La memoria como ficción y como crítica
Presentación de Carlos Peña

No hay mejor forma de conocer a un escritor notable, de esos que han inscrito su nombre en la cultura universal, que asomarse a los discursos con que agradecen los premios que han recibido. Hay quienes, como Vargas Llosa, hicieron en ese momento solemne el elogio de la lectura, mostrando que ella nos incomoda y desasosiega al poner de manifiesto la insuficiencia de la realidad que tenemos ante nosotros; otros como Neruda o García Márquez prefirieron subrayar con gracilidad y a la vez con fuerza, el compromiso del escritor con los problemas de su tiempo; hay también quienes, como William Faulkner, decidieron llamar la atención acerca de la forma en que la creación literaria se entrelaza con la condición humana hasta hacerse una con ella y confundirse; y los hay todavía, como Albert Camus, que prefirieron recordar que la literatura es a veces un lujo, especialmente cuando se canta a las constelaciones estelares mientras los galeotes reman y se extenúan en la noche estrellada. Todos ellos, en el momento de inscribir su nombre en la memoria universal, eligieron lo que consideraron más cerca o más digno de la vocación que en ellos se celebraba y así, a veces sin quererlo, se retrataron.

Mo Yan, a quien en pocos momentos ofreceremos la distinción de Doctor Honoris Causa de nuestra universidad (algo que, sobra decirlo, nos honra más a nosotros que a él) al momento de agradecer con su discurso el premio Nobel prefirió contar historias, historias enlazadas con la trayectoria de su patria y el recuerdo de su madre. En vez de teorizar acerca de su vocación o intentar buscar en ella una tarea que la trascienda, Mo Yan prefiere simplemente ejercerla, mostrando que su vocación de contar historias solo puede ser explicada a través de otras historias. Historias que explican las historias, como si los seres humanos estuviéramos envueltos en un cuento gigantesco que no acabara nunca y como si nuestro sentido del tiempo y de la lealtad a quienes nos antecedieron dependiera de nuestra capacidad de no olvidar, y en cambio ser capaces de recrear una y otra vez, las historias que ellos nos contaron. Como ocurre a otros escritores poseídos por una vocación irrefrenable, la vocación de Mo Yan es casi corporal o compulsiva como lo prueba el hecho que cuando niño solía hablar a los árboles, motivo por el cual su madre le ordenó callar y de ahí el nombre que eligió para ejercerla que significa literalmente no hables. Enmudeció obedeciendo a su madre; pero la desobedeció felizmente más tarde ejercitando esa forma sublime del habla que es la literatura.

Una historia acerca de cómo y por qué él empezó a escribir, muestra la índole de su vocación y la magnifica ironía de su escritura.

Alguna vez, relata, un estudiante tildado de derechista (se trataba pues de un intelectual que había criticado la política del Partido durante el movimiento de las cien flores en los años cincuenta) fue enviado a trabajar al campo para reeducarlo. Al poco tiempo el estudiante, antes re nado, había olvidado sus modales y como a todos por entonces, mientras trabajaban obligados en el campo, los invadía el hambre. El exestudiante y otro campesino que había sido cocinero, dedicaba sus momentos de ocio a aplacar el hambre fantaseando los platos que conocían. En una de esas fantasías compensatorias, relata, el estudiante contó que había conocido a alguien que comía jiaozi, una deliciosa masa rellena con carne de cerdo, todos los días y a toda hora. Los oyentes, entre los que se encontraba él, Mo Yan, dijeron que eso no era posible puesto que nadie sería tan rico como para poder comer jiaozi todos los días. El estudiante entonces exclamó: Es escritor por el amor de Dios ¿ Cómo no entienden? ¡es que era un escritor![1]

Fue entonces, dice Mo Yan, que decidí convertirme en escritor.

Evidentemente no fue el hambre y esa experiencia la que lo convirtió en escritor, es probable que haya sido la soledad la que lo empujó a escribir, pero cuando se convirtió en escritor tenía una experiencia más profunda de la vida gracias a ello aprendió, por ejemplo, que incluso un escritor que puede comer jiaozi tres o cuatro veces al día, no tiene ninguna garantía de evitar la pena y el sufrimiento espiritual. «El acto de dar voz a ese dolor espiritual es, desde mi punto de vista, ha dicho, la tarea sagrada de un escritor». [2]

Sin embargo, y como la obra de Mo Yan lo pone de manifiesto en cada una de las líneas que ha escrito y las historias que ha imaginado o simplemente reverdecido sacándolas desde el fontanar de su memoria, el sufrimiento espiritual, ese desasosiego al que la literatura da voz, no constituye un acto de enajenación que deslice al escritor, como con razón temió Neruda, a una ingenua metafísica cubierta de amapolas. La obra de Mo Yan, con sus historias, sus cuentos, las anécdotas que una y otra vez rememora tomándolas de su propia vida (motivo por el cual no sería raro que esta ceremonia quedara alguna vez transformada en un cuento que pusiera de relieve algo que nosotros no vemos pero él sí); esas historias, esos cuentos y esas anécdotas digo, están entrelazadas con lo que pudiéramos llamar la materialidad del acontecer histórico, la historia de su China natal.

La historia de China de su China natal, y más generalmente la historia, no es para Mo Yan un escenario predispuesto donde se desenvuelve lo humano, una gran plataforma en medio de la que se despliega el individuo ya constituido, sino que el individuo se modela y configura con el barro de los días y del tiempo.

En el Sorgo Rojo[3], por ejemplo, rememora una historia familiar que transita por tres generaciones recapitulando una línea de tiempo que alcanza la revolución y la instalación de la república popular. Su concepción del tiempo, además de estar influenciada por las múltiples perspectivas (algo que, sin duda, revela el influjo de Faulkner) se aleja sin embargo de la gran narrativa maoísta, de la historia al por mayor donde se sumergen todos los problemas y todos los dolores para salir en el futuro transformados en felicidad. En cambio, Mo Yan transforma esa historia por una historia al por menor donde la gran historia es de alguna forma sometida a crítica a través del acontecer cotidiano y las tribulaciones de quienes en él desenvuelven sus vidas. La multiplicidad de voces y de perspectivas del tiempo que en sus historias se entrelazan, relativizan cualquier simplismo histórico y muestran que la experiencia humana del dolor espiritual no puede ser compensada con ninguna arquitectura histórica de largo plazo, porque incluso cuando la historia tiene éxito, deja una estela de pérdida.

Durante decenios que no parecen más que un instante en el tiempo, hileras de figuras humanas color escarlata iban y venían entre los tallos de sorgo para entretejer un enorme nido humano. Mataron, saquearon, defendieron su tierra en una danza valerosa y alborotada que, a quienes –descendientes poco filiales– hoy hemos ocupado esa tierra, nos convierte por comparación en siluetas pálidas.

Esas siluetas que se nos antojan pálidas comparadas con la gran narrativa de la historia, son, sin embargo, y quizá esta sea una de las claves de la obra de Mo Yan, el único lugar donde se radica la condición humana, la única experiencia que tenemos y que transmutamos en anécdotas y experiencias que la pluma de Mo Yan, y con él el quehacer de los escritores, nos la devuelve en la forma de novelas y de cuentos. Se ha subrayado a veces por los críticos, que en la obra de Mo Yan está la influencia de Faulkner y del realismo mágico latinoamericano, aunque después de leer La vida y la muerte me están desgastando también podría comparárselo con Kafka; pero esa caracterización formal no logra mostrar la riqueza de su obra que en vez de abrumarnos con una imaginación afiebrada, parece más bien un esfuerzo permanente por asomarse a la gran historia reverdeciendo la memoria de aquellos que entrelazaron su vida con la suya, una memoria que, como su obra lo pone de manifiesto incluso cuando fabula con hombres reencarnados en burros o en osos, es el único contacto que tenemos con el mundo a nuestras espaldas, cuyas grietas y cuyos defectos, cuyo dolor espiritual y cuya gloria, la memoria es la única capaz de revelar.

Hay pocos escritores que, como Mo Yan, transmuten la historia en memoria, la memoria en ficción, la ficción en crítica, la crítica en el descubrimiento de la subjetividad , la subjetividad en cuerpo y la gran narrativa de la historia en la pequeña historia que cada vida humana es, como si la memoria de lo que a cada uno ocurrió y que la literatura perpetúa, fuera un testimonio de lo que se alcanzó; pero también y al mismo tiempo una acusación critica de las oportunidades malogradas.

Alguna vez se pensó que las culturas eran inconmensurables unas con otras, que el envoltorio del tiempo y la distancia del espacio, hacía difícil o imposible que miembros de culturas muy disímiles pudieran encontrarse. La obra de Mo Yan, quien honra a los miembros de la universidad con su presencia y con su voluntad de aceptar la distinción que le ofrecemos, muestra que ese era un error, puesto que para evitar la incomunicación los seres humanos contábamos con el regalo de la literatura.

Los ríos y la literatura

Mo Yan

Durante mi infancia creía que el río Jiaohe, que corría detrás de mi casa, era el más grande del mundo. Más tarde, viajé a más de cien kilómetros de mi hogar con un equipo de trabajadores del campo para trabajar en la amplificación del Jiaolai, río que cruzaba la península de Jiaodong de mi provincia. Supe que el Jiaohe no es más que un afluyente del Jiaolai, con una longitud inferior a cien kilómetros y un área de cuenca de unos 600 kilómetros cuadrados, lo que demuestra que efectivamente, se trata de un río insignificante en el mapa del país. Años después, hice el servicio militar lejos de mi tierra natal y recorrí muchos lugares, además pude ver el Río Amarillo y el Yangtzé, los dos ríos más grandes de China y me di cuenta de que el río de detrás de mi casa era realmente pequeño.

Me apasionan los ríos y siento especial interés por los conocimientos relacionados con estos fenómenos geográficos. Aprendí que el Nilo, de África, es el más largo del mundo mientras el río más caudaloso, con más afluyentes y cuenca más amplia es el Amazonas de América del Sur. Al imaginarme sus 15.000 afluyentes, los 200 km de ancho de su desembocadura y que por él fluye un 20% del volumen mundial de agua, me emocionó. ¡Qué grandioso debe ser! Todo esto me ha hecho mucha ilusión: viajar a América del Sur, al río Amazonas, a su desembocadura.

En 2014 me invitaron a ver la final de la Copa Mundial de Fútbol en Brasil, que disputaron Argentina y Alemania. Sin duda, iba por Argentina porque es un país sudamericano y el Amazonas está en América del Sur. Me decepcioné un poco con el resultado ya que perdió Argentina. En las calles, muchos hinchas argentinos lloraban y, por otro lado, festejaban los alemanes. En mi caso, solo sentí algo de desilusión porque el motivo principal de aquel viaje no era ver la Copa Mundial, sino visitar el Amazonas.

Al día siguiente viajé con ansia a Manaos. Un medio de comunicación chino me coordinó un tour: una semana de crucero en el Amazonas. En el avión, a través de la ventanilla pude ver la panorámica del gran río: con tantos giros y rodeado o separado por tierras verdes. Había visto varios grandes ríos a vista de pájaro, pero ninguno es comparable con el Amazonas en su grandeza, su hermosura y su rebosante vitalidad.

Durante la semana siguiente, de noche dormía en el barco y de día navegaba en las aguas del Amazonas. A veces tomaba una lancha para explorar la selva tropical, visitar las tribus de los aborígenes, pescar pirañas e incluso cazar caimanes. Era un programa muy completo, con muchas novedades impresionantes. Vi loros gigantes en las ramas de los árboles, anacondas enormes colgadas en los árboles, muchas plantas raras, niños jugando a fútbol descalzos, delfines rosados saltar del agua, habitantes indígenas que simulaban hacer fuego con madera, y latifundios lujosos construidos por los colonizadores. También pude ver cocodrilos, oír los aullidos de los monos, presencié los destellos de los ojos de los caimanes u otras bestias en la noche y olfatear abundantes olores de la selva, del río, de las plantas y de los animales.

En el crucero había más de 40 turistas procedentes de varios países. Dos argentinos, padre e hijo, dueños de una finca, que se hicieron amigos de mi compañero chino. Ellos disfrutaron de las ricas comidas y las variadas bebidas alcohólicas, copa tras copa. Habían leído las obras de Borges y estaban orgullosos de que el gran poeta y narrador fuera argentino. Un marinero, viejo y canoso, tocaba guitarra en la cubierta y cantaba canciones populares con una voz solitaria. No entendí las letras, pero pude percibir sus sentimientos. Sentado enfrente, yo bebía cerveza mientras observaba sus miradas y su rostro. Dicen que era indígena y que cantaba sobre su etnia, recuerdos de sus antepasados, sangre y fuego, cuchillo y firma, masacre y esclavitud, revolución y rebelión, amor y muerte… Los innumerables días, como anillos de los árboles, y los infinitos sentimientos se transmiten con la voz. Mis miradas naturalmente se dirigieron también a las vastas aguas del río: caudalosas corrientes se reúnen aquí y engendran tanta existencia como una madre. Los ríos son vasos sanguíneos de la Tierra que se distribuyen como una red, significan vida. Sin ellos, hay desierto. Son fuente de culturas y civilizaciones, y por supuesto, recursos literarios.

Navegando en el gran río, pensé muchas veces en García Márquez, Vargas Llosa, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, entre otros. Una constelación de escritores de la literatura latinoamericana. He leído bastantes obras literarias de América Latina y soy consciente de que lo que leí es solamente una muy pequeña parte de las letras latinoamericanas. Sin embargo, esta pequeña parte me impresionó y me inspiró.

Esos días sobre el Amazonas, también recordé varias veces cómo, hace bastantes años, sentado en el lecho de adobe (Kang) de mi casa, observaba a través de la ventana las torrenciales aguas del río Jiaohe. Era un adolescente y debido a una úlcera en el pie, tenía que quedarme sentado allí. Caía una abundante lluvia, como si el cielo tuviera agujeros. De vez en cuando venían noticias con el altavoz, el sistema de comunicación en aquel entonces, y anunciaban la llegada de nuevas inundaciones, lo que provocaba pánico y agitación.

Los jóvenes del pueblo se dirigieron hacia el río: con linternas y palas en la mano, recorrían y observaban los diques, listos para repararlos y prevenir cualquier peligro. Más tarde, ancianos y niños también subieron, pues en caso de desborde del río, sería más seguro estar en el dique. En aquel entonces, las casas de mi pueblo tenían los muros de adobe y el techo de paja, fáciles de derrumbarse ante las inundaciones. Fue una lluvia torrencial, la tierra se llenó de agua. De cualquier hoyo que uno hacía podía salir agua. A veces, se escuchaba el colapso de las casas de los vecinos. Las vacas y ovejas fueron liberadas de sus riendas, e incluso corrieron hacia la orilla del río, sus cuerpos temblaban, porque sentían el peligro. Las gallinas volaron hacia los árboles, solo los patos y gansos deambulaban por el patio sin preocupación. Había peces y camarones en el agua del patio, nadie sabía de dónde venían. También había ranas grandes arrastrándose en el patio preparadas para cazar.

Miraban con ojos siniestros a las cigarras en las ramas, y éstas caían en sus bocas como si hubieran estado poseídas. Aquí debo mencionar un viejo recuerdo sobre la rana toro de Cuba que las autoridades chinas introdujeron hacía un tiempo para mejorar la vida del pueblo. La Granja Estatal de Jiaohe, cerca de mi pueblo, inició un emprendimiento con la domesticación y crianza de las ranas toro. Debido a una mala gestión, estos animales se escaparon. Desde entonces, mi pueblo natal, que era pantanoso, húmedo y lluvioso, se convirtió en un paraíso para estas ranas que se reproducían rápidamente. Era una plaga que se comía a las ranas nativas. Por las noches, la gente del pueblo Dongbei[4], de Gaomi, no podía dormir. Incluso hace dos años escribí un poema sobre la rana toro cubana:

Rana,
tótem de la vida,
símbolo de la procreación.
Un ser del agua y animal del río.
Salta sobre un papel en blanco,
y se convierte en portada de una novela.

Sentado en mi cama, observaba con preocupación la inundación del río. Parecía que el agua estaba por encima de la orilla. La inundación parecía una manada de caballos salvajes corriendo hacia el este. Muchos años después, cuando el escritor japonés, Kenzaburō Ōe, Premio Nobel de literatura de 1994, visitó mi antigua casa, dijo que se imaginaba las inundaciones como los caballos salvajes corriendo. Él ha leído muchas de mis novelas. La comparación de las olas con los caballos surgió en mi relato titulado «Agua de otoño», publicado a principios de los años 80. En la obra, apareció por primera vez el nombre geográfico literario del pueblo «Dongbei de Gaomi», que como el pueblo Macondo de García Márquez y el condado York Napatafa de William Faulkner, son lugares muy familiares para los investigadores literarios. Debo admitir que he sido influenciado por ellos; y García Márquez ha sido influenciado por William Faulkner, sin duda alguna.

Sentado en el crucero, vi la puesta de sol reflejado en el Amazonas con un color inmensamente rojo. Había peces que saltaban y aves que se reunían en el agua. Recordé la tarde en que el río Jiaohe rompió el dique. Primero, hubo una oleada de sonidos de gong en la orilla del río, acompañada de los gritos de la gente. Sentado en la cama, vi que el agua del río se condensaba como el hierro fundido y caía sobre el dique. Si éste se rompía, el pueblo se destruiría inmediatamente y yo quedaría aplastado en la casa, o sería llevado por la marea. Cuando tenía cinco años, aprendí a nadar por mi cuenta. Mientras haya un río en el pueblo, no hay niños que no sepan nadar. A pesar de que había niños que se ahogaban cada año, igual nos bañábamos, pescábamos y nadábamos ahí. Poder sobrevivir en el agua es la aspiración de los seres humanos. Las personas que sabían nadar bien eran generalmente respetadas en el pueblo. Un niño que sabía nadar bien podía ser el jefe de los niños. He visto mulas, caballos, vacas, cabras, cerdos y perros cruzando el río. Entre los animales que conozco, los cerdos son los mejores nadadores, seguido de los caballos; las cabras y los perros eran los peores. Estos animales son autodidactas en natación, y estos conocimientos son mis recursos literarios.

Después supe que aquella tarde, el dique que estaba detrás de la aldea tuvo una situación realmente peligrosa. Cuando los aldeanos realizaban las labores de rescate, unos jóvenes abrieron un dique fuera de la aldea. La tierra se había llenado de agua y al abrirse el dique, se convirtió en un paso para canalizar la inundación. Así, el pueblo se salvó, pero se inundaron los campos de cultivo que se encontraban alrededor de la aldea, los criaderos estatales de ranas toro cubanas, las granjas de ovejas soviéticas y las granjas de pollos búlgaros. Desde entonces, las ranas toro invadieron el pueblo Dongbei de Gaomi, convirtiéndose en una especie de plaga.

Estos recuerdos de la infancia relacionados con el agua y el río, los he incorporado en mis novelas o más bien, forman una parte importante de mis obras.

El cuento «Agua de otoño», mencionado anteriormente, es la ópera prima de mi literatura relacionada con el pueblo Dongbei de Gaomi. Cuenta la historia de un hombre y una mujer que crían a sus descendientes en una colina con habituales inundaciones. Así es la génesis inconsciente de mi creación literaria. Luego escribí una serie de novelas relacionadas con ríos e inundaciones. En el crucero por el río Amazonas, escuché al viejo marinero cantando y recordé al viejo herrero en El rábano trasparente –novela que me dio fama– cantando canciones populares al lado del horno de fundición. Este personaje era mi maestro herrero. Cuando tenía 12 años, trabajaba como su aprendiz en el terreno de construcción de la compuerta. La llamada «puerta de inundación» consistía en instalar una puerta de doce alcantarillas en el dique del río. Cuando las inundaciones afectan a la seguridad de la aldea, la compuerta se levanta y el agua se libera. Así, el pueblo queda protegido. La idea de construir una compuerta surgió precisamente por las inundaciones de las granjas estatales. Por supuesto, debido a que se inundaron las granjas, aquellos jóvenes fueron investigados, pero se negaron a admitir que habían abierto el dique.

En esta novela, la historia acontece en una noche misteriosa junto al río. Un niño con poderes extrasensoriales puede oír el olor, ver el sonido y soportar el dolor físico que no puede la gente común y corriente. Él es un elfo negro. Aunque yo no soy él, su imagen refleja la experiencia de mi vida. Al menos, él y yo, escuchamos el canto del viejo herrero debajo del puente junto al río, bajo el fuego azul:

«No valoras los tres años que pasamos juntos, desprecias el amor y no sientes gratitud.

Te he dado frescura en los veranos y calor en los inviernos.

Nunca te ha faltado melón para el calor, ni brasero para el frío.

Ahora que eres un señor de alto rango, dueño de muchas tierras, me abandonas para casarte con otra, qué triste es mi vida…»

Estas expresiones son muy similares a las letras de la ópera tradicional china. Al parecer, es una mujer que se queja por haber sido abandonada por un hombre desagradecido. Me han preguntado sobre el origen de estas letras, pero contesto que no hay fuente, que solo se me han ocurrido y que los personajes de la novela cantan según su estado de ánimo. Sus letras en realidad no son importantes. Lo que importa es su tono. Una especie de melodía triste, llena de sentimientos profundos que exteriorizan las personas por el paso del tiempo, el curso de los ríos, el ciclo de vida, en fin, cosas que los humanos no pueden negar ni controlar. Los cantos del viejo marinero en el crucero del Amazonas están conectados con los del viejo herrero de mi tierra natal, quien también es el viejo herrero en mi novela. Este tipo de canto pesimista y optimista a la vez es una melodía que integra los seres humanos y la naturaleza, y no requiere letras, solo unas notas simples. En mi pueblo, hay personas que pueden cantar sin letras, solo combinan algunas notas simples y usan melodía variada, para expresar todo en la vida.

En mi pueblo natal, había un niño con dedos palmeados en las manos y los pies, era mi compañero de escuela primaria. Hace recordar a un personaje en Cien años de soledad de García Márquez. En la década de los 60, en mi tierra natal solía llover muchísimo, tanto el río Jiaohe como los estanques se llenaban de agua. Vino un nadador de la capital provincial para ser nuestro profesor de educación física. Sabía varios estilos, en especial, el estilo pecho, decían que era el récord de la provincia. Los niños que crecimos a las orillas del río sabíamos nadar, lo que despertaba desprecio hacia este profesor que quería enseñarnos el estilo pecho. Pero cuando nos mostró sus habilidades en el agua, especialmente el estilo pecho, ganó la admiración de todos excepto la de este compañero con dedos palmeados, quien propuso competir con el maestro, y finalmente perdió. Pero el profesor apreció mucho su talento y comenzó a entrenarlo con mucha dedicación. Así, este chico ganó el campeonato de la competencia juvenil de estilo pecho en la provincia. Incluso podía competir con el campeón de categoría adulto de la provincia. Justo cuando el profesor y él estaban ilusionados en participar en los juegos deportivos de la provincia, una carta de queja canceló su clasificación. Con mucha crueldad, el denunciante decía que «era injusto que un monstruo con aspecto de rana compitiera en estilo pecho». El tema fue complicado para mi compañero y profesor: si el chico quería participar, tenía que ser operado, si no, tenía que retirarse de la competición. El profesor financió la cirugía, pero lamentablemente, después de la operación, el chico perdió las habilidades de nadar. Esta es una historia al estilo de García Márquez, que quedó grabada en mi mente durante muchos años, hasta que la escribí el año pasado.

En el crucero por el Amazonas, pensé en este compañero de clase y su operación. Si no hubiera sido por aquel denunciante, quizás él habría podido convertirse en campeón mundial. Si los dedos palmeados no afectaban a su vida en absoluto, y encima le daban la habilidad mágica de nadar, ¿por qué habría que operarlos? Este compañero me hace asociar con el bebé que tenía cola de cerdo en Cien años de soledad, una imagen tan simbólica que impide a los demás escritores superar este tipo de historia. No podemos escribir mejor que García Márquez, así que mejor no hacerlo. Por eso he guardado esta historia durante más de 30 años para sacarla a la luz. Pero hay otra historia relacionada con un vecino mío, que creo que nunca podré escribir. Él ha estado soltero durante mucho tiempo. Dicen que se había casado hace muchos años, pero se fue después de la noche de bodas. Los motivos del divorcio eran misteriosos. Muchos años después, cuando comencé a escribir novelas, le ofrecí dos botellas de vino y dos cartones de cigarrillos a cambio del secreto de su divorcio. Resultó que su novia era una mujer con cola. Él retrató vívidamente la cola de su novia que vio en su noche de bodas, con detalles mucho más impresionantes que la descripción de García Márquez, pero no importa cuán maravillosa sea la historia, si la escribo sería considerada como una mala imitación del escritor colombiano.

El crucero que tomé parecía estar navegando dormido. Daba por hecho que se dirigía hacia la desembocadura del río. Aquel río infinito podría aparecer repentinamente frente a mis ojos alguna mañana, convirtiendo mis sueños en realidad. Vi cómo el agua se unía con el cielo, la superficie era tan amplia como el mar, pero aquí, a unos pocos kilómetros de Manaos, era solo la intersección de varios afluentes con el canal principal del Amazonas. Estaba rodeado de abundante agua, solo la línea de color verde oscuro indicaba que era el borde de la selva tropical. Aquel momento me hizo recordar el relato «El viejo», de William Faulkner, el esclavo que huía y la inundación del Mississippi. También los animales que intentaron salvarse de las inundaciones y aquel calamar gordo. Por supuesto, también pensé en Mark Twain y sus famosos libros Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn. El escritor, que trabajó como marinero en el río Mississippi, era muy espontáneo en describir la naturaleza de los ríos. Sus historias acontecen principalmente en el río. También me vino a los recuerdos la novela mía La vida y la muerte me están desgastando, obra que completé en 2005, en donde hay descripciones del río Jiaohe. En las primeras novelas, Jiaohe, era solo un pequeño río, pero en la que publiqué en 1996, Grandes pechos, amplias caderas, se ha convertido en un gran río con olas ondulantes, similar al Yangtzé –el más grande de China–, pero no tan ancho como el Amazonas. La superficie del agua del Jiaohe tiene dos kilómetros de ancho. Los guerrilleros arriesgaron sus vidas para cruzar el río, mientras que las hojas secas y los animales muertos flotaban en el río. En mi novela La vida y la muerte me están desgastando, el río era tan ancho que no se podía ver la orilla del otro lado. Hice que un enorme cerdo cargara una pequeña cerda y siguiera el curso del río abajo a una velocidad impresionante y pudieran llegar a la luna como peces voladores. Por supuesto, son imaginaciones, y las imaginaciones tienen la realidad como base, pero también son el reflejo de la vida real. Si en mi infancia no hubiera tenido la experiencia de nadar por el río, no habría podido escribir estas extrañas escenas.

Aunque no vi la desembocadura del Amazonas, pude ver la intersección de varios afluentes con el canal principal de Amazonas. Los ríos de diferentes colores se mezclaban gradualmente, con sus propios colores y olores, llevando consigo su propia cultura y memoria.

«Tú vienes de las montañas, y yo cruzo el bosque, finalmente los ríos se unen y entran al mar». Es como una metáfora sobre el intercambio y desarrollo de la civilización humana. En la última noche de este breve viaje, el restaurante ofreció vinos de cortesía y comida deliciosa. Nos reunimos todos para brindar, beber y bailar, fue inolvidable. Mi compañero y la familia argentina se hicieron amigos y se dieron los contactos. Han pasado cinco años, pensé que era mi primera y última visita a América Latina, pero no esperaba venir al año siguiente y que después de cuatro años, llegara por tercera vez. El abrigo de alpaca que compré en Perú la última vez, ha estado colgado en mi armario durante cuatro años, nunca lo llegué a usar y casi me olvido de él. Cuando la gente a bordo supo que soy escritor y me pidió que hiciera un discurso, dije: Amigos del mundo, hay una famosa ópera china titulada «La Leyenda de la Dama Serpiente Blanca», que dice que «Hay que esperar diez años para viajar en el mismo barco y cien años para enamorarse», esto se refiere al destino de las personas. Miren lo difícil que ha sido coincidir en un mismo barco durante una semana. Es una gran oportunidad. Así que debemos apreciar el presente y vivir este hermoso recuerdo.

La «Leyenda de la Dama Serpiente Blanca» cuenta la historia de amor entre un hombre y una serpiente en cuerpo de una hermosa mujer. La historia comenzó en el agua. Sin agua no hay río, ni tampoco romance ni amor. Creo que debe haber muchas historias similares en el Amazonas. Son recursos literarios comunes para los escritores latinoamericanos.

Muchas historias ocurren en los barcos, algo ya muy clásico en la literatura. Hay muchas de esas novelas. Pero lo primero que me viene a la mente es El General en su laberinto y El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez. El Magdalena es un río grande en Colombia, no relacionado con el Amazonas, pero siempre pienso que es un afluente del Amazonas. El libertador de Sudamérica, Simón Bolívar, pasó los últimos días de su vida en un barco. Navegar era el símbolo de su vida. Sus recuerdos están enlazados con las olas de los ríos y los paisajes en las orillas, como coloridos hilos de seda que tejen una alfombra larga. Leí El amor en los tiempos del cólera hace más 30 años. En verano de 2016, la volví a leer detenidamente durante una semana. Siento que el mejor capítulo del libro es el viaje romántico por el río que hicieron Florentino Ariza con Fermina Daza. Esto es muy poco común en la literatura mundial: el apasionante amor de dos ancianos, como resplandor del atardecer que ilumina el cielo.

Debo halagar un poco mi propia novela Rana que ha tenido un efecto sutil en el cambio de la sociedad china. La novela está basada en la vida de mi tía, que ha sido ginecóloga durante décadas, sobre todo el papel que desempeñó durante la campaña de planificación familiar de China, también hablo de sus dolores y contradicciones. El clímax de la novela tuvo lugar en un río, donde en medio de las inundaciones, una mujer embarazada viajaba en una balsa de madera para huir del barco motorizado que llevaba a mi tía y que la perseguía, era una lucha y persecución a vida y muerte. Por supuesto, mi tía finalmente alcanzó la balsa. Pero en ese momento la mujer comenzó a parir. La ética profesional de una ginecóloga y la lealtad de una funcionaria de planificación familiar, eran puntos de conflicto interno en el corazón de mi tía. Al final, el sentido humano derrotó al sentido de responsabilidad, mi tía extendió su mano a la mujer moribunda, diciendo: esta no es la garra del diablo, sino la mano de una matrona.

El propósito de escribir este libro no es revelar el lado oscuro de la política de planificación familiar, sino dar forma a la imagen de una ginecóloga inspirada en mi tía. Pero precisamente, a la creación del personaje le dio veracidad y credibilidad la imagen real de mi tía. Por eso, la publicación de esta novela ha despertado la atención y el interés de los lectores. Años más tarde, se abolió la política del hijo único ejecutada durante más de 30 años, y la libre procreación pronto se haría realidad. Mucha gente me ha hablado sobre la influencia de la novela Rana en la promoción de la abolición de la política del hijo único. No puedo admitirlo ni negarlo, no se trata de modestia, pero creo sinceramente que influir en una política específica es solo un efecto secundario de algunas novelas. El papel de una verdadera gran novela es influir en la mente y el espíritu de los humanos, otorgarle un consuelo, una señal y confianza a la gente cuando se enfrenta a situaciones complejas, problemas difíciles y obstáculos insuperables en la vida.

Sentado en el crucero por el Amazonas, no dejo de pensar en el río Jiaohe de mi pueblo natal que se ha secado hace muchos años. Desde su origen hasta el curso bajo, todo está seco. El lecho del río está cubierto de hierba verde o arena y piedra. Aunque el gobierno ha invertido mucho en ambos lados del río para construir paisajes bonitos, la belleza depende de las aguas del río. Un río seco es lo más feo en la tierra. Crear paisajes a ambos lados del río es como maquillar a un esqueleto. Esperamos con ansia que caiga agua, pero el cielo no nos da lluvia. Puede que haya llovido en muchos lugares, incluidos nuestros condados vecinos, pero no ha llovido sobre el río Jiaohe. El año pasado, tuvimos fuertes lluvias en las zonas vecinas, los ríos se desbordaron, pero ninguna gota sobre Jiaohe. Me quedé en el fondo del río seco, miré al cielo y traté de pensar en las razones, pero no encontré ninguna. De verdad extraño el Jiaohe en las décadas de los 60 y 70. Añoro este río descrito en mis novelas con tanta hipérbole. Envidio a los escritores latinoamericanos que viven en la Amazonía. Mientras haya agua en sus ríos, su imaginación y creatividad serán inagotables.

El río de mi pueblo se ha vuelto seco. Mis amigos me dicen –medio en broma–: es culpa tuya, porque escribiste un relato llamado «Río seco». Por supuesto que no reconozco sus críticas, porque a parte de «Río seco», escribí más sobre la abundante agua y la inundación del río. Creo en la ley divina de la reencarnación, y que todas las cosas tienen un ciclo de vida. Confío en que el río Jiaohe, que ha estado seco durante más de 30 años, tendrá un nuevo ciclo de lluvias y se llenará de abundante agua. Cuando haya agua en el río, veremos si las construcciones de ambos lados mantendrían su forma original y si esos hermosos edificios resistirían de verdad a la lluvia. Un río con agua cambiará todo en esta tierra, incluso a las personas.

Estoy a la espera de la llegada de un nuevo ciclo, pero mi espera debe ser activa. Usaré mi mente para tomar prestada el agua del Amazonas y llenar mi Jiaohe. No, no tengo que pedir agua prestada. Simplemente imaginaré que este abundante Amazonas es el Jiaohe de mi pueblo natal. Es mi río, me dará inspiración, señal y autoconfianza, tal como lo hacen las grandes obras literarias a los lectores.

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[1]  Shifu, harías cualquier cosa por divertirte, China Intercontinental Press, 2015, p. 16.

[2] Ibídem,p.17.

[3] Editorial El Aleph, 1987. Fue llevada al cine, y su director obtuvo con ella el Oso de Berlin.

[4] Dongbei, que literalmente quiere decir «noroeste», se refiere al poblado situado en una depresión geográfica en el noroeste del condado Gaomi.