En su libro The Anxiety of Influence: A Theory of Poetry, el crítico literario Harold Bloom argumenta que en el afán por ser originales los jóvenes poetas rompen con sus precursores. Se rebelan contra el pasado y, figurativamente, asesinan a sus padres intelectuales. Según Bloom sólo llegan a ser poetas fuertes (strong poets) aquellos que por medio de este proceso de ruptura logran asentarse como voces auténticas y originales; vale decir, como voces influyentes.

No creo que los propósitos de los economistas que escriben columnas “y los hay muchos” sean tan dramáticos como los planteados por Bloom. Después de todo, en las ciencias sociales los esfuerzos originales y creativos se canalizan a través de revistas especializadas y monografías, y no a través de columnas. Pero no me cabe duda que los economistas-columnistas sienten una enorme ansiedad por influir. Estos co-columnistas quieren que sus ideas se plasmen en políticas públicas concretas y en proyectos específicos.

Esto no es nuevo: la ansiedad por influir es algo antiquísimo entre los economistas, y se remonta, a lo menos, a los tiempos de Adam Smith y David Ricardo, quienes escribieron un sinnúmero de panfletos sobre temas públicos. Prácticamente todos los grandes economistas de la era moderna escribieron columnas en diarios o revistas. John Maynard Keynes escribió en The Nation and the Atheneum, el Times de Londres, y The New Statesman, entre otros. Escribió sobre la guerra y la paz, la inflación, el patrón oro, los problemas cambiarios de su era, y sobre política. Curiosamente, aunque estuvo ampliamente involucrado en las artes, Keynes escribió poco sobre el tema. El monetarista y padre de los Chicago boys, Milton Friedman, mantuvo una columna en Business Week durante 18 años. Cada dos semanas se turnaba con Paul Samuelson, otro de los grandes del siglo XX. En esas columnas memorables esos dos gigantes de la economía debatieron sobre la inflación, la fijación de precios, las consecuencias económicas de la guerra de Vietnam, y otros muchos temas del momento.

En el Chile actual “y en toda América latina, para ser más precisos” la situación no es muy diferente. Los eco-columnistas se esfuerzan porque sus ideas y planeamientos tengan influencia y sean tomados en serio. Y como la economía es una disciplina que quiere abarcarlo todo una disciplina imperialista, estos eco-columnistas terminan opinando de todo, o de casi todo. A veces parecen arrogantes y otras veces ingenuos; lo que propugnan suele ser políticamente impracticable, y hasta incomprensible. Pero lo importante es que tratan de influir en el mundo práctico y real; tratan de ser útiles. En ese sentido, estos eco-columnistas están ayudando a que se cumpla el deseo de Keynes, quien en su ensayo Las oportunidades económicas de nuestros nietos dijo: ¡Sería espléndido si los economistas lograran que se les viera como personas humildes y competentes, a un nivel similar a los dentistas!

Sebastián Edwards es Henry Ford II Professor de la Universidad de California, columnista de Project Syndicate, La Tercera y, ocasionalmente, del Financial Times y el Wall Street Journal.