Miguel Ángel Gutiérrez
Generalmente situados en Nueva York, con personajes aproblemados que están dando el paso a la adultez en condiciones precarias o dependientes, sus cuentos parecen ir fraguando lentamente pequeñas explosiones en la cotidianidad de sus personajes. Pasan del intimismo citadino a la geopolítica sin soslayo, con un sentido del humor irónico, agudo, una capacidad envidiable para describir afectos y un oído prodigioso para el diálogo. Pareciera que el sujeto de Eisenberg siempre quiere escapar a otra cosa y no le queda más remedio que estar allí donde está, atrapado por las circunstancias que no puede controlar.
Así ocurre, por ejemplo, en “Un otro, mejor Otto” (en Relatos), en que Otto, el personaje principal, no quiere ir junto a su pareja a una cena familiar aparentemente inocente pero que lo saca de quicio; o en “El crepúsculo de los superhéroes” (en La venganza de los dinosaurios), donde Nathaniel, un dibujante de historietas, y su personaje principal Pasividad Man –superhéroe conocido por su temor a actuar– se ven atrapados en el torbellino caótico del atentado a las Torres Gemelas, poniendo en entredicho a toda una sociedad y, por supuesto, la obra del dibujante. Quizás es allí donde reside la genialidad de Eisenberg, en la manera en que el contexto influye en sus personajes y les hace cambiar de rutina, modales o incluso lenguaje, como ocurre en “La capacidad de combinar” (en Taj Mahal), que abre, a partir de epígrafes cruzados de Noam Chomsky y Donald Trump, una intriga lingüística.
Dueña de una producción sumamente paciente y específica, solo escribe ficción de corta distancia a razón de un cuento por año, por eso es que, con casi ochenta años, su obra completa cabe en tres libros. Fue en medio de aquel olvidable 2020 que Deborah Eisenberg dejó de ser una desconocida para el circuito editorial en nuestro idioma, cuando la flamante editorial argentina Chai, que entonces solo llevaba cinco títulos, publicó Taj Mahal con traducción del también cuentista Federico Falco. Le siguieron Relatos (2022, también en traducción de Falco) y La venganza de los dinosaurios (2023, traducido por Matías Battistón). Eisenberg da clases, ha incursionado en el cine y la crítica literaria, y vive en Nueva York con su esposo, el actor y dramaturgo Wallace Shawn, con quien visitó Buenos Aires a principios de agosto para asistir a la Feria de Editores, donde gentilmente concedió un par de entrevistas.
–Me parece que tus cuentos situados en Nueva York tienen mucho en común, sin embargo al leer los que no están situados en Nueva York siempre me parece interesante la manera en que surgen cosas que antes no estaban. Pareciera que son esos otros lugares los que permiten que aparezcan situaciones y personajes que no eran posibles en Nueva York, salvo quizás en el cuento que está dedicado al evento de las Torres Gemelas donde efectivamente lo extraordinario sucede en Nueva York (“El crepúsculo de los superhéroes”, en La venganza de los dinosaurios). ¿Cuando estás fuera de Nueva York sientes que estás escribiendo algo distinto? ¿Sientes que hay otra propuesta de escritura, que hay otra estética posible fuera de la ciudad?
–Nunca había pensado sobre eso pero es muy interesante para mí lo que dices, porque la distancia es algo muy importante, me ayuda mucho. En cierto sentido mi tarea principal, que trataré de definir ahora, es querer mirar las cosas sin prejuicios, volver a los primeros principios. Y ver realmente la actualidad, que siempre es extraña, así que sí, efectivamente es así.
–Hay un cuento que se llama “Bajo la 82va división norteamericana” (en Relatos) que ocurre en Centroamérica, más precisamente en Honduras. Fue muy importante para mí como latinoamericano leer a una estadounidense siendo consciente política y estéticamente de los horrores y perversiones en las que incurre la agenda norteamericana. Porque uno está acostumbrado a que el autor estadounidense hable de todos los gobiernos menos del suyo; al menos es difícil encontrar a alguno que lo haga con críticas profundas y no simplonas. Así que para mí fue muy especial leerte con esa conciencia de las capas que conforman la maldad y sus aristas. Sé que estuviste un par de veces de viaje por Centroamérica, pero ¿cómo fue que encontraste y fuiste capaz de ver esas tensiones?
–Tengo que empezar rodeando la respuesta. Cuando crecí, mis contemporáneos, mi generación, provenía de una gran clase media que vivía saturada por la propaganda. Realmente saturada. Los Estados Unidos eran distintos, algo que ahora suena demasiado estúpido para creerlo, pero había ciertos valores en esa vida de clase media en la que nos identificábamos como seres humanos decentes. Yo nací escéptica, era muy enojona, aunque ahora no lo puedas ver, pero a pesar de eso me identificaba con esos valores. Luego empecé a darme cuenta de que como ciudadana de los Estados Unidos tenía una cierta posición en el mundo; no le había tomado el peso a mi ignorancia. Nos sorprendió mucho, cuando fuimos con Wallace, que todo niño de Centroamérica supiera más de lo que hacía nuestro gobierno que nosotros. Y nosotros fuimos a ese viaje con el objetivo de entender de qué éramos parte y qué votamos, a ver lo que no podía verse desde dentro de los Estados Unidos.
Yo siempre fui de izquierdas, Wallace es un poco más centrista, pero después de ese viaje cambió mucho. Habíamos ido a ver Nicaragua después de la revolución, apenas al principio, algo que en mi visión terminó trágicamente. Yo quería conocer Guatemala y sus monumentales paisajes, y después fuimos a Honduras, donde quedé horrorizada y en shock por todo lo que estaba ocurriendo. Nunca viajo seguido al mismo lugar, pero apenas regresé de Honduras me dije “tengo que escribir sobre esto” y volví rápidamente. Estuvimos en un hotel donde estaban todos los periodistas estadounidenses, una fauna peculiar. La madre de Wallace, una mujer inteligentísima, nos llamó mientras estábamos allá para decirnos que justo iba la 82va división, y yo estaba entusiasmada de que justo pasara algo en ese momento.
–Es impresionante la sensación de que en una mesa de periodistas y funcionarios se decide el futuro de un país ajeno como si fuese un juego de cartas.
–Había un espectro muy interesante. Algunos periodistas, la mayoría, recibía la información del Departamento de Estado. Era un círculo, porque los periodistas luego iban a los diarios con las noticias de la inteligencia estadounidense.
–Siempre te leo decir que eres una escritora lenta. ¿Estás escribiendo ahora?
–No, y no sé cuándo volveré. Es horrible escribir, pero es peor no escribir. Espero poder hacerlo pronto pero no puedo contar con eso. Cuando me muera me daré cuenta de si pude volver o no. Siento, de todas formas, que es para lo que estoy. La forma del mundo se me hace demasiado difícil de comprender, no me entra en la cabeza.
–Está todo muy raro, como las elecciones allá.
–Es un circo donde todos los días traen animales nuevos. Es curioso que hayamos crecido en un mundo que supuestamente había acabado con el fascismo y dimos por sentado que, por ejemplo, la guerra sucia no era fascismo. Ahora nos sorprendemos, pero siempre estuvo dando vueltas.
–Hablemos de cine. Tu presencia en el cine ha sido breve pero variada. Estuviste en Mi cena con André, incluso en un capítulo de Gossip Girl.
–Eso fue divertidísimo.
–Además escribiste el guion de Let them all talk (la película de Steven Soderbergh con Meryl Streep y Candice Bergen en que una escritora famosa decide hacer un crucero con sus dos mejores amigas).
–Más o menos, pero Steven hizo todo lo bueno de la película. Fue una colaboración loquísima.
–¿Cómo fue trabajar con un neurótico prolífico como Soderbergh?
–Es un fenómeno. Me llamó un día, no nos conocíamos. Almorzamos y me dice que tiene una idea, yo justo no estaba trabajando en nada. Llevo años sin trabajar, en realidad. Pero si Steven te llama para almorzar, vas a almorzar, aún no estoy muerta, así que fui. Me empieza a contar la idea y al final me dice “todavía no dijiste que no”, y así quedó.
–¿Cómo te presentó la idea?
–Me dijo lo principal y yo al poco tiempo me di cuenta de que tenía la edad adecuada para el tipo de película que estaba haciendo, y con esas actrices.
–¿Te dijo: “Tengo a Meryl Streep”?
–No, no al principio. No tenía idea. Pero él quería una novelista famosa y sobre todo el barco, que era un set carísimo. Era precioso, magnífico. Estuve en el barco, gastando casi todo mi tiempo en encontrar a la gente, porque era tan grande que me perdía. Pero, bueno, él quería a una novelista famosa viajando en barco de Estados Unidos a Gales, con sus amigas y un sobrino. Quería un personaje principal que estuviera muy vivo, que tuviera carácter, así que improvisamos muchísimo. Teníamos muy poco tiempo para filmar, porque el barco no duraba tanto en su viaje por el Atlántico, y mi misión era que cierta información debía estar en las escenas. Incluso llegué a escribir un poco de diálogo, que no sirvió de nada porque improvisamos casi todo.
Una de las cosas más maravillosas que me pasó fue que escribí una escena en la que Candice Bergen está vendiendo lencería y entra una clienta medio insoportable que quiere un color en especial y no otro. Era el primer día de rodaje en Nueva York, fuimos al suburbio a grabar la escena en una tienda que estaba cerrada solo para nosotros. La parte de la lencería estaba llena de los colores que yo había elegido cuando escribí la escena, y ahí me dije: “¡Qué hice!”. Escribí sobre unos calzones turquesa y luego todos los calzones eran turquesa, fue emocionante.
Aun más impresionante fue el segundo día de rodaje, cuando Meryl Streep y la gran Gemma Chan estaban sentadas para almorzar y lo que tenían que decir en escena lo habíamos estipulado recién Steven y yo. Era un diálogo complicado. La escritora quiere ir a Europa pero no puede volar, quiere llevar a sus amigas y a su sobrino, no está interesada en escribir la segunda parte de su obra más conocida. Gemma Chan no era su agente de siempre, sino la asistenta que quería conseguir un trabajo mejor. En fin, se sentaron y lo hicieron, sin haberse conocido ni ensayado nada, fue magia. Al principio yo pensaba que estaba dando lineamientos muy complicados pero parece que no, porque les salió perfecto. Es una película rara, y quizás acá estoy proyectando, pero tiene mucha vitalidad, algo que es inusual; es muy fresca y natural a su manera.
–Cuando escribías el personaje, ¿pensabas en alguien? O por ejemplo Eddie, el personaje del escritor de libros comerciales, el que es una especie de antagonista de la escritora prestigiosa, ¿lo escribiste tú?
–Él era un sueño, todo inventado. Un día fui a visitar el barco, estaba sola así que me perdí y me costó encontrarlo. Cuando llegué estaba lleno de gente abordando y en un grupo había unas señoras cuchicheando sobre misterios, y ahí pensé: “Un escritor de novelas de misterio”. Y creo que fue brillante.
–Es muy bueno Christopher Fitzgerald, gran actor, además él, el personaje, sabe siempre que no escribe bien.
–Claro, el contraste de él con Meryl era genial. Un día cenamos todos y ellos dos en poco tiempo desarrollaron una relación impresionante.
–Hace poco veía una película de Terence Malick y tu nombre salió en los agradecimientos. ¿Cuál es tu relación con él? Me intriga porque me parece que los dos tienen algo así como estéticas contrarias: tu literatura está generalmente en lo cotidiano y en los detalles, mientras que las películas de Malick parecen estar siempre en búsqueda de la grandilocuencia y lo trascendental .
–Sí, Terence es un viejo amigo. En realidad es amigo de muchos años con Wallace, fueron a la universidad juntos. Nunca lo vemos porque siempre está en la Costa Oeste, lo respeto y quiero mucho.
–¿Les manda las películas antes de mostrarlas?
–Sí, tal cual, le hacemos muchos comentarios a sus películas cuando están en proceso.
–Me gustaría preguntarte por Nueva York. Por supuesto que toda ciudad cambia con el tiempo, pero pareciera que la Nueva York que vive en tus libros también ha cambiado a su manera. Me parece muy bien logrado como introduces aquellos cambios en los cuentos sin que sean realmente lo importante del asunto, pero siempre es claro en qué clase de ciudad estamos. ¿Cómo ves la Nueva York actual? ¿Y el neoyorquino, cómo ha cambiado?
–Es muy curioso. Porque fui joven en un tiempo que fue excepcionalmente vivo y estimulante. Al contrario de ser vieja en un mundo que pareciera no tener esperanza, donde el mundo y el planeta sufren todo el tiempo. Nueva York aún me permite verla con alegría, no viviría en otro lugar de Estados Unidos. A pesar de que se está volviendo imposible en varias formas, carísimo, sin muchas posibilidades de vivir. Ahora la gente rica que lo destruyó se está yendo, pero sigue siendo, en comparación con otros lugares de Estados Unidos, muy tolerante. La cultura pop, por más que responda hoy al comercio y las ventas, sigue viva. Y el caos y la confusión aún parecen incontrolables en Nueva York, y eso me gusta.
1995. Es editor de la revista Oropel, escritor y cineasta. Su primera novela Litoral (Alquimia, 2023) ganó el Premio Roberto Bolaño en 2020. Vive en Buenos Aires.