Doctor Who arrancó el sábado 23 de noviembre de 1963, una de las peores fechas del siglo XX. Un día después del asesinato de John Kennedy, el planeta estaba más interesado en la cabeza hecha trizas del most handsome Presidente que de un programa un tanto infantil con una premisa confusa y personajes extravagantes. El primer programa de la BBC producido por una mujer, con un opening extraño y la primera canción completamente electrónica de la historia, fue un desastre de audiencia. Hubo que repetir el primer capítulo y rezar contra su cancelación precoz. Hubo que tirar toda la carne a la parrilla, inventar giros y personajes cada vez más descabellados en esta lucha contra la muerte prematura.

Así, sin una planificación racional, comenzó la escritura de esta novela-río que se escribe en tiempo real, a tropezones, sin un arco coherente y en carrera contra la muerte desde hace cincuenta años ¿Puede terminar un relato que se mantiene en permanente clímax como principio de existencia? Porque nadie pensó que las decenas de líneas argumentales y de recursos abiertos debían coincidir de alguna manera en algún momento. Y, cuando la audiencia explotó en millones unos años después, ya era tarde, se habían convertido en junkies siempre hambrientos, felices y mareados, incapaces de sutilezas, disfrutando incluso de la merca más cortada con tal que oliera a Gallifrey, el planeta improbable del que procede este viajero del tiempo, más parecido al loco del Tarot que a algún científico respetable.

A los autores se les pedía hiperventilación, hemorragia y velocidad, sin posibilidad de borrar con el codo lo que escribían con la cámara cada sábado, sin edición posible para un relato que nadie sabía dónde iba a parar. Doctor Who es una historia que copula consigo misma escupiendo progenie y caminos narrativos en todas direcciones, y este ejercicio de sorprender sin descanso, de empujar los límites de lo imposible, produce monstruos: caen protagonistas, reviven antagonistas, todos celebran, nadie exige un mínimo de credibilidad y todos lo saben, los espectadores lo saben, la BBC lo sabe, los guionistas lo saben, pero esta novela sigue rodando por la ladera muerta de la risa. Los giros argumentales se amarran con alambre a una estructura construida sin órdenes claras ni respeto por las leyes de ninguna física, buscando un rincón de esta estructura saturada donde incrustar el nuevo aporte, una frase lateral que otro recogerá, ampliará y con ello dará luz a un aspecto menor del mito, buscando jurisprudencia en alguna esquina de ese guión de marzo de 1967 y la frase que un personaje secundario dijo en 1978, y todos celebran la nueva rueda de carreta con pésimos efectos especiales que nos tragamos cada semana.

Porque hay un acuerdo tácito entre los whovians, y es que no hay acuerdos tácitos en este organismo de crecimiento rizomático que explota en todas direcciones, porque esta novela se reescribe sin borrar nada, hay que ir hacia atrás y resignificar, hacia adelante y actuar por acumulación. ya vendrá otro en cinco años más que le dé sentido a lo que acaba de escupir el demente de turno.

Porque Doctor Who es una novela-lego-cadáver exquisito, un relato tumoral broadcasted urbi et orbi, una rave, un espacio de libertad a veces profundamente infantil, otras veces brutal y complejo, que el mundo nos ha permitido por algún misterio. Doctor Who no puede tener capítulo final porque nunca ha esgrimido un objetivo, es circular y escribe sobre lo ya escrito, se corrige, se tarja y no para de crecer.

Doctor Who es una amenaza, una escultura Merz que sale por las ventanas de la BBC y por tus orejas, una novela cancerígena, una forma desbocada que siempre dice lo mismo pero diferente, igual que esta columna que podría durar ocho páginas y seguir predicando la palabra; porque no tiene arco, tiene tono único, ni siquiera su protagonista muere o desaparece sino que se transforma, como la energía, que nunca deja de moverse, como el tiempo, que no se detiene. Doctor Who parece superficial, pero, como la Tardis, esta novela enfermedad es mucho más grande por dentro, gira sobre sí misma y los únicos que envejecen en la pasada somos nosotros.

Hay gente que ya nació y murió en el lapso en que Doctor Who ha estado al aire, porque en esta enloquecida novela circular no es el libro el que termina, sino sus lectores.