Todos los días recibo seis matutinos y en la tarde leo La Segunda. También leo semanalmente Qué Pasa, pero de manera rápida. Como resultado, enfrento numerosas columnas.

Desde luego, sigo a los columnistas de El Mercurio, pero me siento plenamente interpretado sólo por Álvaro Bardón, Hernán Felipe Errázuriz y Pedro Gandolfo. El primero, porque reafirma mis convicciones socio-económicas; el segundo me informa de política internacional con mucha erudición; y el tercero filosofa con amenidad, arte muy escaso.

A David Gallagher y Lucas Sierra los sigo con el afecto propio de un compañero de bancada en la redacción del diario, pero tengo frecuentes desacuerdos con ambos. A los restantes los leo con disciplina y bajo el imperativo de saber lo que opina el adversario político o ideológico.

Al único columnista de la sección “Día a Día”de El Mercurio que leo religiosamente es a Sagitario, con quien estoy siempre de acuerdo. Otro habitué de esa sección que abordo con asiduidad es Mentessana. Suele hacer aportes de color local o folclorismo citadino de hace medio siglo. Pero al que no he podido olvidar es a Edmundo Concha, E. C., que escribía como los dioses y penetraba hasta lo más recóndito del alma humana. Falleció hace pocos años. Yo le había puesto el sobrenombre de Dostoievsky

También sigo religiosamente a Gonzalo Vial en La Segunda. Sus columnas son bien escritas, polémicas y documentadas. Defienden, la mayoría de las veces, principios que comparto.

Asimismo, busco a ciertos columnistas económicos que aportan antecedentes inéditos: Hernán Büchi, Felipe Morandé, Felipe Larraín y Francisco Rosende, en El Mercurio, y Juan Andrés Fontaine, en La Segunda, diario en el cual a veces también leo, pero sin tanta fidelidad, a Alejandro Foxley.

A Jorge Edwards, también en La Segunda, lo abordo con buena disposición y curiosidad. Pero a veces lo abandono por el desaliento que me produce la cantidad de citas de obras y autores que no he leído pero debiera leer.

Al que no me pierdo, si bien sus columnas se publican esporádicamente, es a un colaborador espontáneo y gracioso de la revista El Sábado, que se llama Samuel Silva y vive en los Estados Unidos. Sabe reírse de sí mismo y, además, es un observador sagaz de las inconsecuencias de chilenos y norteamericanos.

También me divierte Fernando Villegas. Con su iconoclasia y su afán de épater les bourgeoises, emplea expresiones como pantalones a medio poto y otras por el estilo que sabe insertar de manera muy divertida. Antes, en Qué Pasa, escribía más corto. Ahora, en La Tercera del domingo, suele resultarme demasiado largo.

En El Mercurio del domingo leo siempre a Harald Beyer y a Carlos Peña. El primero tiene un bagaje de información poco frecuente y el segundo es un provocador bastante entretenido, con el cual rara vez estoy de acuerdo pero a quien le agradezco haber defendido la subsistencia de mi propia columna, cierta vez que una escritora de izquierda sugirió al director del diario suprimirla por intolerable.

¿Lo que más agradezco de un columnista? Primero, que me haga reír. Segundo, que me sorprenda con alguna información inusitada. Tercero, que piense como yo, pero con mejores razones que las mías propias.

Hermógenes Pérez de Arce es columnista de El Mercurio.