La palabra México no aparece ni una sola vez en el último libro de este escritor, periodista e historiador mexicano. Sin embargo, en La Conspiración de la Fortuna “un texto que sigue el estilo de Morir en el GolfoyLa Guerra de Galio”, Héctor Aguilar Camín recorre, siempre bajo el velo de la ficción, la historia de su país desde la época de la Revolución hasta fines del siglo recién pasado.

Con un periodista como narrador”que al inicio de la obra traba amistad con un protagonista repleto de ambición política”, La Conspiración de la Fortuna da cuenta de los infructuosos intentos de Santos Rodríguez por llegar a la Presidencia. Una pesada carga que traspasa al menor de sus hijos legítimos y que afecta al resto de su familia.

En la historia entran en colisión las pasiones de la política y el amor, dos temas recurrentes en la narrativa de Aguilar Camín. Pero, además, hay un retrato descarnado sobre los vicios y debilidades de la prensa moderna, otra temática ya abordada por el novelista azteca.

Así, en La Conspiración de la Fortuna, el narrador llama a los periódicos correos del poder, pues en cada operación política, en cada traición y vuelta de mano, los hombres de prensa suelen ser piezas al servicio de uno u otro bando.
El juicio es duro. Muy duro.

EnLa Conspiración de la Fortunallama la atención que los periodistas más importantes de la trama aparecen siempre vinculados a políticos corruptos o a narcotraficantes. A su juicio, ¿cuál es la línea que debe marcar el periodista que reportea el poder, para no acabar contaminándose por éste?

Primero, la independencia económica. Y después, la independencia informativa y crítica. Esto quiere decir, para los reporteros, la verificación sólida de sus fuentes y el rigor en la reconstrucción de los hechos. Y para los opinadores, para los analistas, la independencia de criterio y un ánimo no faccioso o partidario, relativamente imparcial, ajeno a la consigna o a la subordinación.

En el libro también queda clara la idea de que buena parte de los grandes golpes periodísticos, provenientes de filtraciones a la prensa, son versiones interesadas. ¿Qué debe hacer un periodista para no convertirse en un instrumento de venganza política?

La única manera es declarar la fuente. Identificar la fuente.

¿Prescindir de las fuentes enoff?

Exactamente. Esa me parece una de las grandes pestes del periodismo profesional: eso de que un periodista pueda reservarse su fuente de una manera sistemática y no de cara a su lector. ¿Por qué razón? Porque decir de dónde sacó la información sería mucho más informativo para el lector y mucho más formativo para una sociedad, acerca de cómo operan realmente sus políticos, de cómo opera realmente su prensa, de qué trata el juego del poder. La filtración es el SIDA del periodismo profesional. Implica un nivel de complicidad y de connivencia, tanto del periodista como del medio, que en principio no debería practicarse nunca, sino sólo por excepción, porque esto pusiera en riesgo la vida del declarante o la de los periodistas.

En este contexto, ¿qué pasa conWatergate?

Watergate, como acaba de verse, es la historia de la manipulación de dos periodistas y de su periódico, por un burócrata resentido del FBI, que cuenta esta historia en venganza porque no lo nombran a él sucesor de Edgard Hoover. ¿Le hace un gran servicio a la política americana? Es posible. Es una de las paradojas de la política: que medios deleznables puedan producir fines virtuosos. Pero también le hace mucho daño a la prensa, porque establece la moda de las filtraciones y del anonimato de las fuentes, como un procedimiento rutinario de los periodistas.

Pero si pone en la balanza el hecho de revelar prácticas dolosas que, en el caso deWatergate, llegaban hasta el propio gabinete presidencial y el Presidente Richard Nixon, el costo de no revelar la fuente se justifica.

Es que hay dos cosas en Watergate. Hay un trabajo extraordinario de los reporteros, que son los que siguen la pista y la documentan. La filtración de Watergate no es que les dicen lo que pasa, sino que les dicen por dónde está lo que pasa. Y ellos van y lo consiguen, con su propia investigación. Eso es admirable, es sólido. Lo otro, como se ha revelado al final de la historia, es una pequeña intriga, de altos vuelos, pero una pequeña intriga de un personaje de dudosa calidad política y moral. Y de algún modo hay una cierta antipoética, en que el filtrador, Mark Felt, vuelve a estar por delante de los periodistas y entrega la última exclusiva, que es la de su identidad, a un competidor y por dinero.

Entonces hay una separación entre la filtración sin tratamiento posterior de parte del periodista, con la fuenteoff the recordque sirve de materia prima para elaborar una investigación donde el periodista consulta otras fuentes y va cruzando información.

Hay una diferencia en que te digan fulano tiene un peculado en la construcción del puente, y tú vayas y hagas la investigación y consigas la información de ese pitazo que te dieron. Es una cosa muy distinta a la que, por ejemplo, se usaba en México durante mucho tiempo, que consiste en que un miembro del gobierno filtra un documento donde está toda la información, como sucede reiteradamente en La Conspiración de la Fortuna, y el periodista simplemente hace como que la investigó. En este segundo caso el periodista es un político que sirve a una causa política y que es cómplice de una acción de infamar o difamar o disminuir a un competidor político. Para mí la raya fundamental está puesta en si el periodista hace su trabajo o finge hacerlo, para poner su credibilidad” mucha o poca, la que tenga”, al servicio de un engaño, de una manipulación de sus propios lectores. Eso me parece inaceptable.

En la novela el narrador habla de los diarios mexicanos como correos del poder y afirma que la autonomía es la base del verdadero poder de un medio. Eso, sin embargo, parece imposible de conseguir.

Como todas las cosas, es un problema de grados. Siempre hay restricciones a cualquier libertad. Tampoco hay que ponerse demasiado absolutista en la exigencia de autonomía. Pero si no hay una autonomía sustancial, no puede haber una libertad sustancial. Y esto es algo que es esencial para tener un espacio de imparcialidad y de independencia, que es el espacio mismo de la profesión periodística. La otra cosa es que tienen que estar muy claras las cuentas. En México es difícil saber cuál es el tiraje real de los periódicos, quiénes los leen, qué tipo de público tienen. Eso es un acto de opacidad de la fase mercantil del diario, porque está jugando con sus anunciantes en condiciones leoninas. Le está pidiendo al anunciante que gaste un dinero sin informarle con precisión en qué lo está gastando. Ahí hay una falta de lealtad con el anunciante. Si tú avisas en un periódico estás pagando por la credibilidad y el acceso a los lectores de ese medio. Y un pilar de la autonomía de un medio está en su capacidad de financiarse. Un diario que es buen negocio, probablemente va a ser un diario más independiente, más autónomo.

¿En qué se parecen y en qué se diferencian un periodista y un político?

Son oficios radicalmente distintos. Hay periodistas que son simples instrumentos de los políticos, por voluntad personal. Esos son políticos que hacen periodismo. Pero los periodistas profesionales se diferencian radicalmente del político, en que no están puestos al servicio de una causa política, sino al servicio de una causa pública, que es la información y la crítica pública. Lo que diferencia radicalmente a un periodista de un político es su ética o su obligación de imparcialidad y de objetividad. Un político, por el contrario, es un profesional de la parcialidad de su causa.

¿Un medio de comunicación influyente pasa a ser un actor político?

La prensa es un poder. Y responde a las pugnas de poder. Es un poder de opinión, de crítica, de equilibrio de otros poderes, y es también un poder político. Porque los periódicos tienen también ideologías, intereses, causas. No hay tal cosa como la objetividad en los diarios o la absoluta imparcialidad. Es una cuestión de grados. Hay autonomías relativas, imparcialidades relativas, objetividades relativas. Y, sin embargo, hay algunas reglas básicas, que te enseñan en las escuelas de periodismo, que hacen muy exigente el nivel de objetividad, de imparcialidad y de autonomía que debe tener un periódico de alta calidad. Creo haberle oído alguna vez a Juan Luis Cebrián que hay que ser dogmático con los hechos y liberal con las opiniones. No puedes decir que el crecimiento económico fue de 4 cuando fue de 3. No te puedes callar los hechos, porque tu oficio se trata de contarlos. Y, en cambio, puedes ser muy, muy liberal en la publicación de las opiniones, porque estás dando paso a una de las libertades fundamentales que ha sostenido todo orden político democrático, que es la libertad de expresión, de pensamiento, con los límites, obviamente, que fija la ley: la difamación, la calumnia y la injuria. Y en el ámbito de las opiniones, yo sería tan, tan liberal, que diría que prefiero los excesos de la opinión, a la ausencia de opinión.

Muchas veces desde la prensa se critica el pragmatismo en la política. Pero para conservar la influencia de un medio, su director debe administrar el poder que tiene, saber cuándo golpear al poder y cuándo no.

Claro. Tiene que administrar su credibilidad. Un periódico que se dedica nada más a criticar a los empresarios, va a acabar siendo un periódico de secta. Un periódico que se dedica nada más a criticar las ruinas ecológicas que hay en un país, va a acabar siendo un periódico de nicho, tal vez financiado por Greenpeace. Un periódico que se dedica nada más a vociferar y a hablar contra los políticos, mañana, tarde y noche, acaba representando sólo a los que están en contra de ese político o de ese gobierno. Un periódico tiene que ser crítico, pero no tiene que ser machacón, ni previsible, como no lo es la realidad. A veces hace más por la credibilidad de un periódico el elogio a un político que es adversario del diario, antes que la crítica continua y desatada.

En eso el director de un medio se parece a un político…

En eso se parece un poco más a un escritor, que tiene que dosificar también. Si yo empiezo a hacer una novela de grandes revelaciones sexuales te voy a impresionar en el primer capítulo y en el tercero vas a decir lo mismo. La verosimilitud tiene que ver con el arte de la dosificación y de la buena mezcla, y en un periódico eso sucede de modo natural, porque estás abierto a una infinidad de acontecimientos. Entonces la simple mezcla de noticias económicas con noticias políticas, ya es una selección de lo que está en la realidad, para ofrecérselo al lector. Puedes subir mucho las tintas y escoger para tu primera plana, sólo las notas terribles. Bueno, lo puedes hacer una vez. Lograrás más efecto si has sido durante todo el tiempo moderado y después pones una plana donde todo es infernal. Ahora, el otro tema del periodismo es que se dedica a las malas noticias. Las buenas noticias no son atractivas y, por tanto, es un país especial de los hechos adversos. La prensa es el país de los hechos adversos.

¿Cuánto azuza la prensa la hoguera que cada cierto tiempo se enciende con determinadas figuras públicas?

Si hablamos de la prensa seria, de los grandes diarios del mundo, ocupan un papel muy importante. A más credibilidad, más fuerza para linchar. Ahora, hay un problema de  ética en la utilización de un medio. Pueden haber causas del propio medio “porque hay un político que lo amenaza, por ejemplo”, o fobias de la comunidad periodística, o del editor o del dueño de un medio. Porque los diarios pertenecen al mundo de la vida real, no son encarnaciones platónicas de imparcialidad, ni de autonomía y objetividad. Hay que ser un buen periodista con los periódicos y registrar muy bien sus debilidades y sus actuaciones equívocas, pues nadie está exento de eso. Y los periódicos no tienen realmente ningún corrector, ningún límite, salvo la ley. Es difícil ver juzgado a un periodista por sus pares, porque no se critican entre ellos. En México dicen un perro no come carne de perro. Quizás la única contención que hay para los medios, que es muy importante, es la aceptación o rechazo de los lectores. Ahora, los lectores también son animales bastante exagerados: si por la gente fuera no habría otra prensa que nota roja, porque eso es lo que realmente la gente premia comprando y leyendo.

¿Cree, entonces, en la autorregulación de la prensa?

La difamación, la calumnia o el daño moral, deberían ser pagados en los mismos términos en que fueron infligidos, es decir, en vergüenza pública. Debería haber juicios rápidos, para que un medio tenga que retractarse con la misma moneda con que paga su infracción, o sea, autodescalificándose. Salvo en casos de quebrantamiento económico serio por una campaña de prensa, salvo en caso de daño grave “porque una campaña de diario puede matar a un depresivo”, salvo esos casos en donde se pueda probar una responsabilidad o una culpabilidad mayor, yo sería partidario de una autorregulación con penas en prestigio público. Eso haría que los periódicos se cuidaran mucho más y que los agraviados pudiesen defenderse más rápido. Y si el juez se equivoca, tampoco pasa gran cosa, pero la equivocación es menor que meterme a la cárcel por calumnia. En México hay pena corporal por calumnia periodística, entonces ningún juez la ejerce. Es como letra muerta. Porque en el fondo, ¿por qué me vas a privar de la libertad porque dije una mentira? Soy un miserable, desde luego, pero eso no merece la privación de mi libertad, como no merece la privación de la libertad que insultes a alguien al cruzar la Costanera, por más que lo estés difamando e insultando.

Andrea Insunza y Javier Ortega, periodistas e investigadores de la Escuela de Periodismo de la UDP, son autores del libro Bachelet. La Historia No Oficial.