Conversación con Mauricio Electorat

Mauricio Electorat: Buenos días, tenemos hoy día a Mohamed Mbougar Sarr, escritor senegalés, premio Goncourt. El premio Goncourt es el más importante de los reconocimientos francófonos, es una especie de premio Nobel francés, aunque está dotado efectivamente con un euro simbólico, que antes era un franco. Mohamed Mbougar Sarr es el segundo escritor del África que ha tenido ese premio. El anterior fue un escritor de origen marroquí, Zahar Ben Yeloun, y por lo tanto él, Mohamed, es el primer escritor del África negra, del África subsahariana en obtener ese premio, importantísimo. Y fue con esta novela, La más recóndita memoria de los hombres. 

Estamos ante una novela que plantea desde un inicio una especie de filiación con Roberto Bolaño. Voy a leer acá el epígrafe: «Durante un tiempo, la Crítica acompaña a la Obra. Luego la Crítica se desvanece y son los Lectores quienes la acompañan. El viaje puede ser largo o corto. Luego los Lectores mueren uno por uno y la Obra sigue sola. Aunque otra Crítica, y otros Lectores, poco a poco, vayan acompasándose a su singladura. Luego la Crítica muere otra vez y los Lectores mueren otra vez. Y sobre esa huella de huesos, sigue la Obra su viaje hacia la Soledad. Acercarse a ella, navegar a su estela, es señal inequívoca de muerte segura. Pero otra Crítica y otros Lectores se le acercan incansables e implacables, y el tiempo y la velocidad los devoran. Finalmente, la Obra viaja irremediablemente sola en la Inmensidad. Y un día la obra muere, como mueren todas las cosas, como se extinguirá el Sol y la Tierra, el Sistema Solar y la Galaxia, y la más recóndita memoria de los hombres». 

Mohamed, gracias por venir hasta aquí. Explícanos por favor esta afinidad con Bolaño ¿cómo lo leíste? ¿cómo te encontraste con él? 

Mohamed Mbougar Sarr: Es muy especial estar en la cátedra en homenaje a Roberto Bolaño. Hace unos diez años me encontré con su obra en Francia, en la universidad, cuando yo estudiaba literatura. Tenía dos amigos, un catalán y un francés, que hablaban todo el tiempo de Bolaño y discutían sobre 2666. No conocía ese libro, no conocía su nombre tampoco. Ellos no estaban de acuerdo en cuál era el más importante de los libros de Bolaño, si 2666 o Los detectives salvajes. Tiré al cara y sello, para saber cuál de los dos libros leía primero y cayó en 2666. Y luego pasé tres meses leyendo todo lo que encontré de Bolaño, que fue prácticamente todo. En francés, casi todo. Fue difícil de encontrar porque había ediciones que estaban agotadas. Había que buscar y pasé mucho tiempo buscándolas. 

Y creo que Bolaño tenía una relación bastante fuerte con la literatura francesa, no africana.  No una relación vital, pero en 2666, por ejemplo, tiene un poema de Baudelaire. «Un oasis de horror en un desierto de tedio». Y es alguien que estaba muy ligado a la literatura francesa, pero no a la literatura africana y, sin embargo, cuando lo leía, tenía la impresión de estar frente a un escritor… africano, entre comillas. Bueno, yo podría volver a esta cuestión más tarde, pero, en general, me mostró una cosa fundamental, de la que tenía necesidad en ese momento, como escritor y como lector: que la escritura siempre ha sido una búsqueda, una investigación. 

ME: Dices que tuviste la impresión de leer a un escritor africano. ¿Qué quiere decir eso?

MMS: Muy globalmente, sería una reflexión acerca de la oralidad. Los libros de Bolaño son extremadamente escritos, él es un orfebre de la frase. Hay, sin embargo, una preocupación constante por mantener el tono de alguien que le está contando una historia a otro. Es alguien a quien le importa mucho la voz. Yo crecí en una cultura, en Senegal, la cultura serere, en la que los cuentos son muy importantes y se encarnan siempre en la voz de alguien. No hay un relato abstracto, porque siempre hay alguien que está contando algo a alguien. Yo creo que esa es la energía fundamental de las obras de Bolaño. No en todas, pero en la mayoría de sus libros eso está presente. Por eso, en la segunda parte de Los detectives salvajes, todas esas voces que se mezclan y están contando algo me remitieron directamente a los cuentos de mi infancia y a la potencia poética de la voz. En sus libros, Bolaño habla muy poco de África. Pero hay algunas referencias al continente africano, justamente en Los detectives salvajes. En el segundo libro hay uno de los testimonios más largos, que hace referencia a un periodista que vive en Francia, pero que es de origen español y que habla del continente africano de los años 80 y, por lo tanto, de varios países: Angola, Ruanda, Liberia. 

ME: En Senegal, en la cultura del país, destaca sobre todo la figura de Léopold Sédar Senghor, que es una especie de Neruda para nosotros y una especie de padre de la patria. Es poeta y político, fue presidente de la República. Es el estructurador de la república del Senegal. Senegal es una idea ligada a la idea de la negritud, del África negra, independiente. Es una estética y una ética y una política, que Léopold Sédar Senghor elaboró con otros, por supuesto, pero él es un personaje importantísimo del continente africano.

MMS: No sé si le gustaba la poesía de Senghor, ya que es un poco el equivalente de Neruda y sabemos lo que Bolaño pensaba de Neruda. Había leído algunos otros poetas, además de Senghor, otros poetas de lo que se llama la negritud. Yo creo que no conocía el África, pero que tenía una especie de proyección fantasmal, imaginada. Pero en todo caso, cuando lo leo, tengo la impresión muy nítida de que podría tratarse de un cuentista serere, de esa etnia donde aprendí el cuento oral. 

ME: Hay una anécdota conocida en el mundo de la literatura en español: Carlos Barral, el editor que forjó el boom literario en los años 60, dueño de Seix Barral, rechazó el manuscrito de Cien años de soledad y arrastró esa especie de vergüenza infamante durante toda su vida. Cuando le preguntaban por qué había rechazado a Gabriel García Márquez, por qué había rechazado Cien Años de Soledad, nada menos, decía que era porque le había parecido que García Márquez era un narrador oral africano, precisamente. 

MMS: Él tiene razón, pero, obviamente, la cuestión es saber por qué parecer un escritor oral africano podía ser un argumento para rechazar un manuscrito. Uno de los escritores preferidos del congolés Sony Labou Tansi es García Márquez. Y de García Márquez, uno de sus escritores preferidos era el escritor haitiano Jacques Stéphen Alexis. Y en el universo de Jacques Stéphen Alexis hay muchas referencias al continente africano. Me gusta mucho esta historia transcontinental entre África y América Latina, que pasa claramente por el Caribe. 

ME: García Márquez atribuía la paternidad del realismo mágico al haitiano Alexis. Lo comentó muchas veces: García Márquez decía que él había descubierto el realismo mágico viajando por el Caribe, pasando por Haití, precisamente desde Colombia al sur de los Estados Unidos. Lo hacía, justamente, para apoyar la idea de que en el espacio caribeño, hay un cruce entre América Latina y África, un cruce que sigue la ruta ominosa de la esclavitud y que tiene esta notable dimensión creativa y literaria. 

MMS: Hay una historia de Bolaño que es muy divertida en La literatura nazi en América. Un autor haitiano, Max Mirebalais, que plagia a todos los autores posibles. Africanos, franceses, de Antillas, también alemanes, haitianos. 

ME: Hablando de relatos, hablemos de La más recóndita memoria de los hombres. En esta novela el protagonista es un escritor senegalés que vive en París —Diégane Latyr Faye—, que se busca a un autor africano, T.C. Elimane, que ha escrito un libro llamado El laberinto de lo inhumano. Ese libro ha sido publicado en 1938, en Francia. Es el primer autor africano publicado en esa época, justo antes de la guerra, cuando el fascismo y el racismo se extienden por Europa. Elimane es objeto de todo tipo de críticas que ponen en duda, por ejemplo, que un africano pudiera, desde ya, escribir. En seguida es acusado de plagio, etcétera, su libro se vuelve una especie de libro maldito que desaparece de las librerías, como también desaparece el autor. Entonces, el hilo conductor de esta novela es la búsqueda de este T.C. Elimane. Su libro, El laberinto de lo inhumano, cuenta la historia de un rey sanguinario que está dispuesto a abrazar al mal absoluto para tener el poder, pero, haciendo esto, se da cuenta que el mal absoluto lo devuelve a la humanidad. Es un libro hipnótico, que obsesiona a sus lectores hasta la locura, en medio de la diáspora africana en París. Es una novela repleta de personajes. Y todo esto va a dar, curiosamente, a Buenos Aires. Ahí están Borges, Gombrowicz.
En fin. La novela está armada con esta gran historia que se abre a otras historias, historias dentro de historias, que es una estructura que a uno le hace recordar al Quijote. ¿Qué modelos tenía a la vista para estructurar la novela?

MMS: En términos de estructura, no soy un gran arquitecto. Mi manera de componer las novelas es verdaderamente caótica. Sigo las voces y pienso que mientras una voz no haya terminado, hay que seguirla. Pero, de tanto en tanto, hay otra voz que viene a interrumpir esa voz y que es más intensa, que tiene algo más intenso que decir y hay que escucharla. Es una historia en donde se busca la verdad de alguien, en este caso la verdad de Elimane. Lo que me parecía importante era ver cómo cada testimonio traía otro, por lo tanto, no es una acumulación de testimonios, sino el hecho de que un testimonio engendra el siguiente y eso es lo que da la impresión de muñecas rusas o cajas chinas. Es una estructura que no viene de un plan preestablecido, sino de voces que se engendran unas a otras.

ME: Por lo tanto, estamos en una ficción que es como una especie de cartografía, que hace un equilibrio con Los detectives salvajes de Bolaño. Te hace pensar, evidentemente, en Arturo Belano y Ulises Lima en busca de Cesárea Tinajero, que emprenden este vínculo, este viaje, este periplo larguísimo, que es algo así como la guerra de Troya, porque dura 20 años o 30 años, dura toda la vida en realidad. Y esto es un poco lo mismo. Entonces, Mohamed, lo que ha hecho —no quiero ser reduccionista, porque la novela vale la pena, léanla de verdad, es muy divertida, además, se lee realmente como una pesquisa—
es contarnos su historia de la diáspora africana y de la búsqueda africana de sus raíces y su identidad. 

MMS: Cuando me encontré con el libro de Bolaño, estaba trabajando en mi tesis doctoral sobre un escritor maliense, Yambo Ouologuem. Es un escritor mítico, porque publicó un primer libro en 1968, que se llama Deber de violencia. Esta obra ganó un premio importante, el premio Renaudot. Ouologuem fue celebrado y luego desapareció en 1968. Obtuvo ese premio y enseguida desapareció de circulación, porque lo acusaron de plagio y la acusación fue muy violenta. Este libro examinaba a la vez la literatura, la historia colonial y las relaciones perversas entre Francia y sus antiguas colonias africanas. Por lo tanto, Deber de violencia es un libro maldito y Ouologuem es un autor maldito. Desapareció a comienzos de los años 70 y hasta su muerte, en 2017, por casi 50 años no fue hallado. Era un autor desaparecido, que no publicó nunca más nada. ¿Sabe dónde estaba? Vivía en su país, en Mali, en un pequeño pueblo. Se transformó en un hechicero y rehusó que se le acercaran, él era muy agresivo, rehusó hablar francés. Rechazó que se le recordara su vida de antes. Cuando me encuentro los libros de Bolaño, justo estoy en ese momento, estoy intentando hacer esta investigación y me encuentro con esos detectives salvajes que están haciendo la misma cosa que yo. Y me encuentro que en Ouologuem, en su historia, en su destino, hay algo que me envía a mi propio destino. Hay algo que me envía a mi propia situación. Un escritor africano que publica en Francia y que está dividido entre dos continentes, que ve muy bien que existe una dialéctica entre el centro y la periferia y que se pregunta en esas condiciones, ¿qué puedo hacer para ser reconocido y respetado como escritor? La historia de Faye, que está buscando el libro maldito de T.C. Elimane, finalmente no es sino la metáfora de la búsqueda. Sin exotización, sin condescendencia. Me pareció importante acercarme a América Latina, porque pienso que los autores latinoamericanos han estados confrontados de alguna manera con el mismo problema: el cómo escribir bajo la sombra de la literatura europea y de sus proyecciones coloniales, inventando su propia forma. Es por eso que Elimane se encuentra, de alguna manera, en Argentina y frecuenta a todos los autores que giran en torno a la revista Sur. Luego me encuentro con la investigación de los poetas románticos de Bolaño o de los profesores universitarios un tanto cómicos de Bolaño. Había algo que contaba la búsqueda del escritor desaparecido o maldito, que es también una búsqueda en la historia, en la geografía también y también en la cultura. 

ME: ¿Hay también en la novela el reconocimiento de una filiación que compartimos entre latinoamericanos y africanos? Ahí se reúne la búsqueda estética, literaria, artística, con la búsqueda política. Esto es lo que ocurrió en los años 60, ¿verdad?, con la Tercera Internacional, en Cuba, en Argelia.

MMS: Sí. Europa se proyectó en el mundo con una colonización muy violenta. Y esta colonización, por supuesto, proyectó también su canon literario, pero también sus preferencias culturales, sus lenguas, sobre varios continentes, y particularmente en América Latina y en África. Esto quiere decir que estos dos continentes deben conversar. Yo no digo que las historias sean las mismas, pero en el fondo, las experiencias son bastante cercanas. En el terreno literario, quiero decir que hay más posibilidades de entendimiento en las discusiones entre África y América Latina que, por ejemplo, entre África y Europa, donde se da la confrontación brutal entre el autor que viene de una excolonia y el colonizador. La crítica es necesaria y la hago yo mismo, pero más allá de la crítica, es necesario reinventar las formas y encontrar otros interlocutores en el cotidiano político y literario. Y por eso estoy tan interesado en la conversación literaria latinoamericana. Esta conversación existe en el terreno político y cultural desde hace mucho tiempo, a través del tercermundismo, a través del hecho de que una figura política como el Che Guevara haya venido a África para hacer una especie de experiencia de los pueblos en África central, entre el Congo y Angola, el resultado fue más o menos, pero igual se intentó hacer algo. Esa tentativa fracasada buscaba una vía para seguir en otros terrenos, culturales, políticos y también en el terreno literario. Por todo esto pienso que es importante tener conversaciones más intensas entre escritores de nuestros continentes.

ME: De alguna manera con el premio Goncourt el colonizador, la ex potencia colonial, el sistema cultural francés lo está reconociendo. Eso quiere decir que se siente interpelado de alguna forma, y esto probablemente abra una vía para otros escritores africanos. Porque hay una diferencia muy grande entre, justamente, Inglaterra y Francia. Inglaterra es un país que incorpora mucho más fácilmente a escritores de excolonias, que son igualmente anglófonos que ellos. Francia ha sido históricamente mucho más reticente a hacer eso, pero ojalá que este premio esté moviendo en algo la aguja en esa situación. 

MMS: No soy para nada ingenuo, porque desde Senegal o de la África francófona hay una mirada muy crítica de este premio. Esa crítica de Senegal y otros países africanos francófonos, apunta a que igualmente es un reconocimiento que te da el excolonizador. Es muy ambiguo: que sea una nueva vía que se abrirá, y al mismo tiempo pensar que es el mismo sistema que se reproduce en un territorio ligeramente diferente. Pero el tiempo es muy largo y lo que ha ocurrido con este libro y con este premio es lo que tú has dicho, tiene un valor político y simbólico que se hará más evidente en el futuro. 

ME: Tu novela se ríe mucho de estas trampas de la industria editorial francesa respecto de los escritores y de las literaturas que vienen de África, como literaturas que se espera sean emotivas, coloridas y que es algo que también le pasa mucho a las literaturas latinoamericanas, esa expectativa folclórica, exotista. Esto es lo que le ocurre al narrador en tu novela. Fuera de ella, en el mundo real, ¿cómo te planteas tú como autor para evitar estas trampas? 

MMS: De verdad que es una gran trampa, porque cuando hablo de mi imaginario profundo, mi imaginario de cuento, no puedo ignorar que los imaginarios de los cuentos han sido contaminados por la mirada antropológica colonial, a tal punto que la expresión «cuento africano», se ha transformado prácticamente en mitológica. Para mí hay dos maneras de evitar el hecho de que la mirada colonial venga a contaminar un género. Una es mostrar directa o indirectamente que uno es consciente de eso y la segunda es usar el humor, ser capaces de reírnos de nosotros mismos y de los demás. Por eso en la novela hay un pasaje largo en el que dos personajes se burlan de los autores africanos que pretenden ser contadores de historias orales y reconocen al mismo tiempo que la escritura transforma al relato oral. Eso no quiere decir que yo, como autor africano renuncie a esa tradición, porque es la mía, sin duda alguna. Por lo tanto, hay dos soluciones, la lucidez y la risa. 

ME: ¿Cómo se comporta la industria editorial en África?

MMS: En África francófona es una industria bastante frágil todavía. La mayoría de los escritores africanos en lengua francesa que son conocidos, son escritores que viven y son publicados en Europa o en Francia, particularmente. En África francófona es muy difícil tener una vida literaria, porque las editoriales y librerías son muy escasas, los críticos son escasos, las fronteras son muy difíciles de franquear entre un país y otro, lo que crea a una ecología literaria que avanza muy lentamente. Sin embargo, hay escritores que escriben ahí, que hacen lo que pueden, con una vida literaria es muy difícil. Pero si comparamos la situación con la que había hace quince años, evoluciona en un muy buen sentido. Hay cada vez más editoriales más profesionales, que tratan de hacer un trabajo de mayor calidad, y una de mis grandes alegrías con La más recóndita memoria de los hombres es que es una coedición, con una editorial francesa y una senegalesa. Es una elección mía, porque era mi manera de descentralizar la cuestión del problema, del poder editorial. Un problema importante del que hay que ocuparse, pero además de eso, lo que no hay que olvidar nunca es que lo que quedará no son las políticas editoriales o de edición, sino los libros que escribimos. Todo mi esfuerzo desde ese punto de vista consiste en escribir libros que tengan la oportunidad de abrir alguna senda, de mostrar un camino hacia el futuro. 

ME: El libro es una pesquisa, una investigación, pero también es un libro muy reflexivo. Se trata también de tener una meditación sobre la literatura y hay una frase que dice algo como «El contrario del paraíso no es el infierno, sino más bien la literatura». ¿Hay alguna manera de explicarla?

MMS: Quería reflexionar sobre lo que era para mí la literatura y me pareció evidente que la literatura no está del lado de la luz, que tiene algo que ver muy profundamente con la sombra, antes de poder encontrar en sí mismo algo que se parezca a una verdad o a un sentido. Habría que aceptar que la literatura no aporta un real consuelo y que su relación con el mal o con la sombra es realmente la relación primera. Pienso que todos los grandes libros —y cada uno que haga la experiencia y mire todos los libros que le han gustado—, incluso cuando nos proporcionan una gran alegría, son en primer lugar libros tristes. Y por eso pienso que, en vez del paraíso, de la concordia, de la alegría, en un lugar sombrío —que no es necesariamente el infierno en el sentido religioso— está la literatura. Puede ser que a la salida de ese infierno haya alguna luz posible, pero esa travesía interior me parece siempre que está ligada al dolor, a la melancolía.