Paloma Domínguez: Me siento honrada de poder tener esta conversación con mi querida Maliki. Quería contar una pequeña anécdota: con Maliki y nos conocimos en «¿Qué leer? ¿Cómo leer?», un seminario que organizó la Escuela de Literatura Creativa UDP con el Mineduc sobre literatura infantil y juvenil. A Maliki le pidieron que hiciera un texto para hablar de su trayectoria y dejó a todo el mundo con la boca abierta, porque en 2014 no era tan conocido el tema del cómic de autor y todavía en Chile había mucho prejuicio al respecto. Ahí habló sobre eso, sobre las adversidades que había tenido en el medio nacional y contó algunos problemas con editores que evidenciaban la misoginia que había en el ambiente. Habló sobre el cómic autobiográfico y el poder que tenía en términos terapéuticos, y se refirió a sus inspiraciones en ese momento, que le permitieron mostrar por primera vez a una mujer que está lejos del estereotipo hecho por el hombre, de la víctima, evidenciando cosas que pasan, pero con humor. Yo lo encontré maravilloso y empecé a investigar, gracias a la Maliki, este tema de las autoras. Por eso siempre voy a estar agradecida.
Marcela Trujillo: ¡Qué bacán! No tenía idea de esa historia. Tampoco me acuerdo del texto. Tú me dijiste ayer que era súper bueno, pero yo no me acuerdo porque se me olvida todo.
Gracias a la universidad por invitarme y a todas las personas que están acá. Me encanta que el cómic genere interés, no solamente de las que lo dibujamos o de los editores, sino de personas que están en la academia, en la literatura y en otras áreas, porque eso me hace ratificar la idea que tenía cuando volví de Alemania en 2006: que en algún momento en Chile el cómic iba a tener un lugar digno (el cómic de autor, de mujer o autobiográfico), porque no existía en ese momento acá, pero yo viví en Estados Unidos siete años, y en Alemania, dos, y allá eso existía y el cómic se consumía mucho. Yo siempre les decía a mis alumnos que eso en algún momento tenía que pasar en Chile, porque somos imitadores de los países desarrollados, sobre todo Estados Unidos, para bien y para mal. En este caso, es para bien. Así que estoy muy contenta de que podamos estar acá hablando de cómic.
PD: ¿Cómo llegaste a la historieta?
MT: Siempre consumí historietas. Eso es lo que leí cuando chica: historietas de Walt Disney, La pequeña Lulú, las de editorial Novaro de México, todo lo que llegaba en los 70. Me críe con la historieta, no con libros de niños o cuentos ilustrados. Todos mis dibujos siempre fueron como una historieta: los personajes pensaban o decían algo, eran personajes que estaban actuando frente al espectador, como en el teatro. Después, cuando estudié pintura, tuve que aprender la otra parte, que es cómo replicar la imagen que vemos, porque todos mis dibujos venían de mi cabeza, de lo que yo imaginaba. En la universidad aprendí a mirar lo que estaba afuera y a replicarlo. Ahí me aluciné con eso, pero mis pinturas siempre las construí con personajes y en ellas pasaban cosas, aunque todo estaba en términos simbólicos.
En ese tiempo me invitaron a la revista Trauko y ahí publiqué mis primeros cómics a los 19 años, así que antes de exponer mis pinturas, publiqué cómics. Pero no eran mis guiones, eran de Álvaro «Huevo» Díaz, y después de eso dejé de hacer cómics como por dos años y empecé a consumirlos. Luego me fui a Nueva York y leí muchos más cómics hasta que llegué a los de mujeres: Jessica Abel, Diane Noomin, Aline Kominsky, Phoebe Gloeckner, todas esas autoras. En esa época no habían muchas, pero ellas eran las pioneras, y cuando las leí, todo lo que yo había aprendido y todo lo que estaba en mí me hizo sentir lista para empezar a hacer mis propios cómics.
En el 2001, más o menos. empecé a dibujar mi vida porque yo no sabía que podía inventar historias, ya que nunca había estudiado el tema de los guiones. Decidí hacer mis historias, total cuando uno hace autobiografía las historias están listas, no hay que inventar, solo me tenían que pasar cosas mínimamente interesantes para que las pudiera contar. Eso me ayudó mucho a estar súper consciente de lo que me pasaba, a tratar de escuchar mucho, observar a la gente y acordarme de las cosas que decían, porque no andaba anotando. Yo trabajaba de niñera y estudiaba pintura, y en ese entonces se me ocurrió hacer cómics de mis carretes de los fines de semana: salían mis amigos y lo empecé a pasar súper bien con eso. Y en algún momento la pintura se me hizo muy difícil porque la competencia en Nueva York era infranqueable, yo no había ido a ninguna universidad de las grandes allá y sentía que no tenía opción de poder exponer. Me desilusioné de la pintura y me empezó a gustar mucho el mundo del cómic, que tenía lectores, editores, librerías: había todo un circuito.
Afortunadamente, los cómics que hice los vieron hartas personas y me invitaron a publicar en The Clinic. Recién entonces sentí que me había convertido en dibujante de cómics, nunca sentí eso cuando estaba en Trauko: empecé a mostrar los cómics en un periódico que se vendía en todo Chile y yo siempre les digo a mis alumnos que el cómic sólo es cómic cuando lo leen otros, cuando se imprime. Un cómic que está en tu casa, en tu bloc o en un mueble, no es cómic todavía, es un dibujo no más. Para que sea cómic tiene que estar impreso y lo tiene que leer mucha gente, por eso sentí que ese fue el momento en que empecé a tener esta otra profesión. No me demoré tanto en publicar esos cómics como libro con Feroces Editores, alrededor del 2010, pero entonces en Chile no había un circuito de cómic, ni menos de dibujantes mujeres de cómic, así que dije que sí a esta editorial que eran puros hombres y tuve una experiencia súper desagradable con ellos, tanto que ni siquiera incluyo ese libro dentro de mi obra, como si no existiera.
Recién con el siguiente, El diario íntimo de Maliki 4 Ojos, empecé a hablar del tema de género, porque no se me había ocurrido lo importante que era hablar del hecho de que era mujer. Desde chica siempre sentí que no me quería identificar con el género femenino, porque sentía que no había respeto por las mujeres, así que prefería identificarme más con el mundo masculino: tenía muchos amigos hombres y era la amiga de los amigos.
PD: Tiene que ver con la misoginia institucionalizada.
MT: Claro, entonces yo era la niña ruda y nadie me decía nada porque yo era brígida. Pero esa era mi manera de navegar por este mundo patriarcal, porque no todas las mujeres deberíamos hacer eso para que nos respeten. Además, tiene sus consecuencias, o sea, ser la ruda y navegar así me pasó la cuenta hace unos años con una depresión, porque me hizo construir un personaje que no era yo. Eso da para otra charla.
PD: Tú eres una de las grandes exponentes del cómic autobiográfico y desde tus comienzos gran parte de su obra está relacionada con eso. No obstante, de a poco te has ido acercando a la ficción. ¿Cómo ha sido pasar desde la no ficción a la ficción?
MT: Ese es un tema súper entretenido para mí, porque como te dije al principio yo sentía que no me correspondía hacer algo que no había estudiado. Entré a la ficción por la puerta de atrás, por accidente, porque me tiraron para adentro. Fue cuando dice Ídolo, que es un libro que quiero mucho porque es mi primera novela gráfica y además estuve muchos años haciéndola. Me costó mucho y fue un trabajo muy duro para mí, pero me trajo muchas satisfacciones. Originalmente iba a ser un libro autobiográfico a partir de un romance que yo había tenido en un festival de cómic internacional y lo iba a contar exactamente como ocurrió, con los nombres, con todo, pero el protagonista me pidió que no se supiera su nombre porque estaba casado. Entonces yo, como buena y obediente que soy, le dije que aceptaba y empecé a inventar todo.
En vez de que fuera en el país original, inventé que era en Lima porque había estado ahí dos veces el año anterior y tenía muchas fotos. Además tenía experiencias guardadas de otros festivales en Argentina, Perú, Venezuela, Estados Unidos, México, Colombia. Entonces lo que hice fue juntar muchas anécdotas de otros festivales y ponerlas ahí, hice una especie de charquicán con la historia. Él era el único que tenía un nombre falso, todos los demás tenían sus nombres verdaderos. Invité a mis amigas, hasta tú estabas.
PD: Sí, yo salgo en el libro.
MT: Los usé como actores y actrices y el único que inventé entero, que disfracé entero, fue el personaje principal. Ahí me di cuenta de que era algo súper entretenido de hacer.
Se me ocurrió que podía contar la historia original porque era una buena historia: cada vez que la contaba la interlocutora o el interlocutor me preguntaba por lo que pasó después, y si se entretiene el otro, la historia es buena. Lo que hice fue contarla muchas veces para saber qué cosas tenía que dejar fuera y qué cosas tenían que quedar, porque no hay mejor juez que el interlocutor: si se pone a bostezar, esa parte hay que sacarla, porque es fome. Luego lo que hice fue escribirla, como una composición. La escritura para mí es algo que también es muy familiar, porque leo desde muy chica y me encanta la novela, el cuento, me encanta la ficción, la encuentro fascinante. Yo empecé a leer ensayo hace poco, cuando empezó el movimiento feminista, pero la literatura, la ficción, es parte de mi vida. Después de escribir la historia empecé a preparar las escenas. Me autoenseñé cómo hacer la historia, aunque por supuesto todo el rato estaba insegura, pensando que alguien que supiera de guiones me diría que no tenía pies ni cabeza. Pero estaba tan metida en esto y tan entretenida que me dio lo mismo.
Al protagonista lo tuve que construir entero. Además de inventarle un nombre, como este tipo era europeo se me ocurrió que podía ser un vikingo y me metí en ese mundo, empecé a ver la serie Vikingos y leí Mi lucha de Karl Ove Knausgård. Así armé al personaje, pero también tuve que inventar el libro que él estaba haciendo, que de hecho es la base del que estoy escribiendo ahora. Además me inventé un libro para mí, para mi personaje, que era Marcela Trujillo. El libro se llamaba Éxtasis, después se llamó Ídolo, no sabía muy bien cuál sería. También me di cuenta de que todos los personajes podían ser representaciones de otras cosas, símbolos, como yo trabajo con mis pinturas.
El libro está construido con estos dos mundos: el mundo real de los personajes, en el que conté exactamente la historia que me pasó, porque igual la quería contar y tenía anotadas las cosas que habíamos hablado y todo; pero también inventé un mundo de fantasía, donde hay una bruja, un árbol de la vida, un bosque encantado y un dragón. Y Santa Rosa de Lima, que es la monja, la santa.
PD: Y está Maliki también.
MT: Sí, el personaje mío que inventé en el 2001 en Nueva York, con un chanchito. Entonces ese libro para mí es importante porque ahí entré a la ficción, pero no porque lo decidí, sino porque tuve que hacerlo para poder contar esta historia. Fue muy entretenido, pero a la vez muy difícil, porque yo lucho siempre contra la inseguridad: me veo muy segura, pero siempre pienso que estoy haciendo las cosas mal. Creo que no es algo mío nomás, sino de muchas mujeres que creemos que somos insuficientes. Fue un libro que me provocó muchas inseguridades y, cuando estaba terminándolo, me dio depresión y me llegó la menopausia, todo junto, y me fui a la chucha. Fue terrible. Qué bueno poder contarlo riéndome, pero lo pasé mal.
Antes de la menopausia había hecho una dieta, había bajado mucho de peso, entonces tenía otro cuerpo y, al tener otro cuerpo, tenía otra relación con el mundo. Y estaba soltera, tenía romances, y en todos los romances que tuve en Chile los hombres se me ponían a llorar en la cama. No sé por qué. Se ponían a llorar antes, después o durante, cualquiera de las tres. Yo pensaba que era porque no tomaba alcohol y siempre había ligado el sexo al alcohol, pero ahora yo estaba lúcida, pero ellos siempre se habían tomado algo, entonces yo era comprensiva, parece, y los escuchaba y su vida les daba pena porque a esta edad a uno le da pena lo que ha hecho y todos tienen sus problemas: las ex, los hijos, las pensiones, etc. Entonces en esta historia me pasó la misma situación con un tipo europeo, que se veía súper feminista, que venía de vuelta y que además era mi ídolo, encontraba demasiado bueno su trabajo. Así que empecé a sentir que el problema no eran los hombres, era yo, que yo provocaba eso en los hombres. Y esa situación provoca mucha risa, porque es súper absurdo que ocurra.
PD: Y también por eso es interesante que este libro se llame Ídolo, ¿no? Porque al principio se muestra toda esta idealización de los hombres y del personaje, el que después de tener este momento de vulnerabilidad se convierte en un ser humano más.
MT: Un ser humano como todos, chileno o europeo, como sea. De hecho me acuerdo de que conversamos acerca de este tema cuando el libro se iba a llamar Éxtasis, porque yo hacía la conexión entre el éxtasis sexual y el éxtasis religioso. Yo fui criada en colegios católicos y tenía toda esta visión religiosa, algo que me ha ayudado mucho a ser matea, por ejemplo, ya que la religión tiene reglas y a mí me gustan las reglas. Me gusta ponerme reglas y tener que cumplir con un calendario, soy lo menos hippie que hay. Creo que la religión me enseñó eso, a ser estricta conmigo misma, y eso llevado al extremo está en la mujer estricta que no come y que se pega, en la santa, en Santa Rosa de Lima, que hacía eso y vivía sola para demostrar su amor a Dios.
Eso lo conecté con la relación que yo tenía con los hombres, que era de ese modo: todo para ellos, me enamoraba de un tipo y me gustaba todo lo que le gustaba a él. Entonces como tuve tantos pololos, conozco mucha música de muchos estilos. Qué ridiculez más grande, pero bueno, es la verdad. A un pololo le gustaba el manga y por eso me sé toda la historia del manga. Uní todo eso en la idea de Éxtasis, pero Ídolo también tiene que ver con la religión, con estar todo el rato alucinado con algo y no ser capaz de ver lo que es realmente: que es un hombre, una persona normal, un ser humano que tiene las mismas emociones que tengo yo. Eso me ha costado mucho, entender que mis ídolos son personas y que yo también soy persona, que es algo súper simple, pero también muy profundo.
En la novela gráfica, cuando el personaje tiene sexo con el ídolo, la monja y Maliki entran en éxtasis. El de la monja es religioso, pero el de Maliki es un éxtasis creativo, porque Maliki representa el arte, y eso también es algo que yo experimento siempre cuando pinto o dibujo: hago un dibujo que me gusta mucho y eso es una satisfacción tan grande que a veces siento un éxtasis, lo puedo llamar así. Es algo muy lindo, pero también súper efímero, porque el éxtasis no dura nada.
Esa doble página la pintamos en un mural en el MAVI, en una exposición, y ahí está el tema de cómo juntar el arte con el cómic, porque yo sigo pintando y haciendo exposiciones, me gusta que el cómic entre al museo y que en el cómic aparezca el arte, y a pesar de que son dos mundos distintos, yo pertenezco a ambos y para mí están juntos. Hice este mural con mis alumnas de cómic en cinco días y fue una experiencia súper bonita porque nunca había hecho un mural. Después lo borraron, porque así son los murales, son efímeros, como el éxtasis.
Con Ídolo, una historia casi real yo pensé que había entrado a la ficción y de aquí no iba a salir. Pero como te dije, al final del libro me dio depresión y me botó, o sea, quedé valiendo nada. Antes de hacer una terapia psicológica hice muchas terapias alternativas, porque en mi familia, y en general en nuestra cultura, no estamos muy acostumbrados a eso. Ahora creo que se acepta más, pero años atrás no era tan común, porque además es muy caro.
PD: Y hay muchos prejuicios sobre la sanidad mental.
MT: Mucho prejuicio, entonces me demoré como dos años en cachar que tenía depresión. Durante esos dos años hice terapias alternativas, y una de ellas fue hacer un diario sobre todo lo que me estaba pasando, porque sentía que me iba a ayudar, pero en realidad me hundió más. Cuando me relaciono con el dibujo así, honestamente, entro al inconsciente, y allí están todos los monstruos, guardaditos. El Diario oscuro está dividido en dos partes: la primera incluyó todas las terapias alternativas que había hecho y la segunda la hice después de la terapia con una psicóloga real, que fue tan heavy que tuve que dejar pasar unos meses y elegí dos o tres cosas que habíamos hablado con la psicóloga para dibujarlas en el libro y así terminarlo. A mitad de camino de la primera parte se lo mostré a mi editor y él me dijo que lo publicáramos, pero al principio yo no lo hice pensando que podía publicarlo, y después ya tenía que entregarlo, así que en la segunda parte yo elegí tres cosas y las puse. Me gusta hacer diarios porque no tengo Carta Gantt, no tengo guion, no tengo storyboard, no hay historia, es sentarme y empezar a escribir.
PD: En el cómic autobiográfico, lo privado se convierte en público. Eso también es algo que el feminismo siempre ha dicho, que lo privado también es político. Esto tiene un doble filo: por una parte, es recurrente la pregunta de hasta dónde eres dueña de tu historia para poder contarla, sobre todo con el nivel de honestidad con el que tú trabajas y te expones, no sólo a ti, sino también a quienes son partícipes de esta historia; pero por otro lado, y yo creo que por eso tienes muchos lectores que te siguen, evidencias lo tabú, aquello de lo que nadie quiere hablar, lo incómodo, y eso también permite que llegues a un nivel importante de empatía y de confiabilidad entre lector y autora.
MT: Sí, porque no somos solamente las cosas buenas que nos han pasado y los logros que hemos tenido, somos todo: somos los abusos que hemos vivido y también nuestros fracasos. Con la revolución feminista aparecieron las funas en internet y las mujeres empezaron a hablar sobre los abusos que habían sufrido, y eso fue en la misma época en que yo hice el libro, entonces también tenía ese apoyo. Sentía que era algo súper importante de decir y al final del libro conté la experiencia de abuso que yo tuve. Hablé hasta sobre las ganas de no vivir, que en la depresión son muy recurrentes: uno dice «tengo tantos problemas, está todo tan mal que si yo no existiera todo se solucionaría, porque los problemas son todos míos, yo soy la culpable de todo», y eso es un pensamiento suicida en pañales. Nunca intenté suicidarme, pero sí pensé eso, muchas veces.
También el humor para mí es súper importante, sobre todo en un libro como este en que estoy hablando cosas muy tristes y desesperanzadoras. Las digo con humor, porque si no, sería terrible. El humor siempre me ha ayudado, no solamente en los libros, sino en mi vida diaria, para poder relacionarme con la verdad. Con el humor las cosas dejan de ser tan pesadas y en este libro hay mucho humor, a pesar de que hablo de temas súper difíciles.
La parte más crítica del libro es cuando hablo sobre la experiencia de la violación que yo sufrí cuando tenía 19 años. Es algo que nunca le conté a nadie hasta que se lo conté a mi psicóloga el primer día que me junté con ella. No sé por qué lo hice. No tenía idea de que eso todavía estaba en mi cabeza, pero fue como un tapón que saqué: conté eso y ahí empezó mi terapia, trabajé con eso durante varios meses hasta que se lo conté a mi familia, a mis hijas, y finalmente lo dibujé en este libro, y en dos libros más y en un cuento. Ahora siempre lo cuento, ya no me pongo a llorar ni me da vergüenza decirlo. Antes decía que tuve una experiencia de abuso, pero no, a mí me violaron, hay que decir las cosas por su nombre. Ha sido un camino súper reconstructivo, de ahí en adelante todo empezó a ir para arriba, empecé a dejar de sentir pena, a dejar de criticarme tanto, y las cosas empezaron a tomar un camino mucho más agradable para mí. Esta historia es la que cierra el libro, esa violación en la que además yo quedé embarazada y me hice un aborto cuando era ilegal. Y era un secreto de mi familia también, porque ellos me ayudaron, pero me dijeron que nadie podía saberlo. Y entonces yo, siempre tan obediente, lo guardé en un cajón y nunca le conté a nadie. Incluso cuando todas esas mujeres empezaron a hablar de sus experiencias, yo no lo sacaba de mi cajón, yo lo saqué recién cuando fui a la psicóloga y sentí que era un lugar donde podía tener comprensión, cariño y amor. Ella me podía ayudar a ver qué hacer con eso, porque cuando sacas un monstruo de un cajón hay que hacer algo con él; estuve tres o cuatro años en terapia para entender qué podía hacer con él, y eso es lo que estoy haciendo ahora.
Después hice un cómic de dos páginas para revista Brígida que tenía que ver con este secreto, con lo que pasa en el cuerpo, lo que podría pasar o pasó en mi cuerpo cuando yo conté este secreto y mi vida cambió completamente. Ahí se me ocurrió la historia que estoy haciendo ahora, que es completamente ficción, pero viene de esta experiencia mía de tener un secreto súper heavy guardado y después contarlo: qué pasa en el cuerpo con eso, y qué pasa con todas las historias de abuso de las mujeres de mi familia, que seguramente fueron miles y que nunca se contaron, ¿dónde están guardadas?
En esa época, cuando empecé a hacer esta historia, leí que en las mitocondrias hay un ADN que solamente lo heredamos de la madre y de nuestras abuelas, porque el espermio pierde la cola cuando entra en el óvulo y la cola es el citoplasma de la célula masculina, ahí están las mitocondrias del hombre, así que no entran y en el cigoto están solamente las mitocondrias de la mamá. En ellas hay información genética, entonces se me ocurrió que ahí están. No es cierto, pero ahí están en mi historia.
Y después hice lo mismo que en Ídolo, empecé a contar la historia. A ti te la conté. Aprendí a armar la historia contándola. El origen de los relatos es oral, yo les digo a mis alumnos que si quieren hacer una historia tienen que contarla, como las mamás y papás cuando van a acostar a los niños y les inventan lo que pasa.
PD: El impulso narrativo es natural.
MT: Sí, todos podemos hacerlo. Y es bacán porque la persona que está escuchando pone caras y eso es suficiente para que uno sepa por dónde tiene que ir. Eso hice, se lo conté a muchas amigas y después lo escribí como una composición, varias veces. Y había muchas cosas que yo no entendía del cuerpo humano, porque me faltaba mucha información de la ciencia, pero afortunadamente me encontré con personas expertas en el tema y que eran estudiantes míos, entonces los entrevisté y me explicaron específicamente lo que yo quería saber. La historia es la que yo inventé, pero además se armó con estas cosas que me contaron. Y ahí estoy, chapoteando en la ficción.
PD: Leí el primer capítulo de este nuevo libro y una de las cosas que me sorprende respecto a tu manejo espacial es que cuando uno ve toda tu obra, en el primer libro las viñetas son muy cuadradas, hay un respeto por el lenguaje prototípico del cómic, pero después uno empieza a ver que de a poco vas tomando más consciencia del lenguaje espacial y te tomas más libertades: en Ídolo, por ejemplo, con las dobles páginas, o en el Diario oscuro, en que cada viñeta tiene una forma distinta. Y ahora, en esta nueva obra que estás haciendo, hay una fluidez total.
MT: Sí, creo que tiene que ver con una idea que yo tenía: en el cuerpo humano no hay líneas rectas, todo es húmedo, todo se mueve, todo fluye, y una manera de representar eso gráficamente es que no hayan líneas de viñeta, sino solamente espacio entre un dibujo y otro. Uno igual entiende cómo leerlo, siempre de izquierda a derecha y de arriba a abajo, y hasta el momento nadie me ha dicho que no entiende o se confunde. A veces ni siquiera dejo espacio entremedio, pero uno entiende. Se parece mucho a la imagen pictórica, esa donde hay muchas cosas juntas y uno arma la escena, que es como construyo mis pinturas. Y me gusta mucho. Siempre les digo a mis alumnos que la línea recta es cabrona: uno la pone y solo puede ver la línea recta, por lo que todo lo demás sale chueco; les digo que la eviten o que la haga con lápiz mina y después con un pincel, para que quede un poquito chueca y no llame tanto la atención, porque lo importante es la historia, no la línea recta.