Un escritor de viajes prepara su equipaje: mochila, chaqueta gruesa, zapatos firmes y, lo más importante, ojos y oídos atentos. Algunas cosas podrán haber cambiado con el tiempo, pero la avidez de experiencias y el gusto por el detalle han permanecido constantes en estos autores, mezcla de literatos y exploradores, con un distinguido linaje que se remonta a Heródoto.

Uno de los últimos representantes de tal línea es el escritor y documentalista anglo-afgano Tahir Shah (Londres, 1966), quien estuvo de visita en Chile a comienzos del año 2009 para participar en el programa de la Universidad de Stanford en Santiago. Hijo de Idries Shah, el famoso autor y recopilador de historias sufíes y nieto del sabio Sirdar Ikbal Ali Shah, Tahir Shah ha hecho una serie de viajes, de los que ha dado cuenta en cerca de una decena de libros, a lugares y en condiciones que no son precisamente turísticos. De hecho, en 2005, fue tomado prisionero en Pakistán, sospechoso de ser espía de Al Qaeda, siendo encerrado en una prisión de tortura. Menos dramáticas, pero no menos agitadas, han sido otras de sus travesías. Viajó a la India –cuenta en El aprendiz de brujo– para formarse en las artes de la magia y la ilusión de un maestro de Calcuta (empezando con trucos más o menos riesgosos como comer ampolletas). Pero además ha partido en busca de la ciudad perdida de Paitití en la jungla Madre de Dios del Amazonas, de las minas del rey Salomón, de unos misteriosos hombres voladores en Perú.

Ciertamente, las aventuras narradas en sus libros son tan extrañas como la gente con la que se cruza. En Un rastro de plumas se encuentra en el Amazonas con un embaucador eslovaco y con un guía veterano de Vietnam; en algún momento le dan un feto de llama disecado (para preparar una sopa de la buena suerte) y una cabeza humana momificada de 400 años como regalo. En La mansión del Califa cuenta cómo compró una gran mansión en medio de las barriadas de Casablanca, donde se instaló con su mujer e hijas. Pero la casa tenía algunos problemas: cañerías reventadas, maderas comidas por las termitas, cielos hundidos; por si fuera poco, estaba infestada de langostas, luego ratas y, lo más preocupante, de unos espíritus mágicos, los yinns, que gustan deambular por casas vacías e importunar a los nuevos ocupantes. Ahí no acabarían los problemas: vendrán unos funcionarios marroquíes para decirle que cada uno de sus diez mil libros tendría que ser traducido al árabe y revisado por un censor para poder entrar al país y luego un grupo de trabajadores ineptos y arquitectos estafadores.

¿Cuándo comenzó a viajar?
Tuve la gran fortuna de que mis padres me alentaron a viajar solo desde muy corta edad. El objetivo no era nunca la clase de lugares “normales” a los que los adolescentes iban… como Europa o Estados Unidos. Fui animado a ir, viajar y vivir en África Oriental y recorrer el Amazonas. Me di cuenta tempranamente –a la edad, aproximadamente, de 15 ó 16 años– de que el mundo era accesible y fácil de navegar. No necesitas mucho dinero, sino la voluntad de explorar, y de soportar las penurias.

¿Y cuándo comenzó a escribir sobre sus viajes?
Al principio, hice lo que la mayoría de la gente hace… Ahorraba dinero y luego hacía un gran viaje, ya fuera a la India, África, a través de las selvas de Sudamérica, o por el Extremo Oriente. No tenía manera alguna de hacer de mis viajes una forma de ganarme la vida; era un sistema… muy básico, casi como el de un recolector-cazador. Pero un día me di cuenta de que había hecho una serie de enormes viajes y que si trabajaba mucho, podría convertirlos en algo. Así que me senté con una máquina de escribir y una resma de papel y comencé a teclear. Escribí y escribí por dos meses y, al final, tenía un manuscrito. Entretejí una historia a través de los diversos viajes y escribí un libro titulado Beyond the Devil’s Teeth. No era el libro más grandioso del mundo, pero fue publicado y a partir de ese modesto comienzo, fui capaz de conseguir otros encargos.

¿Cuáles son sus escritores de viajes favoritos?
Tengo dos o tres favoritos, y son una especie de panteón de deidades en lo que a mí se refiere. Sobre todo venero las obras de los grandes viajeros del siglo XIX, quienes arriesgaron sus vidas para llenar los vacíos en los mapas. Algunos de ellos todavía son famosos (gente como Livingstone, Richard Burton y Mungo Park), pero hay otros a quienes aprecio aún más (Heinrich Barth, Samuel White Baker y James Bruce). Por otra parte, al mismo tiempo soy un gran admirador de escritores de viajes más recientes, sobre todo de Bruce Chatwin, cuya obra tiene una especie de realismo mágico. Es absolutamente increíble, una mezcla de hechos y fantasía.

Usted proviene de una larga línea de contadores de historias. ¿Ha influido el trabajo de su padre en el suyo?
Es verdad que todos cuentan historias en nuestra familia, y que me crié con gente que estaba hablando, conversando, leyendo, y que eso tuvo un enorme y poderoso efecto sobre mí. Se nos enseñó a saber cómo descifrar historias, y así extraer la valiosa pepita de oro que tenían guardada en su corazón. Esto fue muy importante para mí, como lo fue el ruido constante de la máquina de escribir de mi padre. Él publicó decenas de libros, como lo hizo mi abuelo… de manera que nunca fue mucho problema escribir un libro. Es cierto que mi padre era una figura imponente y ha sido imposible seguirlo, pero creo que su influencia fue asombrosa. Luego están las influencias de otros escritores que eran amigos y conocidos de mi padre. La más famosa entre ellos es nuestra buena amiga Doris Lessing, que siempre ha sido una influencia extraordinaria en mí. Otro escritor que visité cuando era un niño fue J. D. Salinger.

Su detención en Pakistán, ¿ha sido su peor experiencia como viajero?
En julio del año 2005, yo viajaba por Pakistán hacia Afganistán con un equipo de filmación británico, cuando fuimos detenidos y encarcelados en una prisión de tortura. Fuimos mantenidos en confinamiento solitario, una buena parte con los ojos vendados y encadenados, por un total de dieciséis días. Fue, con mucho, la más espantosa ordalía de mi vida y fue mi “peor viaje”. Pero al mismo tiempo no creo en los peores viajes. Como un optimista, creo que siempre hay una secreta porción valiosa en todo, por malo que haya sido. En aquel caso, fue que esto me enseñó el valor de la libertad, de la que uno por lo general disfruta, algo cuya importancia está más allá de todo lo demás.

¿Qué tiene mejor sabor: un feto de llama o una ampolleta?
Ninguno de los dos sabe muy bien…, por lo que normalmente no se los puede pedir en restaurantes. La cosa más extraña que he comido es tarántula asada a la parrilla, y una vez comí un brazo de mono en Perú. Supo cómo me imagino sabe la carne humana…

¿Por qué decidió quedarse en Casablanca, a pesar de todas las plagas, terrenales y no, que lo asolaron?
Hace cinco años arrastré a mi esposa y mis dos pequeñas niñas de un apretado departamento de Londres a vivir en un pequeño conjunto palaciego en medio de las enormes chabolas (barriadas pobres) de Casablanca. Decidí que teníamos que hacer ese cambio de manera que mis hijas pudieran crecer con color cultural… y ellas ciertamente lo están haciendo. Todo a nuestro alrededor allí son burros y vacas y ovejas rengueantes, y cabras, y chozas. Es absolutamente maravilloso. No podría imaginar vivir en otra parte.