Ya no es posible aconsejar serenidad a los electores. Habrá que dejarlos entregados a su suerte y retirarse a una distancia prudente. Habrá que despedirse de ellos como de hombres que se marchan a la Edad Media, al circo romano, a la jungla. No volverán a ser prójimos nuestros hasta después de las elecciones, cuando ya hayan empapelado con carteles todas las calles y se hayan apaleado en todas las secretarías.

Ahora están ausentes. Se han internado en el país de la pasión y de los cálculos electorales. Yo, en mi soledad, los recuerdo cuando eran personas civilizadas, y jugaban ajedrez conmigo y no querían degollar a nadie.

La máscara copiada
La mayor parte del arte es imitación. Y siempre se aplauden las imitaciones que se hacen hoy y se admiran las originalidades que hubo en el pasado. O, al revés. Se desdeña la originalidad de hoy y las imitaciones del pasado.

Las señales
Mi amigo llegó el viernes a Santiago. Yo fui a esperarlo a la estación Mapocho. Llovía bastante y el tren llegó con algún atraso. Al salir de la estación mi amigo me dijo:

-Vamos a almorzar a un restaurante que tenga ventanas a la calle. Es entretenido ver la ciudad bajo la lluvia.

Mientras almorzábamos le pregunté si tenía alguna noticia de los discos voladores.

-Tan interesante como el vuelo de los discos es la reacción de ciertas personas -me respondió. Niegan la existencia de los discos. Dicen que los observadores que afirman haberlos visto, son víctimas de la sugestión. Así hablan los hombres que temen la llegada de los días extraordinarios, que ya se acercan. Pero es inútil que la avestruz esconda la cabeza en una grieta. Los grandes días se acercan.

Se quedó un instante contemplando los transeúntes que pasaban bajo los paraguas brillantes de agua, y agregó:

-Se levantará nación contra nación, y en el cielo habrá señales. Cuando estas cosas acontezcan, levantad la cabeza, pues vuestra redención está cerca. Pero ya el Maestro anunció que serán muy pocos los que entiendan las señales.

Aguafuerte
Algunas personas que viven en las cercanías de los grandes edificios que se están construyendo, viven obsesionadas por esos gigantescos esqueletos de concreto armado. Las aplastan con su grandeza y las miran indiscretamente con sus ventanas negras y huecas. En las noches tienen pesadillas espeluznantes, en las cuales los doce pisos se les derrumban sobre el corazón, y despiertan jadeantes, apartando con las manos trémulas montañas de escombros de concreto. Algunos domingos por la larde, tratando de escapar de los duendecillos de las preocupaciones, salen a descansar entre las frondas de Providencia o de La Reina, y cuando vuelven la vista hacia el poniente inflamado por los mejores oros crepusculares, ven sobresalir, por encima del perfil de la ciudad, los edificios enormes con sus cuatrocientas ventanas vacías. Tienen un bello aspecto de milenaria ruina, de glorioso escombro romano, de rastro de imperio desaparecido.

Luces
En la noche de luna, no es la luz blanda de la luna la que hace placenteros la noche y el barrio. Es el estado de ánimo de la gente, que tiene luna dentro y está en paz. En los pueblos, los habitantes se dan unos grandes hartazgos de luna, y por eso son lentos y callados y tienen los nervios sanos. En cambio, el hombre de la ciudad, que sólo vive entre focos eléctricos, es nervioso, violento, artificial y complicado. Su alma está llena de alambres, de aisladores, de llaves y otros útiles eléctricos. (Las Últimas Noticias, 1952.)