Marcela Aguilar
Brenda Navarro
Marcela Aguilar: Buenas tardes, muchas gracias por haber venido hoy. Esta es una cátedra especial porque es parte del Festival Cuadernos Hispanoamericanos, organizado por la revista Cuadernos Hispanoamericanos, el Centro Cultural de España y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), para celebrar los 75 años de esta publicación tan importante para la cultura de España y América Latina, la que ha hecho dialogar a escritores y escritoras de nuestros distintos países a lo largo de todos estos años. Hoy inauguramos el festival con Brenda Navarro, a quien le doy la bienvenida en su primera visita a Chile.
Brenda Navarro: Muchas gracias por la invitación, estoy muy feliz de estar aquí.
MA: Brenda nació en Ciudad de México y lleva ocho años viviendo en España. Estudió sociología y economía, ha trabajado en ONGs y desarrolló, por ejemplo, un proyecto muy interesante de visibilización de escrituras de mujeres, que se llama Enjambre Literario. Siempre estuvo muy involucrada con el mundo editorial, sin haber publicado un libro propio hasta hace unos pocos años, cuando Brenda editó en Caja Negra, un portal de periodismo, su primer libro en un formato digital, en PDF. A mí me lo envió alguna vez una amiga española que me dijo: «Lee esto, que está buenísimo». Ese libro, Casas vacías, ha tenido una vida muy interesante: empezó a circular y a ser comentado, al punto que finalmente una editorial ya consolidada, Sexto Piso, decidió publicarlo en formato físico y fue un éxito y ha sido muy premiado. Y ahora Brenda tiene un nuevo título que publicó el año pasado, que se llama Ceniza en la boca. Y es un libro que ya recibió algunos premios y que te ha tenido de gira por distintos lugares, ¿no es así, Brenda?
BN: Errante del mundo, sí.
MA: Y, bueno, vamos a conversar hoy sobre tus libros. Vamos a conversar sobre los temas de tu libro, pero también sobre la literatura de tus libros, porque tengo la impresión de que son tomados muy desde la perspectiva sociológica, o sea, sobre qué fenómeno representan. Se habla de la migración, se habla del tema de los cuidados, hay varios otros que podemos abordar, pero hay que decir que tus libros son, por sobre todo literatura. Conversemos primero de Casas vacías. Cuéntanos, ¿de dónde viene tu primera idea para escribir esa novela?
BN: Escribí Casas vacías justamente como un reto personal, de si era yo capaz de escribir una novela. Como ya has dicho, yo ya había trabajado mucho tiempo en el ámbito editorial, digamos, en el backstage, y tenía amigos escritores que me decían: «¿la novela para cuándo?». Yo decía, no tengo necesidad de escribir una novela, no me sentía con ganas de ser escritora. Hasta que un día dije: «bueno, ¿y por qué no? ¿soy capaz o no soy capaz?». Empecé en 2013 —y tendría que decirlo, porque tiene que ver con los temas sociológicos que me interesan un montón— cuando estaba desempleada. Fue un momento muy particular en México, que nos tenía como en un estado de shock respecto a las personas desaparecidas, respecto a la guerra contra el narcotráfico, que ahora mismo ya podemos decir tranquilamente que no era eso sino un posicionamiento entre los grupos de poder mismos. Y yo justo pensaba mucho en 2013 qué pasaba con las madres de las personas desaparecidas, porque había un movimiento muy fuerte liderado por Javier Sicilia, que es un poeta mexicano que tuvo la desfortuna de pasar por ese tipo de tragedia. Me di cuenta de que era una necesidad casi que visceral de tratar de entenderlo yo como ciudadana. En ese momento en particular, yo decía, es incuestionable que un niño desaparezca y que no te conmocione y sabía que tenía que hablar de esto, no sabía cómo y lo que me inspiró fue una canción que se llama Welcome home son, de Arcade Fire. En ese álbum hay una persona como jalando un paraguas y esa imagen se me quedó mucho tiempo y luego me llegó esto de Milan Kundera, de La insoportable levedad del ser. Milan Kundera, cuando habla de Teresa, cuenta cuando ella va caminando por las calles de Praga con los paraguas y él describe cómo Teresa y todas las mujeres tienen una lucha de paraguas a la hora de avanzar. Cómo algo que te protege de la lluvia también puede ser un arma para ir defendiéndote y avanzar hacia donde tienes que ir. Pensé que había una buena metáfora: algo que te protege hace daño a otra persona. Pensé: la persona que porte esta sombrilla tiene que haber hecho un daño irreparable, ¿cuál será el daño irreparable? y entonces empecé a escribir «Daniel desapareció…» y entonces dije: «ah, esto es lo que ha hecho la mujer de la sombrilla», se ha llevado un niño y ha generado este daño y entonces ya dejé que la primera voz de Casas vacías nos contara la historia.
Luego esta historia, que para mí tenía que ver sobre desapariciones, sobre fantasmas, sobre mujeres que van desapareciendo mientras más adultas se vuelven, de pronto empecé a escuchar que todas las lectoras decían «esto va de maternidades, esto va de cuidar, esto va de culpa, esto va de ser mujer en México». Y eso fue, yo creo lo que hizo que muchas personas que se leían el PDF lo enviaran a grupos de Whatsapp para leerlo. Era impresionante y yo lo agradezco muchísimo y como tú dices, de pronto dijeron: «esto debe de comercializarse» y se empezó a comercializar. Me costó trabajo tomar esa decisión, de que esto fuera impreso, de que esto ya me convirtiera en una escritora pública, por decirlo de alguna manera. Fue mi proceso personal de decir «te estás aventando a algo desconocido» y es tan desconocido y gratificante como que hoy estoy aquí contigo conversando.
MA: En esta novela la madre lleva al hijo a jugar a una plaza, ella se distrae con el celular y de pronto levanta la vista y el hijo ya no está. Creo que es una de las peores pesadillas que uno se puede imaginar, porque además es su culpa: está cansada, se ha pasado todo el día pendiente de este niño que necesita montones de cosas. Entonces hay en ese libro una reflexión sobre lo que implica ser madre que está lejos de la idealización. Ni en Casas vacías ni en Ceniza en la boca las madres son perfectas, están muy lejos de ser perfectas. ¿Hay una intención tuya de complejizar la manera en que se representa a las madres?
BN: A mí lo que me interesa de la literatura es la construcción de personajes. Más allá de sus conflictos me interesa que mis personajas parezcan lo más humanas posibles, que sean tan complejas como pueda ser mi amiga o la vecina o quien sea. Eso es lo que realmente me motiva a pelearme con el mundo para tener un poco de espacio para escribir. Estoy buscando siempre contar la historia que me gustaría encontrarme en las librerías y que me encuentro poco. Hay lectoras que me han dicho, especialmente con Ceniza en la boca, que no les ha gustado lo que ha hecho la protagonista y eso es justo lo que a mí me interesa, que las personajas te hagan sentir incómoda, que te hagan cuestionarte. Y en el tema de la maternidad, por ejemplo, claro que en Casas vacías me interesaba complejizar con lo que yo escuchaba de mis amigas que eran madres o de mi madre misma o de mis tías o lo que fuera. Yo no conozco a una madre real de carne y hueso que vaya por la vida romantizando su maternidad, en realidad, es el mercado el que nos hace creer que la maternidad es romántica. Hay madres que viven como pueden y además tienen la capacidad de entender que tienen una autonomía como personas y que no van a renunciar a ella y a mí me gusta pensar que estamos en un momento en el que las madres decimos «no voy a renunciar a mi individualidad». La madre en Ceniza en la boca dice: «esta es la madre que soy y no vas a tener otra». Eso me parecía importante complejizarlo, pero me gusta que sea a través del lenguaje, sin que yo diga literal «las madres tienen que ser esto», sino que la propia situación lo diga y que se pueda conversar entre lectoras.
MA: En Ceniza en la boca hay una madre mexicana que emigra a España y deja a su hija y a su hijo con los abuelos. La hermana tiene que transformarse en la madre de su hermano menor. Es una niña que debe asumir tareas de adulta y no está preparada y fracasa, o sea, no hace las cosas tan bien. Aun así, no hay una condena de la madre de ellos dos, esa madre no es juzgada en el libro. Finalmente tú entiendes también por qué esa madre es como es.
BN: En México, la mayoría de las personas de la primera ola de migrantes hacia Estados Unidos eran hombres. Conozco muchísimas familias de hombres a los que no se les ha juzgado, incluso se les ha santificado, y me parece bien. Lo que me parece mal es que en esta segunda ola de migración económica son muchas mujeres las que están saliendo y no se les está recibiendo igual: «Están dejando a los hijos, están esclavizando a las abuelas», como si los hombres no hubieran esclavizado a las madres y a las abuelas y a las tías. Me parecía importante problematizarlo, entender cómo es la cadena de cuidados y, esto lo digo un poco en provocación porque no sé si yo lo haría como persona, pero usando el lenguaje, dinamitar la palabra maternidad y paternidad, hasta entender que esto tiene que ver irremediablemente con la función del Estado. La función del Estado se basa en la familia tradicional, en la madre que hace trabajo reproductivo, en el padre que hace trabajo productivo. Si empezamos a dinamitar que las mujeres somos antes que nada madres cuidadoras, entonces ya tiene un valor económico incluso y cuando le empezamos a dar un valor económico empezamos a cuestionar otros espacios de la sociedad. Cuando les decimos a los hombres «no es que tengas que ser un buen padre o que tengas que estar lavando los trastes», lo que se tiene que entender es que tu paternidad sostiene la patria misma. Así vamos a empezar a tener otro tipo de conversaciones y para entender eso, para generar discusión, que es lo que a mí me gusta, hay que utilizar las palabras, problematizarlas. Mis personajas tienen que ser lo suficientemente complejas para no caer en este discurso que yo utilizo como persona, sino para que las personas que leen las historias digan: «Esto me mueve no racionalmente, sino incluso en la entraña, en las emociones», porque eso es lo que realmente nos mueve. Yo soy férrea defensora del dolor en el sentido de que no es la felicidad la que nos hace movernos como humanidad, es el dolor lo que nos hace sentir incómodos y lo que nos hace decir «quiero otra cosa» y eso es lo que hace que podamos volar, tener tecnología, cosas por el estilo, entonces por ahí va un poco la dinamitación de estas palabras.
MA: Tú hablabas recién del tema de los cuidados, que ha sido muy comentado en las entrevistas que te han hecho, junto con la migración y el racismo. El tema de la economía de los cuidados es muy polémico, porque efectivamente uno ve en tu libro cómo detrás de cada mujer que trabaja siempre hay otra mujer que está cuidando, entonces hay una cadena de mujeres asumiendo estas tareas. Y ahí también uno observa que hay una complejidad en esas relaciones. Hay un momento en que tu narradora se relaciona con una mujer mayor de una manera muy auténtica, o sea, hay un encuentro entre dos personas que están completamente marginadas, igualadas en esos márgenes. Tú decías en alguna entrevista que no habías investigado para armar este mundo ¿Es tu experiencia como latinoamericana lo que te ha permitido acercarte a estas historias?
BN: Sí, mi experiencia como migrante por supuesto tiene que ver con la novela en la forma en que la abordo. Esas relaciones entre la cuidadora y la persona a la que cuida implican un dolor, y en Ceniza en la boca lo que trato de hacer es igualar a dos personas que están justo en los márgenes, que no tienen autonomía, que no tienen la capacidad de decidir qué quieren hacer de su vida. Si yo fuera mayor, ¿querría meter a una persona desconocida en casa? No estoy segura. Y luego pensaba en que cuando tú tienes miedo, no entras en una relación transversal, sino que entras en una relación con mucho cuidado, mirando cómo se relaciona la otra persona, etcétera. Aun así, estas mujeres en mi novela terminan queriéndose. Eso realmente es lo que a mí me interesa seguir descubriendo de la humanidad: cómo algo que puede ser tan doloroso cuando lo vemos sociológica, económica y políticamente puede generar en la intimidad estas situaciones de empatía, de cariño, de compañía. Eso es lo que me parece importante rescatar y cerraría diciendo, por ejemplo, que además yo no hice investigación, pero que a partir de mi primera novela me invitaban mucho a escuchar a trabajadoras domésticas o de cuidados y lo decían ellas: «Yo odiaba a esta mujer a la que cuidaba porque no me daba de comer, sino sus sobras y a la vez cuando murió sufrí muchísimo, porque era mi compañía y sentía que era mi amiga». Ese sentir que la persona que te está dominando es tu amiga y la quieres, me parece lo más complejo de entender en el mundo, pero es en donde hay que seguir insistiendo. Creo que la literatura en sí misma es justamente escudriñar en esas cosas.
MA: Bueno, todo el tema de la situación de los inmigrantes en España ha sido muy comentado a partir de este libro. Hay montón de ejemplos en Ceniza en la boca, experiencias muy violentas y que tú ves que van dañando a los personajes. ¿Crees que la literatura puede hacer algo contra el racismo, contra los discursos de odio contra los migrantes?
BN: Creo que son las artes, que es el lenguaje mismo, la forma en la que se narran las cosas, la forma en la que se construyen relatos, la forma en la que tratamos de generar una conversación con las personas que tenemos enfrente. Es lo que nos puede ayudar, no sé si a encontrar soluciones, pero sí a entender que el mundo es muchísimo más diverso e importante y muchísimo más inteligente que lo que nos hacen creer estas narrativas de odio que se han impuesto en Europa contra los migrantes. Y yo soy mucho de citar a Terry Eagleton, cuando él dice: «El lenguaje en las personas que tienen el poder es representación, el lenguaje para quienes no tenemos esta representación es estrategia» y creo que la literatura, el uso de las palabras, permite que yo viva en Madrid y ahora esté en Santiago de Chile, hablando de cómo tenemos que seguir expresándonos y usando nuestra imaginación, que es algo que yo defiendo muchísimo: usar la imaginación como un arma política que se pueda ver en un libro o que se puede ver en un cuadro o se pueda ver en una performance, es lo que va a permitir que esas narrativas no sean la voz cantante, que ahora lo son.
MA: También hay un esfuerzo o una estrategia en tus libros de usar las palabras tal como se está hablando en España. Ceniza en la boca tiene palabras de muchos tipos de español de Latinoamérica. Tú recoges términos de Colombia, de Venezuela, de México y es bonita esa mezcla, porque se da de una manera muy natural, que me imagino es como lo escuchas a diario en la calle, en las conversaciones.
BN: Sí, muchas gracias por hacer esta pregunta, porque en realidad para mí de eso va Ceniza en la boca. Recuerdo que cuando la empecé a escribir yo decía: esto se parece a la segunda voz de tu primera novela de Casas vacías y decía, ¿qué tal si me repito? ¿y qué tal si esto me lo critican? Y después entendí que justamente esta apuesta por utilizar el lenguaje de una forma, digamos, mucho más diversa, de incluir un montón de palabras que una va recogiendo con el tiempo, que una va escuchando y que va entendiendo, era la propuesta estética. Para mí, la propuesta estética, más allá del suicidio de Diego, más allá de la migración, más allá de los cuidados, la propuesta de Ceniza en la boca es recoger esos tantos españoles, como tú dices, o esos castellanos o esos mexicanos o lo que sea, recogerlo en un libro y que tuviera la coherencia de saber que eso es lo que se está hablando en un Estado español que nos dice que debe de haber un español neutro. Nada más risible, porque eso no existe. Y justamente lo que yo trataba de poner cuando recojo lo colombiano, cuando recojo incluso frasecitas que no son características de Bolivia, pero que se las he escuchado a mujeres bolivianas, meto catalán, meto inglés, meto todo lo que se escucha en las calles, era justo para decir: esta es la España que se está viviendo y que se está hablando y se está conversando y no la estamos escuchando. Hay una especie de querer silenciar lo que no podemos dejar de escuchar en las calles y no sólo en Madrid, en Zaragoza, en Sevilla, en Murcia. Es que yo ahora he ido a tantos lugares y lo escuchas en todos los lugares. Ya no hay esa pureza de lenguaje, ni esa pureza de personas y esto creo que viene encadenado a lo que tú me preguntabas. En España y en Europa lo que vamos a vivir, les guste o no, es justamente esta hibridación del lenguaje, de costumbres, de cosas que los ponen incómodos, pero que irremediablemente vamos a dejar ahí. Yo no me imagino ahora a un español madrileño diciendo que no va a comer tacos o que no se va a comer un ceviche peruano, es decir, es imposible negar la riqueza del lenguaje y de cultura que estamos llevando a todos los lugares a donde nos hemos desperdigado. No hay vuelta atrás, lo sentimos mucho.