Rafael Gumucio: Tenemos hoy un invitado de excepción, un autor que está dando mucho que hablar en Francia. Es François-Henri Désérable, nacido en 1987 en Amiens, graduado de Lenguas y Derecho, exjugador profesional de hockey sobre hielo. En 2013 publicó Muestra mi cabeza al pueblo, novela por la que recibió el Premio Amic de la Academia francesa, el Premio Literario de la Vocación y el Premio Jean d’Heurs de Novela Histórica. Su segunda novela, publicada en 2015, fue Évariste, una biografía de Évariste Galois, genio matemático que murió en un duelo a los veinte años. Por ese libro ganó varios premios, como el Geneviève Moll, el Gran Premio de la Historia de París y el Premio Joven Novelista. Su tercer libro es Un tal Sr. Piekielny, de 2017, también premiado múltiples veces. Todos estos libros están publicados en español por Cabaret Voltaire. La obra de Désérable es una mezcla muy interesante: un poco de novela, un poco de autoficción, un poco de memoria, un poco de investigación, una mezcla maravillosa. Bienvenido, François-Henri.
François-Henri Désérable: Buen día, Rafael. Me gustaría primero agradecer a la Universidad Diego Portales por la invitación. Estoy un poco intimidado, en realidad, porque miré la lista de escritores que han sido invitados y vi algunos de los videos y, por ejemplo, estaba Jean Echenoz, por quien tengo una enorme admiración; vi a Cartarescu, vi a Mohamed Mbougar Sarr, mi amigo, que son de los escritores por quienes siento muchísima estima, así es que sí, me siento intimidado.
RG: Esta no es tu primera visita a Chile, cuéntanos de tu anterior viaje.
FHD: Te hablaré primero del Che Guevara. En 1952, cuando él tenía veintidós o veintitrés años, decidió hacer un recorrido por América Latina en moto con uno de sus amigos, que se llamaba Alberto Granado. Ellos partieron de Córdoba en Argentina, pasaron por Buenos Aires, por la pampa, llegaron a Bariloche, atravesaron la frontera y remontaron Chile, pasaron por Perú y Colombia y terminaron el viaje siete meses después, en Venezuela. Fue durante ese viaje que se forjó la conciencia revolucionaria del joven Ernesto Guevara, especialmente su experiencia con los mineros del norte de Chile. En 2017 decidí hacer el mismo viaje, con el mismo itinerario. Dormí en carpa, conocí Niebla, busqué el fantasma de Neruda en Valparaíso, cumplí mis treinta años en Santiago, admiré las estrellas en el Observatorio Paranal, creí morir de sed en la ruta a Antofagasta y, en síntesis, atravesé Chile siguiendo las huellas de Ernesto. En el viaje llevaba una mochila que pesaba doce kilos, de los cuales siete eran de libros. Entre ellos, Los detectives salvajes. Iba por la página cien cuando me lo robaron en Valparaíso. Ese libro me lo habían recomendado en París, donde ya entonces había grandes admiradores de Bolaño. En fin, no pude terminarlo en ese viaje. Era una edición en francés, porque no soy capaz de leer en español. Solo conozco tres palabras en su idioma: no hablo español.
Bueno, en los años siguientes no volví a ese libro hasta que mi amigo Mohamed Mbougar Sarr, que ustedes saben es un gran admirador de Bolaño, me dijo: es absolutamente necesario que lo leas porque es un grande. Le pedí que me recomendara un libro pequeño para comenzar y me aconsejó que leyera “El retorno”, que es un cuento corto que comienza con esta frase: “Tengo buenas noticias y malas noticias. La buena noticia es que hay una vida o algo parecido después de la muerte. La mala noticia es que Jean-Claude Villeneuve es necrófilo”. Así entré a la universidad de Bolaño. Desafortunadamente no puedo decir que Bolaño me influyó porque lo leí demasiado tarde, pero, como diría mi amigo Miguel Bonnefoy, los libros son plantas que crecen sobre otras plantas y hay libros que son terreno extremadamente fértil para hacer crecer nuestra literatura.
RG: ¿Cómo surge tu interés por Romain Gary, el personaje que abordas en tu libro Un tal Sr. Piekielny?
HD: Todo empezó al leer un libro llamado La promesa del alba, de Romain Gary, publicado en 1960. Él es un escritor muy conocido en Francia y en Estados Unidos, muy conocido en Europa, pero creo que no es lo suficientemente leído en Latinoamérica. Nació en Vilna, que hoy es la capital de Lituania. En 1914 él vivía con su madre y ella le dijo: “Hijo mío, tú serás un gran escritor, tú serás embajador de Francia, tú serás el Victor Hugo judío”. Era una familia muy pobre y sin ninguna posibilidad y ningún contacto con Francia, no tenían ninguna relación con Francia. La gente que vivía en su misma casa se burlaba de las pretensiones de su madre, salvo un vecino de apellido Piekielny, que tenía una pequeña barba que se quemaba con el tabaco y que un día acorraló al pequeño Roman en la escalera del edificio y le dijo: “Escucha, yo sé que las madres sienten estas cosas, creo que tu madre tiene razón, creo que te vas a convertir en escritor, entonces, ¿puedes hacerme una promesa? Cuando te encuentres con grandes personajes u hombres importantes, prométeme que les dirás: en el número 16 de la calle Grande-Pohulanka, en Vilna, vivía el Sr. Piekielny”. Gary cuenta que frente a la reina de Inglaterra, durante la Segunda Guerra Mundial, en la Casa Blanca cuando conoce a Kennedy, en la televisión estadounidense frente a millones de telespectadores, él siempre pronunció esta frase que parecía misteriosa.
Años después de esta lectura, yo iba camino al campeonato mundial de hockey sobre hielo, que se celebraba en Minsk, en Bielorrusia, y no había más espacio en el avión para ir a Minsk así que tuve que ir por Vilna y en Vilna me robaron la billetera. El tren a Minsk partió y entonces decidí caminar por las calles de Vilna y me encontré con una placa conmemorativa que decía: “Aquí vivió Romain Gary, nació en 1914 en Vilna y murió en 1980 en París”. Recordé que mencionaba este edificio en su libro La promesa del alba y recordé este nombre del señor Piekielny y pronuncié esta sentencia: “En el número 16 de la calle Grande-Pohulanka, en Vilna, vivía el Sr. Piekielny”. Y me dije que es todavía extraordinario el poder que tiene la literatura para hacer que un joven francés perdido en Vilna pronuncie en voz alta el nombre de un hombre que uno habría olvidado, que debería haber desaparecido, pero que no hemos olvidado, ni los nazis ni el tiempo han conseguido borrarlo completamente, porque un escritor lo ha exhumado del olvido.
Se me olvidó especificar que Gary, en La promesa del alba, relata que el señor Piekielny es judío y que fue asesinado durante la guerra por los nazis como la mayoría de los judíos de Vilna, así es que busqué saber quién era este señor Piekielny, lo que había experimentado, en lo que se había convertido, y a través de esta investigación y del trabajo de Romain y de mi propia vida reflexiono también sobre las mentiras de Gary. Podríamos decir que mi libro es un ensayo sobre un escritor y sobre su vida, pero es un escritor que miente y eso es lo que hace fascinante este juego. Es un escritor mentiroso, pero ¿acaso no es esa la definición de un escritor? Si la mentira es una variación subjetiva de la verdad y si él es un escritor que escribe novelas donde hace ficción y luego escribe un libro donde afirma no hacer ficción y hace ficción también, sí, porque cuando realicé esta investigación no encontré rastro alguno de este señor Piekielny y comencé a preguntarme si Romain Gary lo había inventado o no, y finalmente me dije que sí lo había inventado, bueno, al menos a través del personaje de Piekielny todos los judíos de Vilna son recordados. Esto muestra bien el poder de la ficción.
RG: Pienso en cómo Bolaño usa también estos escritores de ficción en La literatura nazi en América para construir este juego entre ficción y realidad. Eso es alucinante. En los libros de Gary encuentras otras ficciones más serias, por ejemplo, que su madre dejó escritas cartas que se tenían que mandar después de muerta como si ella siguiera viva. Por supuesto esto es demasiado bonito para ser verdad. Lo cierto es que la madre murió y nunca le escribió ninguna carta y eso cambia totalmente el libro.
FHD: Así es, Gary en el libro cuenta que durante la guerra su madre le enviaba cartas y que él sacaba de ellas el coraje que necesitaba para luchar, pero que en 1944 cuando regresó a Niza y quiso abrazar a su madre se enteró de que ella llevaba muerta ya casi tres años y supo que en los meses previos a su muerte ella le había escrito muchas cartas y le encargó a una amiga que las enviara periódicamente, para dar la ilusión de que seguía viva. En realidad, Gary se enteró de la muerte de su madre por telegrama en 1941, pero la historia que cuenta es mucho más bonita que la realidad. Yo no lo culpo por distorsionar la realidad, creo que la ficción y la realidad son dos territorios que comparten una frontera muy porosa. Hay libre movimiento de personas y personajes entre estos dos territorios. Hay personajes ficticios que han tenido en mi vida una importancia tan considerable como personas que realmente existen, como personas de carne y hueso.
RG: En este libro hay un tema que es muy importante y que te une con Romain Gary, que es el hecho de hacerse escritor, decidir ser escritor. En el caso de Gary, es una decisión que la madre toma por él. En tu caso, tu madre se opone a que tú seas escritor y tu vida entera parecía destinada al hockey, al derecho, cualquier cosa menos la literatura.
FHD: Sí, llegué a la literatura de una manera muy diferente, fue un poco como la de Baudelaire, quien al principio de Las flores del mal habla del poeta que apareció en este mundo y que está aburrido de su madre.
RG: Y maldice el destino que lo transformó en poeta. En el caso de Baudelaire, y este es un paréntesis mío, el poeta además decidió no trabajar nunca más y dedicarse a gastar el dinero de su padrastro.
FHD: En mi caso, pasé toda mi juventud jugando al hockey sobre hielo y a los dieciocho años les dije a mis padres que quería convertirme en jugador profesional. Mi padre también era jugador de hockey y estaba muy feliz de ver a su hijo hacer su mejor esfuerzo, pero mi madre me miró con consternación y dijo: “Escucha, hijo mío, no te crie para verte empujar un disco en la punta de un palo sobre una superficie congelada, puedes jugar al hockey, claro que puedes hacerlo, pero me gustaría que estudiaras”. Miré la facultad que estaba más cerca de las canchas y era la Facultad de Derecho, entonces estudié Derecho y me aburrí muy rápido en las salas de clases, así es que comencé a visitar regularmente la biblioteca y a leer literatura y, entonces, empecé a escribir.
RG: ¿Tú sabes que La pista de hielo es una novela de Bolaño? Y es el infierno según Dante.
FHD: Y ustedes saben que hay muchos escritores que sacan a relucir la vocación en la primera infancia. Yo no fui así en absoluto, es decir, nada me destinaba a ser un día escritor y mi vocación llegó bastante tarde, finalmente a los dieciocho años, pero desde el momento en que comencé a leer, bueno, comencé a escribir, y leer y escribir se han vuelto un poco como respirar, se ha vuelto absolutamente necesario en mi vida y he descubierto que es un medio que no resulta del todo vergonzoso en el curso de su existencia.
Añado que yo primero fui realmente lector y sigo siendo lector y la mayor parte de mi tiempo lo paso viajando y leyendo. Borges tenía esta magnífica frase sobre que algunas personas se enorgullecen de las páginas que escribieron y yo por mi parte estoy orgulloso de lo que he leído.
RG: Eres además turista, eres un escritor que lee, que escribe, pero eres un escritor que viaja, eres un escritor sin escritorio, estás viajando, viajaste hace muy poco a Irán, ahora estás en Chile y te vas a quedar unas semanas para escribir. Hay algo en tu literatura y en tu forma de escribir que tiene que ver con la errancia, el vagabundeo.
FHD: Sí, entonces viajo con mis libros. Creo que esto viene de la lectura de otro escritor que es suizo y se llama Nicolas Bouvier, que significó mucho para mí. Los caminos del mundo se ha convertido de alguna manera en mi biblia desde que lo leí hace veinticinco años y me dio un deseo absolutamente irreprimible de seguir esa forma de vida. Al comienzo del libro él escribe que tenía proyectado un viaje de dos años y el dinero solo alcanzaba para cuatro meses, pero dice que en estos asuntos lo esencial es partir. Habla de la contemplación silenciosa de los atlas con la barriga en la alfombra entre los diez y los trece años. Me provocó el deseo de tirar todo y partir a regiones remotas, ilusionado con la música que escucharía, las miradas con que uno se cruzaría, las ideas que allí te esperan. Al principio, el sentido común golpea, uno busca razones para quedarse, y encuentra algunas que no valen nada si la idea del viaje ya tocó el corazón. Lean este libro, por favor, es absolutamente sublime.
RG: Bouvier entonces te llevó a un lugar muy peligroso y complejo, que es el tema de tu último libro: Irán justo en el momento de la rebelión de las mujeres contra la dictadura islámica. Cuéntanos sobre esto.
FHD: En 1953, mientras Guevara viajaba por América Latina, Nicolas Bouvier, con uno de sus amigos, Thierry Vernet, viajó por los Balcanes, Turquía, Irán y Afganistán. Setenta años después, finalmente decidí seguir sus pasos y atravesar Irán, pero fue justo después de la muerte de Jina Mahsa Amini, una joven iraní de origen kurdo que fue arrestada por la policía religiosa islámica por no usar su hiyab correctamente, que fue golpeada en una camioneta, que entró en coma y recién dos horas después de su detención fue ingresada en un hospital, y que murió dos días después. Cuando llegué a Irán había grandes manifestaciones. Los iraníes, especialmente jóvenes, salieron a las calles y se manifestaron y las manifestaciones fueron reprimidas muy duramente, y cuando llegué a Irán un mes después de la muerte de Mahsa Amini quinientos manifestantes habían sido asesinados y más de quince mil habían sido arrestados y hasta hoy languidecen en las cárceles de la República Islámica. Era un momento tremendo, los periodistas extranjeros no podían obtener visas.
RG: Claro, los extranjeros en general se habían ido.
FHD: Entonces crucé la frontera entre Pakistán y Afganistán y finalmente regresé a la ciudad de donde era Mahsa Amini y terminé arrestado por los guardias revolucionarios y expulsado del país después de seis semanas. Debo decir que en esas seis semanas conocí a un pueblo absolutamente extraordinario en su hospitalidad, su curiosidad hacia los extranjeros, su fineza y su refinamiento, que pocas veces he visto en otro lugar. Aparte de Chile, por supuesto.
RG: Por supuesto, Irán, como Chile, es un país de poetas.
FHD: Pero mira por ejemplo Hafez de Shiraz, que a los veintiún años mantuvo una vigilia de cuarenta días con sus noches en la tumba del poeta Baba Kuhi, muerto en 1050, quien había escrito que quien velase su tumba durante cuarenta días y cuarenta noches alcanzaría el corazón de la persona amada.
Yo conocí a una joven que estaba muy involucrada en las manifestaciones, que tenía miedo no de morir sino de ser arrestada, porque sabía muy bien lo que le sucedería si la arrestaban. En Irán, cuando te arrestan, cuando eres un preso político, bueno, te torturan, te violan, y ella sabía muy bien lo que le podía pasar en prisión. Y, para prepararse, ella memorizó poemas de estos autores clásicos. Ella me dijo que si alguna vez estuviera en prisión, que si la torturaran, que si la privaran de su familia, de sus amigos, de su dignidad, que si la privaran de comida, bueno, por lo menos habría algo que no le podían quitar y esa cosa tan pequeña eran los versos que sabía de memoria y que se recitaba a sí misma mientras esperaba la muerte o la libertad.
Cuando escuchas a una chica que tiene veinte años y tú tienes treinta y cinco y sabes que no tienes ni la décima parte del coraje que ella demuestra, lo menos que uno puede hacer es escribir esta historia.
RG: Y por eso viajas buscando historias.
FHD: Paso más de seis meses al año viajando y el resto del tiempo escribiendo sobre esos viajes.
RG: Después de este tiempo de buscar historias reales para convertirlas en novelas, híbridos entre ficción y no ficción, ¿qué es para ti la literatura?
FHD: Una de las definiciones que tengo de literatura la dio William Faulkner, quien dijo que escribir es como encender una cerilla en el corazón de un bosque por la noche. No se ve más claro, pero se ve cuánto hay de oscuridad en todas partes. Esa literatura servirá para medir el espesor de la sombra. Creo que viajar tiene exactamente la misma virtud.
RG: ¿También te permite dimensionar la sombra?
FHD: Así es, en realidad no viajamos para deleitarnos con nuevos paisajes, sino que viajamos para volver con ojos nuevos y diferentes, con una mirada completamente nueva que aportamos a las cosas. Viajo para agudizar mi mirada y también para dar una cierta elasticidad al tiempo, porque viajar también tiene esta virtud de hacer elástico el tiempo y darle espesor, y cuando uno viaja siempre tiene la impresión de que un día era como una semana, que una semana tiene el grosor de un mes y que un mes tiene el grosor de un año entero. Y otra virtud del viaje es que también ayuda a controlar el ego. Flaubert tenía una frase hermosa, decía: lo bueno del viaje es que te permite vislumbrar cuán pequeño es el lugar que ocupas en el mundo.
RG: A propósito de Flaubert, tengo entendido que tu próximo proyecto es sobre él, ¿puedes contarnos algo?
FHD: Quiero hacer un espectáculo a partir de las cartas de Flaubert. Él escribió algunas novelas, todas ellas muy importantes, pero por sobre todo se pasó la vida escribiendo muchísimas cartas y su correspondencia es de una enorme fineza e inteligencia. Fue en la correspondencia de Flaubert que entendí por qué escribo. Muchas veces me preguntaron por qué escribir y no formulé una respuesta que me satisficiera y cuando leí la correspondencia de Flaubert entendí.
RG: Flaubert era muy amigo de Maupassant, que era mucho más joven, era el discípulo más cercano de Flaubert, y se escribían cartas y a Flaubert le divertía mucho Maupassant porque tenía eso que llaman una vida disipada, contaba muchas historias de sus amantes y sus juergas.
FHD: Hay una carta de Flaubert a Turguéniev, el escritor ruso, donde le dice que no ha tenido noticias de sus amigos, excepto del joven Guy, quien le dijo que estaba en Suiza y que había sacado diecinueve tiros en tres días, que es una forma de calcular sus amantes. A Flaubert le parece un poco excesivo. Hay una carta conocida de Flaubert a Maupassant donde le dice: naciste para escribir, así que escribe.
RG: Y Maupassant le hace caso.
FHD: Unas semanas después Flaubert recibe en su casa un sobre con un cuento llamado “Bola de sebo”, y en una carta fechada el 1 de febrero de 1880 le escribe a Maupassant para felicitarlo, pero ya no lo trata de tú, lo trata de usted, porque ya le parece que se ha erigido como un escritor.
RG: Claro, ya no es simplemente una promesa.
FHD: Al leer esta carta entendí por qué escribo. No es para ganar premios literarios, porque también hay escritores muy malos que se los ganan, ni para vender millones de libros, porque también hay escritores muy malos que venden millones de libros. Quiero que los escritores que admiro me traten de usted y que después de leer uno de mis libros me digan, como Flaubert a Maupassant: “Ven, quiero abrazarte”. Realmente creo que es fundamental que la manera como otros escritores miran nuestro trabajo, nuestros libros, sea la principal instancia de legitimación, porque nunca sabemos si lo que escribimos es bueno o no, pero si otros que hacen de ello una profesión y a quienes tenemos admiración encuentran alguna cualidad en ti, bueno, hay una posibilidad de que tu trabajo sea más o menos de calidad.
RG: ¿Qué diría Gary de tu trabajo?
FHD: No sé si Gary se hubiera molestado en leer mi libro. Me dijeron que cuando tomaba café con alguien hablaba de sí mismo durante una hora y después decía: basta, hablemos de ti, ¿qué pensaste de mi libro? Así es que no habría podido saber.
RG: ¿Cuáles son los autores que admiras, que te gustaría que te leyeran?
FHD: Entre los escritores vivos podría citar al que cité antes, Jean Echenoz, que es un gran escritor. Uf, hay muchos escritores que me gustan. En la literatura francófona me gustan mucho Emmanuel Carrère, Pierre Michon, Jean-Jacques Annaud. Me hubiese gustado hablar con Bolaño, pero me dijiste que tenía una exigencia literaria muy grande, así es que no sé.
RG: Claro, la gente agradable les dice a todos los escritores que escriben bien, pero Bolaño no era así en absoluto. Ahora, sobre escribir: en esta sala hay muchos estudiantes, ¿qué les recomendarías para mejorar como escritores?
FHD: Había un escritor llamado William Somerset Maugham quien una vez dijo: “Hay tres reglas imperativas para escribir una buena novela” y toda la audiencia se quedó pendiente de sus labios y agregó: “Lamentablemente, nadie las conoce”.
Hablando en serio, sé que la única regla es leer mucho y no sólo clásicos sino también literatura contemporánea, para interesarse por lo que se hace hoy en día en ese maravilloso laboratorio que es la literatura contemporánea. Así que ante todo hay que ser un gran lector, eso es lo que puedo decir desde lo alto de mi destartalado pedestal. En realidad, no sé qué otro consejo dar. Yo mismo tengo épocas en las que quiero preguntarles a ciertos escritores cómo hacerlo… Pero sí sé que no he conocido a un solo gran escritor que no sea un gran lector. Faulkner pretendía no haber leído más que las obras completas de Shakespeare y la Biblia, pero creo que era un mentiroso.
RG: Yo agregaría que, incluso si fuera cierto, ya son bastantes páginas. Si tuvieras que recomendar un libro tuyo para conocerte, ¿cuál recomendarías?
FHD: Un escritor siempre cita los últimos libros que ha publicado porque le da la ilusión de que está progresando. Supongo que todo lo que he escrito hasta ahora serán mis obras de juventud, así es que cualquiera sea el libro que lean espero que lo tomen así, con consideración a esa juventud.