Tal vez el tema central de esta edición no sea recomendable para millennials... El mundo de la televisión de fines del siglo pasado, ese donde reinaba la carta de ajuste y en Chile cada tanto se celebraba un jubileo en honor del monarca Don Francisco, poco y nada puede vacilar en el imaginario de esa generación. Aunque, pensándolo bien, quizás sea especialmente de interés para ellos: sin que haya sido la voluntad inicial, la pauta de este número terminó por aventarse con ese extraño aire vintage tan atractivo para los jóvenes que valoran ciertas antiguallas y ciertos hitos del pasado. El culto no proviene del hecho de que sean antiguos, o al menos no solo de eso. La clave está en considerar que a partir de su significación, valor estético, funcionalidad, estos elementos trascienden el sentido meramente utilitario o acotado. Algo similar ocurre con los textos aquí recogidos, que al revisitar esa televisión con la que crecimos contribuyen a situarnos y vislumbrar en qué está la cosa ahora.
De acuerdo a la encuesta Icso-Udp, en Chile la televisión encabeza la caída en picado  en la confianza en los  medios  de comunicación: de 41,7% en 2009 baja progresivamente hasta llegar a 17,9% el 2015. Con un repunte, todo hay que decirlo, de casi 4 puntos en 2015. Las cifras son elocuentes e impensables treinta años atrás. Análisis, gimoteos y hasta rebuznos se escuchan desde que se perfiló esta tendencia. Es ya un lugar común decir que el medio, y en especial la tv abierta, vive una crisis. Pero se echa de menos una mayor perspectiva a la hora de interpretar el fenómeno. Habituados desde el colegio a los enfoques estancos, tendemos a la aproximación inmediata, entre catastrofista y disgregada. Tal vez cabe preguntarse si no estaremos frente a un proceso evolutivo natural. ¿Vivimos un cambio copernicano o parte de la evolución de esta especie llamada televisión perteneciente al reino de los media?

El consumo de televisión abierta en el país no es nada despreciable. Según el Anuario estadístico de oferta y consumo del CNTV, durante el año 2015 en promedio los chilenos vimos 835 horas de televisión abierta, casi 35 días, lo que significa dos horas y 15 minutos diarios, algo así como un 20% del tiempo que estamos despiertos. ¿Muta la forma de hacerlo? Por supuesto. La tecnología ha producido cambios sustantivos. Hoy múltiples formatos, plataformas y dispositivos permiten a las audiencias implicarse e interactuar en los contenidos que consumen, y esto recién empieza. Algo que la mismísima tele de los ochenta avizoraba con imaginación en series como Viaje a las estrellas. Si no recuerdo mal el señor Spock u otros personajes utilizaban tabletas interactivas. Claro que Star Trek transcurre en el siglo XXIII. Sin duda la cosa ha ido harto mas rápido.

Y si hay algo que aprender de los millennials es que más vale acostumbrarse al cambio y olvidarse de la continuidad. Abandonar cualquier tipo de pasividad y montarse en la capacidad proactiva que permite la tecnología y que practican las nuevas audiencias. «Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie», decía el guapo Tancredi en El gatopardo. En eso estamos. Mientras tanto, en la mayoría los hogares chilenos hay una tele prendida permanentemente, porque es una inigualable compañía.