconocimiento del daño que puede llegar a crear en términos de regulaciones. Así que, claro, hemos visto que crean daño y qué. Y luego vamos a la próxima…
CZ: Y hablando con respecto a las palabras del siglo xxi en su libro Los hombres me explican cosas, en el capítulo “Si todas las mujeres”, dice que el idioma, el lenguaje, transmite significado, nos hacen ver. Si no existen las palabras para describir un fenómeno, una situación, no puedes hablar al respecto, lo cual significa que no lo puedes tratar, menos cambiarlo. Cuando se le preguntó en uno de sus libros más recientes, ¿De quién es esta historia?, sobre los medios y estas historias de las mujeres, las personas de la comunidad LGBT, las personas indígenas, del Medio Oriente. ¿Realmente existe un esfuerzo narrativo para cambiar, de poder representar a otros? ¿Realmente se está entendiendo?
RS: Yo creo que sí. Creo que las cosas han cambiado radicalmente y puedo hablar un poco más sobre Estados Unidos. Lo que ha cambiado mucho es que cuando hablamos sobre las mujeres, la historia de las mujeres, el feminismo que vino después del Me Too, similar al Ni una menos, las mujeres que reportaban violencia sexual, acoso, etcétera, eran tratadas de forma diferente. De repente, las mujeres que eran productoras de televisión, editoras en periódicos, jueces en las cortes, eran detectives investigando casos, eran percibidas de una forma bastante diferente. El feminismo me parece que en los últimos, no sé, quince años, ha hecho un trabajo impresionante de romper esa historia que se usaba para ignorar la violación: esa idea de que los hombres son confiables y las mujeres no lo son; los hombres dicen la verdad, las mujeres mienten; las mujeres están locas, los hombres son cuerdos; los hombres objetivos, las mujeres subjetivas. Porque las mujeres eran tantas veces dejadas de lado e ignoradas que, entonces, adivinen quién miente sobre los crímenes: los que los cometen. Pero las mujeres siempre fueron tratadas como deshonestas, no confiables, locas, vengativas y en parte con estos patrones creamos la capacidad de poder reconocer cómo esos patrones se utilizan para ignorar lo que está ocurriendo. Pero vemos que ocurre una y otra vez, y de hecho mucho ocurrió en las redes sociales con el hashtag Why I Stay/Why I Left (por qué me quedé o por qué me fui) con respecto a la violencia doméstica.
Así que, claro, yo puedo hablar sobre Estados Unidos principalmente, pero yo crecí en un mundo donde las personas pretendían que las personas indígenas no existían y el hombre blanco descubrió todo este hábitat, este continente inhabitado, con historias sobre pueblos indígenas que, de alguna manera, misteriosamente, desaparecieron. Conozco personas indígenas a quienes les han dicho en su cara que están extintos. Particularmente con respecto a 1992, lo que iba a ser la celebración del Día de Colón en Estados Unidos. Ven en ese momento histórico la oportunidad de cambiar la historia, para decir no fuimos descubiertos, fuimos invadidos, seguimos aquí y la resistencia de 500 años en Inglaterra se volvió un eslógan súper importante. En mi mundo, la manera en que hacemos parques públicos, la forma en que hacemos la historia, la forma en que hablamos con los niños es súper distinta en Estados Unidos, donde tenemos tanto pueblo indígena, naciones indígenas. Hay como un cambio radical en reconocer que los pueblos indígenas —las naciones— estuvieron aquí, están aquí y están tratando de obtener nuevamente sus derechos, sus terrenos, su idioma, sus ceremonias, su cultura y visibilidad. Así que no estoy diciendo que el feminismo se pueda ir a la casa a tomar una siesta, porque está todo bien. No estoy diciendo que la lucha de los pueblos indígenas haya finalizado, pero he visto que hay ciertos cambios radicales y no creo que muchos editores de periódicos o productores de televisión tengan el conocimiento o tengan el suficiente compromiso de cambiar la historia, sino que están viviendo en un mundo donde la historia está cambiando.
He hablado mucho sobre la igualdad del matrimonio para dos hombres o dos mujeres. La forma corta de contar una historia en Estados Unidos es como “ya, la Corte Suprema en el 2015 nos dio igualdad de matrimonio y esa es la historia de cómo se sacó un tema súper importante de arriba”, pero lo que ocurrió fue que el mundo social, el mundo alrededor, o sea el mundo: los hombres gays, las mujeres lesbianas, la gente queer, cambió tan radicalmente y la gente lo hizo saliendo del clóset avisándole, diciéndole a sus amigos, a sus familiares, a sus colegios, a sus colegas, a sus vecinos. Les dijeron quiénes eran, y las personas de los sesenta solían pensar “pero es que yo no conozco nadie que sea gay”. Y, claro, por supuesto, cuando yo era joven ser gay era una criminalidad, una forma de enfermedad mental, merecía un castigo. Por supuesto, muchas personas no sabían que conocían a una persona homosexual. Entonces cambia la cultura y así es súper razonable que el matrimonio, por supuesto, deba ser otorgado a todos, a cualquier pareja que quiera, independiente de su género. Pero también creo que la razón por la cual fue posible el matrimonio de personas del mismo género es porque hubo un momento súper simpático, cuando uno de nuestros entrevistadores de radio le preguntó a Gloria Steinem: “¿Por qué no se casó antes?”. Ese tipo de pregunta que no le hacen los hombres, pero Gloria Steinem tuvo esta respuesta fantástica, dijo: “Primero tuvimos que reinventar la institución del matrimonio”, y, por supuesto, si ella se hubiera casado cuando era súper joven, su esposo hubiese controlado su cuerpo, sus finanzas y todo; hubiese acordado un contrato legal de subyugación y desgualdad. Entonces, el feminismo también creó esta idea de que el matrimonio es una relación igual, entre iguales, y una vez que es eso, que esto ocurre, ¿por qué no podría ser entre dos hombres o dos mujeres? Y fui consciente de eso cuando me di cuenta de que la razón por la cual los conservadores objetan tanto es porque quieren que el matrimonio sea jerárquico: si son dos hombres o dos mujeres, y si dos se casan, la jerarquía ya no es inherente al matrimonio.
Yo estaba pensando, bueno, ¿pero por qué siguen diciendo que es una amenaza para el matrimonio? Los hombres igual se pueden seguir casando con las mujeres, nadie dice que eso no vaya a ocurrir, y luego pensé, ¡ah!, quieren que las mujeres se subroguen, sean sumisas, subordinadas en el matrimonio, porque no hay desigualdad inherente en un matrimonio de dos hombres o dos mujeres, y es otra de las cosas fantásticas de las que creo nos hemos liberado. Hombres negros en Estados Unidos muchas veces entienden el rol de las mujeres mucho mejor que los hombres blancos. He encontrado bastantes ecos entre razas y géneros en estas inigualdades, en estas inequidades, así también en estas liberaciones… Me gusta que estén procediendo juntas.
CZ: ¿Y cómo recuerda esos días del Me Too? ¿Qué piensa sobre esos días?
RS: Yo creo que el feminismo, históricamente, ha procedido como un terremoto político que tuvimos con la segunda ola del feminismo a finales de los sesenta e inicios de los setenta. Una próxima en los ochenta, también. Tengo tantos sentimientos sobre el Me Too, Ni una menos, porque fue un hashtag en Twitter y otras redes sociales cuando las estrellas de películas empezaron a hablar sobre ser acosadas, violentadas, en el año 2017. Pero lo que creó este espacio, para que las historias existieran y se publicaran, fueron los cinco años anteriores del feminismo, de los que la gente se olvida. Gran parte de esos abusos sexuales habían sido discutidos con los casos de Woody Allen y Bill Cosby mucho antes. Entonces, claro, a veces el Me Too y Ni una menos borra esos cinco años atrás. No creo que fuera el inicio, sino que fue la culminación. El feminismo creó el espacio para que existiera la conversación. Cuando se publicaron las primeras historias del 2017 de Harvey Weinstein una mujer dijo: “Yo traté de escribir la historia en el 2012, pero mi editor no entendió por qué era importante y no me permitió publicarla”. Entonces, de alguna manera el mundo cambió. De hecho, hay una película súper buena, Ella dijo, que es sobre las periodistas del New York Times, ambas mujeres tratando de hacer que las mujeres confíen en ellas, hablen con ellas y cuenten sus historias con respecto a Harvey Weinstein, que fue a prisión por el resto de su vida, en una de las grandes victorias en este tema.
Me parece que el cambio se construye con el cambio. Si cambiamos la conversación, claro, podemos unir a muchas personas y hacer que piensen en la violencia doméstica, en el acoso, en la violencia sexual… Hay ciertas leyes que se están haciendo cumplir, porque muchos hombres finalmente se hicieron responsables por cometer crímenes hace diez, veinte, treinta años y ahora ven cómo es que Harvey pudo haberlo hecho por cuarenta años, con estrellas de películas, con mujeres muy visibles.
La feminista canadiense Margaret Atwood dice: “Los hombres tienen miedo de que las mujeres se vayan a reír de ellos, las mujeres tienen miedo de que los hombres las maten”. Parece que es relevante y es interesante, porque es un poco de lo que trata esta historia. Estamos hablando de hombres que se sienten un poco incómodos, porque si hacen algo terrible, alguien va a escuchar a la mujer a la que se lo hicieron, o ¿nos preocupa qué tan incómodo es ser violado y asesinado?, o sea, ¿en qué nos centramos en la historia? Y los hombres dicen: “¡Ah, Dios mío santo! ¿Cómo es que se pueden centrar en ellas? ¿Cómo podemos estar escuchándolas a ellas?”. Y dicen cosas como “es que me da miedo hablar con las mujeres ahora”.
CZ: Habló mucho sobre esperanza y desesperanza en sus libros, pero en algunas instancias siente que el cambio climático o el movimiento feminista están ocurriendo ahora en este mundo. ¿Qué opina de eso? ¿Cómo podemos mantener la esperanza lejos de los momentos de desolación? ¿Cómo estas fuerzas juegan un rol en la historia?
RS: Sí, hay muchas malas noticias con respecto a las condiciones físicas del planeta y creo que sí es muy perturbador, pero también el movimiento climático ha logrado muchísimo. Algo que encuentro maravilloso, que no mucha gente sabe, es que hace veinticinco años no teníamos una manera de poder dejar los combustibles fósiles. La energía solar y eólica eran súper caras, primitivas, súper inadecuadas pensando en lo que necesitábamos. Tuvimos una revolución energética que fue muy lenta y muy técnica para que las personas realmente vieran que la energía solar es la forma más barata de electricidad casi en todas partes en la Tierra. Si no hubiese existido el cambio climático… Los autos eléctricos son mejores por muchas razones que el gas, y la energía solar y eólica serían mejores que la quema de combustibles fósiles. Entonces también he visto que, claro, hay que tener ambos, hay que pensar en ambas cosas. La industria de los combustibles fósiles quiere que nos rindamos, que sintamos que no tenemos poder, que no hay nada que podamos hacer. Eso nos tiene como que “tenemos que quedarnos en la casa”. Sus enemigos siempre van a querer que se rindan y me parece que la desolación es una manera de rendirse. Yo no me voy a rendir hasta que sea necesario. Mucha de mi esperanza viene del hecho de que la historia está llena de sorpresas, sorpresas terribles, pero también de sorpresas maravillosas.
Una de las grandes influencias que yo he tenido es que, en el otoño de 1999, cuando cayó el Muro de Berlín y los países europeos se liberaron en Rumania, en el este de Alemania, Polonia, Checoslovaquia, ocurrieron cosas fantásticas. Y pensando décadas después, analizando lo que decían los periódicos, había movimientos más visibles en estos países, pero nadie realmente esperaba lo que ocurrió, que se sacaran de encima todos estos regímenes totalitarios. Y ocurrieron cosas extraordinarias con el movimiento Solidaridad en Polonia, con los movimientos culturales en Checoslovaquia, con Vaclav Havel, que fue enviado a prisión muchas veces y que no se rindió. Tenía esperanza, incluso cuando no podía ver que Checoslovaquia iba a ser liberada, de la que finalmente iba a ser presidente. En Alemania, hasta la Iglesia estuvo involucrada. Ninguno, nadie sabía lo que podían hacer, pero no se rindieron. Entonces, la esperanza para mí se trata sobre saber que estamos construyendo el futuro, que en el presente no sabemos lo que va a ocurrir, pero que podemos participar en que ocurra.
Muchas veces lo que digo con respecto al clima es que todas las cosas fantásticas del 2024 son cosas que la gente estuvo trabajando en los setenta. En Estados Unidos, el movimiento de derechos civiles, con los asesinatos y los conflictos, disminuyó, pero los derechos indígenas, de chicanos, de asiáticos, de mujeres, de queers, de activismo medioambiental, se unieron por décadas y nadie podría haber sabido realmente, nadie podría haber imaginado que en el mundo del 2024 iba a ser así. Pero si tuviésemos una máquina de tiempo, si pudiésemos volver a los setenta y decirle a la gente cómo sería el mundo para las mujeres, para las personas queer, lo radical, cómo va a ser el medioambiente, que hay conceptos que son completamente nuevos, que hay cosas terribles, como el cambio climático, que nadie ni siquiera consideraba que ocurriría… Pero también hemos cambiado radicalmente gran parte de la contaminación tóxica que solíamos causar.
Estamos haciendo futuro en el presente. La historia sí nos da sorpresas. Y no tenemos que permitir que la minoría, la élite, nos cuente la historia que nos cuenta: que ellos tienen todo el poder. Ya sabemos lo que pasó en el 1989, con lo que hablamos con respecto al feminismo, los derechos indígenas, etc. La gente típica participa. Cuando nos unimos, tienen el poder para cambiar el mundo, para que las cosas ocurran y tenemos que recordar eso en la historia. No sé cómo estudian ustedes la historia, pero no se aprende tanto en Estados Unidos. Hay que recordar cómo cambia el mundo y eso es, ese ganamos, eso es la parte importante.
CZ: En su libro Las rosas de Orwell, Orwell dice que “la naturaleza es política”. Recientemente usted lanzó una página web que se llama Not Too Late (No es muy tarde), que es una guía práctica en la que reúne mucha información, da consejos y recomendaciones para realmente hacer algo respecto a este problema. Quería preguntarle, ¿qué papel cree que puede desempeñar la conservación de la democracia y los derechos humanos en la búsqueda de soluciones a esta emergencia?
RS: Una de las cosas que ha sido genial poder ver en los últimos años es que las personas han reconocido que no podemos tener acción climática sin democracia y que están tan estrechamente relacionadas que creo que podemos dar vuelta esto para decir que el caos climático destruye las vidas de las personas, las convierte en refugiadas. Hay personas sin Estado, quienes sufren sin la democracia, sin la participación democrática que tienen los ciudadanos en su propia tierra, en su propio lenguaje. La gran mayoría de las personas en la Tierra toman en serio la crisis climática. Quieren ver acciones gubernamentales, quieren cambiar sus vidas, quieren ver que se invierta dinero. Los obstáculos a la crisis climática no son científicos, son políticos. Y es una minoría política: es la industria de los combustibles fósiles y los políticos que también están en la cama con ellos. Esto incluye también a las compañías de seguros, los bancos… Hay unos lugares como el Medio Oriente donde el gobierno y la industria del petróleo son lo mismo.
En los Estados Unidos la industria del petróleo le da casi todo su dinero al Partido Republicano. Entonces, ya saben: si es que uno tiene una participación política completa, las personas van a votar a menudo. No es una fórmula perfecta. Pero hay algo muy interesante en el mundo ahora, que es que los destructores climáticos también son autoritarios y también son misóginos, y creo que es algo muy importante sobre los combustibles fósiles. El sol y el viento existen en todas partes. Casi todos los lugares del mundo pueden crear electricidad. Algunos lugares tienen más sol, otros lugares tienen más viento, y bueno, hay un balance, mientras que combustibles fósiles hay en algunos lugares no más. Hay otros países que importan petróleo y eso causa relaciones muy distorsionadas, por ejemplo, la Unión Europea confía en Rusia, que invadió a Ucrania. Y ellos estaban financiando esa guerra, en cierta forma, porque estaban dependiendo del gas y el petróleo ruso. De hecho, han hecho un muy buen trabajo acelerando su transición. Entonces, creo que existe una mentalidad de centralizar el poder en los hombres, de centralizar el poder en la minoría, en un gobierno, en una nación, y en este poder centralizado que representan los combustibles fósiles. Hay una relación metafórica entre todos estos elementos y una destructividad del combustible fósil, del patriarcado, que hace que todas estas cosas estén tejidas desde adentro. Y lo opuesto son las renovables, la democracia, los derechos humanos, y es muy interesante ver lo claras que están estas cosas, la claridad que existe al respecto.
CZ: Hemos hablado sobre los temas que la inspiran, que son parte de su escritura, pero esta tarde hay muchas escritoras mujeres y estudiantes de literatura. ¿Cómo crees que los artistas tienen que abordar la escritura o crear desde una perspectiva local, desde Chile? ¿Cómo pueden contribuir al debate actual sobre las ideas desde acá?
RS: Dios mío. Yo llegué acá el domingo, no tengo nada inteligente que decir ahora. Me sentiría como la persona más arrogante del mundo si respondiera. Ustedes escriben un lenguaje que yo ni siquiera hablo, entonces, las 27 palabras en español que sí conozco incluyen “taco” y “loco”, y bueno, “burrito”. Y también “gracias”.