Conversación con Diego Zúñiga

 

Diego Zúñiga: Tenemos hoy el agrado de recibir a la documentalista argentina Cinthia Rajschmir, con quien vamos a conversar sobre su obra, donde se cruzan diversas expresiones artísticas, como la literatura y, en su último trabajo, la fotografía. Cinthia es realizadora de documentales, pedagoga, periodista especializada en educación, realizó estudios de maestría en cine documental y una especialización internacional en gestión y política de la comunicación y la cultura. Fue directora y guionista de diversos documentales, entre los que destaca Cartas iluminadas, su último trabajo estrenado, y en estos momentos está terminando un nuevo, titulado Sara Facio: haber estado ahí. Vamos a conversar de Cartas iluminadas, sobre las cartas cruzadas entre Julio Cortázar y Manuel Antín, un cineasta argentino muy importante, pero también sobre este nuevo trabajo sobre Sara Facio, que sabemos que está en posproducción. Esto nos vincula con Chile porque Sara retrató a Pablo Neruda y a una serie de escritores latinoamericanos muy importantes de la segunda mitad del siglo XX.

Así que bienvenida, Cinthia, estamos muy contentos de que estés aquí. Para empezar la conversación, ¿por qué te interesó el documental?

Cinthia Rajschmir: Bueno, una preocupación muy importante para mí era que nuestros grandes referentes se nos estaban yendo, por lo que quería que pudieran dejar su testimonio y comencé haciendo documentales sobre grandes maestros, de más de 90 años, en el Ministerio de Educación. Uno de esos documentales fue Luis F. Iglesias: el camino de un maestro, que es la historia del creador de la Escuela Rural Unitaria, que fue un modelo de educación rural en toda América Latina. En el documental el maestro cuenta su experiencia, él lo pudo ver, y hoy es material obligatorio de las cátedras de pedagogía. Luego me pidieron un segundo documental sobre otro maestro, que tenía 93 años, don Paco Cabrera, y el material de ese documental es trabajado en la formación docente sobre políticas educativas.

Entonces me dije que tenía que empezar a estudiar cine. Tenía 47 años, lo digo porque es una nota importante. A veces nos encasillamos en lo que se considera apropiado para la edad, lo que se considera que puede hacer una mujer, etcétera, pero yo no sigo esas pautas. Manuel Antín, que es el rector de la Universidad del Cine, junto con el Ministerio de Educación, me otorgaron una beca para poder hacer una maestría en cine documental, y así conocí el mundo increíble que es el cine documental. Hice un cortometraje sobre un calesitero, ¿acá le dicen calesita?

DZ: No, le decimos carrusel.

CR: Bueno, era la historia del dueño de un carrusel y el carrusel. Y como sentí la necesidad de que el espectador y el espectadora se subieran a la historia, subí la cámara al carrusel y el documental está grabado desde ese punto de vista, desde quien está allá arriba dando vueltas, lo que también es una metáfora de la vida, de la memoria, de las generaciones que pasan y siguen volviendo a aquellos lugares de la infancia. Ahí comencé con el cine documental.

DZ: Hablemos un poquito de Manuel Antín, a quien mencionaste a la pasada, el protagonista de tu documental Cartas iluminadas, que muestra el vínculo que tuvo con Julio Cortázar. Él realizó tres películas que son adaptaciones de sus relatos, pero para mí Antín fue un nombre nuevo. Tú en el documental trabajas con materiales de las películas, entonces tenemos la posibilidad de ver varias escenas y me sorprendieron mucho, porque él logra capturar, al menos en las imágenes que tú muy bien seleccionas, Cinthia, esa singularidad del mundo cortazariano, esas grietas que hay en la realidad y que abren la posibilidad de visitar otros mundos y otras sensaciones. Tú además en el documental tienes la suerte de acceder a las cartas que le mandaba Cortázar, a través de las que intervino y también dialogó mucho con él a partir de la adaptación de estos relatos en película. Pero quiero quedarme en Antín primero, ¿cuál es su importancia dentro del cine argentino?

CR: Manuel Antín tiene 96 años, es el rector actual de la Universidad del Cine, y va todos los días a la universidad a las 9:30 de la mañana con traje y corbata, sea verano, otoño, invierno o primavera. Es un una persona extraordinaria. Te voy a contar una anécdota: hace relativamente poco fui a visitarlo y a conversar con él a la universidad y me preguntó cuál es mi próxima película. Nos tratamos de usted, dijo: «¿Cuál es su próxima película? ». Y yo le respondí que sobre Sara Facio, pero él me dijo: «no, esa ya la sé, la otra, la que viene». Entonces yo pienso que es un ser cuyas preguntas están cargadas de futuro.

Manuel Antín es uno de los cineastas que fue bisagra tras lo que se ha llamado el cine clásico en Argentina, vinculado al criollismo y al tango, con el lenguaje más hollywoodense de los años 40 y 50, en donde el dispositivo estaba oculto. Manuel Antín arribó al cine en los años 60 con tres películas. Ya era parte de un circuito cultural que leía a los nuevos escritores de su generación y un poquito más grandes, como Cortázar, y tenía una preferencia por él. Manuel me ha contado que empezó en el cine porque le describía los relatos a sus amigos como si fueran películas que él hubiera hecho. Entonces se aventuró a hacer una primera película a partir del cuento «Cartas de mamá», la que se llamó La cifra impar, y empezó un intercambio epistolar con Julio Cortázar. Es muy interesante, porque primero se tratan de usted, luego tienen cada vez más confianza, se hacen amigos entrañables, y finalmente surgen chispas entre ellos. Esa es la historia que yo cuento, la historia humana entre dos librecreadores, un escritor como Julio Cortázar, que quería ser cineasta, y Manuel Antín, cineasta que quería ser escritor. Ese encuentro fue fabuloso.

En Circe, la segunda película, basada en el cuento «Circe», Cortázar se involucra en el guion y es muy interesante, porque ahí hay una fusión entre imagen y palabra muy interesante. Cortázar sentía pasión por el cine y la primera película que hizo Manuel le pareció fabulosa, tanto así que en un momento le dijo que entendió su propio cuento con la película.

Esa fusión fue tan maravillosa. Yo creo que ese encuentro con Manuel lo llevó a escribir de una manera más cinematográfica. Porque Cortázar tenía hambre de creación y de que Manuel le filmara las películas, mientras Manuel hacía lo que él quería, por su libertad interna. Pero en ese segundo encuentro, en el que concretaron juntos el guion de la película Circe, sucedió algo muy interesante para mí: empezaron a escribir el guion a través de cartas, porque Cortázar estaba en París y Manuel Antín, en Buenos Aires, y las cartas demoraban una semana. Estas cartas aún existen y el objeto físico me parece entrañable, todo el tema de la comunicación epistolar fue parte de mi infancia, mi adolescencia y mi primer amor. Pero en un momento Julio Cortázar, yo creo que por la pasión y la emoción que tenía, el compromiso y el enojo, todo junto, decidió grabar una carta. Para un escritor, que la literatura o la escritura no sea suficiente, me parece interesantísimo. Entonces grabó una fonocarta que Manuel tiene todavía y la incluí en la película, porque es fundamental.

Luego hicieron una tercera película, que es Intimidad de los parques, y aquí empieza el misterio y el problema grande. Está basada en dos cuentos, «Continuidad de los parques» y «El ídolo de las Cícladas», pero Cortázar se empezó a enojar con Manuel, porque Manuel, que en ese momento también estaba muy imbuido de toda la cultura latinoamericana, trajo a Machu Picchu un cuento que estaba situado en Grecia, y eso a Cortázar no le gustó nada. También le molestó que haya fusionado dos cuentos y que haya situado el conflicto, que es de orden fantástico en los relatos, en una cuestión erótico-psicológica. Entonces empiezan los intercambios más fuertes. Manuel en las cartas le dice que va a ser una película muy levemente inspirada en Julio Cortázar, pero el autor es Manuel Antín, y a mí esa cuestión de la lucha por el ideal, por las creencias, por el compromiso con la propia obra, por el quién soy, entre dos grandes como son ellos, me pareció superinteresante.

Manuel fue y es una persona muy importante para nuestro país, porque fue el primer director del Instituto de Cine en democracia y abolió la censura. Nosotros tuvimos en dictadura una censura atroz y él, al asumir, con el gobierno del doctor Alfonsín, abolió la censura, una censura que él mismo vivió: estuvo un año sin estrenar una película porque no le dejaban pasar un fragmento en que la actriz Graciela Borges muestra su espalda, nada más. Él no la estrenó hasta mucho después porque se negó a modificarla, y eso habla de una fortaleza y de una libertad interna enorme.

Hay un librito de un investigador, Emilio Bernini, que plantea que lo que Manuel Antín trajo fue una ruptura entre el cine clásico y el cine moderno, y tiene que ver con que él se basa en los cuentos de Cortázar, pero Manuel Antín interpreta lo fantástico de los cuentos a través de la ruptura con el raccord, que es la continuidad en el cine, e incorpora el falso raccord, que es propio también de la nouvelle vague francesa. Eso es Manuel, el que hace una bisagra entre lo anterior y lo que viene y lo que vendrá después, porque incluso hoy hay elementos de esa ruptura de Manuel en nuestros cineastas contemporáneos: los incluyen en sus películas, los incluimos, a modo de homenaje, pero también de herramienta narrativa. Eso es lo que él trajo al cine, además de su aporte como maestro de cineastas muy importantes y director de la universidad. Como creador hizo doce películas y su acción fundamental fue su lucha por la libertad de expresión en contra de la censura.

DZ: Es muy interesante que en las cartas con Cortázar tienen un arco dramático casi natural. ¿Tú ya sabías eso cuando comenzaste el proyecto? ¿Y cómo llegaste a ese cruce de cartas entre Antín y Cortázar? ¿Cómo conseguiste que él decidiera mostrarte ese material, compartirlo y aceptar que tú lo filmaras y que entraras en esa intimidad? Porque es una historia llena de luces, pero, como cuentas, la relación termina un poco tensa.

CR: La relación entre ellos no termina especialmente por esas circunstancias, sino que durante la dictadura Julio Cortázar no podía volver a Argentina, lo tenía prohibido, y entonces decidió decirle a Manuel que no le iba a enviar más cartas porque era peligroso. Este es un gesto que a mí me emociona mucho, porque si bien Manuel dice que él no creía que fuera tan peligroso, yo creo que Cortázar tenía mucha noción de lo que podía llegar a ser recibir una carta de él. Y a pesar de las diferencias, incluso ideológicas o políticas, protegió a su amigo. Entonces dejaron de escribirse cartas, pero siguieron siendo amigos entrañables hasta siempre.

Y respecto de tu pregunta, todo partió cuando yo fui a agradecerle a Manuel al terminar la maestría. Él me dijo que le salvé el día, porque todos lo visitaban para desagradecerle cosas. Él tiene un humor hermoso y creo que en la película traté de rescatarlo. Y cuando me fui, me regaló el libro de cartas. Yo abrí el libro, empecé a leerlo y me encontré con un tesoro: al leerlo cada vez más ahí encontré una historia, una historia que no se había contado, por lo menos no cinematográficamente.

Me demoré un año en animarme a pedirle a Manuel hacer ese documental, y él me contestó enseguida que estaba a mi disposición y que cuándo empezábamos. Así fue, con su generosidad y su confianza. Entonces yo empecé a investigar y tuve todo un tiempo de entrevistas para profundizar sobre la historia y sobre el tema. La película se fue enriqueciendo cada vez más en la medida en que iba encontrando, a partir de esas hipótesis que tenía, una realidad que superaba lo que yo pensaba y había intuido.

DZ: Algo muy interesante que el documental muestra de una forma, no diría involuntaria, pero sí fuera de campo, es el cambio que sufrió Cortázar políticamente. Empezamos con el escritor fantástico, por así decirlo, pero justamente las cartas muestran cómo se va volviendo cada vez más político.

CR: Sí, él fue importante también en la política del mundo por su apoyo a los organismos de Derechos Humanos y los movimientos revolucionarios. Manuel Antín dice que Cortázar, cuando se involucró políticamente, dejó de escribir lo que a él le gustaba, pero Manuel Antín, cuando se involucró políticamente al ser parte del gobierno de Raúl Alfonsín, también dejó de hacer cine, con lo cual se ve que la política, aunque de manera distinta, los llevó a ambos a seguir otros rumbos en sus vidas.

DZ: Hay un nombre que no hemos convocado todavía, pero que va a aparecer, el de Sara Facio, ya que ella te facilitó sus fotos, incluyendo uno de los retratos muy icónicos de Cortázar. Tú ya tenías acceso a Antín, pero de Cortázar solo tenías la voz y las cartas, faltaba ponerle rostro, y ella generosamente te permitió usar su retrato. De alguna manera eso nos lleva a conectar con este último trabajo que estás haciendo sobre ella. Sara Facio es un nombre que circula mucho más fuera de Argentina. Sabemos que es una de las fotógrafas fundamentales de Latinoamérica e hizo muchos retratos de escritores y de artistas de la segunda mitad del siglo XX. Tú ahora ya estás terminando un documental sobre ella, que este año cumple 90 años, y lograste pillarla justo para poder conversar e indagar en todo el trabajo que ella ha hecho, que es muy diverso y muy grande.

Cuéntanos sobre eso, ¿cómo llegaste a Sara Facio y cómo la convenciste de hacer este documental? ¿cómo logras entrar en la intimidad de Sara Facio, Manuel Antín y tus otros personajes, que son todos gente grande, adultos mayores?

CR: A eso de los 18 años, cuando estaba cursando la carrera de educación, llegué a un libro que se llama Retratos y autorretratos, un libro que une imagen y palabra, porque son los retratos que Sarah Facio hizo de los escritores latinoamericanos que ella leía en la época del boom, a quienes les pidió que escribieran un autorretrato a partir de verse en sus propias imágenes. Me parece que eso fue una idea extraordinaria de ella y Alicia D’Amico, que era su colaboradora en ese momento.

Cuando inició el periodo democrático, a Sara se le ocurrió montar una fotogalería, traer a todos los fotógrafos que ella consideraba excelentes, entre el Teatro San Martín y el Centro Cultural San Martín. En ese momento había un movimiento cultural enorme, yo tenía 18 o 19 años, y la galería era paso obligado de todos, sobre todo de los que éramos jóvenes. Con esas exposiciones Sara me enseñó que la fotografía es arte, y con Retratos y autorretratos me enseñó que la imagen y la palabra pueden ir de la mano de una manera increíble. Yo no la conocía personalmente, pero luego de pedirle las fotos de Cortázar, que efectivamente contribuyeron a terminar de consolidar el personaje, ella vio la película y le gustó, entonces la invité a hacer un documental sobre ella y su obra y me dijo que sí.

Tu pregunta también apuntaba a cómo logro una intimidad y yo creo que tiene que ver con que si uno busca el quién soy en el documental y la creación, se conecta con el quién soy de quien generosamente abre su vida y su corazón a poder construir juntas una historia. Una historia que nunca es la realidad, porque el documental no es la realidad, el documental es una construcción que tiene que ver con el punto de vista que tiene el director o la directora respecto de un acontecimiento. Es un punto de vista, un recorte que hace uno, y eso también siempre lo dejó claro en mis documentales, por eso aparezco.

DZ: Sí, justamente te iba a preguntar sobre eso, apareces y de alguna manera eso rompe con la idea que se tiene muchas veces del documental como un pedazo de verdad absoluta.

CR: Exactamente. Es mi mirada, es mi punto de vista, es la hipótesis que se va haciendo y, como dice Manuel, después eso lo termina cada espectador y espectadora cuando reconstruye su propio quién soy en esa obra. Creo que el cine documental tiene esa oportunidad maravillosa de poder buscar apasionadamente el quién soy.

Aquí hay una admiración muy grande y en el documental se va a ver. Hay documentalistas que no se posicionan en ese lugar; a mí no me molesta ni me incomoda. Si yo admiro a Sara, la admiro y se va a notar que la admiro, y se va a notar lo que yo veo sobre ella: los conflictos, también las dificultades y todo lo que tiene que ver con una obra, que es un relato. Por eso está mi nota de autor, en la que yo aparezco y eso me parece muy importante.

Sara nació el 18 de abril de 1932. Primero fue estudiante de Bellas Artes, luego por una beca tuvo la posibilidad de viajar durante un año a Europa, a París, a mediados de los 50, y allí se encontró con que la fotografía era un arte, sobre todo por Otto Steinert, quien creó la fotografía subjetiva. Entonces cuando volvió decidió dedicarse a la fotografía, se compró una Leica y ahí comenzó su vida como fotógrafa y fotoperiodista.

Cuando Perón volvió a la Argentina después de 18 años de exilio y ocurrió lo que se llamó la «Masacre de Ezeiza», porque hubo mucha violencia, ella con su cámara estaba arriba del palco mientras las balas iban por encima suyo, y aunque tuvo miedo, no se fue, porque sentía que tenía que estar ahí. Por eso es el nombre de la película: Sara siempre estuvo ahí. Y su fotografía no es una semblanza, es un acto fotográfico, es su imagen construida con su estar, con su mirada y con su participar de ese momento en el que se encuentra con otros y no los toma como distintos, son parte de su emoción y de su respeto hacia los demás. Aun no siendo peronista, ella hizo el ensayo fotográfico más importante sobre el peronismo.

Lo interesante de sus fotografías de escritores en Retratos y autorretratos es que captó el instante emocional de cada uno. Sus fotografías son puestas en escena, son momentos únicos que ella capta de una manera tan vital que, al verlas, parece que estuvieran vivos. Y creo que eso es Sara, eso fue con la fotografía.

DZ: ¿Ya no saca más fotos?

CR: No, porque tuvo un accidente, se cayó de una escalera en Europa, se rompió las muñecas y no pudo seguir sacando fotos. Pero creó una editorial de fotografía llamada La Azotea, que es importantísima y, como ella dice, de libros económicos y accesibles, pero además livianos, porque no quería que los libros fueran grandes y pesados.

DZ: Como contabas, ahora has tenido acceso a Sara, has conversado con ella para hacer el documental. ¿Cómo  ha sido tu encuentro con ella?

CR: El contacto con Sara siempre me ha resultado muy emocionante y sorprendente. Nos encontramos veinte días antes de la pandemia, en los últimos tres días de febrero de 2020. Salimos a hacer nuestros primeros rodajes y Sara tenía 88 años. Ella me había contado que salía a sacar fotos en un Fiat 600, que era un auto discreto, el primer auto que había podido tener. De ahí sacaba fotos con la Leica y nadie se daba cuenta, entonces tiene unas fotos de lo que veía en Buenos Aires que son increíbles. Decidí darle una sorpresa y conseguí un Fiat 600 original, del club de admiradores del Fiat 600 que existe en Argentina. Así que después de un montón de tiempo ella se subió a un Fiat 600 y estaba tan feliz como todos nosotros. Eso es Sara. Ella me dijo: «Yo no iba acá, en el lugar del acompañante, yo iba ahí, siempre manejaba el auto».

En ese encuentro yo conocí a una persona muy generosa, muy dispuesta a compartir su historia, pero muy cuidadosa de su intimidad, lo que a mí me parece muy respetable. Esto se relaciona con Sara. María Elena Walsh, una de nuestras mejores compositoras y escritoras, no sólo de literatura infantil, sino también de literatura adulta, fue la compañera de su vida y esa fue una relación preciosa a través de treinta años juntas. Sara sacó las fotografías más hermosas de ella y es la presidenta de la fundación María Elena Walsh: defiende su memoria con un amor y con una delicadeza inmensa. Y esa manera delicada, personal y única es lo que quise transmitir.