Hace algunos meses fui al lanzamiento de un libro y me sorprendió escuchar a muchos reconocerse por sus nombres de usuario de Twitter: «¡Tú eres el arrobatal! ¡Yo soy la arrobacual!» y entonces emoción, sonrisas, coqueteos, reservas. Nunca he sido asidua de esta red social; tengo una cuenta, pero nuestra relación tiene más cara de utilidad que de participación. Así y todo ahí estaba, en un patio lleno de arrobas famosas y yo sin recordar si mi cuenta estaba a mi nombre o bajo algún seudónimo. Creo que mi último tuit había sido contra un gigante del retail: nada literario, mejor callar. En mi reserva, pensaba que quizás el encuentro entre autores, editores, lectores, libreros, críticos, correctores se da más en esta plataforma que en espacios físicos. Tanto así que, aunque no sepamos quién es quién (o qué cara tiene a quien leo y retuiteo), podemos saber cuál es su postura sobre el lenguaje inclusivo, qué opina de tal libro y de paso qué le parece la última serie de moda. Y así nacen discusiones literarias, teorías y ficciones.

Si pensamos que una de las bases de la participación en Twitter es la escritura y la lectura fragmentaria y aleatoria, es interesante observar cómo estas características han ido modificándose, primero por la duplicación del número de caracteres permitidos y luego por la creación de «hilos», o la posibilidad de replicar a los comentarios en una concatenación narrativa o argumentativa a partir de un primer tuit. Sobre esto, hay quienes piensan que, cansados de los contenidos snack –breves, de rápido consumo y digestión–, los usuarios habrían creado una necesidad de continuidad y profundidad, incluso en la plataforma que se define por los caracteres en cuenta regresiva. Pero cuando revivo el florido intercambio entre arrobas humanas en el lanzamiento, me queda la duda de si es una respuesta al sobreconsumo de contenidos demasiado breves y dispersos, o si Twitter llegó a ser algo así como la casa digital de los amantes de las letras que, seducidos por el juego de los caracteres, encontraron a sus pares en un espacio de interacción inmediata y, por tanto, escriben y leen cada vez más por este medio.

Como sea, han pasado más de dos años y los hilos siguen teniendo una fuerte presencia en la plataforma. Prueba reciente es en España la segunda versión de la Feria del Hilo, definida como certamen de tuiteratura, y el lanzamiento de La Hiloteca, un espacio virtual de recopilación de los mejores hilos en español, organizados en las categorías de misterio, humor, amor, ciencia ficción y no ficción.

Relatos que se cuentan de a poco, por goteo, en una cadeneta de frases, fotos, videos, audios, gif o memes y que terminan de construir una historia. Casi como la actualización acelerada de la lógica del folletín o la fotonovela, en los que la espera y el seguimiento de una historia eran centrales para suscitar curiosidad y comprometer al lector; o la traducción de lo que pasa con las series que liberan capítulos cada semana.

Los hiladores exitosos alcanzan cientos de miles de seguidores, sus lectores crean tramas y personajes paralelos a sus hilos y teorizan sobre la veracidad de cada relato, su desarrollo y posible final. Especulación, preguntas e intercambios apasionados entre los usuarios logran una gran efervescencia en torno a la lectura y la ficción. El relato se construye «en directo» y quien lee tiene la certeza de estar conviviendo con el autor.

A través de la interacción, se genera una homologación de las categorías: el autor colabora con sus lectores y se encuentran en un espacio horizontal, hecho de simultaneidad y juego. La figura de quien escribe y quien lee se funden, y ambas acciones ocurren al mismo tiempo. En este caso, no es la gratuidad ni el formato físico o digital lo que aviva la discusión sobre el interés por la lectura, sino la interacción y la participación: la posibilidad de enhebrar historias juntos.