No hay duda de que para el autor el comentario era gracioso. Y lo mismo pensó el editor que decidió publicarlo. Lo respaldó más tarde el director del diario, reconociendo, sin embargo, que si se había logrado o no el propósito de hacer reflexionar sobre un punto de vista en forma que procuraba ser graciosa era un asunto opinable.

Quienes no se rieron fueron los entonces diputados Mariana Aylwin e Ignacio Walker. Ambos interpusieron en septiembre de 1997 una denuncia en el Consejo de Ética de los Medios de Comunicación contra el diarioEl Mercurio. ¿Motivo? Precisamente este mismo comentario que, según ellos, los habría afectado tanto en la honra personal y familiar como en su vida privada y pública. Ambos se sentían aludidos porque el título de la nota se refería a Nacho y Mariana, y giraba en torno a un proyecto de ley de divorcio presentado por ellos.

Entre sus descargos, el diario adujo que la sátira necesariamente distorsiona y reduce al absurdo ciertos tipos, rasgos o ideas para conseguir sus propósitos humorísticos los que, por tanto, no pueden ser juzgados por las normas que rigen para la información.

El Consejo no estuvo de acuerdo y acogió la denuncia. Ordenó la publicación íntegra del fallo condenatorio en las páginas de El Mercurio.

Situaciones de este tipo son poco frecuentes. El Consejo de Ética, creado en 1991, se inclina habitualmente por suscribir la tesis enunciada en 1920 por el británico C.P. Scott de que los comentarios son libres, pero los hechos son sagrados. Suma a ello el explícito respeto a la libertad de los medios para fijar su línea editorial, por lo que el Consejo ha rechazado varias denuncias por las molestias generadas por comentarios. Ha considerado otras, sin embargo, basándose en que falta a la ética aquella crítica que contiene términos ofensivos en sí mismos para las personas criticadas o que invade su privacidad.

Aunque el Tribunal de Ética y Disciplina del Colegio de Periodistas de Chile acumula pocas denuncias, por lo menos en un caso suscribió la tesis de que el medio se trataba específicamente de un diario tiene derecho a fijar su línea editorial y su director a hacerla respetar. Lo anterior, concluyó este Tribunal, incluye la posibilidad de no publicar comentarios que no estén de acuerdo con ese criterio. El texto fundamental del Colegio, el Código de Ética, no se refiere específicamente, sin embargo, a la ética de las opiniones. Se limita a consignar un aspecto básico: El periodista deberá establecer siempre una distinción clara entre los hechos, las opiniones y las interpretaciones, evitando toda confusión o distorsión deliberada de ellos.

En otros países, en cambio, se ha avanzado un poco más en lo que, sin duda, es un tema complejo. Los periodistas de Nicaragua, junto con fijar límites claros entre opiniones e información, se esforzaron por lograr que las opiniones fueran algo más que un resumidero de afirmaciones sin respaldo. Dice su Código: El periodista procurará no mezclar la información sobre los hechos, con sus opiniones personales acerca de los mismos. Tiene derecho a opinar y a expresarla en las secciones de comentarios. Toda opinión debe ser fundamentada, apegándose al presente Código de Ética.

La realidad es que no siempre hay acuerdo en este punto. La posibilidad de separar, aunque sea por motivos metodológicos, la opinión de la información, es una clásica aspiración de los textos de periodismo norteamericanos. En muchos países de Europa y no pocos de América Latina, tal separación nunca se logró del todo. En los últimos años el impacto tecnológico, especialmente en el caso de la televisión, hace a veces imposible separar la información del comentario. Los rostros de la televisión chilena saben que con una sonrisa pueden desmoronar un argumento laboriosamente construido por un entrevistado. En ocasiones basta un suspiro disparado con precisión. Es que hoy, al revés de lo que ocurría en su infancia, la tecnología de la televisión no requiere de fuertes luces que aplanaban las facciones, casi no se emplea maquillaje y, sobre todo, el color ha reemplazado las crudas imágenes en blanco y negro de los años 50 y 60.

El segundo aspecto de esta afirmación es aún más complejo. Las opiniones, además de estar claramente diferenciadas con respecto de las informaciones, deben tener fundamentos que las respalden y esos fundamentos deben atenerse a los imperativos éticos, dicen los nicaragüenses y no sólo ellos. Los problemas no resueltos son varios: ¿Qué se considera respaldo suficiente?, ¿dónde están los límites, por ejemplo, de la crítica? La Ley de Prensa exime de responsabilidad a los críticos. Pero hace excepciones. ¿Es el humor una de esas excepciones?

Selecciones del Reader Digestmantuvo por años una sección que se llamaba: La risa, remedio infalible. En tiempos de complejas tecnologías y medicamentos que producen impensadas reacciones adversas, parece que también el humor habría que venderlo con receta.

Abraham Santibáñez es periodista y profesor de la Escuela de Periodismo UDP.