El Big Bang y la quinta de Beethoven

Presentación de Raúl Zurita

La teoría del Big Bang nos dice que vivimos vidas paralelas, que el cielo que miramos es en gran parte un cielo difunto, poblado por millones de millones de estrellas ya extinguidas pero cuya luz nos sigue llegando, y que hay infinitas otras –las magnitudes de la astrofísica no son fácilmente expresables– que han nacido pero que no podemos ver porque su luz todavía no nos llega. Lo que miramos ya ha sucedido, segundos, miles, infinidades de años antes y comprendemos de golpe que ser Hijos de las estrellas, como titula su libro María Teresa Ruiz, Premio Nacional de Ciencias y una de las más destacadas astrónomas de hoy, significa que somos hijos de un recuerdo.

Escrito en un lenguaje tan bello como accesible, Hijos de las estrellas nos narra la historia del universo desde la explosión inicial del Big Bang y esa imagen del recuerdo fue lo primero que se me vino en mente al comenzar a leerlo. En otro libro extraordinario, Voces del universo, las impresionantes imágenes estelares captadas por el Observatorio Europeo Austral (ESO) enfrentadas a los textos de la escritora Margarita Schultz, parecieran querer decirnos que esa inmensidad indescriptible, inabarcable, enloquecedora, requería para testificarse a sí misma de esa ínfima porción de carne y excrementos, de saliva y sangre que, siguiendo las palabras del pintor Francis Bacon, constituye sin más el hecho humano. Que, en suma, el universo precisaba de ese otro instante crucial, en que algo, un ser que comía, que se desplazaba, que sentía dolor o frío, comprendió que la absoluta inmovilidad que le había sobrevenido a ese otro que también hasta hace un instante comía, gruñía, se desplazaba, era exactamente la misma fijeza que algún día lo alcanzaría a él. Es el momento central de la historia de lo existente, a partir del cual ya no habrá retorno: junto con la conciencia de la muerte acaba de nacer el lenguaje, es decir, acaba de nacer ese entramado infinito de gestos, de gruñidos, de voces, que sumándose una a una terminarán construyendo las grandes sinfonías, los poemas, las teorías científicas. Es también la primera mirada que contempla las estrellas. La mirada de las millones de estrellas es la de los hombres que mueren. Miles de años después el relato de la ciencia volverá sobre ese instante en que vueltos uno con un universo que seguramente fue percibido como algo mucho más cercano, en la cosmovisión mapuche las estrellas son los espíritus de los antepasados, otros hombres ensayaron respuestas, relatos, poemas que se reiteran y que continúan conmoviéndonos porque a diferencia de la ciencia, las preguntas a las que los poemas responden aún no han sido formuladas.

Refractarias a la idea de progreso, idea que le pertenece a la ciencia y a la técnica, pero no al arte (a diferencia de Albert Einstein respecto a Ptolomeo, Picasso no es un progreso respecto a las pinturas rupestres), las respuestas del poema nos dicen que estamos concernidos con la noche estrellada porque somos parte del resplandor de la noche y que esa noche es también parte nuestra. Anterior a la noción de verdad –efectivamente en uno de los primeros poemas cosmológicos, la Teogonía de Hesíodo, las musas se le presentan a este diciéndole que ellas pueden decir muchas mentiras con apariencias de verdad y también la verdad cuando les plazca, para luego narrarle la separación del cielo y la tierra, antes unidos en una cópula interminable, que da origen al espacio y al tiempo– el relato arcaico del poema y el relato actual de la ciencia nos ponen frente a los deslindes de un doble nacimiento: somos hijos de las estrellas y todos los elementos que nos componen fueron fabricados por ellas, y al mismo tiempo, en su infinita lejanía, en su maravilla y violencia, las estrellas son hijas del convulso azar de nuestro destino, de nuestro resplandor y oscuridad.

Es la sombra muda que proyectan los grandes modelos. Interpretamos el universo e interpretamos al mismo tiempo nuestras miradas. Porque más que por sus logros o aciertos, una época se caracteriza por su inconcebible, por aquello que le está absolutamente vedado de pensar, no por aquello que sabe que ignora sino por aquello que no sabe que ignora, no porque sean inimaginables las respuestas, sino porque son inimaginables las preguntas. En los pequeños intersticios que le permite lo inconcebible, la ciencia nos muestra un adelanto de esa oscuridad, un resplandor que cruzando este tiempo nos dice que ese inmemorial gemelazgo que une las más remotas galaxias, las piedras, el flujo de las mareas y los latidos del corazón que habían intuido los grandes poemas, la citada Teogonía, el Rerum Natura de Lucrecio, la Divina Comedia, el Soneto 55 de Shakespeare o el Canto Cósmico, de Ernesto Cardenal estaba ya presente en el inicio del cosmos.

Como lo expresa maravillosamente María Teresa Ruiz, el hidrógeno del agua de nuestras lágrimas es el mismo hidrógeno presente en el Big Bang, que nuestro llanto como nuestra risa se vienen gestando desde el nacimiento del cosmos y que el calcio de nuestros huesos, el oxígeno y el fierro de nuestra sangre, el carbono presente en la estructura de nuestro ADN como todos los elementos de los que estamos compuestos fueron fabricados por las estrellas. Tendidos frente a esas estrellas los hombres que mueren levantan algo que también es anterior a la verdad y que también se estrella contra lo irreparable, contra lo que está para siempre fuera del lenguaje. Es ese horizonte de eventos que rodean los hoyos negros detrás del cual todas las leyes fallan, que son invisibles porque su densidad es tal que no deja escapar la luz y del cual lo ignoramos todo. En los confines del universo se abren estas bocas por donde se desfonda el cosmos. En los confines de nuestras vidas vislumbramos también la presencia de los invisibles hoyos negros de la muerte. La vida se va desfondando en la muerte y el resplandor que emiten las estrellas antes de ser tragadas es también el resplandor de nuestros pensamientos que en el instantáneo microsegundo de nuestras vidas alcanzan a percibir lo que nos excede para siempre para luego apagarse. En una novela memorable, La muerte de Virgilio de Hermann Broch, esa prohibición es la prohibición de la muerte; Virgilio, el autor de La Eneida, acaba de morir en el puerto de Brindisi y la novela concluye diciendo: “No podemos preguntarle nada ni tenemos el derecho a hacerlo y él tampoco nos contestará nada porque está fuera del lenguaje”.

Es lo que nos hace presente María Teresa Ruiz cuando describe la explosión inicial, el Big Bang. Se trata de dimensiones inimaginables, de magnitudes de tiempos, de fracturas, de derivas que desbordan cualquier representación visual y donde –como sucede con los grandes modelos de la ciencia– debemos tachar nuestras certezas, suspender todo aquello que entendemos por sentido común porque la materia íntima de aquello que se nos describe y que nos conforma también está fuera del lenguaje o, al menos, del lenguaje con que intercambiamos los usos cotidianos de nuestras vidas. “Todo habría comenzado –nos dice María Teresa Ruiz– en un evento fenomenal conocido como el Big Bang. En él se creó el espacio y el tiempo, por lo tanto no es válido preguntarse ¿qué había antes? Tampoco ¿qué hay más allá del universo? Los remarcables poemas de Margarita Schultz nos muestran los trazos de una conversación general donde todas las cosas dialogan con todas las cosas, desde las más remotas galaxias hasta las pequeñas briznas de pastos movidas por el viento, desde las nebulosas hasta los guijarros, y donde lo humano pareciera no ser más que el triunfo de esa ínfima posibilidad que tenía el universo de testificarse a sí mismo.

Pero hablaba de esa novela de Hermann Broch, de ese más allá del lenguaje con que se describe la muerte de Virgilio, ese “él está fuera del lenguaje” y de pronto pareciera que ella es en sí un resumen de la historia del universo. Sigo entonces a María Teresa Ruiz describiéndonos el Big Bang, después de decirnos el absurdo de preguntar por un antes o un afuera, agrega “¡Qué terrible agresión a nuestro sentido común más básico! No hay ni siquiera que intentar comprender estos conceptos”. Entendemos que en efecto, es absurdo preguntar o intentar comprender. Como la muerte, como los hoyos negros, hay un horizonte de eventos frente al cual todo entendimiento rebota. Los inmensos telescopios solo registran el resplandor de las estrellas en el instante de ser tragadas. Somos hijos entonces de un recuerdo, de estrellas ya extinguidas. El libro de María Teresa Ruiz se cierra con la imagen de su hijo pequeño fotografiado en el jardín el día que ella descubrió la primera enana café. Mientras escribo esta presentación en la casa vecina alguien está escuchando la Quinta Sinfonía. Vuelvo a abrir el libro: Beethoven es hijo de las estrellas

Voces del universo

Margarita Schultz y María Teresa Ruiz

Margarita Schultz: Después de esa potente lírica de la presentación, quiero decir algo, antes de leer algunos poemas. Estos los seleccionó mi querida amiga María Teresa y respeto su selección, que además coincide con la mía. Quiero decir que el hecho de haber decidido escribir poesía, es decir entrar al universo de las ciencias desde el costado de la lírica, es mi segunda experiencia. Hubo otro libro antes, que se llama Memoria de la luz.

En el título del libro que escribió María Teresa, Hijos de las estrellas, estaba el germen del conjunto de poemas que escribí, así como en el Big Bang se supone que estaba el germen del resto del universo. Cuando una amiga me dijo que acababa de ver en una vitrina de una librería un libro de mi querida María Teresa, le pedí que me lo comprara y lo leí tres veces. Me di cuenta que ya ese título contenía como una semilla, como un germen, toda la poesía que uno podría pensar o imaginar, porque en realidad los hijos de las estrellas somos nosotros. Lo tomé siempre desde el punto de vista antropológico, porque podríamos decir que todo lo que existe es hijo de las estrellas, pero pensé siempre en nosotros los humanos. Hice una siguiente lectura buscando inspiración y escribí estos poemas, algunos de los cuales leeré a lo largo de la conferencia.

María Teresa Ruiz: La exploración del universo que hacemos los científicos, ver cómo ha evolucionado, cómo partió desde el Big Bang, fabricando los elementos para que finalmente fuera posible la vida, esta historia no estaría completa sin la humanidad. El universo ha evolucionado con cuatro leyes fundamentales, que son las fuerzas del universo, pero creo que la humanidad es una quinta fuerza de la que no nos podemos olvidar y en la ciencia eso siempre se deja de lado. Creo que la única manera de acercarse a este universo lleno de misterios, es acercarse con toda nuestra humanidad y creo que eso es lo que Margarita ha hecho. La voz es lo más humano que hay, por eso el libro se llama Voces del universo. Yo voy a explicar la parte más científica y Margarita se encargará de ponerle la humanidad.

Chajnantor es un lugar maravilloso que está al este de San Pedro de Atacama, a 5200 metros de altura. Este lugar es una ventana para observar el universo. Ahí se están construyendo los observatorios más grandes del mundo. Hay observatorios de Japón, Estados Unidos, Canadá y Europa. Todos estos lugares están invirtiendo sumas multimillonarias, el último proyecto cuesta dos mil millones de euros y consiste en instalar antenas para poder estudiar el comienzo del universo, el Big Bang, cómo nacen las estrellas, todos estos eventos que es difícil ver en luz óptica, pero que sí se puede ver en ondas milimétricas e infrarrojas.

Chajnantor es un lugar mágico en el que es difícil caminar y respirar, es lo más cercano que he estado de caminar por un planeta extra solar. Una de las veces que estuve ahí sentí que no pertenecía a ese sitio tan hermoso y ajeno. En alguna ocasión fui con empresarios y todos me preguntaban por qué escogían este lugar tantos países, ese lugar al fin del mundo, qué buscaban. La respuesta es: nuevo conocimiento. Ni cobre, ni oro, ni petróleo, solo nuevo conocimiento. Eso sorprende a la gente, porque es una gran inversión. A mí me produce admiración y orgullo por nuestra especie, que es capaz de hacer esto, de hacerse preguntas. Somos una especie que ha evolucionado a través de estas preguntas y por eso este es un monumento al espíritu humano. El hecho de que exista un lugar como este en nuestro propio país, debería ser un motivo inmenso de orgullo para todos.

Margarita, ponle la carne a esto.

MS: El primer poema se llama “Hijos de las estrellas” y es un homenaje al libro de María Teresa.

Chajnantor
Chajnantor

a las puertas del cielo
en el umbral de un universo
en continua despedida
los hijos de las estrellas
emprenden noctámbulo viaje

como quien deja el fogón materno
dejan ellos los tejados domésticos
dejan, aun, el techo estrellado
y sus marcas familiares
(esas hebras que amarran constelaciones
formadas en tiempos dispersos)

un encantamiento
renueva la aventura fabulosa
cada noche

como las almas de los cementerios
los buscadores de estrellas
deambulan
oteando remotos trasmundos estelares

el gallo del amanecer
anuncia la luz

el viaje nocturnal
concluye

los espíritus danzantes
buscadores de astros
recogen sus redes

y mientras brillan las piedras
en esas transparentes alturas
encendidas por el sol

los hijos de las estrellas
dormirán
hasta que un próximo encantamiento
nocturno
los despierte

MTR: ¿Cómo nacen las estrellas? Se forman a partir de nubes de polvo, este polvo está compuesto por partículas de grafito y silicato que se juntan con gas y en esa distribución hay un grupo más denso, que se desploma por su propio peso. En ese proceso se va calentando su corazón, hasta que finalmente se encienden las reacciones nucleares en el centro, que detienen el colapso y nace una nueva estrella. Este es el proceso común a todas las estrellas, incluido nuestro sol. Este es un proceso que ha pasado muchas veces, gracias a esos nacimientos y muertes es que estamos aquí, es gracias a esa fabricación de elementos que producen las estrellas en su corazón y que finalmente entregan, que se forman nuevas generaciones de estrellas que tienen todos los elementos para que sea posible la vida.

MS:


Algo en el polvo interestelar

el Universo
fue artífice
de inigualables energías

los infiernos humanos
más temidos
son apenas
domésticos fogones
para sus temperaturas
formidables

algo en el polvo interestelar
atrapa
en su red gravitatoria
todas las fugas posibles
es la fuerza del grumo

crece su poder
cuanto más crece
domina
cuanto más domina

pero ese infierno
(sin pecados)
lleva en sí mismo
la inevitable mudanza
de materia en energía

enteramente frágil
frente a ello
la imaginación humana

MTS: Muerte de una estrella.

Después de vivir por miles de millones de años, las estrellas fabrican todos los elementos que conocemos y mueren. Las estrellas pequeñas como el sol mueren de una manera determinada: el objeto muerto está al centro y las capas externas salen eyectadas, se empieza a desnudar como en una especie de danza de los siete velos, hasta que se ve su corazón al desnudo. Lo que queda es una estrella de materia degenerada, una enana blanca, que es del tamaño de la Tierra, pero sumamente densa.

Las estrellas más masivas que el sol mueren en una explosión magnífica, como la nebulosa del cangrejo, que explotó en el año 1054 y cuando explotó fue tan brillante como la luna llena, porque fue registrado por los chinos y por algunos nativos de Norteamérica. Hoy solo la podemos ver con ciertos telescopios. En esa explosión las estrellas fabrican todos los otros elementos que conocemos, los más pesados. De tal manera que para que estemos acá conversando, para que la vida sea posible en el universo (estoy segura de que no somos los únicos), se necesitaron estas dos estrellas: de pequeña masa y de alta masa que fabrican los elementos de los que estamos hechos.

Las pequeñas fabrican oxígeno, carbón, nitrógeno y nosotros estamos hechos de química del carbono, así que afortunadamente la mayor parte de las estrellas fabrican carbono. Las más masivas, que son más escasas, fabrican todos los otros elementos que son más pesados, como el cobre por ejemplo. Es este ciclo vital el que da origen a la vida, sin este ciclo vital de las estrellas no existiríamos. Cuando se formó nuestro sol ya había fierro, uranio, cobre, carbón y todos los elementos, por lo tanto el sol no es una estrella de primera generación. Este tuvo una madre y una abuela que vivieron antes y que fueron enriqueciendo este material del Big Bang, que solo era hidrógeno y helio, poniendo trazas de todos los otros elementos de los cuales se forma la vida.

MS:

Las estrellas mueren

cuánto dolor
ha de estar
difuso
en ese espacio infinito
lejano y nuestro

cómo no pensar
que la muerte de una estrella
es algo más que un desplome
donde la materia
busca su centro
y se acurruca sobre sí misma

en un arrebato gravitatorio
deja ir
por puro amor filial
su producción más íntima
alimento matriz
de la siguiente estrella
su hija

pero
¿escuchó alguien, acaso, el grito de dolor
de una estrella que muere?
¿alguien oyó
el bramido de mil bocas luminosas
antes del silencio?

MTS:

Kelu

Esta es una de mis hijas favoritas, mi única hija mujer. Durante años, varios astrónomos estuvieron buscando lo que se llama las enanas cafés, que son objetos demasiado pequeños como para tener reacciones nucleares y tener luz propia como las estrellas. Son más parecidos a un planeta, como Júpiter o un planeta gigante.

Existía la duda de que quizás el universo estaba lleno de estos objetos y tal vez parte de la materia oscura podían ser estas enanas cafés. Había grandes proyectos de satélites especializados para poder encontrarlas, nunca nadie había podido ver una. Yo estaba trabajando en otra cosa, en las estrellas muertas, en los cadáveres, lo que queda una vez que mueren. Un día en el observatorio de La Silla, en marzo del 97, estaba observando y apunté al cielo. Como llevaba años trabajando en estas estrellas muertas, enanas blancas, conocía muy bien la huella digital de las estrellas. Inmediatamente sabía qué tipo de estrella era. El primer objeto que miré, que como buen candidato era muy débil y se movía mucho, me confundió. Salió una cosa muy rara en el telescopio, una distribución de energía extraña. Pensé que había apuntado mal el telescopio, que algo no estaba funcionando. Partí de cero, cuadramos otra vez el telescopio pero volví a ver lo mismo. Y ahí empecé a emocionarme y a pensar que había algo nuevo que yo no sabía lo que era. Como no era mi tema de trabajo, no sabía en qué iba la búsqueda de las enanas cafés, pero solo sabía que en este objeto que yo estaba observando había una línea del litio. Este elemento se destruye con las reacciones nucleares, con el calor, entonces se esperaba que las enanas cafés, como no tenían reacciones nucleares en su corazón, podían conservar el litio original del Big Bang. Yo sabía dónde buscar la línea del litio, y ahí estaba. Fue un momento muy emocionante, de esos que solo ocurren una vez en la vida. Siempre voy a observar con colegas o estudiantes y esa vez fui sola, así que no tenía con quien compartir la emoción. La felicidad de ser el primer ser humano que ve algo por primera vez, es un gran privilegio. No lo puedo achacar a algo que yo haya hecho, porque fue ella, Kelu, la que me hizo señas, yo no la estaba buscando. Les dio mucha rabia a estos consorcios extranjeros que estaban usando tanta tecnología, porque yo la descubrí con tecnología del siglo antepasado, con placas fotográficas. Hoy se conocen más de mil enanas cafés, porque una vez que se encuentra la primera, es fácil diseñar sistemas para encontrar más.

Inicialmente, la enana café que encontré se llamaba ESO508-128 y una colega me dijo que era un objeto demasiado importante para tener ese nombre tan feo. En ese momento tenía un diccionario mapudungun y busqué la palabra “rojo”, porque estas estrellas son particularmente rojas. El nombre era Kelu. Aquí está Kelu, la primera enana café que se conoció. Lo más entretenido es que se reproducen. En Hawái una colega estaba mirando a Kelu y descubrió de pronto otra igual, una hermanita. Más tarde otro científico descubrió una tercera, tres hermanas. Hay dos girando en torno a la otra.

En fin, esta es una historia que me emociona mucho contar, porque soy una privilegiada, pues Kelu me escogió a mí para darse a conocer.

MS: Para cerrar, leeré otro homenaje a María Teresa, esta vez a su descubrimiento.

Kelu

rojo sangre
rojo fuego
rojo del sol poniente

muy al sur
en el otro extremo de los kunzas
antes aun de haberlo imaginado
los mapuches
nombraron
una estrella