Conversación con Óscar Contardo

Óscar Contardo: Bienvenidos y bienvenidas a esta cátedra, que esta tarde tiene como invitada estelar a Camila Sosa Villada, escritora, dramaturga y actriz argentina que nació en un pueblito de la provincia de Córdoba. Estudió cuatro años de comunicación social y otros tantos de licenciatura en teatro en la Universidad Nacional de Córdoba. En 2009 estrenó la obra teatral Carnes
tolendas, retrato escénico de un travesti
, donde encontró la síntesis entre la actuación, García Lorca, su condición de travesti y los textos de su blog La novia de Sandro. Esta obra fue muy premiada, elogiada, ganó varios premios y fue el inicio de la carrera estelar de Camila Sosa.

En 2015 publicó su primer libro, el poemario La novia de Sandro, y a este le siguió el ensayo autobiográfico El viaje inútil y luego su primera novela, Las malas. El mismo año, el 2019, publicó Tesis sobre una domesticación. El año pasado publicó su primer libro de cuentos: Soy una tonta por quererte en Tusquets, el mismo sello de Las malas, una novela que probablemente es la razón que les ha traído a este auditorio. Es una novela que le ha permitido a Camila Sosa ser conocida en muchos países, una novela que ha sido traducida y que ganó el premio Sor Juana Inés de la Cruz. También la hizo ganar otros premios como el Gran Prix de Francia y el premio Finestres en España. Camila Sosa Villada es alguien cuyo talento y obra admiro muchísimo. Camila, yo no soy de lisonja ni zalamero, pero de verdad me emociona la posibilidad de entrevistarte, así que estoy muy nervioso, tenme paciencia. 

Hay un personaje de tu biografía que a mí me llama la atención. Cuando ya habías leído todos los libros de tu casa, te llevan donde una mujer del pueblo donde vivías, porque todos sabían que ella tenía una biblioteca. ¿Cómo fue el vínculo con esa persona y qué significa para ti ese acercamiento a los libros a través de esa persona que no son tus papás?

Camila Sosa: Elba Merlo de Fuentes, era además hija de los fundadores de Mina Clavero, que era el pueblo donde nosotros vivíamos. Debía de tener unos 65 años cuando nos hicimos amigas.

ÓC: ¿Y tú qué edad tenías?

CS: Doce años. Y ella permitía que los chicos del barrio fueran a hacer los deberes de la escuela a su biblioteca. A mí era a la única a la que le prestaba los libros para que se los llevara a su casa. Era una amistad de las que ya no me quedan. Era una mujer que nunca me preguntó nada respecto a mi sexualidad, mi genitalidad, ni a mi género ni a nada de eso y, sin embargo, me refugiaba cuando mi papá me echaba de mi casa. Tenía un jardín con rosas violetas, era extrañísimo. No había visto nunca flores de ese color. Tenía un perro que se llamaba Cambá. Le gustaba mucho el whisky. Era muy elegante.

ÓC: Era perfecta.  

CS: Era perfecta y siempre me alentó no solo a que escribiera, sino a que leyera. Entonces, en algún momento de su vida, comenzó a comprar libros que me gustaban a mí. Por más que los tenía ella en su biblioteca, eran libros que compraba para mí. Mi papá por supuesto la odiaba, porque decía que me llenaba la cabeza de ideas comunistas, ideas siempre malsanas.

Ella y Óscar de Rossi, que era mi profesor de literatura en la secundaria, fueron, no diría los únicos amigos, porque tuve otras amistades también, pero sí fue como el bautismo de esos vínculos que son inolvidables y que nunca más vuelven a repetirse, algo realmente inolvidable. Bueno, aparece un poco en El viaje inútil, aparece un poco en una historia que estoy escribiendo ahora, pero me parece un personaje absolutamente literario.

ÓC: La relación es muy literaria.

CS: Sí, pero además ella, su casa, su paisaje, su perro… Ella se pintaba la boca de rojo, entonces las tazas estaban todas teñidas de ese rouge, también las copas, los vasos, todo, era increíble. Realmente una persona increíble y con mucho coraje, al punto de que ella fue la única que fue a mi graduación en la secundaria, ni mis padres fueron. Fue ella.

ÓC: ¿Y recuerdas alguna lectura en particular de esa época?

CS: Sí. Ella tenía una colección de Las mil y una noches con tapas de cuero rojo y con grabados que eran pornográficos, que eran de esa época. ¡Me los prestó con tanta irresponsabilidad! Los leí todos, se los devolví. Ese creo que fue el libro que más recuerdo de todos los que compartimos.

ÓC: ¿Y tu papá vio esos libros?

CS: No, no se preocupaba por eso. Ellos me dejaban, la verdad —a pesar de que parecen un poco castradores en los libros, sobre todo en El viaje inútil— ellos me dejaban consumir literatura que era para adultos, cine que era para adultos, televisión que era para adultos y eso fue un regalo para mí, fue fertilidad pura.

ÓC: ¿Y el cine era tan importante para ti como la literatura en ese minuto?

CS: Sí y sigue siéndolo. A pesar de lo mucho que lo odio. Bueno, ahora está el fenómeno de que Anthony Hopkins hace una película de Marvel, que Cate Blanchett actúa para Marvel, que las películas parece que no se pueden hacer si no hay una superestrella. Cada vez se cuenta menos. La narrativa está cada vez más influenciada por Netflix, por ese tipo de plataformas. Sigue siendo un ambiente terriblemente machista. Parece que el feminismo latinoamericano no pasó por el cine, no se enteraron de que existe. Las actrices siguen siendo abusadas, siguen siendo olvidadas, ya no las lobotomizan como a Frances Farmer, pero sí somos locas, sí, somos intensas. Son muy maltratadas en los sets por los directores.

ÓC: Y los guiones están hechos para que la mujer sea siempre un personaje reactivo a algo que le pasa.

CS: Sí e imagínate lo que es o lo que sería para una travesti, para una trans, su participación en el cine. Es un problema de clase media total y absoluto. El problema del cine es que está siempre en las mismas manos y no puede escaparse de eso.

ÓC: Manos burguesas.

CS: Exactamente.

ÓC: Es que clase media acá significa otra cosa que en Argentina. Significa un poquito más abajo. Acá el cine está en otras manos, no de la clase media.

CS: Bueno, está en manos de nenes ricos con juguetes caros. 

ÓC: Tú haces mucho hincapié en la importancia que el psicoanálisis tuvo para tu escritura. A alguien que no le resultó el psicoanálisis le parece sumamente curioso esto. Y quiero ver evidencia, porque digo: no puede ser que esta mujer escribiera muy, muy distinto antes del psicoanálisis que después del psicoanálisis ¿Cuánto tiempo te psicoanalizaste?, ¿cuándo empezó ese proceso?

CS: En el 2015. Y sigo hasta hoy. Tuve una breve alta, que me dio mi psicoanalista.

ÓC: ¿Y el psicoanalista es hombre o mujer?

CS: Es una mujer, es Claudia Huergo, le dedico Las malas a ella. Yo creo que lo que hizo el psicoanálisis fue sacarme de un pozo enorme que era la victimización, que era verme a mí solo como una víctima y no como una persona capaz de dañar también. Eso me hizo pensar en otras cosas también. Me hizo pensar en mi fuerza, en mi maldad. Me hizo pensar o reconocer la miseria de mi papá y de mi mamá, lo miserables que fueron conmigo y también el haberlos podido perdonar, el haberlos podido recuperar.

ÓC: Tú los rescatas mucho.

CS: Sí. Fue la relación, el vínculo en el que más tiempo y energía puse. Nunca dediqué ese tiempo a nadie en mi vida más que a mis padres.

ÓC: Yo todavía no los puedo rescatar.

CS: Son irrescatables a veces.

ÓC: Entonces todavía estás en ese psicoanálisis y le dedicaste Las malas. ¿Por eso es el título?

CS: Sí, Las malas. Mira, es más egoísta todavía el título. Yo tenía un dúo, tocaba y hacía canciones con un guitarrista, un niño rico también. Muy guapo, muy buen músico además y que, de un día para el otro, empezó a decirme que yo era mala, acusándome de maldad. Y nunca supe por qué. Porque después cruzó el océano, se escapó, se fue y nunca me explicó qué significaba eso y yo ya estaba escribiendo Las malas y me parecía algo muy familiar el ser mala. Mala vecina, mal vestida, mal hablada, mal cogida, mal aprendida, maleducada, bueno, todas esas cosas que parecían que estaban mal las puse ahí en el libro y después resultó que todos esos personajes eran personajes entrañables, como los villanos de las novelas, como las villanas de las películas.

Pero no tuvo que ver tanto con el psicoanálisis, sino con esa especie de traición que me hizo Agustín.

ÓC: Agustín se llamaba. ¿Y Agustín habrá sabido de Las malas?

CS: Sí, porque en Barcelona soy un éxito también, así que tiene que saberlo.

ÓC: ¿Para vengarte de quién escribes tú? 

CS: Bueno, una se supone que tiene algunas respuestas comodín. Yo a veces puedo decir que escribo para mí misma. Nunca voy a decir una barbaridad como que voy a vengar a las travestis o que escribo para las travestis, como he escuchado decir por ahí. Me parece que soy un poco más elemental y que escribo para mi papá y para mi mamá, que siguen teniendo muchísima importancia. Aunque ellos no sepan que están en esa relación, que es puramente literaria, son como una fuente de alimentación, de nutrición para mi imaginación y para mi narrativa.

Me parece que más que para vengarme de alguien, estoy tratando de hablarles a ellos todavía.

Mi mamá Graciela y mi papá Omar, Don Sosa.

ÓC: ¿De verdad tú te piensas a ti misma como alguien elemental? 

CS: Sí, totalmente sí. 

ÓC: ¿Y como mala escritora?

CS: Sí, también.

ÓC: ¿Qué piensas cuando lees a otros?

CS: Por ejemplo, cuando leo a Didion digo: «Esto es gramática, quiero escribir así, así quiero decir las cosas». Cuando leo a Lemebel, por ejemplo, digo: «Acá está el ritmo, esto es como andar a caballo, esto es como andar en bicicleta».

ÓC: ¿A Didion cuándo la descubriste?

CS: Hace muy poco, con el documental de Netflix.

ÓC: Bueno, hay que decir que Joan Didion no estaba publicada en castellano hasta los 90.

CS: Ah, pero yo no había nacido en los 90.

ÓC: Cierto, es cierto. Es una autora que se ha dado a conocer en castellano por los últimos tres ensayos.

CS: Sí. De todas maneras es bastante difícil de conseguir, al menos en Argentina. Te digo yo, los libros de ella me los traje todos de España, porque en Argentina casi no se publican.

ÓC: ¿Y a Lemebel cuando lo conociste?

CS: A Lemebel lo conocí en la facultad, en el año 2007, 2008. Nos daban algunas crónicas. La crónica de Miguel Ángel, el que veía a la Virgen y volvía travestido. Bueno, esas crónicas nos daban en teatro, ni siquiera en comunicación social.

ÓC: Bueno, él estudió diseño teatral un par de meses antes de estudiar pedagogía. ¿Y a Néstor Perlongher lo conocías de antes?

CS: A Perlongher lo conocí un poco después que a Lemebel, porque además me resulta un poco más complejo de leer. Es una escritura un poco más intelectual que la de Lemebel.

ÓC: Sí, bueno, y es argentino.

CS: ¿Por qué lo decís?

ÓC: Porque es más intelectual, pues.

CS: ¿Vos decís que los chilenos no son tan intelectuales?

ÓC: No.

CS: Porque a Lemebel lo estudian en Argentina.

ÓC: No, pero si eso no me cabe duda. No estoy diciendo eso.

CS: Cuando lo leo digo: «Este hombre estaba diciendo esto hace 30 años».

ÓC: Pero Perlongher lo decía hace 40.

CS: Sí puede ser, puede ser.

ÓC: Y cuando vino acá, como que se aburrió un poco. Otra persona que se aburrió un poco en Chile es alguien que tú conociste: Juan Forn. ¿Cómo conociste a Juan Forn?

CS: A Juan Forn lo conocí cuando yo cantaba en un dúo. Él fue a Córdoba, no me acuerdo a qué, y fueron en grupo todos los escritores machotes de Córdoba y le dijeron: «Vamos a ver a Camila cantar». Yo cantaba en un bar, así como un tugurio.

ÓC: ¿Qué cantabas?

CS: Jazz. Era toda música hecha por negros, y no solo jazz, había también algunos boleros, algunos tangos. Y me acuerdo de que estaba sentada en la vereda del estacionamiento, en el cordón de la vereda del estacionamiento, con un vestido así como todo lleno de flecos tipo charleston, muy corto y se me acerca un escritor muy machote de ahí de Córdoba y me dice «Camila, Juan Forn quiere conocerte». Qué sabía yo quién era Juan Forn y le digo, «bueno que me venga a saludar».  Yo estaba fumándome un porro y tomándome un ron y viene él y me dice: «Camila, vi tu charla TED», que yo la odio, y sigue: «Me encantaría publicarla en Página 12». Bueno, me vio ahí cantar esa noche y no lo volví a ver. 

En el año 2017 me proponen escribir dentro de una colección que se llamaba «Escribir en homenaje al libro de Marguerite Duras», donde ella habla sobre la escritura, para que cuente cómo me había acercado yo a la lectura, cómo me había convertido en escritora. Y estaba Leonardo Sanhueza de Chile y estaba Juan Forn de Buenos Aires. Él publicó un libro que se llama Cómo me hice viernes y yo publiqué El viaje inútil. Para la presentación de El viaje inútil, en el 2018 nos encontramos en un festival de literatura que se llama Filba, que hacen en Argentina, en La Cumbre, que es un pueblito de las sierras, muy cerca de donde yo nací, a diez kilómetros de La Falda. Y pegamos onda inmediatamente, pero porque él era un tipo elegante, un tipo de clase media, de clase alta, un tipo estudioso, galante y lindo, con cintura social. Sabía hablar con todo el mundo, pero tenía una cosa de querer acercarse a la mugre, a las cosas más tórridas de la sociedad cordobesa. Entonces se me pegó en ese festival, parecía enamorado, no me lo podía sacar de encima.

El último día salimos a dar una vuelta por el hotel donde estábamos y me dijo: «Me gustaría publicarte, yo dirijo una colección que se llama Rara Avis. Si quieres mandarme lo más raro que tengas, mandamelo y vemos si podemos hacer algo».

Yo el año anterior había estado haciendo una obra de teatro que se llamaba El cabaret de la Difunta Correa. Y al final de la obra de teatro aparecía la tía Encarna en un personaje teatral. Ella entraba y contaba cómo se había encontrado al bebé de la Difunta Correa. Entonces yo hacía la hipótesis de que se lo habían encontrado las travestis del parque Sarmiento y mientras estaba haciendo la obra, me parecía que esa historia era una historia para contar, que ahí había algo. Porque parezco tonta, pero tengo olfato para el drama, para la cosa narrativa.

Entonces, se juntaron el hambre y las ganas de comer, porque él era muy trabajador, muy severo, muy serio en sus devoluciones. Pero yo respondía a ese mismo ritmo cada vez que le mandaba algo. Él me mandaba sus devoluciones y yo le enviaba los textos corregidos y un capítulo más. Y así a finales del 2018 estuvo terminado el libro.

ÓC: Tan rápido. Qué fuerte.

CS: Sí y además que me pasó eso de que vas como con torpeza, pero tenés esa sensación de que ya sabes andar en bicicleta.

ÓC: Como un vértigo.

CS: Iba así escribiendo y escribía y escribía y escribía y escribía. Se borraron páginas, se borraron capítulos enteros que me decía, no esto no, esto no sirve. Algunos personajes los rescaté para algunos cuentos de Soy una tonta por quererte, así que fue una buena relación.

Forn a la vez tenía fama de intervenir mucho en los libros que él editaba. Con Fogwill tiene una pelea legendaria, Fogwill decía este libro no es de Fogwill, es de Fornwill. Un día me manda correcciones y yo empiezo a leer palabras que en mi vida escribiría, entonces agarro el archivo que yo le mandé, el archivo que me mandó él y empiezo a comparar y me doy cuenta de que él no solo editaba, sino que además se tomaba la libertad de escribir. Me senté y le mandé un mail y le dije: «Mira, yo no firmé ningún contrato todavía por este libro. O sea que si yo encuentro una palabra más que no haya escrito, dejo de escribirlo» y me dice: «Tenés razón. Perdóname, Camila, perdóname te pido perdón, no va a volver a ocurrir». 

Me parece que fue una bonita relación. Que el tipo en el mundo editorial tenía una ética, tenía una manera de ser que raras veces se encuentra y eso que me hacía renegar, me hacía pasar rabia, me ponía rabiosa por momentos. 

Su prólogo me enojó y no lo cambió. Porque me daba la sensación de que él orientaba la lectura hacia un lugar del que yo después me tuve que defender y del que me sigo defendiendo todavía, que es el de una escritora que se sienta a cronificar su terror, lo terrible que le pasó como prostituta, como travesti. Y no sé qué persona real, qué persona que existe en este mundo se puede encontrar en ese libro y decir «soy yo». 

Es como si él me hubiera restado la capacidad para inventar. Y estoy enojada todavía. Está muerto, pero todavía estoy enojada.

ÓC: Leí lo que escribiste a propósito de eso. Y sobre cómo te habías enojado después, pero no por esto, sino porque le mostraste lo nuevo que tenías.

CS: Ah bueno, también, claro. Como con todo editor, se piensa que te descubrió. Entonces me dijo algo así como: «estoy como leyendo un déjà vu yo, esto ya lo viví». Me dijo una cosa así, y dije: «este pelotudo, ¿quién se cree que es?», Pero eso no me enojó tanto como el prólogo.

ÓC: ¿Cómo te has tenido que defender de ese prólogo?

CS: Bueno, diciendo que la novela no es autobiográfica, cada vez que me siento con un periodista. Cuando me gané el Sor Juana dije algo al respecto, dije, «es más lo que no cuento que lo que cuento, lo que hace que el libro tenga valor. Lo que se silencia y no lo que dice». Es como una postura muy cómoda de la sociedad latinoamericana, decir «nosotros desconocíamos absolutamente el mundo de las travestis, no sabíamos que se prostituían y que la pasaban tan mal. No sabíamos que pasaban hambre y que les pegaba la policía y que los clientes les pegaban». ¿A quién le quieren hacer creer eso? Nadie cree eso, ni ellos se lo creen. Entonces, bueno, hasta el día de hoy estoy defendiéndome un poco.

ÓC: En Las malas hay algo conmovedor en la solidaridad.

CS: Leonor Silvestri, que es una filósofa argentina, dice algo muy interesante, ella dice: «las especies colaboran, menos los humanos». Los humanos no colaboran con otras especies. Los humanos podan, talan, asesinan, destruyen medioambientes que son vitales para otras especies. Las travestis en Las malas lo que hacen es colaborar como animales, es colaborar instintivamente con la otra. Más allá de su violencia, que es natural y que está ahí presente en el libro, tal vez un poco solapada por la idea de una familia elegida, la familia que se elige. Y solidarias son, pero son malas también entre ellas y se abandonan, se olvidan de la otra, se roban, se ignoran y también se van a visitar al hospital.

ÓC: Y algo que te han preguntado un montón de veces, que es esa esa cercanía entre esas emociones que parecen nobles y la violencia y el desamparo. ¿Cómo construiste esa posibilidad de que todo esté tan cerca? ¿O se dio así?

CS: No, no lo hice yo. Eso tuvo que ver con mi experiencia. Solamente usé ese material. Era así. Se vivía en la peor miseria, bueno, Lemebel lo hace también muy bien.

ÓC: Sí.

CS: En la peor miseria, pero a la vez florecía un cactus a la noche. No sé. O había un amor o parecía que había un amor. O alguna lograba juntar el suficiente dinero para enviarlo a Perú para que su mamá se operara de algo que la estaba matando. Pasaban esas cosas también. Me parece que lo hacíamos nosotras, además, que no tenía que ver con la suerte solamente, sino que teníamos una tenacidad muy grande para hacer belleza. Era así, podíamos hacerlo, por eso me enojó tanto el prólogo de Forn.

ÓC: ¿El blog La novia de Sandro entre qué años fue?

CS: Yo lo debo haber empezado a escribir en el 2005 o 2006, cuando se pusieron de moda. Y en el 2009, cuando estrené Carnes tolendas, lo borré. Así que tuvo una vida muy corta.

ÓC: Y después vino el psicoanálisis y ya recuperamos todo, recuperamos la idea.

CS: Sí y también es como si me hubiera desvergonzado, como si me hubiera sacado cierta vergüenza de encima de un montón de cosas y ese lugar que ocupaba la vergüenza empezó a ocuparlo el descaro. Es como decir «bueno, todo lo que antes me daba vergüenza, ahora se lo arrojo a los otros y que se avergüencen los demás».

ÓC: ¿De verdad invitaste a tu papá y tu papá fue a ver la obra?

CS: Eso pasó en Catamarca y ese relato es quizás el más autobiográfico de todos los que escribí. Yo la estrené en el 2009 y él la vio en el 2013 recién. No se animaba a verla, porque yo me desnudaba al final de la obra. Ellos viajan todos los años a agradecer a la Difunta Correa por ese milagro que les hizo, que fue salvar la vida de su hija. Y en ese momento coincidimos justo con una gira teatral que yo estaba haciendo. Entonces él fue y cuando empezó la obra, yo me quedé sin voz. No sabía si era porque estaba muy cansada, porque ya veníamos girando hacia muchísimo tiempo. No sé si es que estaba nerviosa porque estaba mi papá, no sé si fue un duende, no sé qué fue, pero tuve que hacer toda la obra con un micrófono. Y cuando terminó la obra, mi mamá vino al camarín y me dijo: «a tu papá le salió sangre de nariz durante toda la obra. Se fue a cambiar ahora». Porque se le había manchado toda la camisa. 

ÓC: ¿Qué edad tienen tus papás ahora?

CS: Mi mamá tiene 63 y mi papá tiene 71.

ÓC: ¿Qué dicen del éxito de la hija?

CS: Se ríen, lo disfrutan, porque son las únicas personas con las que comparto mi dinero. No, bueno, mis amigos también, pero ellos son un poco mis hijos ahora.

ÓC: ¿Y tú vives en Córdoba?

CS: Sí, a la suficiente distancia de ellos, pero son como dos hijos con arrugas.

ÓC: ¿Y lo soportas?

CS: Tres días, cuatro días, más que eso ya se hace mucho. Por ejemplo, ahora mi mamá nunca había viajado en avión y antes de la pandemia yo le había dicho: vamos a irnos a Buenos Aires, aunque sea unos días, así viajas en avión. Y después vino la pandemia, después yo tuve que salir de gira, nunca hacíamos tiempo para hacer ese viaje y este año, hace menos de un mes dije, bueno, saco los pasajes y nos vamos tal día una semana a Buenos Aires. Y cuando volví, volví agotada. Tenía ganas de ahogarla, tenía ganas de encerrarla en el departamento. Pero la pasamos bien.

ÓC: ¿A la Mistral cómo la conociste?

CS: De pequeña por un documental también. A los trece la debo haber conocido. Y como era una adolescente oscura, me acuerdo de eso del «nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada» y yo dije qué maravilla, le escribe a un amante que se suicidó. Y en el libro está escrito todavía mi nombre de varón, «este libro pertenece a Cristian Omar Sosa Villada». Lo compré en Buenos Aires en el año 1995 y con mi letra y todo. Tengo Desolación, Ternura, Tala y Lagar, esos cuatro libros en uno que editó Porrúa, me parece.

ÓC: Acá en Chile es un icono, ahora un icono LGBT. Antes era un icono de la dictadura, por lo de la maestra rural, y después vino el feminismo y la tomó.

CS: Ay, miren, si me agarra una dictadura nueva. Si me agarra Macri. Ay, peor, y después el feminismo. No, el feminismo ya me agarró, pero ya me solté.