EUGENIO LIRA MASSI ES EL MEJOR EJEMPLO DE que no se requiere pasar por la universidad para ser un buen periodista. En tiempos como los actuales, en que los profesionales de la prensa viven ridículamente obsesionados por el carácter universitario de su profesión -sin reparar en que se trata de un oficio-, vale la pena detenerse en Lira Massi, un periodista que demostró que lo que se necesita es sensibilidad -que a uno le importe lo que le ocurre al otro-, curiosidad y arrojo.

Recordado por las inigualables semblanzas que hizo de los parlamentarios en sus libros La cueva del Senado y los 45 senadores y La Cámara y los 147 a dieta, Lira Massi ejercitó una escritura chilena y popular.

Sus textos evidencian lo que era: un tipo esencialmente simpático, pero comprometido con su oficio, al que le asignaba una causa: ser portavoz e instrumento de los sectores populares en sus luchas. En esa época hiperideologizada, el flaco Lira se hizo de izquierda, pero a su manera particular. Ajeno, por espíritu, a las burocracias y militancias, prefirió definirse como “allendista”, con todo lo que eso significaba: compromiso social, sueños de revolución, y disfrute -¡cómo no!- de los placeres terrenales (uno de los aspectos que más humanizan la imagen endiosada de Salvador Allende).

Esta puntualización no es menor. Cuando los sesudos de la izquierda, en la que él se veía interpretado, eran tipos pesadamente adustos -porque la revolución, decían, era una cuestión muy seria- Lira andaba permanentemente con una sonrisa en los labios. No, definitivamente, no era para estar encuadrado en una militancia como la de entonces, absorbente, autoritaria y sufriente.

Aunque decía que los comunistas “son los rotos más buenas personas del mundo”, no dejaba de constatar que “son tristes como caballo. Nunca tienen ganas de reírse”. Y del militante socialista, escribió, “generalmente es un amargado y le pega al resentimiento. También le pega un poco al desaseo”. Lira era todo lo contrario. Era un galán que le sacaba partido a su facha y que no perdía la ocasión para divertirse y, en el trabajo, para embromar a quienquiera.

En su recordada “La Entrevista Impertinente” de Canal 13, puso a prueba a un político famoso por su labia pidiéndole, iniciada la entrevista, que guardara silencio por un minuto exacto. El personaje de marras sudó esperando los sesenta segundos. Dijo, después, que había sido su prueba más dura.

A otro, de sopetón, apenas encendidos los focos, le soltó: “¿Usted es o se hace?”. Ya se ve que “La entrevista impertinente” valía más por las preguntas que por las respuestas..

Eugenio Pascual Santos Lira Massi nació en Santiago el 30 de septiembre de 1934. Vivió su infancia en el barrio Independencia y las páginas que escribió sobre su niñez en el diario Puro Chile, en una columna titulada “Érase una vez”, son de las más emocionantes que he leído. Nada de aspavientos. Chilenidad de calle. Pueblo puro: “Nos miramos y fuimos amigos. En primer lugar, tenía cara de persona y, enseguida, me dio la mayor prueba de simpatía: se hizo pichí. Comprendimos de inmediato que seríamos inseparables, y en realidad lo fuimos. Iba a la casa de regreso de clases cuando apareció de no sé dónde. Era como una bolita peluda y café. Me siguió sin que se lo pidiera. Al atravesar la primera bocacalle titubeó. La cuneta era demasiado alta para él y se quedó ahí moviendo la colita. Lo llamé con un silbido y se pegó el porrazo. Me devolví a pararlo y fue entonces que dejó la poza. A la segunda cuadra ya se llamaba Pirincho”.

Lira Massi, que en un momento fue calificado como uno de los mejores columnistas políticos del país, nunca renegó de quien era. Al contrario: su escritura se edificaba desde ese origen, y el refinamiento que logró del habla, el humor y la picardía popular es el secreto de sus mejores páginas. A pesar de tener programas de televisión y radio, y ser citado en diarios y revistas donde siempre se destacaba su pinta, nunca olvidó de donde venía.

Su entrañable amigo -ya fallecido- José Gómez López, uno de los grandes periodistas de nuestra historia, cuenta esta anécdota: “Yo nunca había corrido en sandía. Ni tampoco hice un paseo por las calles del centro de Santiago, acompañado por el gigante de mimbre que le hacía publicidad al laxante Cretol, pero con “El Paco” pasaban estas cosas. Íbamos por Moneda hacia el centro, cuando el gigante del Cretol habló: ‘Apuesto, Flaco, que ya ni te acordai pa’ ná de los pobres’, dijo el monstruo tejido de mimbre. ‘¿No me vai a decir que soi ‘El Mañungo’ de la Plaza Chacabuco?’. El gigante se detuvo, se quitó la escafandra de mimbre y dijo: ‘El mismito, pues Flaco’. Se abrazaron y se manotearon los dos. El gigante volvió a vestirse con su indumentaria de mimbre y nos echamos a andar por Moneda con el gigante al medio. Conversaron e intercambiaron noticias sobre el destino de algunos amigos y todo el mundo viandante se detenía para observar la naturalidad del diálogo del gigante de mimbre con sus acompañantes”.

Títeres sin cabeza
Fue uno de esos conocidos de la niñez el que llevó a Lira al periodismo. Alberto “El Gato” Gamboa, director del famoso diario Clarín, lo incorporó al oficio. Lira se desempeñaba como escribiente civil en la Central de Carabineros, cargo heredado tras la muerte de su padre, cuando era adolescente. Por eso le decían “El Paco” Lira. La central estaba ubicada muy cerca del diario, y un día Lira le dijo a Gamboa que le gustaría hacer dibujos, retratos, caricaturas o monitos en el periódico. Gamboa aceptó. Poco después el flaco Lira ya estaba escribiendo.

De esos tiempos datan sus columnas en que no dejaba títere con cabeza. Durante el gobierno de Frei Montalva la columna se llamó “La nariz de La Moneda”, por razones obvias.

La década del 60 fue de crecimiento profesional. En 1965, a once meses del gobierno de Eduardo Frei Montalva, publicó Frei y los desconocidos de ahora…, con semblanzas de los líderes del partido de gobierno. Y partió con el mismísimo Presidente: “Frei es un ser extraño. Hay dos personajes en él. Tal vez son tres, pero el tercero sólo lo conocen en su casa. Uno, es el Presidente de la República, el Excelentísimo señor Frei. El otro es Eduardo. Hay una notable diferencia entre ambos (…) Cuando Frei actúa de Presidente, parece que entrara en trance. Su rostro se perfila, la nariz se le alarga, las mandíbulas se le aprietan y el espinazo se le estira. Da la impresión de estar almidonado. Si viste de frac y tiene la banda cruzada al pecho, no dan ganas de acercársele. Uno llega a lamentar no ser milico y poder cuadrarse”.

Al año siguiente, en 1966, en un artículo sobre el Congreso, entró a picar finito: “Los honorables parlamentarios son gente común y corriente, un poco más solemnes que el resto de los mortales, pero como ellos, necesitan de todos los utensilios y artefactos para llevar una vida placentera. (…) Siempre he dicho que las casas se conocen por el baño. Que es la dependencia fundamental de todo hogar y también lo es de la Cámara de Diputados (…) (que) nos revela que estamos en presencia de “nuevos ricos” (…) Hay por ejemplo una especie de lavatorio sumamente chico donde no caben ni las manos y que no tienen tampoco por qué caber, porque es simplemente para ‘enjuagarse la boca’ y ‘hacer gárgaras’. Siempre está listo un vasito con un elixir que, según el laboratorio que lo fabrica, es para desinfectar la cavidad bucal, pero que los honorables parlamentarios ocupan preferentemente para borrar los rastros de alguna ingestión alcohólica. O, para decirlo más claramente, ‘para disimular la caña’. Es de enorme utilidad y no hay uno solo que no haya efectuado entusiastas y vigorosas gárgaras más de una vez. Lo que se diga en contrario es falso”.

Lira tenía la capacidad de pensar escribiendo. Decía que tenía que sentarse frente a la máquina a escribir para así ordenar sus ideas.

En Puro Chile recuerdan que, por horas, se devanaban los sesos para definir la portada del diario, con sus títulos y bajadas. Ya en la tarde llegaba Lira, se sentaba frente a la máquina, preguntaba por los temas que se habían reporteado y ¡pum! se largaba a escribir como condenado y tenía, al poco rato, titulares y bajadas llenas de picardía y, por qué no, veneno.

En tiempos como los actuales, en que los profesionales de la prensa viven ridículamente obsesionados por el carácter universitario de su profesión -sin reparar en que se trata de un oficio-, vale la pena detenerse en Lira Massi, un periodista que demostró que lo que se necesita es sensibilidad, curiosidad y arrojo

En La cueva del Senado y los 45 senadores, publicado en 1968, escribió: “Correspondería ahora decir tres o cuatro cosas sobre Tomás Chadwick, senador del Partido Socialista Popular. He mirado el asunto por un lado, por el otro, desde ángulos diferentes y siempre me encuentro con el mismo problema. Este libro pretende ser ágil, ameno, liviano, intrascendente, en una palabra: entretenido. Luego, el señor Chadwick no cabe. No encaja. No es culpa mía”.

A propósito del Tacnazo, el intento de sublevación militar del martes 21 de octubre de 1969 liderado por el general Roberto Viaux Marambio, escribió un libro titulado ¡Ahora le toca al golpe!. Lira, modesto, advirtió: “Esto no pretende ser una novela, un cuento ni un ensayo. Es sencillamente una crónica larga de un suceso corto”. Es la mejor crónica sobre ese acontecimiento. Empieza así: “No sé quién dijo que los militares no hacen nada, pero lo hacen muy temprano. No había tenido oportunidad de comprobarlo hasta el martes 20 de octubre”. Se trató, claro, de un intento de golpe muy particular. Tanto, que el propio Lira entró al regimiento para entrevistar al sublevado general Roberto Viaux Marambio. Su descripción es de antología: “Roberto Viaux Marambio es un milico con cara de milico. Está hecho para vestir uniforme. De civil va a parecer jubilado de las Fuerzas Armadas. Edad entre cincuenta y sesenta. Estatura mediana, más bien grueso y con un abdomen que la rigurosa vida militar ha mantenido a duras penas dentro de límites aceptables. La cara es extraña, parece que hubiera sufrido un accidente. La tiene como esos automóviles que chocan y los pintan encima, sin mandarlos a desabollar”.

Claramente no era un golpe. Algunos dicen que cuatro años después, para el de verdad, los milicos habían sacado conclusiones de la abortada aventura de Viaux.

Sentido común
Ya en la Unidad Popular, la columna de Lira en Clarín hacía escuela. Antes de las elecciones de 1970, con José Gómez López al frente, un grupo de reporteros abandonó Clarín para fundar un diario que apoyaría decididamente la campaña presidencial de Salvador Allende. Así nació el Puro Chile. Eugenio Lira era su subdirector.

Mucho se ha comentado que Puro Chile era, en realidad, un diario del Partido Comunista, más popular y legible que El Siglo (que era pesado como un volumen de Marx). Es probable que en sus inicios el sostén económico haya pasado por ahí. Pero Puro Chile tomó vuelo propio e, incluso, explícita -y reservadamente- cortó todo tipo de dependencia editorial con el PC. Ni Pepe Gómez ni Lira Massi iban a aceptar que les dijeran cómo hacer periodismo. En eso no claudicaron.

Al día siguiente del triunfo de Allende, “La columna impertinente” de Lira estaba en blanco, con sólo unas palabras escritas a mano: “¿Q’uiubo, no les dije que ganábamos?”. Firmaba, simplemente, “Lira”. Y había una post data: “Perdonen, pero estoy apurado para ir a pegarme una ‘tranca’”.

Lira era allendista. No se definía, políticamente, de otra manera. Aborrecía de las burocracias partidarias, de las que se mofaba. En su libro La cueva del Senado y los 45 senadores, publicado en 1968, así presentó a Allende: “Empezaremos por el capitán del equipo (Ponerse de pie. Gracias), por Salvador Allende Gossens. Hay quienes sostienen que su nombre completo es Salvador Isabelino del Sagrado Corazón de Jesús Allende Gossens. Yo, sinceramente, no he tenido el valor suficiente para preguntarle si ello es efectivo. Podría ser cierto y una cosa así es terrible”.

Y sigue:
“El ciudadano Allende es un tipo singular. Hay que observarlo de cerca para formarse una idea aproximada de él. Claro que si uno ha votado tres veces por él, no conviene esa experiencia. Al ‘líder’ se le están viniendo los años encima. Los atajó bastante tiempo, pero parece que los años no soportaron más, hablaron entre ellos, se pusieron de acuerdo y se dejaron caer en patota, lo que aparte de ser un abuso, es lamentable.

“Por ejemplo, Allende cometió la torpeza estética de cortarse los bigotes (dice que no soportó la insolencia que tuvieron al ponérsele blancos). ¿Y cuál fue el resultado?: se consiguió una cara de vieja que no tiene nada de marxista ni de leninista. Sé que a él le parecerá muy mal esto, pero yo debo ser objetivo por encima de cuestiones políticas y doctrinarias”.

Ni Allende se libraba de su estilo. Famosa es la anécdota cuando, en su “Entrevista Impertinente” de la televisión, Lira Massi le soltó, a bocajarro: “A Usted le dicen ‘El Pije’; ¿cuántos ternos tiene?”. “Sólo uno más que usted”, le respondió, cazurro, Allende. Y Lira Massi, rápido, le retrucó: “¡Ah, entonces tiene dos!”

Ya con Allende en La Moneda, Lira aclaró las cosas en una columna titulada “Allende (El Pije)”, en la que sentenciaba: “La gente cree que somos muy amigos. Uña y mugre. Falso. Siempre fui allendista y sigo siéndolo, pero cada vez que hablábamos terminábamos peleando y me retaba y yo me enojaba. Ahora ya no puedo pelear con él, y él tiene perfecto derecho a retarme porque es el Presidente. Entonces…’de lejitos más mejor’. No necesito chuparle la media porque nunca le he pedido ni le pediré nada, como él nunca me pidió que lo apoyara o lo ayudara. Esta explicación es necesaria para que nadie me interprete mal”.

Pero, por sobre todo, Lira no era un fanático. Su escritura es una buena prueba de ello. Cuando, en plena Unidad Popular, el grupo de extrema izquierda Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP) asesinó al ex ministro del Interior del gobierno demócratacristiano de Eduardo Frei Montalva, Edmundo Pérez Zujovic, Lira, contra toda la lógica del izquierdismo de entonces, salió en defensa de la memoria, como persona, de Pérez: “Era reaccionario como él solo, pero muy hombre, de una sola línea y de una hebra. Seguramente por eso nunca mostró la hilacha. Respondía de todos sus actos. Yo le dije de todo por los diarios, revistas, radio y televisión. Siempre bajo mi firma. Él me hizo varias, pero siempre me las avisó. Nos faltó sólo pegarnos con un fierro, pero nunca nos enojamos (…) Sus cobardes asesinos no lo conocían. Si querían matarlo bastaba con hacérselo saber y desafiarlo a encontrarse a una hora y en un lugar determinado. Ahí habría estado, claro que para eso había que ser bien hombre y tener los pantalones bien puestos, como los usaba este hombre con el cual no compartimos ni una sola idea política, pero fuimos amigos”.

Los años de la UP, fueron, para Lira, de puro vértigo. Se sentía comprometido con el proceso, pero no por eso dejaba de ver las dificultades que asomaban. Puro Chile se transformó en un ícono. Sus titulares sacaban chispas. A los integrantes de la Corte Suprema, merced a una sibilina diagramación, Puro Chile los trató, en portada, de “viejos de mierda”. Vino la querella. Lira, en su columna, escribió:

“Soy una persona mayor de edad que sabe leer y escribir, bañado y vacunado. No soy un utópico, un soñador, un sentimental. Tengo los dos pies bien puestos sobre la tierra. De manera que no me hago ilusiones. El hombre no es perfecto. A veces se deja llevar por la vanidad, a veces pesa, mide y calcula. Como lo dice la Biblia, ve con mayor facilidad la paja en el ojo ajeno y no ve o no quiere ver la viga en el propio”.

“Dudo entonces que un señor ministro de la Corte Suprema de Justicia se ponga una mano en el corazón y luego de un autoanálisis dictamine:

-¡Sí, efectivamente soy un viejo de mierda! Tienen razón estos niños de Puro Chile. ¡Quedan absueltos!

“No. Conociendo la naturaleza humana eso no va a pasar. La objetividad y la imparcialidad no dan para tanto. Y esto lo consulta el Código Orgánico de Tribunales que tiene todo un capítulo dedicado a las prohibiciones e inhabilidades de los jueces. Ahí se establece que no pueden actuar en juicios en que tengan intereses o en los que hayan manifestado opinión, o sea, prejuzgado.

“No cabe entonces la querella contra Puro Chile, por supuestas injurias a la Corte Suprema. Si la Corte de Apelaciones -inhabilitada para actuar porque depende de la Suprema- nos encuentra culpables, ¿A quién vamos a apelar? ¿A nuestros acusadores? Ellos no pueden pronunciarse porque ya prejuzgaron al acusarnos y entonces los inhabilita el Código Orgánico de Tribunales. ¿No estamos acaso en un régimen de Derecho?

“Sobre el particular podríamos reconocer competencia de cualquier organismo, de la Sociedad de amigos del Árbol, del Automóvil Club de Chile, de la Sociedad Protectora de Animales, pero…de la Corte Suprema…¡no!”.

Nada que hacer

El mismo día del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, la Junta Militar publicó su Bando Nº 10 llamando a Defensa a 95 personas, las supuestamente más peligrosas para la dictadura. Entre ellos estaba Eugenio Lira. El 15 de septiembre, temiendo, con razón, por su vida, Lira se asiló en la embajada de Francia, mientras su casa en San Miguel era allanada una y otra vez.

El encono de los militares contra Lira se manifestó en la negativa a entregarle un salvoconducto para salir del país. Permaneció meses en la embajada francesa, escribiendo casi diariamente -como lo haría, luego, en su exilio en París- a su esposa y a sus tres hijas.

Estando asilado en la embajada, recibió la visita del periodista Ibar Aybar, quien fue detenido el 15 de septiembre de 1973, pasando por el Estadio Nacional y el campo de concentración de Chacabuco, para salir en libertad condicional en febrero de 1974. Aybar -quien falleció en París en junio de 2004-, cuenta que se encontró con Lira y “le relaté los sufrimientos en cárceles y campos de detenidos. También las torturas que sufrí a manos de sus ‘colegas’ carabineros cuando me preguntaban por él”.

“¿Dónde está fondeado el miserable ‘Paco Lira?’. A ese canalla lo vamos a destrozar de a pedacitos por traidor a la institución. Trabajaba con nosotros y se pasó al enemigo. Lo vamos a matar y no descansaremos hasta detenerlo. Habla o te mataremos por encubridor”, contó Aybar que le relató a Lira en la embajada. Según Aybar, “El Paco” le contestó: “Yo no soy ningún traidor… Nunca lo he sido ni lo seré. Los traidores son ellos. Se achaplinaron con su juramento de respetar la Constitución, de servir a la patria y de ofrecer obediencia al Presidente Allende. Pero si estos badulaques insisten en detenerme, vamos a seguir jugando al ‘Tom y Jerry’ como en las tiras cómicas”.

En junio de 1974, finalmente, Lira salió a París. Se iniciaba el exilio en el que moriría. En Francia trabajó en la sección cables del diario L’Humanité, mientras vivía en una pequeña pieza. Su esperanza era trasladarse a un país latinoamericano, para estar más cerca de su familia.

El 14 de junio de 1975 los conserjes del edificio donde vivía llamaron a la policía. Hacía días que no veían al inquilino. Lo encontraron muerto. Su fallecimiento se había producido probablemente algunos días antes. Tenía 41 años.

Aunque siempre se ha señalado que Eugenio Lira Massi falleció de muerte natural, su deceso nunca ha sido explicado con claridad suficiente.

El 15 de julio de 1975 -un mes después de la muerte de Lira- apareció en Buenos Aires, por única vez, la revista Lea, ideada por la DINA como parte del siniestro plan para encubrir la detención y desaparición de 119 personas, maniobra conocida como “Operación Colombo”.

La revista entregó la versión -entusiastamente reproducida por la prensa chilena- de que la izquierda realizaba acciones de “limpieza y silencio” (entiéndase: asesinatos) contra sus propios “compañeros de lucha”. Y agregaba: “El factor que determinó la denuncia de estos hechos fue la extraña muerte del periodista Eugenio Lira…”

Según esa revista ideada por la DINA, mientras estaba asilado en la embajada de Francia, Eugenio Lira “trató de negociar con las nuevas autoridades chilenas… ofreció, a cambio de su libertad y salida del país, escribir un libro denunciando todas las corrupciones y luchas intestinas que socavaron al gobierno marxista. La proposición no fue aceptada”.

Según el artículo, ya en Francia, Lira “mantenía la idea del libro y éste ya estaba en confección…”

En verdad -y lo he visto-, Lira estaba trabajando, en París, precisamente en todo lo contrario: un texto que recopilaba las denuncias que, poco a poco, se conocían sobre las brutalidades perpetradas por uniformados y sus civiles secuaces.

Algunos han especulado con la posibilidad de que Lira haya sido asesinado con gas sarín, que provoca síntomas que asemejan a un paro cardíaco.

Por ejemplo, en el libro Chile: La Memoria Prohibida se cuentan las andanzas por Europa del entonces agente de la DINA, Michael Townley, aparentemente buscando “blancos” de atentados entre los exiliados chilenos, y se señala que regresó a Chile el 14 de junio de 1975, el mismo día que se encontró el cadáver de Lira Massi.

Lo que sí está claro es que Lira no se suicidó. La carta que estaba en su máquina de escribir, su último texto, no es para nada la de un suicida:

“Claro, la cosa es como para tomársela a la tragedia. Yo estoy aquí y todo el mundo está allá. Nada que hacer. Ellas están allá porque ese es su lugar, yo estoy aquí porque no me dejaron alternativa ni nadie me lo preguntó. Pero así es, y no hay vuelta que darle (…) No hay donde elegir, y es así y qué le vamos a hacer.

“Y en estas condiciones, y en estas circunstancias, uno recibe cartas que están llenas de amor, que están llenas de nostalgia y que piden cosas que uno no puede dar.

“Y uno cree, porque nunca ha querido dejar de ser cabro chico, que la única solución, ya que no hay ninguna, es ponerse a llorar, porque ese llanto por lo menos permitirá desahogarse, echar todo afuera y quedar seco y dormir tranquilo.

“Y tampoco puedo, porque si aflojo ahora me voy a la mierda, y llorar ni hueviando, y si así estoy aquí es porque me lo busqué, y si me lo busqué de qué me quejo. Y no puedo llorar y nunca falta un espejo donde mirarse directamente a la cara, reírse un poco de uno mismo, pensar qué era y ver lo que ahora se es, hacerse un guiño y salir del apuro recordando alguna canción melodramática y ridícula, pero no tanto:

Y tú que te creías
el rey de todo el mundo…
y tú que nunca fuiste
capaz de perdonar…
Y cruel y despiadado
de todos te reías…

“Así es la vida, compañero. Algunos pueden, tú no. Algunos pueden quejarse y reclamar injusticias, tú no. Lo que estás pasando te lo buscaste. Lo que le pasa a tu familia es culpa tuya y no lo puedes remediar, simplemente porque no puedes. Y entonces ¿qué vas a pegarte un tiro como los maricones? ¿Vas a bajar los brazos? (…)

Y mañana será otro día, habrás dormido y estarás listo para empezar de nuevo esta pelea, que probablemente no lleva a ninguna parte, pero es tu pelea, es la única y no la puedes abandonar, porque sería abandonarte a ti mismo. BUENAS NOCHES”.