A mediados de 2007, las dos mujeres en política que yo tenía como referentes eran la derrotada Hillary Clinton, una fiera contendora de Obama que había mostrado altos niveles de testosterona en la lucha, y Michelle Bachelet, médico, socialista, divorciada, quien fue perseguida política y vivió el exilio, y que era la simbólica primera Presidenta de Chile desde marzo de 2006.

En esos días el ambiente era especial en Washington DC, donde entonces vivía y trabajaba. Las fuerzas demócratas superaban 11 a 1 a las republicanas, y continúa siendo más o menos así. Al poco tiempo de vivir allí entendí que, felizmente, estaba muy lejos de habitar en lo que los estadounidenses llaman la «América profunda». En Washington eran (y son) demócratas o prodemócratas todos mis vecinos, los padres del colegio de mis hijos, y la totalidad de mis amigos. Toparse con republicanos es como descubrir la aguja en el pajar.

Vencida Hillary por Obama en la interna, todo indicaba que una mujer en la Casa Blanca era un sueño que habría que archivar. Sin embargo, en medio de la desesperación por la situación del añoso candidato republicano, John McCain, que caía por el despeñadero de las encuestas, sus estrategas le pusieron la guinda a la torta al presentar a su tapado para la Vicepresidencia en la convención republicana: Sarah Palin, una antigua miss de pueblo vestida de Valentino y peinada con un moño panal de abejas, inexperta gobernadora del remoto estado de Alaska que exhibía orgullosa a su marido y cinco hijos, entre ellos a un bebé con síndrome de Down que parecía soportar estoicamente los flashes y el ruido de los parlantes en la noche republicana.

Pegados al televisor, los washingtonianos nos angustiamos ante el estreno de la muy conservadora Sarah Palin. Cuarenta millones de estadounidenses la vieron por televisión hablar en la convención de Saint Paul, Minnesotta. Y la autobautizada hockey mom gustó. Hablaba de corrido y era hiperfanática. Algunos llegaron a fantasear con que la candidata que no usaba pantalones y que no creía en la teoría de la evolución podría hacerle sombra a Obama y potenciar el ticket republicano. Fueron días intensos, y la presión mediática sobre Palin hizo que algunos de sus secretos comenzaran a salir como payasos desde una caja de sorpresas.

La defensora del uso de armas y cazadora de alces y lobos dio notorios pasos en falso durante las primeras semanas. Cuando Katie Couric, de CBS, le pidió ejemplos de casos en que la Corte Suprema hubiese emitido resoluciones que ella no apoyó, se encogió de hombros: «Por supuesto que en la gran historia de América ha habido decisiones que no van a despertar el consenso de todos los americanos», dijo, y luego enmudeció. Y ante la pregunta sobre qué periódicos o revistas leía, dijo: «He leído la mayoría de ellos, tengo un gran aprecio por la prensa. Umm, todos ellos, em, ehm cualquiera, todos los que he tenido frente a mí. Tengo una gran variedad de fuentes desde donde obtengo noticias». No fue capaz de citar ni uno.

Y entonces Politico.com consiguió la primicia. El Comité Nacional Republicano se había gastado 150 mil dólares en vestuario para Palin y su familia. Era 2007 y la crisis subprime tenía al gobierno de Bush en las cuerdas, con siete y medio millones de cesantes. Sin embargo, Sarah Palin explicó: «Todo será donado a la caridad después de la elección».

A poco más de un mes de la aparición de esa flor de un día llamada Sarah Palin, sentí paz. La historia había retomado su curso. Salí con mi copa de champán al antejardín de mi casa washingtoniana. Atardecía y los letreros Obama-Biden plantados sobre los inmaculados jardines cubiertos de hojas amarillas completaban el gran paisaje. Sonreí. Inhalé y exhalé, y el aire de esa ciudad progresista entró en mis pulmones. Tipos humanos como Sarah Palin no cunden por esos lares. Por algo Bush es de Texas, Reagan de Illinois, y McCain de la zona americana del Canal de Panamá. Brindé levantando la copa a cada vecino que paseaba un perro, o llegaba del trabajo en su auto. Sabía que ninguno de ellos votaría por la hockey mom.