Quiero dejar constancia de que el sábado 14 de agosto del 2010, a las diez y media de la mañana, en Buenos Aires, se dio inicio al primer reality show de hormigas que haya ocurrido en el planeta. Ese día el señor Luciano Gullo, argentino, soltero aunque con tendencia a fornicar semanalmente con Marcela Guillade, y el que suscribe, el redactor R., una fiera ya emparejada y con la libido efervescente, se dirigieron a la Plaza Sarmiento con la intención de generar la noticia científica. Iban fumando sus respectivos cigarros Marlboro, los rojos, los de hombres brutales. Iban muy serios y conversando con esas frases cortas que dicen los detectives. Iban, a fin de cuentas, dispuestos a enfrentar el peligro y a cambiar el mundo. Gullo, entomólogo con síntomas de depresión y académico de la Universidad de Quilmes, y el señor R., una mayúscula con problemas económicos –es decir, dos enajenados–, estaban allí para capturar a cuatro hormigas silvestres. Dos hembras y dos machos. El experimento, que respondía a una valiente ocurrencia de Gullo, sería publicado en la revista del Departamento de Entomología de la Universidad de Quilmes. El desafío se duplicaba: no solo se trataba del encierro mediá- tico de cuatro hormigas, sino que además hablábamos del primer reality show dotado de ortografía.

Y bueno, informamos, con una alegría tremenda, que la captura resultó un éxito. Un inspiradísimo Gullo, quien se había fumado un remedio para fortalecer la concentración, atrapó enseguida a dos machos bordeando un árbol. Luego avisó que había detectado a dos hembras.

–¿Cómo sabe que son hormigas femeninas? –preguntó R., intrigado ante la falta de argumentos para tal aserto.

–Oficio –dijo con misterio el entomólogo.

No se veían diferencias físicas entre los detenidos y eso podía llevar a un equívoco: si los cuatro eran machos, se podía estar estimulando el primer reality show formícido gay.

–¿Y si fuera así? –encaró Gullo–, ¿tiene algo contra las hormigas gay, chileno?

–Nada, nada. Deben ser más creativas… –aplacó R.

De manera que Gullo se mantuvo en su intuición y R. enjauló a las hormigas en un vaso transparente, marca CocaCola, y las trasladó corriendo a su living. Gullo y R. las iban a vigilar día y noche, atentos a los detalles de sus conductas y esperando con una libreta en la mano el glorioso momento de la vida sexual. Identificaron a los machos con un punto de témpera azul sobre el tórax, y uno rojo para las señoras. Perforaron el vaso para darles oxígeno y les donaron un centímetro de lechuga. Las miraron fijamente, pero en cuatro horas no hubo interacción entre ellas. Los humanos abrieron las cervezas y los insectos seguían estáticos.

–¿Por qué elegimos hormigas? –preguntó R.

–Porque son grandes –respondió Gullo.

Porque las hormigas usan anteojos oscuros para estar bajo tierra. Porque, como los campesinos, abren un ojo y salen a trabajar. Y si envejecen, pueden quedarse la tarde entera tendidas en el hormiguero. Porque ellas desde hace doscientos millones de años que tienen jubilación. Porque, lo juro, si una hormiga se aburre se puede drogar con un hongo y vagar alucinada por la plaza (y nunca sabremos lo que es una alucinación de hormiga). Porque viven apretadas y a veces se hospedan en un hoyo con seis mil millones de compañeras y no reclaman. Porque son atléticas y modestas. Porque son más. Porque las hormigas ayudan a los heridos. Porque tienen convicciones. Y porque, amigos, lo digo de verdad, las hormigas son buenas de corazón. Las hormigas son gigantes.

–¡Hora de fiesta! –gritó Gullo.

–¿Qué pasa?

–¡Che, una gota de cerveza Quilmes para las enjauladas! –¡Lo merecen

Les dieron un espumante banquete para brindar. Y se durmieron.

Al despertar los investigadores, cuatro insectos flotaban inertes sobre una gota elaborada con 7% de alcohol. No había nada que hacer. Para R. fue una de las imágenes más crudas de su vida. Habían matado a cuatro guerreros. ¿Y por qué? Por nada, finalmente. Somos más altos, pero no estamos a su altura. Gullo y R. –constato que no hay una sola exageración en esta historia– se abrazaron callados. No era el fracaso de un proyecto, sino la impotencia. Detuvieron la vida de cuatro seres impresionantes

por algo tan minúsculo como un reportaje. Apenas alcanzaron a comprobar que los genios no tienen estatura. Desde un séptimo piso, sin más palabras, fueron lanzados los restos de cuatro hormigas al vacío. Y el entomólogo Luciano Gullo y el redactor R., dolidos, jamás se volvieron a ver.