Kurt Folch
Lo que puedo decir es una lectura en proceso. No he leído todo el trabajo disponible en castellano de Mircea Cãrtãrescu. Sería imposible en todo caso, es abrumador. Antes de tener la oportunidad de presentarlo no había leído nada de él. Había visto sus libros y tenía la impresión que se trataba de un narrador. Una coincidencia perfectamente natural, ahora que lo pienso, es que justo cuando me propusieran presentarlo, el poeta Jorge Calderon me comentó: es fantástico. Viniendo de Calderon lo tomé en serio y pensé en René Char. Comencé dando rodeos. Leí comentarios, fragmentos de entrevistas, reversos de portadas. Vi fotos suyas en internet. Rumano, no solo narrador, se trata de un poeta, y famoso, además. ¿Cómo? ¿novelista? ¿Es novelista? No sabría responder. Los libros que leí parecen narrativos. Parecen. Ser y parecer no es lo mismo. Esta idea para hablar de su registro o su estilo es importante. No solo mi lentitud ralentizó mi aproximación a Cãrtãrescu, ni que sus libros a simple vista parecen ser «prosa», aunque se trate de un poeta. La causa fundamental, creo, se debe precisamente a atmósferas liricas distintas. El último par de años los pasé en buena medida traduciendo Los Materiales de George Oppen, una antología de Tom Raworth y una pequeña selección de J. H. Prynne. La casi total ausencia de pathos, o de desconfianza en el pathos en la escritura de estos tres poetas me ubicaban en un paisaje mental que ahora creo entender, más cercano a Virus de Gonzalo Millan que a La musiquilla de las pobres esferas de Lihn. Hasta que de pronto el poema «Imagen del motor» de Oppen, me permitió acercarme a la poética que se despliega. Pude volver a esa otra dimensión de la imagen lírica y completar el círculo dialéctico de la metáfora sobre la metáfora. El poema del norteamericano, después de una breve y extraña descripción del motor y sus partes, termina con la extraña aparición de «El ángel de quietud y comprensión». Allí donde el objetivista insiste en una sobriedad lacerante, en la que el misterio se perfila extremadamente tenue, Cãrtãrescu concatena cascadas de nominalizaciones invocando insistentemente lo invisible. En ambos casos la literatura misma en su totalidad es expresión de tal ángel (el ángel de la historia, incluso, que mira la progresiva acumulación de ruinas del pasado).
El motor como máquina, creí entender, es el componente oscuro condenado a fallar y morir, tensionada por su otra mitad que es de naturaleza luminosa y en movimiento. Así, en Cãrtãrescu, desde el motor de la negatividad y fatalidad más extremas se desprende la luz que revela. En el relato El ruletista, por ejemplo, que desde un comienzo se despliega como un discurso imposible sobre un sujeto imposible, todo aquí, según el hablante, es nada, nunca, nadie, ni menos. O en El ala izquierda, el primer volumen de la trilogía El cegador, el joven protagonista nos sumerge en una suerte de semirealidad muy concreta y que, en una de sus caminatas, lo conduce a contemplar su propio rostro tatuado en la cabeza de una joven casi desconocida en un block de departamentos. El ángel del misterio, la comprensión de la historia desde esta óptica, erradica la posibilidad del prejuicio.
Todo esto es nuevo. Aunque parece no serlo. En este sentido quizá la imagen «leche negra del amanecer», de otro poeta rumano que escribió en alemán, Paul Celan, sea una obviedad en Rumania. Quizá precisamente ese famoso verso de Celan sea de lo más rumano que hay en su poesía. Pensamos en los autores rumanos que nos resultan familiares: Eliade, Cioran, Tzara, Ionesco, Herta Müller, etc. Pareciera que todos ellos, al escribir, bebieron de esa leche negra del amanecer, cavando una fosa, mientras mandan tocar música. Dice el narrador de El ruletista: «Me despierto llorando de soledad, incluso aunque de día me sienta acompañado por aquellos de mis amigos que aún viven. Ya no puedo soportar mi vida, pero el hecho de entrar hoy o mañana en una muerte infinita, me obliga a intentar pensar.» [. . .] «Permanezco aquí en mi sillón, aterrorizado por la idea de que ahí afuera ya no existía nada más que una noche sólida como un infinito témpano de brea, una niebla negra que ha engullido lentamente, a medida que he ido envejeciendo, las ciudades, las casas, las calles, los rostros.», o más aun, la primera oración del relato «Transcribo aquí (¿para qué?) unos versos de Eliot.». La inutilidad de la escritura, como testimonio, y la cita de Eliot, cito: «Concede el consuelo de Israel/ a uno que tiene ochenta años y no tiene mañana». Este tono domina buena parte de lo que he leído. De esta manera Cãrtãrescu da con la luz desde el extremo condensado de oscuridad. Los materiales de la imagen lírica son efectivamente leche y niebla negra del amanecer, solo que sacadas a la luz de la percepción. Este fatalismo alcanza a remover una cierta fuerza muy profundo en nosotros. Aceptando el premio FIL de literatura en lenguas romances en Guadalajara el año 2022, Cãrtãrescu declara su fe en la poesía como expresión de la libertad fundamental del ser humano citando una frase famosa de Kafka, tomada de una carta a su amigo Oskar Pollak: «Un libro —dice Kafka— debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros». El libro entonces, la lectura, es un golpe duro, posiblemente mortal. La literatura, como intensidad y altura, como propone Vallejo, es una forma de ataque a los sentidos: la leche negra del amanecer, la niebla negra, inutilidad, amargura, frío, y todo ello con los ecos bíblicos de la poesía, Israel y la desesperanza que culmina en el humor, negro y absurdo de un jugador de ruleta rusa infalible, un tipo extraordinario y despreciable al mismo tiempo, héroe del «sereno infierno» de quienes se juntaban a apostar por su vida o muerte; un tipo sin entereza moral, ni emocional, ni espiritual, y que sin embargo, como se nos dice, «ha sido el único hombre al que le fue concedido vislumbrar al infinito Dios matemático y luchar cuerpo a cuerpo con él» y que muere «por culpa de un revolver pero no de un balazo».
Ahora bien, esta fatalidad, conciencia de tener a la muerte al lado permanentemente, es junto al lenguaje dos aspectos fundamentales que definen esa universalidad de lo humano a la que parece apuntar la literatura de Cãrtãrescu. Tanto en su discurso de Liepzig de 1997, como en su ensayo «Europa tiene la forma de mi cerebro» de 2003, intenta despejar errores en el imaginario que hay entre la Europa occidental y la oriental. Dice Cãrtãrescu: «Del mismo modo que todos somos iguales en liberalismo y en terror, en amor y en abyección, así son iguales todos los escritores a la luz de la inteligencia, de la sensibilidad, de la humanidad, de la crueldad, de la perversidad de su escritura». Pero la diferencia, una suerte de muesca en la «occidentalidad» de lo rumano, se debe, dice Cãrtãrescu, a los propios rumanos: «la imagen de la cultura tradicional, folclórica, rural, con unos cuantos narradores del mundo campesino que, como mucho, estilizan con espíritu moderno las costumbres locales», es un error. Desde los años veinte, continua, el modernismo «se convirtió en el único lenguaje que comprenden los medios culturales de mi país. El modernismo propiamente dicho, junto con las vanguardias y el surrealismo, constituyen el noventa por ciento de la literatura que se ha escrito a lo largo de este siglo en Rumania. Proust ha sido adulado, Papini ha sido endiosado, Joyce ha sido cultivado y rebatido con pasión, Faulkner ha sido imitado hasta el exceso». El cliché de la cultura del «Este» de Europa es equivalente al cliché con que desde el Este miraban a la Europa occidental como «una especie de Dios de la libertad, de la democracia y de la civilización». Pero luego, tras la caída del dictador Ceaucescu en 1989, la frustración ante esa «libertad» mutada en transacción económica, transformó la derrota moral del comunismo en una «soberbia compensatoria» que hace a los rumanos verse a sí mismos como un nosotros que «hemos sufrido» y sabemos lo que es la vida, en cambio ustedes «occidentales, ganan dinero, viven cómodamente, tienen todo lo que desean, pero eso los hace dóciles e indiferentes». «Nosotros», dicen los rumanos «sabemos lo que es la vida bajo el terror, nosotros somos ahora los depositarios de la moralidad e incluso de la fe verdadera. Miren nuestros cuerpos deformados, nuestros dientes estropeados, escuchen el temblor de nuestra voz. Nosotros tenemos traumas, nosotros tenemos de qué escribir y de qué hablar. Lo que nosotros hemos vivido ha sido verdad y es, en cierto sentido, la aureola de nuestros rostros enfermos. Somos mejores que ustedes, hagan lo que hagan, no pueden entendernos pues nuestras experiencias vitales son diferentes». Quizá esta sucesión de errores y malentendidos, afirma el rumano, son posibles «gracias a la indiferencia de unos y el patetismo de otros». Cãrtãrescu se opone a todas estas mutaciones del prejuicio. Así afirma: «No creo que nosotros estemos deformados por la propaganda y ustedes por el lenguaje de la publicidad».
Se trata de una cuestión moral que apela a una suerte de humanismo anterior, muy anterior y común, quizá a lo que Jauss y Blumenberg describieron de manera sistemática como las verdaderas raíces medievales de la modernidad y que podríamos sintetizar en la idea de la ursprache universal de Goethe. Esto abre un montón de cuestiones y contradicciones. Pero para efecto de lo que quiero destacar aquí, es esta idea de una esencia-humana compartida a la que se puede apelar. Una esencia que se hace visible a través de la violencia/libertad que la escritura como literatura ejerce sobre las formas del lenguaje. Esa libertad en tanto poiesis, es decir, la violencia del hacer, culmina con el ángel de comprensión. Por supuesto, la dialéctica de la poiesis implica la forma en que se expresa la violencia de esa libertad. Pareciera que la declaración formal del narrador de El ruletista fuera la declaración de cada hablante de estos libros «No, me resulta imposible hablar sobre él de forma realista. ¿Cómo voy a describir con realismo una parábola viva? Cualquier artificio, cualquier giro o automatismo estilístico que suene a prosa, me horroriza». En estas afirmaciones hay, obviamente cuotas de autoironía. Pero los poetas suelen hablar de la prosa y la narración con recelo. Eso es harina de otro costal, así que es mejor aclarar rápidamente el punto. La obra de Cãrtãrescu no obedece a los lineamientos del conflicto central, ni a la búsqueda de un equilibrio clásico. Esta prosa seguirá operando bajo el principio poético que dice que el poema debe, al menos en parte, alejarse de cualquier cosa conocida. Cãrtãrescu ha señalado cómo, a pesar de la dictadura comunista de Ceaucescu, la vida, la escritura, la vida literaria, la experimentación formal y las publicaciones siguieron sucediendo sin pausa en su país. Es decir, lo que había en su entorno literario no era precisamente realismo socialista.
O al menos las posibilidades de lectura eran suficientemente amplias como para llegar a leer literatura latinoamericana. En sus libros y entrevistas se refiere con frecuencia a Cortázar, Borges, y Lezama Lima. Y es en este punto donde creo que es posible identificar una hebra de comunidad más íntima con nosotros los latinoamericanos. Esta inclinación estético-poética, tal como la declara el narrador El ruletista en la forma de articular su discurso, calza perfectamente bien con lo que nosotros reconocemos como barroco, neobarroco o neobarroso, como quiera llamársele.
Entonces Cãrtãrescu, desde la poesía, podría tener razón: existe una universalidad, o una estructura de fondo que puede aflorar en la medida que el lenguaje nos permita acceder a la atención de cualquier cosa, pero con una intensidad que hace posible intuir y comprender lo que hay, pero que hasta hace un momento, hasta la aparición de imagen contradictoria, era invisible. Esperanza, intuición, comprensión. Esa es, me parece, la libertad en el sentido literario que propone Mircea Cãrtãrescu. Su imagen extendida nombra no la singularidad, sino la extensión general de los fenómenos. Entre Lezama Lima y Góngora, si hemos de seguir la fórmula de que el cubano iluminaba lo oscuro, y el español oscurecía lo claro. Aunque, asimismo, aventuro que su sistema de construcción de imágenes por una cuestión de contingencia es lezamiano. La imagen poética es órfica, sigue siendo la misma fuerza primitiva fundadora del mito de la luz y la oscuridad. De esa tensión, como un espectro y como una decantación, aparece el mundo en el que se desplaza y nos habla.
Independientemente de la posible extrañeza que lo rumano pueda parecerle a Europa occidental, este registro de un hablante compulsivo, lento y conceptuoso, todo ese modernismo leído y digerido resulta a los sudamericanos nada extraño. Para nosotros, o al menos para aquellos que crecieron entre los setenta y los ochenta en Chile, todo lo que se revela es un paisaje y una forma de vida apenas distinto del nuestro. El frío, el cemento, el estancamiento y la parsimonia casi catatónica, junto con la brutalidad física y abstracta, son casi los mismos. Se trata al mismo tiempo de una familiaridad literaria. Desde Góngora, hasta Lezama Lima o Macedonio Fernandez, o pasajes completos de José Donoso, o parrafadas de Pablo de Rokha; el vidente de Rimbaud, incluso el Neruda residenciario, están en perfecta sintonía con Cãrtãrescu. En fin, digamos que su escritura habita en una frecuencia que podemos reconocer inmediatamente. Es como un pariente que llega a hablarnos del lugar de donde viene. Este registro de cláusulas subordinadas, de cadenas de alegorías, es la marca evidente de que se trata de la escritura sobre sí misma, girando como una esfera fenomenológica alrededor del eje que es este hablante/Cãrtãrescu, o este otro Cãrtãrescu, que agita la escritura de sus libros como poeta y sus libros, como el mismo ha señalado, deben leerse como poemas. Este registro nos lleva entonces a considerar las consecuencias del mismo. A Cãrtãrescu, como poeta, le parece que la literatura es libertad. La jaula del lenguaje, la reja de lenguaje como decía Celan, solo puede ser superada a través de la intensidad y la altura del discurso lírico. Ningún otro discurso puedo lograrlo, ni siquiera el de la ciencia o la filosofía. Para la ciencia y la filosofía, para la lógica y el pensamiento analítico, el elemento alegórico, la metáfora que proyecta la imagen poética, peca de redundancia. Si tal cosa es o significa esto otro, no hay más que describirlo de esa manera. Lo que la ciencia y la lógica olvidan, como la misma filosofía alcanza a vislumbrar, es que la imagen poética, el discurso lírico, vence la barrera tautológica porque en ese breve o torrentoso cúmulo de imágenes y alegorías describe procesos y resultados. En su discurso de Guadalajara toma partido por esta posición, o me parece que lo hace, abogando o reinstalando al poeta con todas las prerrogativas. Desde el artesano al profeta. Su actitud, entonces, como Lezama Lima, es órfica. Podemos vencer el tiempo a través de la imagen poética porque la metáfora y la alegoría son la experiencia del tiempo detenido, porque como el propio Lezama Lima afirmaba, en coincidencia con Macedonio Fernández, la imagen, este tipo de imagen es «lo originario sin causalidad, antítesis o logos». Se trata de la ruleta rusa del poema que revitaliza el «concepto de libertad como riesgosa voluntad de elegir» y «penetrar en el paisaje». Si volvemos a la imagen del ángel (el del motor en Oppen o el de la Historia en Benjamin), creo que podemos situar a Cãrtãrescu precisamente como la mirada del ángel que ve la acumulación de escombros sin fin del pasado. Hablo, naturalmente, de un ángel hecho de palabras. El ángel del alfabeto que contiene toda la literatura del mundo y con ella la clave para superar la jaula del lenguaje en su relación con las cosas.
El edificio de la literatura
Mircea Cãrtãrescu
Mircea Cãrtãrescu: Muchas gracias por esta fantástica presentación. Es un ensayo, realmente uno de los mejores que he escuchado con respecto a mi mal trabajo, pero… Es tan bueno que me pregunto qué voy a decir desde este punto en adelante, porque fue muchísimo. Estaba lleno de luz, imágenes e inteligencia. Y ahora me siento obligado, o incluso forzado a ser más inteligente que su ensayo, porque un libro debería ser más inteligente que su introducción. Pero no puedo, no puedo realmente. Así es que les pido disculpas, pero después de esta introducción es muy difícil ser inteligente. Muy buena introducción. Muchas gracias de nuevo.
No quiero dejar de agradecer el liderazgo de la Universidad Diego Portales. Agradecer personalmente a Marcela Aguilar, que ha sido una gran anfitriona. Muchísimas gracias, Marcela, por la invitación y por ser tan amable. Tengo que agradecerles a todos por estar aquí. Por compartir su tiempo y espero que sea una conversación fructífera para ustedes, para mí. Y espero que aprendamos los unos de los otros y volvamos a casa con un mejor humor, en mejor forma, con una mejor actitud. Para mí este ha sido un periodo muy importante de mi vida. He viajado junto con mi esposa y hemos estado ausentes la mayor parte del tiempo de nuestro país. Cruzamos el océano tres veces. Hemos estado en Santo Domingo, la República Dominicana. Y muchos otros lugares. Y ahora tengo que decirles que, desde el comienzo, en Chile me siento en casa. Realmente me siento en casa. Todo a mi alrededor me recuerda a mi país. Y claro, obviamente es así porque Rumania es un país muy latinoamericano. Y mucha gente dice que Rumania es un país latinoamericano, pero nadie sabe por qué. A Dios se le perdió en Europa. Y la gente dice mucho eso. Entonces, claro, hablamos de orígenes latinos en términos del lenguaje. Al igual que ustedes. Igual que los franceses, los portugueses, los italianos y así. También tenemos esta propensión a tener una cultura imaginativa. En la literatura, los escritores son como surrealistas, imaginadores, escritores fantásticos, al igual que los escritores que tienen aquí. Y esto dice mucho sobre esta comunidad de la imaginación y la cultura que tenemos juntos.
Luego, también tenemos las mismas discrepancias. Desafortunadamente, entre los pobres y los ricos. Es lo mismo que en Latinoamérica. Y luchamos muchísimo contra la corrupción y la dictadura. Hemos tenido dictadores comunistas y tres dictaduras fascistas. Porque durante la guerra, algunos fueron realmente horribles. Y como compartimos las mismas características comunes, como seres humanos, ustedes notarán tal vez que cuando nos conozcamos un poco mejor que, la verdad, es que somos lo mismo. Amamos vivir, reír, ser humanos. Somos modestos y amamos todo alrededor de nosotros y odiamos solo al odio, como dijo Bob Dylan en una de sus canciones.
Así que siempre me he sentido en casa. No solo aquí, sino en Colombia, en México, en Santo Domingo, en la República Dominicana, donde tuve el privilegio de estar. Me encanta Latinoamérica. La verdad es que la amo y me gusta pero, de cierta forma, siento miedo porque estoy tan lejos de mi hogar. Hay 13.000 kilómetros de nuestro hogar hasta aquí. Más que el diámetro de la Tierra. Nunca he estado tan lejos, en toda mi vida. No sé si podría ir a Australia o a la Antártica. No creo que puedan estar en mi vida. Mis viajes aquí me recuerdan al último viaje de Ulises. Y en el infierno de Dante, Ulises dice: Compartan con el otro héroe de la guerra troyana la misma llama, están castigados en el infierno porque ellos engañaron. Ellos eran muy hábiles en la traición. Por ende, Dios los castigó para que ardieran con la misma llama y cuando Dante les muestra, Ulises le cuenta su historia. Que volviendo a Itaca se sintió inquieto. Fue un problema. Se aburrió. Claro, Penélope estaba, todo estaba en casa y se sentía como en casa, pero se aburrió. Sentía que estaba viviendo por nada. Entonces reunió a sus amigos y en su último viaje, un viaje rarísimo, muy fantástico, porque se preguntaba qué había más allá de las columnas de Hércules, de Gibraltar. Y fueron muy lejos. Tomaron un bote y viajaron al sur. Y vieron otras constelaciones, extrañas, y vieron la torre blanca del Purgatorio y cuando llegaron cerca del Purgatorio, cometieron un acto terrible contra Dios y Dios les envió las tempestades y el barco se hundió. Ulises falleció cerca del Purgatorio. Así que de cierta forma me siento como Ulises.
Es un viaje tan largo para mí.
Ahora quiero hablar con ustedes sobre el tema que amo más. No es un misterio que este tema sea la literatura. He sido profesor en la universidad y también en una escuela. En la secundaria, durante 41 años. En ese punto enseñaba literatura, hablaba de literatura con mis estudiantes todo el tiempo. Así que incluso ahora es mi tema favorito. Y desde el principio quiero decirles que, claro, la literatura no es un planeta. No es una galaxia, no es un continente. Es muy difícil hablar de eso, pero lo primero que les quiero decir es que lo que más aprecio al hablar de la literatura es su fantástica diversidad.
La literatura no es un río o un océano. Son todos los ríos, todos los océanos del mundo. Es tan diversa. Si consideramos eso, llamamos poesía a algo escolar con sílabas, o al Mahabharata, que son 200.000 versos. Ambas son poesía. Y lo son. La poesía entonces es algo inmensamente diverso. Llamamos literatura a los sketches humorísticos y al verso metafísico. La literatura es, básicamente, todo lo que puedo nombrar como literatura. Así que esta diversidad es lo primero que quiero expresar. Y eso es lo que más amo en la literatura. Y mucha gente dice, ah, la poesía es sólo lo que escribo. Las otras poesías no son poesía. La poesía es lo que hace mi generación. Lo que hace mi escuela, pero no. Son muchos tipos, tan diversos como el cuerpo humano. El corazón no es similar al cerebro, el hígado no es similar a su dedo pequeño, pero todo eso hace un cuerpo. El cuerpo de la literatura es tan complejo, es tan inmenso que nadie podría describirlo. Cuando preguntan sobre poesía, ¿qué es la poesía? Federico García Lorca respondió: Bueno, no sé qué es la poesía, ustedes tampoco saben lo que es, nadie lo sabe. Porque la poesía es un duende, es un elfo, y ahora está aquí y luego desaparece. Se desvanece, luego retorna, es como una llama o un tesoro.
Es inmaterial. No tiene conexión con ningún circuito de dinero o interés o política o cosas típicas de nuestra vida. Es solamente una conexión con la belleza. La belleza y la poesía son lo mismo. Gracia y poesía son lo mismo, pero de alguna forma es bueno percibir la literatura como un todo. Pero no confío en la ciencia de la literatura, así que prefiero una metáfora, una alegoría. Así que imagino la literatura como un edificio. Y este edificio puede ser un palacio, un monasterio, cualquier tipo de edificio grande e importante. Y ese edificio se puede ver desde una gran distancia, porque está en la parte superior de una montaña. Es la montaña de millones y millones de libros dudosos y malos. Bueno, no todos, algunos son buenos, pero son libros que no entran a este edificio, aunque lo hacen visible. Es una gran cantidad de lo que llamamos literatura popular. O como dicen los alemanes, literatura trivial. O a veces lo llamamos literatura para gente común. Consiste en diferentes libros. El 99% de la literatura está creada así y arma esta montaña. Así que hay melodramas de todo tipo: Libros de aventura, libros motivacionales, de ciencia ficción, libros sobre los tiempos medievales y así en adelante.
Hay muchos libros que no puedo leer. Bueno, solo algunos, pero la mayoría de la gente los lee y los disfruta. No los desprecio. No soy un snob. No estoy despreciando este tipo de literatura porque es necesaria. Incluso los libros malos son necesarios en mi opinión. Una casa se crea con cosas llenas y vacías. Si todo estuviese lleno, no podrías entrar a casa. Si la literatura consiste solamente en piezas maestras, ninguna literatura sería realmente posible. Hay que tener una comparación, como el diamante que brilla sobre el terciopelo negro opaco. Así que lo aprecio muchísimo, es una apreciación real incluso para los malos escritores o poetas o para la mala literatura. Este tipo de literatura también tiene sus piezas maestras. Philip K. Dick es un genio de la ciencia ficción. Sin embargo, la mayoría son súper malos en literatura, pero la hacen visible, tienen este poder de hacer la literatura real visible, la que está en la parte de arriba de esta colina y por supuesto, está el comercio entre estas dos partes de la literatura. Y hay matrimonios entre ambas. Incluso Gabriel García Márquez, incluso Vargas Llosa, usan algunos arquetipos de la literatura popular para poder crear sus trabajos absolutamente maravillosos. Y la ciudadela de la literatura consiste en varios pisos, etapas, y creo que cada etapa corresponde a una definición de la literatura. Así que podemos definir la literatura desde el comienzo como una profesión.
El primer piso de este edificio, de esta ciudadela, es para los carpinteros, para aquellos que construirán las paredes de la literatura, para aquellos que son los ingenieros de la literatura, que saben cómo hacer un piso, una historia, un carácter, un personaje, y unir todo, de tal forma que un terremoto de crítica no pueda destruir la literatura. Ustedes ¿pueden imaginar la literatura como una profesión? Es un poco repulsivo, porque ¿qué es una profesión, realmente? ¿Es una manera de obtener el dinero para poder vivir? Aprendes y luego lo haces para toda tu vida.
Algunas cosas de la literatura se pueden aprender de esta forma. Ustedes tienen un curso de literatura creativa. Enseñan a los estudiantes algunas cosas básicas, algunas cosas básicas de la literatura, porque no puedes ser un poeta, tienes que nacer como un poeta, pero puedes aprender algunos trucos de la profesión. Puedes aprender cómo escribir un mejor punto. Puedes nacer como poeta, pero jamás se te va a cruzar por la cabeza escribir poemas. Pero si vamos a este tipo de proceso de literatura creativa, al círculo literario, etc., podemos aprender sobre literatura en su primer nivel.
Podemos convertirnos en profesionales de la literatura. Por ende, los muros de este edificio están construidos por profesionales, por personas que saben cómo hacer las cosas de manera correcta y quienes obtienen dinero al hacerlo. Quienes pueden ganarse la vida así. Pensemos en algunos de ellos. Balzac, por ejemplo, es un muy buen ejemplo de un carpintero de la literatura. O Tolstoi. Hubo otros escritores que pueden hacer las cosas de manera correcta, quienes pueden construir edificios épicos en una forma sólida, buena. Obviamente, no solamente son profesionales. De hecho, los cimientos de la literatura están mezclados de cualquier forma y cualquier escritor a la vez es un profesional. Y luego se va a ver qué significa cada uno de estos niveles. Pero ¿podrían entender que no es suficiente ser un profesional de la literatura o de las artes? ¿Cierto? Podemos ser Mozart o Salieri. No es lo mismo.
Podemos aprender y podemos saber cómo escribir una novela, un borrador, una historia, un relato, pero no es suficiente para ser un muy buen escritor. Necesitamos algo más. Por ende, llegamos al segundo piso de la literatura, que es para los escritores mejores que el carpintero simple. Porque una catedral, después de construir los muros, necesita un trabajo de pintura. Porque una catedral necesita ser decorada. Necesita tener esculturas, obras en mármol. O con oro, plata, etc. Y un simple albañil no puede hacer esto. Necesitamos un artista superior. Así es que el segundo nivel de la literatura está reservado para el artista. El artista de la literatura.
La literatura no es solo una profesión sino que es un arte. ¿Cuál es la diferencia entre ellos? Un profesional puede aprender su trabajo y puede dejarse un poco de espacio para su vida, pero un artista no. Y además de eso, podemos ser hoy un artista y mañana no serlo más. Ser un artista es momentáneo. Uno puede escribir un poema fantástico hoy y a partir de mañana es posible que no seamos capaces de escribir nada ¿cierto? Hay casos de escritores que perdieron su inspiración de un día al otro y nunca más escribieron. Pienso en Salinger, por ejemplo, quien escribió cuatro libros importantes y después de eso estuvo en silencio por muchos años. Aunque quizás escribió algo, tenemos que esperar. Luego se va a abrir esa bóveda y quizás haya algunas piezas maestras, obras que escribió entre medio, pero para nosotros, durante 50 años nunca más escuchamos de Salinger. Y hay muchos otros casos. Uno no puede confiar en su arte. Su arte está con ustedes hoy, pero mañana va a estar con otro. Y esta es la parte que nos da miedo. No pueden confiar en su arte. Su arte los puede dejar en cualquier momento. Uno se puede levantar una mañana y tiene la mitad de un libro escrito, empieza la próxima página y se da cuenta que no puede. No puede, no puede. Y el libro no va a estar terminado, ¿cierto? Va a estar incompleto para la eternidad. Es la trágica condición del artista, del escritor, del poeta.
Esto hace la diferencia, una gran diferencia. Pero cuando él o ella estén inspirados, van a estar felices. Es una felicidad inmensa ser artista. Poder crear algo, algo hermoso, echar una gotita de belleza, integrarlo en este mundo horrible. Los artistas son mis dioses, son mis héroes, lo son todo para mí. Entonces, el segundo piso de la literatura son los grandes artistas de la palabra. Vladimir Nabokov, por ejemplo, Góngora. Bueno, la mayoría de los grandes escritores que conocemos todos son de este tipo. Pueden trabajar con palabras, pueden ver las palabras. Generalmente no vemos las frases, pero ellos las ven. Para un artista real una frase es como un ser viviente, ¿no? Y lo vemos con una lupa y nos damos cuenta que tienen muchas patas que se mueven todo el rato, como un bicho. Entonces, para muchos artistas las frases están vivas como un ciempiés y esto es genial ¿no? Hablemos de Lolita, el libro. No podemos saltarnos ninguna palabra en Lolita. Obviamente se puede, pero sería una lástima. Porque Lolita es como una molécula química muy larga. Esas moléculas químicas largas donde cada uno de los átomos de nitrógeno, oxígeno, etcétera, son críticos. No se puede llegar y tomar, quitar un átomo o una molécula, porque desaparece. Entonces, Lolita es una gran molécula, es una maravilla de la literatura y muchos otros escritores logran este tipo de asombros.
Ellos decoran entonces los muros de esta catedral y de ahí en adelante esto no es solamente un edificio, una bodega: se convierte en un arte. Entonces, hasta ahora tenemos el primer lugar que es el más sólido, ¿cierto? El primer piso, que son los cimientos del edificio que está construido por profesionales. Y el segundo piso es volátil. Es una obra de arte. Pero también hay un tercer y un cuarto piso. En el cuarto solamente hay un escritor, pero vamos a esperar un poco hasta ese punto. El tercer piso: ¿qué podría estar más allá de la profesión y del arte? Eso es lo más importante. Porque yo hablé de Salinger. Y en uno de sus libros, muy pequeños pero absolutamente hermosos, hay una escena que está situada antes de la Segunda Guerra Mundial. Y a dos miembros de la famosa familia Glass van y los llevan, los reclutan para el ejército. «Buddy» Glass, que es un escritor, y Seymour Glass, que es como un profeta, como el poeta de la familia. Y a ambos les dan algunos formularios que tienen que rellenar y, en la profesión, «Buddy» Glass escribe: Escritor profesional. Y Seymour se empieza a reír cuando ve lo que escribió su hermano. Y «Buddy» le pregunta, ¿por qué? ¿por qué te ríes de mí? Y acá entra una frase muy importante, que me ha obsesionado toda mi vida. Seymour dice «¿desde cuándo la literatura es tu profesión? Yo pensaba que era tu religión». Entonces hay otro nivel. Está la catedral, ¿cierto? Tiene que haber muros. Y los albañiles los construyen. Luego tiene que tener decoraciones. Los pintores y los escultores que las hacen. Pero también tiene que ser consagrada. Si una catedral no se consagra, no tiene nada sagrado. Tiene que ser sagrada. Entonces hay algunos escritores mejores que los carpinteros, los albañiles, los pintores y los escultores. Son quienes consagran el edificio de la literatura y son los que llamamos genios de la literatura. Entre ellos están los literatos más conocidos. Los mejores que conocemos, todos: Gabriel García Márquez, Fiódor Dostoyevski, Thomas Mann. Y también los escritores que todos amamos, que todos apreciamos. Los que hablaron sobre la condición humana. No son solamente escritores líricos o épicos muy poderosos, no son solamente artistas fantásticos. Tienen algo más. Saben lo que es un ser humano y esto es absolutamente crítico. El arte, la literatura, para ellos es una religión. Tienen fe en lo que hacen y nos hacen también tener fe en la literatura, en la cultura. En lo que significa y en nosotros mismos. Al igual que esa luz de la luna que muestra la luz del sol, compartimos la luna de estos grandes profetas de la literatura. Y en la parte superior de este edificio sitúo solamente a un escritor, como les dije. Y creo que él es el mejor maestro de la modernidad. Está por sobre todos, por sobre los albañiles, los pintores, los profetas, sólo porque nunca se consideró un escritor, nunca dijo: Soy escritor. En cierta forma, todos los otros escritores construyeron las puertas. Trataron de salir, pero no se puede salir a través de una puerta pintada. Pero esa parte superior abrió la puerta real al más allá, para ir a otro universo. Y este escritor, obviamente, saben que es Kafka, ¿no? Franz Kafka. Y para mí, Kafka es el escritor absoluto porque no era un escritor. En la escritura hay un espacio muy pequeño para mantener a Kafka dentro. Kafka es la voz del dios. Hacia finales de su vida, ya no era un ser humano. Si leen sus diarios, por ejemplo, o si leen El Castillo, su última novela, ven que él no habla en ningún idioma humano. Él escribió un lenguaje propio. Podía respirar este aire muy delgado de la parte del peak de la montaña. Se convirtió en un alienígena, en alguien más, alguien distinto, con otra anatomía, con otro tipo de cerebro y otro lenguaje. Para mí, él es el escritor supremo. Y tal como dice la Biblia, yo no soy digno de limpiarle las botas.
Esta es una imagen muy juvenil de la literatura que quería darles. Pero creo que hay algo real en esta historia. Porque los hace pensar sobre este castillo, esta ciudadela hermosa en la cual vivimos todos, ¿cierto? Todos los amantes de la literatura. La literatura se trata de la belleza, y la belleza se trata de la gracia. Y la gracia es la parte superior de todo el conocimiento, porque el conocimiento es solo uno. Se puede dividir en muchos gabinetes, solamente para aspectos de deducción. Pero el conocimiento es una única ola que contiene la matemática, la física, las ciencias, la metafísica, la filosofía, la poesía, las artes, la música, la literatura, el vino, el sexo, cualquier cosa que puedan imaginar. Todas nuestras vidas tienen que ver con el conocimiento, son conocimiento. Pero la parte superior y la cima es la poesía, en mi opinión. Porque la poesía la podemos encontrar en cada uno de los gabinetes o estantes donde ponemos pedazos de conocimiento. Por ejemplo, los matemáticos dicen que una ecuación es hermosa. La belleza de esa ecuación es la poesía. En la biología, toda la biología es hermosa. En la biología, toda la biología es poesía, yo creo, pero pienso en el hecho de que el niño dentro del útero, repite todos los pasos de la especie. Al comienzo se ve como un pequeño pez, luego como una rana, luego, ¿cómo llamamos a esto? Como una culebra, serpiente, etcétera, como un mamífero, y luego se convierte en un simio, luego en humano. Y si es que se queda un poquito más, se convierte en un dios o en un ángel. Pero, la mayoría de las mujeres tienen hijos, ¿cierto? Dan a luz a niños y niñas. Esto es un poema. ¿Quién podría imaginar que ustedes, un ser humano, tú como ser humano, eras un pez, eras un sapo, un mamífero, eras todo y todo está dentro de ti. Desde la primera patita hasta como son ahora? Todos vivimos en un gran poema.
No sé si el poema de Dios, si es que nuestro inconsciente, bueno, es un poema. Todo lo que está alrededor de nosotros es un gran poema.