Quién sabe si lo que aquí hay es literatura. Quizá ni siquiera lo piensan así. Probablemente da lo mismo. Nadie busca sofisticaciones ni mucho menos. Lo único real es esa comunidad que no deja de crecer.

Esta es la cuarta vez que me creo un perfil en Wattpad. Elijo algo que parece más una sigla que un nombre y me lanzo otra vez: primero leer –ver quiénes lideran los rankings esta vez–, y luego pensar en escribir.

La aplicación sugiere, al inicio, las lecturas más populares: novela histórica, fantasía, romance. Avanzan los títulos, las portadas que crean los mismos usuarios, y el dato de cuántas lecturas ha tenido cada libro: siete, diez, quince, veintiséis millones de lecturas. Más que mi jefe tiene, exactamente, 26.293.616 lecturas.
Antes de leer el primer capítulo, «Psychomex», veo que la autora –que tiene cerca de cien mil seguidores– escribe:

Ella está cansada de disimular el dolor.
Él está apunto de colapsar.
Ambos con pasados duros y difíciles de olvidar.
El dolor y la tristeza necesitan ser domados para reencontrarse con la felicidad.
¿Podrán ambos domar su pasado?
¿O seguirán estancados en él?

Y un poco más abajo, leemos:

«Todos los derechos a la autora •
No se permiten adaptaciones • (Historia escrita el 10 de Abril del 2015)».

Y luego las etiquetas: «Celos, empleada, empresa, exnovio, golpes, jefe, millonario, peleas, posesivo, romance, secretaria,  secretos».

Recién ahí se asoma el primer capítulo.

No olvidar: veintiséis millones de lecturas.

Hoy se habla de Wattpad, pero hace no tantos años el periodismo cultural le dedicaba artículos –varios, muchos, demasiados– a la aparición de los blogs, un formato que se suponía revolucionaría las formas de hacer ficción, el espacio en el que surgirían las novelas del futuro. Pero nada de eso ocurrió. El futuro estaba en otra parte, muy lejos de la ingenuidad de aquellos experimentos. De los blogs, de hecho, no quedó nada o casi nada: algunos nombres, algunos textos, algunos personajes fascinantes, como el español Alvy Singer o el argentino Martín Zariello, conocido por su blog Il Corvino, quien aún lo actualiza con pequeños ensayos o relatos en los que siempre terminan apareciendo River Plate, Charly García, Mario Levrero, Spinetta, Bolaño y Fabián Casas: sus obsesiones, que viene compartiendo ya desde junio de 2005, cuando subió su primer posteo.

Zariello tenía poco más de veinte años cuando empezó el blog, y rápido comprendió que el formato se prestaba para otra cosa muy distinta que escribir una novela y compartirla con esa comunidad de lectores/blogueros que por entonces aparecía en Latinoamérica. Entendió que el formato le permitía indagar en esos géneros raros en los que brillaron Levrero, Alejandro Rossi o su admirado Fabián Casas: columnas y ensayitos que a veces podían ser cuentos perfectos, anotaciones que le permitían ir dejando registro de sus lecturas, de sus preguntas, de una curiosidad que encontraba interlocutores en distintos países. Mientras por esos años Hernán Casciari (director de Orsai) escribía sus «blogonovelas» y acumulaba seguidores –de hecho, en 2007 escribió una para El País, aunque al parecer ya nadie la recuerde–, Zariello convertía su blog en un campo de batalla, el territorio perfecto para analizar cómo la política argentina se filtraba en un Boca-River o en un libro de César Aira, pero siempre aferrándose a la levedad que inevitablemente remitía al formato: la fugacidad, la urgencia, están incrustados en cada uno de sus textos. Es lo mismo que uno encuentra ahora en K-punk (Caja Negra), el libro que recopila los textos del blog homónimo que llevó por más de una década Mark Fisher y que ahora se ha publicado póstumamente. Es así: el formato del blog estaba muchísimo más cerca de Montaigne que de Dickens.

¿Y Wattpad?
Un paréntesis: hubo un blog, lo recuerdo. O más bien recuerdo el nombre de quien lo escribía o de quien lo protagonizaba: Ricardo Flores. Era un chileno que vivía en Canadá, que quizá se había ido exiliado, pero que no dejaba de estar pendiente de Chile. Todo parecía real. Todo era verosímil. Pero Ricardo Flores no existía. Era una invención. El protagonista de una novela que se fue escribiendo durante años en ese blog cuyo nombre no logro recordar.

Tenía seguidores muy fieles. Lectores que comentaban cada una de sus entradas, cada una de esas historias que mostraban alguna parte de su cotidianidad, de sus recuerdos.

Pero en un momento, como casi todos los que tuvimos alguna vez blog, desapareció.

Tal vez esa era la forma de convertir un blog en una novela, inventarse todo: un nombre, un usuario, una vida, una imaginación.

El primer capítulo de Más que mi jefe empieza con los versos de una canción de Jenny and The Mexicats. Una vez que terminamos de leer esos versos, aparecen los lectores. Porque Wattpad tiene esa particularidad: los lectores –los millones de usuarios que leyeron la novela antes que tú– pueden ir dejando comentarios en cada párrafo que pasan. Al final de los versos, entonces, están los primeros comentarios. Son 285 en total, y la palabra que más se repite es: «Releyendo ». También «Nueva lectora» o simplemente «Nueva». Y muchos, muchísimos emoticones.

Hay algo entrañable en esta idea de la lectura como un ejercicio público; la idea de una comunidad que se reúne en torno a una experiencia sensorial y comparte sus impresiones, sus deseos, sus alegrías y frustraciones.

Luego, la primera frase: «De nuevo la misma escena todos los días». Punto aparte: 704 comentarios. Y así, al final de cada párrafo, nos encontramos con la opinión de 18, 40 o 213 lectores, que van entregando sus impresiones o dicen cosas como: «Para los que están leyendo por primera vez, les diré algo… ES EL MEJOR PUTO LIBRO DE LA VIDA . No se arrepentirán». Hay algo entrañable en esta idea de la lectura como un ejercicio público; la idea de una comunidad que se reúne en torno a una experiencia sensorial y comparte sus impresiones, sus deseos, sus alegrías y frustraciones. Debe ser parecido a lo que sentían los seguidores de Game of Thrones mientras comentaban la serie en Twitter, aunque el tono de Wattpad es casi siempre más amistoso. Porque en el fondo, muchos de esos usuarios que comentan también están escribiendo sus propias historias y quieren ser leídos. Comentan para armar una comunidad y, a veces, para tratar de intervenir en la escritura de esa historia que los tiene atrapados.

Wattpad empezó en 2003, pero fue en 2009 cuando se convirtió en una aplicación móvil y comenzó a vivir su auge. Hoy, en esta plataforma online interactúan más de 45 millones de usuarios en distintos idiomas. Hay mucha libertad para escribir lo que uno quiera, y conseguir los lectores que uno pueda. Pero lo que más abunda, por supuesto, son novelas juveniles románticas, perfectas para el público que predomina en esta red, cuya edad oscila entre los catorce y los dieciocho años. Basta pensar en la figura icónica de Wattpad: Anna Todd, una joven escritora estadounidense que en 2014 escribió After, un fanfiction sobre Harry Styles, uno de los cantantes de One Direction, que se convirtió en saga, se adaptó al cine, se publicó en papel, ha vendido diez millones de ejemplares y se ha traducido a treinta idiomas.

Esa figura exitosa se ha reproducido en distintos países –Argentina, México y España son algunas de las comunidades más numerosas–, aunque sin alcanzar esas cifras estratosféricas. En Chile, tanto Penguin Random House como Planeta han publicado novelas que descubrieron en Wattpad, como también en otras plataformas –Facebook, Instagram–, y que se han convertido en superventas. Hay un mundo nuevo ahí que a muchos se nos escapa. Una forma de interactuar que genera vínculos especiales. Nuevas fidelidades, nuevas sintonías. Porque la novedad reside ahí y no en la escritura ni menos en una búsqueda por encontrar otras formas de narrar, otras formas de construir una historia. En algún sentido, todo sigue siendo muy decimonónico –las series de televisión, las novelas de Wattpad–, y por eso también una plataforma así funciona. El antecedente está a la vista: esto no es Montaigne, esto es Dickens publicando en periódicos y revistas sus historias adictivas. O que intentan ser adictivas.

Novelas que apuestan todo por la imaginación. Lo autobiográfico está completamente velado. De hecho, los nombres de los usuarios casi siempre son pseudónimos. Aquí no se trata de contar la propia vida. Este espacio es otra cosa: la ficción y sus posibilidades, las pesadillas y los sueños de esos escritores anónimos que van publicando sus novelas capítulo a capítulo, sin mayor ambición que contar una historia. Quién sabe si lo que aquí hay es literatura. Quizá ni siquiera lo piensan así. Probablemente da lo mismo. Nadie busca sofisticaciones ni mucho menos. Lo único real es esa comunidad que no deja de crecer: escriben, leen, se comentan, se divierten, sufren con sus imaginaciones, se acompañan. Quizá ni saben sus nombres reales ni sus biografías, pero les da igual: comparten un idioma privado, cómplice; un lenguaje que les permite construir un mundo que probablemente nunca vayamos a entender.

La primera vez fue por curiosidad, hace un par de años atrás, pero no entendí nada. La segunda vez empecé a escribir algo, pero no duré mucho: cuatro o cinco capítulos que nadie comentó. La tercera vez fue un poco más en serio: antes de ponerme a escribir, comencé a leer a otros, seguí a varios usuarios y me puse a comentar sus novelas: frases entusiastas, algunos emoticones, una que otra opinión desafortunada que, por supuesto, sólo recibió el rechazo de los demás. Después de un par de semanas de interacción, entonces, me lancé a escribir. Era –disculpen tanta creatividad– una historia de jóvenes más o menos enamorados. Muy frágiles, muy afectados, muy sufridos. Pero funcionó.

Empezaron a llegar comentarios, a medida que avanzaba la novela los lectores aumentaron. Había entusiasmo, contención, respeto. Traté de seguir los consejos que iban dejando los lectores. Entré en la dinámica, sin embargo no fue suficiente. Bordeé las mil lecturas y en un momento de la novela, cuando ocurría un giro inesperado en la trama, logré acumular 140 comentarios –se armó una discusión a raíz de mis malas decisiones narrativas–, que terminaría siendo mi récord. Escribí un par de capítulos más –alcancé las 120 páginas–, pero la historia nunca despegó.

Entonces, desaparecí. Pero aquí estoy, una vez más, en este cuarto intento, buscando un título, pensando en qué etiquetas serían las precisas para catalogar la historia que voy a escribir. No tengo idea de qué se va a tratar. Pero necesito un título al menos. Ya después veremos qué inventamos.