La moderna publicidad de Dios

Carlos Peña

Este libro de Sol Serrano –un libro espléndido, escrito con la narrativa de una novela, pero provisto de un aparato bibliográfico y de fuentes que dejan pasmado– sostiene la existencia en Chile de un constante proceso de secularización que, sin embargo, y al revés de lo que enseña la literatura sobre el caso europeo, no equivalió a una retirada de la religión a la esfera privada, sino, en cambio, a su instalación progresiva en el espacio público moderno. En otras palabras, y para usar el título de este libro, en nuestro país Dios habría tenido un lugar en la república: en vez de hacérsele a un lado u obligársele a estar oculto en la soledad de las casas y de espaldas a la calle, se le habría situado como un interlocutor más en la esfera en que deliberamos acerca de los asuntos comunes. La secularización no habría equivalido entonces a la huída de Dios, arguye Sol Serrano, sino apenas a su desplazamiento.

¿Qué es lo que explica esa, hasta cierto punto, peculiaridad del proceso chileno sobre todo si lo juzgamos por referencia al caso europeo o al norteamericano? De la lectura del libro de Sol Serrano, me parece que puede colegirse que hay dos procesos enlazados muy de cerca con la secularización que explican por qué poseyó en nuestro país la peculiaridad acerca de la cual acabo de llamar la atención. Esos otros dos procesos (de los cuales Sol Serrano, dicho sea de paso, se ha ocupado en otros textos) son la constitución del estado nacional y de la propia Iglesia como entidad mundana, por una parte, y la configuración de la esfera pública burguesa o moderna, por la otra.

El proceso que este libro relata, junto con aludir de manera inevitable a la constitución del estado nacional, es también, y de manera simultánea, el proceso de constitución de la propia Iglesia Católica como una entidad racionalizada en el sentido weberiano de la expresión. Al decir esto no me refiero, por supuesto, a la Iglesia de la eclesiología –es decir, a ese nuevo Israel de Dios, como se dice en Gálatas 6, 16– sino a la institución jurídica, a esa organización vasta y eficiente que emplea un aparato de poder y de finanzas y que actúa con criterios mundanos. Hoy día nos parece cosa natural la organización de la Iglesia Católica y pensamos a veces que ella siempre tuvo un sistema jurídico, rutinas organizacionales, profesiones reguladas, jerarquías en base a normas, registro contable y asiento territorial extendido, y olvidamos, por lo mismo, que la Iglesia Católica llegó a ser todo eso sólo después de un complejo proceso en el que se entrelazan la política, el carisma, las traiciones y la fuerza, de una manera más o menos similar a como ocurrió con la propia instalación del estado moderno. “En varios sentidos”, explica Sol Serrano, “la Iglesia y el estado enfrentaban problemas equivalentes en sus respectivos dominios”.

Pues bien, así como el estado chileno, por decirlo así, tuvo su Portales –alguien capaz de consolidar la impersonalidad de las reglas y extender las rutinas burocráticas– lo mismo habría ocurrido, según muestra este libro, con la Iglesia, sólo que en este caso no fue Portales sino Valdivieso el personaje, ese príncipe capaz de imponer el orden y tender puentes hacia Roma como una forma de eludir la subordinación al poder civil que reclamaba el regalismo y que se había instalado en la cultura en parte como un resultado del patronato.

Ese rasgo de la constitución de la Iglesia Católica –que en este libro aparece con pelos y señales– permitió que la Iglesia, a pesar de estar unida al estado hasta 1925, nunca se identificara del todo con él y siempre, en cambio, mantuviera una actitud de alerta y de desconfianza frente al regalismo y a todas las derivaciones jansenistas que, sirviéndose de la unión entre la Iglesia y el estado, habrían acabado por subordinarla. En otras palabras, si la secularización no acabó con la Iglesia como actor público, ello fue porque la Iglesia nunca se puso de veras del lado del estado, sino que se constituyó por oposición a él.

El otro factor que, sumado, explicaría la particular secularización de Chile, sería el surgimiento entre nosotros, durante el siglo XIX, de un ámbito que equivale aproximadamente a lo que Habermas llamó alguna vez publicidad burguesa. Como se sabe, Habermas sugirió que el capitalismo del siglo XVI habría dado lugar al surgimiento de un ámbito de diálogo y de análisis racional en que los sujetos se reunían para discutir la mejor forma de organizar la vida en común. Esta esfera pública se constituyó, piensa Habermas, por la prensa escrita y la aparición de espacios de sociabilidad, como los cafés, que hacían posible la vida compartida fuera del hogar y al margen del poder político o del simple intercambio económico. Esa forma de publicidad habría coexistido con la publicidad representativa –es decir, con la puesta en escena del poder– que es propia de una sociedad feudal.

La Iglesia Católica en Chile, sostiene Sol Serrano, se habría desplazado poco a poco desde el estado a la esfera pública: tanto a la esfera pública burguesa –ese ámbito en el que se raciocina acerca de la vida en común– como a la publicidad representativa, a la que el rito católico –con sus procesiones y ritos de paso que este libro retrata con todo detalle– es tan proclive.
En suma, la secularización desalojó a la religión del aparato estatal, pero no lo hizo al precio de privatizarla o desproveerla de vigor, sostiene Sol Serrano, sino situándola en la esfera dialogante de la publicidad y en la escena pública, por decirlo así, de la representación. Como expresa la autora, “la privatización del catolicismo fue también su publicidad moderna”.

¿Es razonable esta descripción? Mejor todavía: ¿Es cierto que la Iglesia chilena se incorporó a la publicidad moderna eludiendo así, por decirlo de alguna manera, la muerte de Dios en el espacio público?

Por supuesto el libro de Sol Serrano –un libro que, como ya dije, deja pasmado por la exhaustividad de las fuentes y la reconstrucción de los datos– aporta abundante evidencia a favor de esa tesis y es cosa de mirar lo que ha ocurrido en Chile durante el último siglo y medio en materia educativa –la esfera pública por excelencia– para advertir que sí, que a pesar de lo restrictivo de esa esfera en un país como el nuestro, Sol Serrano lleva en todo esto muchísima razón. Aunque, habría que agregar si eso es así, si es cierto que la religión se desprendió del estado para caer en la publicidad moderna, que ello equivalió, para la Iglesia, a escapar del sartén para caer en las brasas; porque ese tránsito equivale al comienzo de un problema histórico insoluble para la catolicidad: el de cómo compatibilizar las prácticas de un monoteísmo convencido de su verdad, con las exigencias dialogales de la publicidad moderna.

Es cierto lo que sugiere este libro: con la secularización, la Iglesia entró en la publicidad burguesa o moderna, pero, agregaría por mi parte, con ello no se resolvió nada sino que se constituyó un problema que todavía, después de más de un siglo, la Iglesia no logra resolver. Y este problema no es menor, ni es solamente un problema doctrinario como sugiere Sol Serrano: se trata en cambio de una inconsistencia entre las condiciones de posibilidad de un monoteísmo convencido de su verdad, por una parte, y las condiciones de posibilidad del diálogo moderno, por otra.

Lo anterior no es, sin embargo, más que una derivación normativa de un problema histórico que este libro relata hasta sus últimos intersticios, con un detalle y un acopio de fuentes que harán de él, no tengo ninguna duda, un libro imprescindible para la comprensión de lo que somos hoy día. Aunque, habría que aclarar, imprescindible es un adjetivo que tratándose de la obra completa de Sol Serrano –desde sus trabajos sobre la Universidad a éste sobre política y religión– ya no tiene, la verdad sea dicha, ninguna novedad.

Sol Serrano. ¿Qué hacer con Dios en la República?, Fondo de Cultura Económica, 2008


Monstruos de feria

Rodrigo Olavarría

Estos libros recopilan entrevistas históricas a dos músicos que se han desmarcado del rótulo de músicos pop para situarse entre los artistas más importantes del siglo pasado. En el caso de Bob Dylan, se trata de alguien que no sólo redefinió la composición y el rol de la canción popular sino que también es un poeta por derecho propio. Por su parte, Tom Waits es un compositor que desafía los límites de la canción llegando a crear discos que son pop pero también opereta, musical y feria ambulante.

La admiración que suscitan estos artistas, considerados con Leonard Cohen como los grandes bardos de la música popular, es capaz de intimidar actualmente al periodista más plantado, pero no siempre fue así. El libro Dylan sobre Dylan puede entenderse como una serie de asedios a Bob Dylan, en él vemos a antiguos periodistas que buscan desenmascarar al joven Dylan, definirlo y de esa manera desacreditarlo. Más tarde, quienes realizan este asedio son además fans que buscan no sólo definiciones sino también respuestas que sean también revelaciones.

Robert Shelton, autor de la primera nota publicada sobre Dylan, afirma que cuando hablaron en 1966 para planear un libro que se publicaría 20 años después como No Direction Home, “su impetuosa verborrea parecía impelida por la presión acumulada durante años de hablar con recelo ante la posible publicación de sus palabras”. De ese mismo año data la mítica entrevista publicada en Playboy, reproducida íntegramente en este volumen.

En un principio, Dylan utilizaba las entrevistas como una forma de levantar su propio mito: modificaba deliberadamente su biografía, inventando huidas de hogar paterno a las edades de diez, doce y trece años y viajes de costa a costa. Estos falseamientos esconden la muy tranquila juventud del joven Robert Zimmerman en un pueblito de Minnesota y el miedo de que esa apacible vida le fuera enrostrada.

En 1969, cuando editó Nashville Skyline, Dylan estaba en condiciones de elegir no sólo si haría una entrevista sino también al entrevistador. Y su elegido fue Jann Wenner, fundador y director de la revista Rolling Stone. Desde esta entrevista en adelante, veremos un Dylan desenvuelto que intenta amablemente responder las preguntas que le formulan.

Esta colección de entrevistas puede ser leída como una gran nota al pie de la película “I’m Not There” (2007) de Todd Haynes, pues en ellas es posible distinguir casi todas las máscaras usadas por Bob Dylan en su carrera, desde el joven trovador comprometido al actual, pasando por el Dylan católico y el Judas de la guitarra eléctrica.

El caso de las entrevistas a Tom Waits es muy distinto, él no tuvo la carrera meteórica de Bob Dylan y no fue jamás un fenómeno de masas, tal vez por lo mismo los entrevistadores no tienen hacia él una actitud beligerante. Esto le confiere al libro un tono narrativo: Tom Waits cuenta historias a sus anchas, aunque no está exento de la mitomanía, pues inventa tantas mentiras a la grabadora que uno de sus entrevistadores llega a afirmar que su dossier de prensa parece el informe policial de un criminal sólo conocido por sus alias.

La carrera y las entrevistas de Tom Waits pueden dividirse en dos etapas, antes y después de Kathleen Brennan, su esposa desde 1980. En la primera, que abarca sus primeros siete discos, él es el único responsable de esas composiciones llenas de epifanías en rincones sórdidos cantadas por un borracho encorvado sobre una cerveza. Desde 1980, él mismo lo afirma, inician una relación colaborativa con la cual abandona no sólo su antigua imagen de borracho melancólico sino también la comodidad de un estilo que después de mucho esfuerzo había logrado la atención de una audiencia fiel.

El inicio de estas colaboraciones está marcado por el disco Swordfishtrombones (1980) y se caracteriza por la integración de ritmos y sonoridades extraños, de hecho, en las entrevistas abundan nombres de instrumentos como el chamberlin 2000, el mellotrón, el synclavier y tapas de basureros convertidas en batería. Puntos altos de este libro son las memorables conversaciones de Tom Waits con Elvis Costello y Jim Jarmusch y los momentos en que declara que está buscando “el clang de todos los clangs”, que cualquier ruido puede proveer el suficiente ectoplasma para crear un organismo y que hacer música es como operar un flamenco porque no sabes dónde carajo está su corazón.

La lectura de estos libros me hace pensar que, en parte, Bob Dylan es responsable de la aparición del periodismo musical como se le entiende hoy, periodismo que hizo posible la recepción de un artista como Tom Waits. También es notorio que el rol del ego del entrevistador es mayor en las entrevistas a Bob Dylan, mal que mal Tom Waits nunca fue llamado “la voz de su generación” y nadie le pedía respuestas ni verdades; a lo más se le ha definido como “la voz del pueblo si el pueblo estuviera compuesto sólo por monstruos de feria”.

Mac Montandon.Tom Waits: Conversaciones, entrevistas y opiniones, Global Rhythm, 2008

Jonathan Cott. Dylan sobre Dylan: 31 Entrevistas memorables, Global Rhythm, 2008

Notas al margen

Gonzalo Maier

Hay un texto –hermoso, cautivante– de Daniel Link que se llama “Carta al padre”. En ese puñado de páginas coladas al comienzo de, precisamente, Carta al padre y otros escritos íntimos (Belleza y felicidad, 2002) recuerda cómo su papá le dibujaba los mapas que le pedían en el colegio. Líneas después, prácticamente en una declaración de principios –o de amor–, repasa cómo para él Foucault terminó siendo un cartógrafo. Un tipo que le indicaba por dónde caminar, cómo olfatear el peligro. Y de un tiempo a esta parte, tras erigirse probablemente como el crítico –acaso el lector– más lúcido de esta parte del continente, el mismo Link es quien está empecinado en tomar el compás, el astrolabio, en mirar desde la punta mástil y en aclarar cómo se lee.

En los márgenes de los mapas, al costado de cada plano, suele decir “leyenda”. Y allí, en esas pocas frases periféricas, el cartógrafo explica qué significa cada dibujo. Leyenda. Literatura argentina: cuatro cortes es, precisamente, un paratexto antojadizo –como toda buena crítica, por lo demás– de los últimos 70 años en las librerías trasandinas. Visto de otro modo, es la leyenda cartográfica de la leyenda literaria. A través de cuatro cortes, o capítulos autónomos que también sirven como una antología –dos de ellos son inéditos–, Link transita por los temas a los que nos tiene acostumbrados, aunque él se empecine en recalcar que está lejos de ser un especialista. Una obviedad: da igual si esta vez es “literatura argentina”. Lo que importa –lejos del objeto, de la materia– es la lectura.

“Peronismo y misterio (1942-1953)” abre el volumen hermosamente editado por Entropía –desde hace un tiempo una editorial indispensable– con un ensayo sobre la literatura policial en la Argentina de mediados del siglo XX. Aunque –nada nuevo– cuando se habla del policial también se habla de mercado, de Estado, de cultura de masas y de política. Se habla, en buenas cuentas, de tensiones. Es que la crítica, ya lo anunciaba el mismo Link, tiene tanto que ver con un texto como con la posibilidad de expandirlo y de hablar “de lo otro”. Y sobre eso, de hecho, tratará “Crítica y política (1955-1966)”, un ensayo que en un comienzo había sido escrito para Historia social de la literatura argentina, el proyecto de David Viñas, deteniéndose y apuntando cómo la crítica, la capacidad de hacer pública una lectura, fue solidificando una posición en el campo literario y convirtiéndose en un modo de darle valor al libro como mercancía. El tercer –y el más breve– corte, “Crisis de la literatura (1968-1983)”, aborda los años 70 y hace de Lamborghini, Walsh y Puig el emblema de esa década. Los transforma, de algún modo, en los cabecillas que enarbolarán una estética cuestionadora de las formas preindustriales de la literatura. El libro cerrará con “Milenio (1995-2010)”, un compendio con sus intervenciones más periodísticas –acaso por la contingencia de los textos– que se remite, en gran parte, a la época en la que Link estuvo al mando de “Radar”, de Página12. Ahí están Fogwill, Aira, Piglia, Saer, Copi o Matilde Sánchez.

Pero, ya se dijo, más allá de cualquier descripción de contenidos, lo que interesa es la disposición de Link para enfocar e intentar una genealogía sutil y que encuentra en el pasado un espejo perfecto del futuro. Por eso –y ahí reside la belleza de sus lecturas– puede ver en Walsh la disolución del arte en la violencia o en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertuis” una profecía sobre la cultura industrial. Sí, Link también ha sido un atento lector de Benjamín.

Leyenda. Literatura argentina: cuatro cortes es un texto explicativo –un manual de uso– de gran parte de la mitología literaria rioplatense. Y, lo más importante, una atenta nota al margen –de 276 páginas– a la historia argentina. O bien leído, de la Historia a secas. Así, en alta.

Daniel Link. Leyenda. Literatura argentina: cuatro cortes, Entropía, 2006


La Negra superstar

José Ignacio Silva

Al leer La vida de una vaca, tercer libro del periodista chileno Juan Pablo Meneses (Santiago, 1969), viene a la mente un sketch del inclasificable y genial actor argentino Alfredo Casero, en el que las hacía de un lector de noticias que debe improvisar en cámara, ante una falla técnica que quema todas las notas del informativo. La primera cosa que a Casero se le ocurre es hablar del asado, “una pasión nacional que nos deja atónitos y que siempre estará en el corazón de los humanos”. El libro de Meneses –periodista célebre desde que acompañó a Los de Abajo y sufrió la paliza que les dio la policía argentina en la Libertadores 1996 en cancha de River–, es, quizás, la documentación de esa pasión nacional, de algo que está en el corazón, mente y billetera de los argentinos, un estilo de vida que tiene alcances insospechados, y que va mucho más allá de un pedazo de carne bien jugosa.

El libro cuenta la historia de “La Negra”, una vaca que Juan Pablo Meneses adquirió en Argentina –país donde vive desde 2002– por 70 dólares, para seguir de cerca su evolución. En los tres años que el reportero dedica a la investigación, realiza un análisis a fondo sobre el peso que tiene la carne para los argentinos, país que, como se sabe, eleva al lomo a la altura del fútbol o el tango, y en el que la variación del precio del kilo de asado puede botar a un gobierno de la Casa Rosada.

La vida de una vaca es un texto del todo representativo de lo más granado del género crónica, que en el continente latinoamericano pareciera estar floreciendo con singular fecundidad, no sólo por la pasta que muestran los cronistas –corresponsales freelance con pantalones largos, la maleta empacada y el pasaporte siempre a mano para partir a donde sea que la historia los guíe–, sino también por el surgimiento de revistas (como Gatopardo, SoHo y Etiqueta Negra, entre otras) y editoriales que dan cabida al trabajo de los periodistas portátiles (como se autodenominó Meneses).

El autor ha logrado un feliz y balanceado cruce entre una escritura elegante, sutil y provocativa y una investigación original y concienzuda, plena de datos, información y entrevistas. Un trabajo reporteril transformado con habilidad y novelado con una capacidad singular. Meneses no solamente sembró las revistas latinoamericanas con las vicisitudes de su rumiante, sino también el crecimiento de “La Negra” pudo ser seguido en tiempo real gracias a las constantes actualizaciones de un blog destinado a tal propósito, donde la principal interrogante –si la vaca terminaría sus días sobre las brasas o pastando hasta la muerte–, fue el gancho que pescó a todo un continente, sacando ronchas entre los vegetarianos recalcitrantes, aguando las bocas de los parrilleros angurrientos y corriendo el velo a una sociedad farsante ante el cotidiano carneo de reses.

Sobre el fin de la vaca, nadie sabe nada a ciencia cierta. El libro no revela su fin: el autor la deja pastando en los campos de La Plata. En un diario colombiano trascendió que “La Negra” se transformó en sabrosos bifes. Nada de esto importa, el juego admite estas y todas las hipótesis, pero lo realmente trascendente es el gran trabajo periodístico de Meneses, notable en el texto, soberbio en los efectos en los lectores. Quedan un gran libro y un hecho harto novelesco: Latinoamérica pendiente del destino de una vaca pastando.

Juan Pablo Meneses. La vida de una vaca, Saix Barral, 2008