Sábado 19 de septiembre de 2009
Paso la noche internado en el Hospital de Princeton. Mientras espero el diagnóstico, sentado en la sala de guardia, veo entrar a un hombre que apenas puede moverse, acompañado por un amigo. El que parece enfermo es un ex alcohólico que ha tenido una recaída. Estuvo dos días perdido cerca de Trenton. Antes de derivarlo a la clínica de rehabilitación tienen que desintoxicarlo. Le piden los datos pero él se disculpa, dice que no puede firmar. Al rato llega su hijo, va al mostrador, completa unos formularios y tarda en acercarse a su padre. El hombre al principio no lo reconoce pero por fin se levanta y le habla en voz baja, desde muy cerca. El muchacho lo escucha como si estuviera ofendido. Después se va. El hombre vuelve a sentarse, abatido. En la dispersión de los lenguajes típica de estos lugares, un enfermero puertorriqueño le explica a un camillero negro que el hombre ha perdido sus anteojos y no puede ver. “The old man has lost hisespejuelos”, dice “and he cannot see nothing”. La extraviada palabra española brilla como una luz en la noche.