Daniel Titinger: 

Conversación con Álvaro Bisama

 

Álvaro Bisama: El día que yo conocí a Daniel, almorzamos y luego presentó un libro mío en una de las presentaciones más delirantes que yo creo recordar. Era el día en que se había muerto Roberto Gómez Bolaños, así que en la presentación en la Feria del Libro de Miraflores terminamos hablando del Chavo del 8 y yo lo pasé increíble. Además soy un lector antiguo de Daniel y alguna vez tuve la suerte de haber sido editado por él en Etiqueta Negra, lo que fue un gusto.

Quiero mencionar dos obras que no están en el currículum literario de Daniel, pero que a mí me parecen importantes. Primero, las transmisiones que hizo en vivo desde Rusia sobre la experiencia peruana en el Mundial de Rusia, que yo creo que fueron una de las mejores crónicas de ese mundial en que la épica se convirtió en tragedia. Segundo, yo creo que Daniel es autor del libro fantasma más importante de la literatura peruana, llamado Contra la gastronomía peruana, cuya historia está muy bien relatada en una crónica que Daniel Alarcón hizo en Radio ambulante: Daniel Titinger inventó este libro contra la cocina peruana y eso se transformó en un pequeño escándalo que me imagino que dura hasta el día de hoy.

Daniel Titinger: Ahora que estaba invitado a esta charla de una universidad chilena, alguien me decía que fue porque salí a atacar la comida peruana.

AB: Puede ser (risas).

DT: Y que por eso me publican en Chile.

AB: Pero además hay que decir que Daniel escribe perfiles. Y como lector que muchos de esos perfiles, yo creo que son lo que uno podría llamar persecuciones neuróticas, en las que toma una historia y es capaz de mirarla, de leerla, como si en ella hubiera un misterio o un secreto. Yo siempre he pensado que Daniel trata a los expertos en ovnis como si fueran poetas y a los poetas como si fueran alienígenas. Puede escribir en un mismo libro sobre el contactado Sixto Paz y el poeta maldito Martín Adán. Sus perfiles son como la persecución de unos alucinados intentando resolver el misterio que son esas vidas. Y la resolución del misterio es, en cierto modo, el perfil, o el acto de hacer el perfil, el modo en que Daniel lo escribe.

Hay un par de cosas que me llaman la atención de su escritura, y con esto termino. Por una parte, debajo de esos misterios, hay preguntas que para mí siempre tienen que ver con la identidad: ¿qué es ser peruano?, ¿qué es ser una celebridad y ser peruano?, ¿qué es ser un escritor?, ¿qué es ser un poeta? Pero también me parece que Daniel se ha tatuado frases de algunos de los autores sobre los que ha escrito, como Ribeyro, en los brazos. Me parece que ese gesto, que uno podría ver como algo personal, es también un gesto de escritura, una escritura en que no se distingue cuerpo y palabra, piel y libro. Y como decía Daniel en alguna entrevista, esa es una de las formas más bellas, más íntimas, más personales de leer.

Así que los dejo con Daniel. Bienvenido, gracias por estar acá con nosotros, amigo.

DT: Gracias, Álvaro. Recuerdo ese día cuando estábamos almorzando en Lima, en esas época en que uno podía almorzar frente a otro, y llamó Enrique Planas, que te iba a presentar.

AB: Sí, algo pasó…

DT: Él trabaja en la página cultural de El Comercio y llamó para cancelarte porque se había muerto Chespirito. Entonces nos estábamos conociendo cuando surgió la idea de que presentara un libro tuyo.

AB: Taxidermia.

DT: Sí, pero yo no lo había leído, pues acababas de entregármelo, entonces hablamos del Chavo.

AB: Yo lo pasé muy bien.

DT: A propósito de esas cosas como el Chavo, en estos tiempos pandémicos la verdad es que yo estoy detestando la literatura. Te contaba el otro día, Álvaro, que no me puedo concentrar. Ver una película ya es bastante difícil. No veo buenas películas. De hecho estoy suscrito a Disney Plus, pero básicamente para ver sus películas de superhéroes, que es lo único que puede entrar a mi cabeza y distraerme. Ya que hablabas del Chavo, pues ese es el tipo de cosa que puedo hacer: ver el Chavo. ¿Leer? Casi no puedo leer. ¿Y escribir? Estoy terminando un libro que va a salir pronto. De hecho, hoy día le tengo que mandar la versión final a Leila Guerriero y después de esta charla pienso hacerle las últimas correcciones. Espero que sea solo una coma, un punto mal puesto, una tilde.

Pero no he escrito este libro por amor a la literatura, ni por obsesión, ni porque llevo cinco años reporteando sobre Vallejo, sino por la única razón razonable y real por la que uno puede escribir, que es para que alguien te quiera más. Alfredo Bryce Echenique tenía esta frase maravillosa de que escribía para que lo quieran más. Bueno, yo he escrito este libro de Vallejo para que alguien me quiera más, casi por amor. Y lo digo en serio. Para que una chica que me lee y a la que le gusta como escribo, me lea, porque lo último que publiqué fue Un hombre flaco, y eso ya hace muchísimos años.

Mi producción literaria entra en dos líneas y ya está, escribo muy poco. Bueno, además tengo otro trabajo, soy director periodístico de RPP, una radio nacional informativa que está al aire, veinticuatro horas al día, siete días por semana, y que tiene un canal de televisión y una plataforma digital que no para. Entonces también escribo poco por falta de tiempo, pero quizás también por esta obsesión, esta inmersión absoluta en los personajes que elijo.

Así que hoy día voy a hablarles un poco de por qué elijo esos personajes y de cómo hago lo que hago.

AB: De hecho, la primera pregunta que yo te tenía era ¿por qué escoges lo que escoges? No solo los personajes, porque es la elección de un mundo, también.

DT: Vivimos tiempos raros, tiempos en que no podemos estar juntos, en que las únicas conferencias posibles son cosas como esta, en que ir a comer en un restaurante es imposible y en que todos están obligados a ser antisociales. Y yo estoy profundamente enfadado, porque siempre he sido antisocial y ese era un rasgo que me identificaba, por el que yo de alguna manera me sentía distinto al resto, a quienes le gusta la parranda y celebrar con amigos. Me gusta tener amigos, pero no los frecuento, no salgo, no soy de salir, no soy de ir a fiestas. De hecho, he escrito un texto acerca de cómo odio las fiestas y por qué. Pero en estos tiempos todos somos lo mismo, entonces me enfada ya no ser único. Y escribir perfiles para mí es una búsqueda de eso que identifica a alguien, eso que lo hace justamente único, y en un mundo de iguales, como el de ahora, me parece una tarea titánica, casi imposible.

Te decía que más o menos cada cinco años publico un libro y que admiro a los que publican mucho y tan bien. Álvaro, de verdad, yo te admiro mucho por eso. El libro de Vallejo debía haberlo terminado hace un par de años, pero Matías Rivas, el director de la Editorial UDP, me ha esperado demasiado y siento que es una deuda, que ya tendría que haber terminado este libro. Y tendría que haberlo terminado, además, porque se lo estoy escribiendo a alguien, como te decía. Es la primera vez que me pasa algo así. La pandemia me ha quitado la pulsión de escribir. Escribir nunca fue fácil, nunca me gustó, pero siempre me obsesionaron ciertos personajes, los más freaks, los más tristes. Los últimos tres perfiles que he escrito son de personas tristísimas y además los tres están muertos: Vallejo, Ribeyro y Martín Adán.

Quería empezar, antes de hablar de qué es lo que hago o de qué es un perfil, leyéndoles un pedacito del perfil de Ribeyro:

Julio Ramón Ribeyro no iba a sobrevivir a su segunda muerte. “Ya se terminó tu ciclo –le dijo Alida, su esposa–, tienes que viajar hacia la luz”. Lo tenía tomado de la mano y ella recuerda que la mano de Ribeyro aún estaba caliente, los dedos alargados y flacos como ramas de un árbol seco. Era el primer domingo de diciembre de 1994, poco antes de las nueve de la mañana. Julio Ramón Ribeyro, sesenta y cinco años, acababa de ganar el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, el reconocimiento literario más importante de América Latina, y le habían extirpado un riñón. Tenía un tumor en el uréter, cáncer en los huesos y apenas respiraba, tumbado en una cama, delgadísimo, un fantasma en la Unidad de Cuidados Intensivos del Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas, en Lima. Esa mañana, Ribeyro llevaba una mascarilla de oxígeno, un camisón blanco y sus piernas eran dos garrotes inflamados que, en las últimas semanas, mostraba como prueba irrefutable del final a sus amigos y parientes más cercanos.

“A la muerte nunca le he tenido miedo”, había dicho en una entrevista de 1987. “Me aferraré a la vida como un escarabajo”, escribió en su diario personal, en marzo de 1974: “Veré perecer a hombres robustos y sanos y terminaré viendo los albores del año 2000”. Julio Ramón Ribeyro vivía sobreviviendo.

Había sobrevivido a su primera muerte, en 1973, en París, cuando lo operaron dos veces seguidas por cáncer en el esófago y el estómago, operaciones que le dejaron el pecho y la espalda tasajeados y ese aspecto de recién salido de un campo de concentración. Aquella vez le dieron seis meses de vida, pero veintiún años después Alida de Ribeyro lo tenía tomado de la mano, “y era una mano caliente –recuerda ella–, porque aún había irrigación de la sangre”. También recuerda que, horas antes, su esposo le dijo: “Me estoy muriendo, Alida”, y ella, parada a los pies de su cama, le respondió: “Tú no te mueres, Julio, vas a pasar a otro mundo más feliz”.

–¿Y él qué le dijo?

–Nada. Qué me va a contestar.

–¿No le pidió perdón por algo?

–¿Quién?

–Él.

–No necesitaba pedirme perdón por nada.

Hoy es un viernes de septiembre de 2013, en París. Son las cinco de la tarde y afuera el sol aún calienta la espesa vegetación del Parc Monceau. Han pasado veinte años desde que murió Ribeyro, y veinte años también desde que el periodista peruano Jorge Coaguila trabaja en su biografía. “Será una biografía de trescientas páginas”, me dijo Coaguila, profético, antes de venir a París. “Una biografía a la que solo le falta la entrevista con la viuda”, me contó.

Alida de Ribeyro, marchand d’art, ha dado pocas entrevistas. Pueden contarse con los dedos de una mano. No le gusta hablar de su vida, de la que se conoce muy poco. Nació en Lima, se sospecha que en un barrio sencillo. Estudió Letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde conoció a un grupo de poetas y escritores con quienes viajó a París, en 1961, con el propósito de quedarse a estudiar o trabajar, no se sabe bien. Entre ellos estaba Javier Heraud, quien un año antes había ganado el premio “El poeta joven del Perú”, y con quien se sospecha que tuvo un romance. Dos amigos de Ribeyro, que vivían en París cuando llegó Alida, aseguran que ella viajó con la intención de conocer a un escritor y casarse, y que incluso llevó una lista de posibles pretendientes. Esos dos amigos jamás vieron la lista, pero sostienen que es verdad. Alida conoció a Julio Ramón Ribeyro. Se casaron. Tuvieron un hijo. No fueron felices, se dice. Cuando murió su esposo, Alida de Ribeyro se convirtió en el feroz paradigma de la viuda literaria: una mujer dispuesta a cortarle la yugular a quien pretendiera tocar el legado de su marido.

Hoy, un viernes de septiembre en París, la viuda lleva un vestido blanco con lunares negros, una vincha negra que le sujeta el pelo, negrísimo. Sus aretes son dorados y brillan tanto como los marcos de sus anteojos, como sus tres anillos de oro o el prendedor de oro de Chanel o las pulseras doradas o el collar largo de perlas. Tiene setenta años, aunque parece de cincuenta y, por su energía, podría pasar por una mujer de cuarenta. Tiene pocas arrugas, un metro cincuenta y tantos y rasgos orientales, por los que a veces la confunden con una japonesa. Está sentada en la sala de su departamento, las piernas si cruzar, con la rigidez de una estatua egipcia, de un militar, de una geisha; sus zapatos (negros) apenas rozan la alfombra. Hay una radio vieja, desde donde suena un piano a todo volumen. Cuando llegamos con Coaguila, tuvimos que levantar las voz para que nos escuchara. Al rato se dio cuenta y bajó los decibeles de la música, aunque sigue altísima. Dos ventanas enormes que van del sueño al techo de la habitación dejan pasar la luz natural, que ilumina los estantes de madera donde descansan cientos de libros –“casi todas de Julio Ramón”–, y las paredes donde cuelgan pinturas y grabados –un Miró, dos Botero, una acuarela de Cézanne–, uno encima del otro, uno al lado del otro, dispuestos con buen gusto.

–¡De qué me iba a pedir perdón! –dice, algo fastidiada–. Yo le dije no te mueres, vas a pasar a un mundo más feliz, vas a ser feliz.

Jorge Coaguila está a su lado, sentado en un sillón.

–No necesitaba pedirme perdón por nada.

–Es que algunos hacen eso –le dice Coaguila.

Afuera, en el Parc Monceau, los niños juegan a lo que juegan los niños, mientras los adultos caminan con esa cadencia propia de los parques o leen un libro en alguna de las bancas de madera, bajo un árbol que parece hecho de algodón. A este edificio, en la zona más exclusiva del distrito VIII de la capital francesa, se llega después de atravesar una reja negra con incrustaciones de bronce. En la puerta de entrada hay un intercomunicador: “A de R”, se lee. Alida de Ribeyro. Segundo piso.

–Es que a ustedes no les ha tocado vivir lo que a nosotros. En el 73, cuando tuvo su primer cáncer, me dijeron que él se moría, y qué quienen que yo le diga: ¿no fumes, Julio; no tengas amantes, Julio; no hagas esto porque no quiero que te mueras? ¡No! Sé feliz y muérete feliz.

–¿Y eso se prolongó veintiún años? –pregunto.

–Claro, él era feliz así.

La luz de la tarde se cuela aún por las ventanas y muere bruscamente, en un grabado de Miró llamado La Femme aux Bijoux: La mujer con las joyas.

AB: Gracias.

DT: Así inicia el libro de Ribeyro, que me ha hecho recordar el de Vallejo, porque tuvieron vidas geográficamente parecidas y también tuvieron viudas que se parecieron mucho. Y es raro, porque ahora que acabo de leer las primeras páginas de Un hombre flaco, que empecé con la muerte de Ribeyro, me doy cuenta de que El hombre más triste, el libro de Vallejo que va a ser publicado este año, también lo empecé con su muerte, que es absolutamente misteriosa. Es uno de los misterios que trato de ir develando a lo largo del libro.

Pero bueno, yo quería explicarles un poco sobre qué es un perfil y qué es lo que yo hago. Lo fácil es decir que es una crónica sobre una persona, pero lo he meditado también por muchos años y no sé qué diablos es una crónica, y eso que yo he escrito varias. Entonces, yo les puedo explicar qué es un perfil, pero no quisiera que esta explicación se haga muy popular, porque yo creo que es buenísimo que nadie sepa muy bien qué es.

Cuando escribía sobre personas que estaban vivas todavía, me pasaba que les pedía entrevistarlos y me preguntaban para qué. Yo les decía que era para un perfil y, como tenían miedo o vergüenza de preguntarme qué cosa era un perfil, siempre aceptaban que fuera a visitarlos. Incluso he llegado a pensar que uno de estos personajes que entrevisté creía que yo lo iba a dibujar de perfil con carboncillo. No es mentira, estoy hablando de algo real.

Y luego, cuando he publicado esos perfiles, me he ganado enemigos, porque yo creo que se vieron expuestos, absolutamente expuestos en sus pasiones, en sus fobias, en sus triunfos, en sus miserias, por escrito. Por escrito, lo que es casi una foto, como decimos en el Perú, calato, que se vieron expuestos desnudos en una fotografía. Porque, al final, eso es un perfil. Entonces, nunca se quejaron conmigo por afirmar algo falso, por no decir la verdad, entendiendo la verdad, para no hacernos muchos líos, como todo hecho o afirmación que se pueda verificar. Jamás se molestaron por eso, sino por la exposición absoluta que uno tiene en un perfil.

Todos somos ángeles y demonios. Todos somos buenos y malos y tenemos virtudes y defectos. A diferencia de una biografía, que puede ser un repaso, casi siempre cronológico, histórico, de hechos que demuestran otros hechos, un perfil es una biografía de las pasiones de alguien. Ese concepto se lo escuché a Julio Villanueva Chang, el fundador de la revista Etiqueta Negra, que dirigí luego de él. Siempre me encantó esa definición. Es más, es primera vez que se la otorgo al autor original, porque siempre me la había robado y decía que era mía.

Una biografía de las pasiones. Pero no solo de las pasiones. O sea, ¿quién era ese hombre llamado César Vallejo? ¿Qué lo obsesionaba? ¿Por qué Vallejo escribía poemas tan tristes? ¿Él era un hombre triste? ¿Se enamoraba? Y si se enamoraba, ¿se enamoraba con locura? ¿Y cómo era esa locura? ¿Cómo era el Vallejo enamorado? ¿Cómo era el amigo? ¿Cómo era el compinche? Porque uno no es el mismo cuando trata con diferentes personas. ¿Cómo bebía cuando bebía? ¿Cómo fumaba? ¿Qué fumaba, en la época del opio, del éter? ¿Era una persona buena? ¿O era más bien malo o malvado? Porque no por ser poeta eres bueno.

Siempre parto, al escribir, de preguntas bastante tontas, parecidas a estas. Y lo hago con la profunda convicción, Álvaro, de que es imposible conocer a alguien a ese nivel. O sea, un perfil, finalmente, es una aproximación a ese conocimiento. Y es una aproximación, además, absolutamente subjetiva. Como dirían en alguna película: basada en hechos reales. Con esto quiero decir que ningún hecho, diálogo, escena o afirmación puede ser un invento. O sea, esto no es ficción. Me parece evidente, pero debo decirlo. Los escritores de perfiles, lamentablemente, no somos dioses diabólicos que de pronto matamos al protagonista porque se nos está cayendo la novela, porque se está volviendo aburrido el relato. No podemos hacer eso. Solo tenemos la realidad, pero la realidad no es una sola: yo veo el mundo de manera distinta a como lo ves tú o los que están viendo esto.

Mi perfil de Ribeyro, Un hombre flaco, y mi próximo perfil de Vallejo son mis versiones de Ribeyro y Vallejo. Son versiones honestas, evidentemente. Son mis aproximaciones a sus pasiones, a sus debilidades y ese largo etcétera que les he enumerado con preguntas. ¿Pero es acaso Ribeyro? ¿Es Vallejo? ¿He logrado conocer a ese hombre para exponerlo por escrito a quien me lea? Yo creo que no.

Los que escribimos perfiles no podemos ser confundidos con (ni creernos nosotros mismos) psicoanalistas. Tenemos hipótesis y tenemos, sobre todo, preguntas. Preguntas que cambian, además, conforme avanzas en la reportería o incluso en la escritura, aunque yo considero que cuando uno está reporteando ya está escribiendo. Y para probar estas preguntas tenemos hechos, pero jamás un diagnóstico certero de ese conocimiento adquirido mediante años de trabajo, de reportería obsesiva, de conversaciones, de convulsiones, de viajes, de estrés y sabe Dios qué otras cosas. Sabemos que todo esto no termina en una verdad absoluta. O sea, yo no publico un libro como Un hombre flaco diciendo que este es Ribeyro. Ni publicaré mi nuevo libro diciendo que este es Vallejo. No, estos son mi Ribeyro y mi Vallejo. Pero desde la honestidad.

Yo me pongo un traje de buceo y hago una inmersión en la vida de la persona de la que quiero escribir, una inmersión que inicio siempre con preguntas similares a las que ya les nombré hace un ratito. Lleno libretas de preguntas. Claro que para tener buenas preguntas hay que saber algo ya. No se trata de hacer preguntas desde la ignorancia. Algo sabía de Vallejo antes de empezar este buceo. Eliges al perfilado, o lo eligen por ti, y lees (en caso de que sea un escritor, hay mucho por leer) todo lo que existe de él o de ella. Todo. Tienes que ser una autoridad en el tema. Tienes que discutir de tú a tú con el fanático más fanático de Vallejo, con esa persona que te recita su poesía y que sabe por qué escribió tal poema, qué quiere decir tal verso. Te tienes que sentar con esa persona y poder discutir.

En las fases iniciales hay que leer todo lo que puedas de esa persona y recién ahí comenzar a hacerte preguntas y desarrollar una gran hipótesis, que casi siempre se parece a la respuesta que se podría dar a la pregunta: ¿quién era realmente César Vallejo? Casi siempre la hipótesis principal de trabajo parte de esa pregunta oceánica: ¿quién era tal persona? Como te digo, esto va a terminar con una aproximación subjetiva a quién era, y para eso tengo un método de trabajo que es un espanto. No lo intenten en casa, como diría la etiqueta de algún juego peligroso.

Mis últimos tres perfiles han sido sobre escritores que murieron y eso puede ser una coincidencia o una falla psiquiátrica que en algún momento voy a tener que corregir. ¿Por qué elijo lo que elijo?, tú me preguntabas. Y a mí me encanta escribir sobre estos personajes tan tristes, que han fracasado o que se han aproximado a ese abismo que es el fracaso. Como tú decías, tengo toda una frase de Ribeyro en mi brazo, una frase que habla de literatura: “Donde empieza la felicidad, empieza el silencio”. Algunos la leen y no la entienden o piensan que es una frase súper depresiva, y en verdad lo que Ribeyro quería decir es que no se puede escribir sobre temas felices. “Donde empieza la felicidad, empieza el silencio”.

Elijo el personaje o lo eligen por mí, pero cuando lo eligen por mí, también es una elección, porque uno puede elegir no escribir sobre esa persona. Cuando Leila Guerriero me propuso escribir sobre Vallejo, me dije que estaba subiendo un nivel en tristeza: ya había escrito sobre Ribeyro, sobre Martín Adán, y ya creo que llegué a la cúspide, porque no sé qué más pueda haber por encima de Vallejo en tristeza. Ya no podría escribir sobre una persona que fue feliz o que aparentó serlo toda su vida. Y escoger personajes muertos es una manera de no ganarme más peleas con los vivos y con sus viudas. O viudos, algún día escribiré también sobre una escritora.

Leo todo, leo absolutamente todo lo que se ha escrito sobre esta persona, o lo veo todo. Cuando escribí sobre sobre una boxeadora, me puse a ver box como un maniaco, todo el día: un año viendo box, deporte del que no sabía nada. Si escribo sobre un contactado como Sixto Paz, me vuelvo una autoridad en el tema ovni.

Esto es lo que hago siempre: leo todo y voy colocando todo eso que leo en fichas, que voy a ordenando no solo cronológicamente, sino que también temáticamente. Parto con una lectura de una inmersión total y con eso ya más o menos sé qué aristas o cuáles son los temas importantes en Vallejo: Vallejo y su obra, Vallejo y la fama, Vallejo y las mujeres, Vallejo y la tristeza, Vallejo y la muerte. No pueden ser muchos temas: diez es mucho, tres es poco. Esos son los temas centrales de mis fichas: hay ficheros para Vallejo y su obra, para Vallejo y su mujer, para Vallejo y la tristeza. Voy ordenando las fichas de manera cronológica dentro de cada tema.

Lo mismo hago con las entrevistas. Para un libro hago unas ciento cincuenta entrevistas, quizás. Transcribir es doloroso, pero me encanta hacerlo yo mismo. Solo esta vez, por una cuestión de tiempo, le pagué a alguien para que me ayude a transcribir cuatro o seis entrevistas de Vallejo porque ya no podía más, ya no tenía tiempo. Eso lo hago en parte para volver a escuchar al entrevistado, los sonidos, lo que sucedía mientras conversábamos, y para recordar lo que yo pensaba mientras decía algo. Y también me gusta transcribirlo yo mismo porque en verdad nunca hago una entrevista, yo converso y casi todo lo que digo son estupideces, o asiento, digo ajá, claro, entonces no hago buenas preguntas. Dejo hablar. Me da mucha vergüenza también que esos audios salgan a la luz, porque soy un pésimo entrevistador. Además, cuando vas a hacer una entrevista para escribir un perfil, eres un actor, estás actuando de alguien que quiere saber la vida de otra persona y la otra persona está actuando también, todo es una puesta en escena.

Por eso transcribo mis propias entrevistas, que, como te digo, son más de cien en un libro. Y en esta parte mi metodología es todo lo contrario de un método, es el antimétodo: a estos entrevistados los voy colocando como una especie de galaxia. La dibujo. Esto es verdad, hago la galaxia y en el centro pongo el sol, que vendría a ser Vallejo o Ribeyro o Martín Adán o Sixto Paz, y lo van rodeando de personajes conforme a su cercanía al perfilado, o su lejanía, se van acercando o alejando en esos anillos. Pues hay anillos más cercanos al personaje principal y hay anillos más lejanos. Esos más lejanos me pueden contar apenas una anécdota que quizás no salga publicada al final en el libro, que quizás no interesa, pero que me lleva a una siguiente entrevista. Esa galaxia que dibujo no es solamente una galaxia de cercanía o lejanía al personaje, sino también a la hipótesis de trabajo principal de la que yo parto: ¿quién era Vallejo?

No tengo un orden de escritura, voy tecleando fragmentos como pequeñas piezas de lego que formarán después un muñeco o un castillo. Un mausoleo, en verdad. Mi escritura fragmentada tiene que ver con ese método de trabajo inicial, con esas fichas temáticas que responden a esas hipótesis, con esa galaxia de personas que se acercan o se alejan del perfilado. Conforme avanzo en mi reportería, ya no tengo tantas preguntas, lo que más tengo son respuestas y cada fragmento que escribo es eso, es una respuesta a una pregunta. Por supuesto que no pongo la pregunta, pero es la respuesta a la pregunta que tengo en mi cabeza.

El lío es que nunca escribo cronológicamente, nunca puedo hacerlo, así que ese castillo, ese muñeco, ese mausoleo puede derrumbarse de un soplido como si no estuviese armado con piezas de lego, sino con arena, si es que lo juntas así, a la mala. Y en Vallejo, por ejemplo, me ha pasado que voy de 1918 a 1940, y el siguiente fragmento es de 1899, y avanzo lentamente hasta 1905, y después a 1919 y así, porque no me importa la cronología. Por supuesto, la cronología me importa para comprender al hombre dentro de su tiempo y sus circunstancias, pero mi foco es responder esas preguntas que me obsesionan.

No sé si Twitter y esta escritura de 280 caracteres es culpable también de que cada vez escriba más fragmentado, o la pandemia quizás, y el cansancio y la cabeza que no me da para más. Pero he escrito de manera fragmentada porque también entiendo el mundo como como pequeñas islas, islas de pensamiento que luego, al mostrarlas al natural, sin distracciones, creo que se pueden entender mejor.

Luego la parte más jodida es cómo unes esos fragmentos, y vuelvo a mi antimétodo: los corto (a veces son medios párrafos, a veces es un párrafo, a veces son dos páginas), los pongo en el suelo y los voy uniendo. Entonces sí juego con legos. Ni siquiera legos, es más parecido al tetris, porque cada fragmento tiene que tener relación con el otro, tiene que calzar, y para que calcen bien, la gran mayoría de los fragmentos tienen que ser reescritos, porque tiene que haber un contexto. Pobre Leila, que ha sufrido tanto al editarme los libros de Ribeyro y Vallejo por esta escritura fragmentada, que es como tirarle al editor vidrio picado para que se desangre.

Antes de entrar al proceso de edición, yo creo que hay tres pilares para escribir un perfil, tres técnicas que vienen de la ficción y que fueron recogidas por los primeros autores de periodismo narrativo: las escenas, las que uno va encontrando en su reportería, en entrevistas, en videos, incluso en libros; las ideas, que son esas preguntas que voy respondiendo, algo parecido a una tesis, a una hipótesis; y los datos, que al final se convierten en conocimiento y te sirven para iluminar lo que quieres decir, o te sirven como simples datos. Yo puedo acumular cajas de cajas, de hecho he acumulado cajas de cajas sobre Vallejo y sobre Ribeyro, y apenas he contado un pedacito de lo que sé.

La escritura es la punta del iceberg. Escribir es descartar y nunca se deja de escribir, ni cuando empieza el proceso de edición. Tengo la suerte de haber trabajado con dos de los mejores editores en español, Julio Villanueva Chang y Leila Guerriero, y he aprendido más de ellos mientras me editaban que lo que uno puede aprender en libros, en cursos, en facultades. Pero mientras Leila me edita, yo sigo escribiendo estos fragmentos (estas escenas, estos datos, estas ideas), todo en una misma licuadora, y sigo, además, ampliando esta galaxia de la que les hablaba, leyendo y haciendo anotaciones en esas fichas temáticas y cronológicas. Y dudo, en verdad, dudo todo el tiempo: dudo en cada línea, dudo de si está bien hacer lo que estoy haciendo, dudo de si es inmoral hacer literatura en un tiempo en que lo que hay que hacer es ser epidemiólogo.

Un perfil nunca termina de escribirse, ni cuando está publicado. Mientras les leía el libro sobre Ribeyro en verdad lo hacía con miedo, porque pensaba en lo que no debí poner, algún adjetivo que debí quitar, un verbo que debí añadir, una línea que está mal puesta, que debí descartar. Pero bueno, tenía que terminar de escribir mi libro sobre Vallejo, Álvaro, y ya te conté por qué lo terminé, por qué tuve esa pulsión de escribir: para que alguien me lea, yo quiero que alguien (y esa persona lo sabe) me lea, y quiero que me quiera más. Creo que, al final, todo en la literatura tiene que ver con esto: todo este método del que les he hablado, casi como un vómito, porque me ha salido así, de manera muy rápida y ni siquiera me he detenido a explicar cada punto, en verdad no sirve de nada si no tienes a quién escribirle. Yo creo que uno escribe por eso, para que alguien te lea y te quiera más. Si alguno de los que están oyendo quiere escribir, lo primero que debería hacer es buscarse a alguien que los quiera leer, y cuando los lea, busquen que los quiera más. Que sea para eso la escritura, finalmente, si sirve para algo.

He resumido un poco mi método caótico de trabajo y escritura, pero hay mucho más: podría hablar del tiempo, del espacio, de cómo intercalar eso en un perfil, porque esta escritura fragmentada hace que el tiempo y el espacio sean aún más importantes: hay que dejar claro dónde y cuándo estás, porque, si no, nadie te entiende nada.

AB: Respecto a todo lo que estabas diciendo, pienso que escribir y leer, en este momento en que todos estamos muy lejos, son formas de no estar solos, son lazos, son forma de encuentro, o una promesa de lo que volverá a ser.

DT: Sí, tiene que ver, pero yo te hablo más de la concentración. No estoy concentrado, evidentemente. Sé que a ti a mí nos encantan estos vídeos freak, estas cosas raras que suceden en los programas de espectáculos, y a veces me paso un buen rato viendo eso, o videos de gatitos haciendo estupideces o de gente cayéndose. Ese es uno de mis hobbies: ver videos de gente que se cae, para eso sí tengo tiempo, ahí sí me puedo pasar horas. Viendo a Moria Casán…

AB: Sí, a mí me pasa con la televisión argentina, que con mi esposa vemos de modo muy adictivo. Pero respecto a lo que estabas diciendo, yo escribí un perfil de Pablo de Rokha y ahora mismo estoy escribiendo otro sobre otro autor y a veces paso por esos momentos de desconcentración absoluta en que necesito fugarme hacia, como dices tú, esas imágenes que son consoladoras, porque uno se empieza a reír y encuentra un paréntesis por un rato.

Pero de pronto, cuando estoy investigando o estoy leyendo, aparece el cortocircuito, cuando juntas un dato con otro y algo que había sucedido, ponte tú, en 1939, termina de explotar en 1986, y de pronto todo lo que estaba escribiendo se da una vuelta o dos a partir de ese dato. Tú hablabas del lego o el tetris; yo pienso más bien en un puzzle en que hay un misterio que no va a poder ser resuelto, del cual solo tenemos pedacitos, pero de pronto esas piezas se empiezan a juntar de otro modo y vuelve la obsesión.

Como mencionabas a Julio Villanueva Chang, me acordé de una conversación con Julio hace un par de años, cuando yo estaba cerrando el libro de De Rokha: le conté un par de cosas y a partir de eso me hizo una pregunta sobre un detalle, y de pronto me di cuenta de que ese detalle, esa pregunta, provocó un cortocircuito, ese momento en que uno atisba cierta cuestión que no sé si podría llamar verdad, pero una nitidez sobre ese personaje que siempre se está borrando a la distancia.

DT: Ese momento mágico, por llamarlo de alguna manera, a mí me ocurre en el instante de la muerte. Es raro eso. Tanto con Ribeyro como con Vallejo, y de cierta manera como Martín Adán también, que son los tres últimos perfiles que he escrito, de tres escritores peruanos. Se me hace muy difícil hoy pensar en escribir sobre alguien que está vivo, siento que todavía es imposible lograr siquiera una aproximación a quién es alguien, porque me pasa que la muerte me hace explicar la vida de estas personas. Yo no sé si es una obsesión mía o si lo que estoy diciendo tiene alguna lógica o no, pero es como que con la muerte recién empieza la escritura para mí, como que con la muerte de alguien, de esta persona de que estoy escribiendo, recién puedo contar. No me veo hoy escribiendo sobre alguien que está vivo, aunque te he contado que quiero escribir un perfil sobre Alfredo Bryce y él mismo me dijo hace unos meses, cuando aceptó comenzar a conversar conmigo, que voy a escribir por primera vez de alguien que está vivo. Yo me reí, pero no sé si está mal, no sé si es un problema mío o si realmente con la muerte empiezan a descubrirse cosas. Y no me refiero a secretos, me refiero realmente a que cómo te mueres termina alumbrando tu vida.

AB: En el fondo, es como una síntesis con que uno se lanza hacia atrás y de pronto todas las piezas caen en su lugar. Cuando uno te lee, queda esa sensación. Y luego viene, como dices tú, la tristeza.

DT: Y en la no ficción, por lo menos para alguien que sabe algo de Vallejo o de Ribeyro, ¿qué puedes encontrar que te sorprenda? Cuando me presentabas, hablaste de misterios y es verdad, a mí me interesa mucho el misterio. Sobre todo en la no ficción, porque uno tiene solamente la realidad, entonces vas a escribir sobre cosas que ya se conocen. ¿Qué te puedo contar de Vallejo que no sepas si eres alguien que ya sabe algo de Vallejo? ¿Qué te puedo contar de Ribeyro? ¿Te podría alguien spoilear un libro sobre Vallejo o Ribeyro? Es imposible. Pero sí me gusta jugar (en verdad jugar es la palabra) no solo con uno, sino con varios misterios que se van a ir resolviendo a lo largo del relato. Creo que es una manera de enganchar al lector, porque uno escribe para que lo lean, no para guardárselo, pero en la escritura de un perfil es muy difícil.

Tú escribes ficción y no ficción. Yo he intentado escribir ficción y no me sale, me sale pésimo. He escrito un par de cuentos y uno de ellos lo publiqué, lo cual es casi un insulto a los lectores de esa revista, porque no me sale y es una frustración. Me encantaría que me salga porque a veces me pasa que me cuentan historias increíbles y la única manera de poder escribirla sería que vaya y haga mi trabajo de reportero, pero me da mucha flojera, y cuando trato de ficcionarlas no tengo recursos, es como que necesito la realidad. Es una pena porque hay que trabajar bastante más en el relato. Hay momentos mágicos en que de pronto descubres algo, y a veces escribes para eso, para lograr esos instantes cuando dices “esto no se pudo escribir mejor”, pero también hay momentos, y son la mayoría, en los que dices “esto es una porquería”. Es difícil…

Pero bueno, iba a esto: ¿cómo escribes si lo único que tienes para poder cerrar una escena, un capítulo, un bloque, un fragmento, es la realidad? No te puedes inventar nada para no aburrir al lector, solamente tienes lo que está ahí al frente: algunos documentos, algunos libros, unas cuántas entrevistas, algún viaje que hiciste.

AB: A mí me pasa con las fotos. Con lo que estoy escribiendo me di cuenta de que las fotos son pistas: ponte tú, la biblioteca que tiene alguien detrás en una foto del año 70 es una pista que también me resuelve cosas de la década del 60. Porque son fragmentos, son escombros, son pedazos, como dices tú. Es como volver el tiempo atrás. Me pasa, cuando leo lo tuyo sobre Martín Adán o Ribeyro, que en el fondo lo que no estaba ahí se vuelve otra cosa. Tú dices un mausoleo; a mí me gusta más la idea de una casa, a pesar de que estén muertos, porque en la literatura, cuando uno escribe, cuando uno lee, los vivos y los muertos conviven como si fueran lo mismo.

DT: A propósito, quería contarles un poco del origen del libro sobre Vallejo. Partí de una pregunta que me hizo Matías Rivas en la ciudad donde viven ustedes, que es homónima a la ciudad donde nació Vallejo, un pueblito en la serranía norte del Perú que se llama Santiago de Chuco y que en verdad solo existe en el mapa por él. Estando en Santiago de Chile, en un carro, cuando se le había ocurrido la locura de que yo tenía que escribir un libro sobre Vallejo, porque él lo adora y de hecho la UDP ha publicado la Poesía reunida de Vallejo en un libro grueso que pesa un kilo y medio (yo lo he pesado, porque necesitaba ese dato para una línea en el perfil), Matías me preguntó: ¿cómo pudo haber salido de Santiago de Chuco un poeta así de gigante?, ¿qué milagro tiene que suceder para que pase algo así? Santiago de Chuco, como les digo, es un pueblo muy pobre, perdido, agazapado entre cerros y brumas, y de ahí sale César Vallejo. ¿Qué pasó? ¿Qué tuvo que pasar para que termine siendo César Vallejo? De ahí partí.

Pero no sabes cuántas veces sentí que esto no sirve para nada. Ojo que no había pandemia, porque lo comencé hace cinco años, y claro, era un fracaso. ¿Cómo se puede escribir de Vallejo? Es como que te pidan escribir de Borges. Es una tarea imposible. Entonces es una aproximación.

AB: Una última pregunta: ¿cuánto te cambia escribir un perfil? Porque son procesos largos. Cuando se escribe sobre escritores se lee mucho, hay que volver a leer esas obras desde cierta paranoia, con un ojo que está concentrado en buscar pistas que puede que ni siquiera existan, pero eso te cambia. ¿Cómo te cambia a ti?

DT: Yo no soy un actor, ni pretendo serlo, pero en la actuación hay un método de vivir el personaje hasta mimetizarse con él, meses antes de una filmación o de una puesta en escena de una obra. A mí me pasa esto cuando escribo de escritores. Con Ribeyro, sobre todo, me pasó muchísimo. También con Vallejo, de cierta manera, pero con Ribeyro fue brutal: yo cambié muchísimo. El libro se llama Un hombre flaco y mientras lo escribía adelgacé 35 kilos, es un dato real, porque tenía un problema de colesterol, una tontera así. Y convencé a fumar muchísimo, yo, que no fumaba nada. Lo viví, lo sufrí en carne propia, me entristecí con él en la cárcel en la que él vivía (París para él era una cárcel, su trabajo era una prisión, su matrimonio también) y a veces pensaba que de alguna manera Riveyro estaba cobrando vida en mí, en el sentido de que yo me iba pareciendo a él. Me faltaba dejarme el bigote nomás, el que tuvo Riveyro al final de sus días. Y cuando Leila Guerriero me propuso escribir de Vallejo yo me asusté, porque a Vallejo yo lo conocía por su poesía y me pregunté cómo acabaré, cómo terminaré después de escribir esto.

Yo sé que tu pregunta iba por otro lado quizá, pero yo te hablo de algo físico.

AB: No, yo te lo preguntaba en general, pensando en lo que has contado.

DT: Bueno, el caso de Vallejo me genera mucha angustia. Era un tipo depresivo y absolutamente angustiado de estar vivo, lo angustiaba todo, y créeme que la angustia es fuerte y la he sentido bastante en estos meses finales de escritura. No es una angustia por escribir, que ya de por sí, en general, genera mucha ansiedad, pero escribir sobre estos personajes me lleva un poco más a vivirlos. Porque claro, finalmente estoy tratando de comprenderlos y creo que ahí, de alguna manera, hay una cosa invisible que hace que esas líneas se trasladen a mi personalidad, o más bien a mi estado de ánimo. Con Ribeyro fue más loco, porque se trasladó a mi estado físico, pero estuve más fuerte con Vallejo: ya sabía lo que podía pasar, así que me cuidé un poco más y le di más tiempo. Es un libro que he escrito durante cinco años. Como te digo, hoy día termino las correcciones y ya está. Fue un proceso difícil.

Yo también he escrito sobre una boxeadora, sobre un contactado que viajó a Ganímedes, sobre un niño evangélico que paseaba por el mundo llevando la palabra de Dios, y en esos casos no me pareció tan difícil, pero con estos últimos libros sí me ha pasado. No es una sensación agradable, escribir. Me encantaría encontrar otra manera, pero cuando se carga una mochila que tiene mucho de obsesión y mucho de curiosidad, la única manera que yo conozco de deshacerse de ella es escribir. Me encantaría poder contarle la vida de Vallejo a las diez personas que quieren escucharla o al coliseo que quiere escucharla, si es que hay muchos encantados con Vallejo, más que escribirla. Creo que escribir es un proceso fatigoso y muy poco feliz para mí, pero para poder quitarme ese peso de encima, esa obsesión, esa angustia, esa ansiedad, la única forma que encuentro es escribir.