José Donoso, mal iluminado, sombras a su espalda, una cámara temblorosa encima, fumando, dice:

–Como decía Flaubert, Madame Bovary soy yo.

La pregunta era: cuánto de él se encontraba en sus libros. La había hecho la misma persona que le encendió el cigarro en plena grabación: Rodolfo Garcés Guzmán, el entrevistador, esa tarde de 25 de agosto de 1981.

–Don José, este es un espacio de conversación franca, para la posteridad. ¿Tiene algo que confesar, algo de lo que se arrepienta en su vida?

Donoso, hombre de grandes secretos, piensa un momento. Tiene ahora un gato en sus faldas. Va a responder.

La entrevista nunca salió al aire.

***

Rodolfo Garcés Guzmán nació en 1921 en San Fernando. Su padre había heredado enormes terrenos en Hualañé; era dueño de un buen porcentaje de la Séptima Región, pero a él no le llegaron esas riquezas: su mamá dejó a su esposo cuando él tenía tres años. No volvió a ver a su papá hasta los 16.

En Santiago, y luego en Quillota, su tío Óscar Guzmán, hermano de su mamá, hizo de padre. Trabajaba en El Mercurio de Valparaíso y lo llevó a los 17 años a la redacción para que ayudara con los mandados. Inició ahí su carrera periodística.

En paralelo, y como muchos de sus colegas en el diario, trabajó para el Estado, como miembro de aduanas. El año 66 llegó a ser jefe nacional de la Policía de Represión que luchaba contra los fraudes y el contrabando y que funcionaba en paralelo a Carabineros y a Investigaciones.

–Pasaba todo el día ahí; coordinando pesquisas de licores, persiguiendo a delincuentes muy peligrosos. Desbarató una gran red ligada a Colonia Dignidad –dice su mujer, Elena Araya–. A las seis de la tarde se iba al diario y se quedaba hasta muy tarde. Tenía que hacer ambas cosas, porque el periodismo no daba para vivir.

El 67, molesto por una serie de aumentos de sueldos en el diario que no lo incluyeron, envió una carta al director a modo de reclamo. No se la publicaron. La envió a otro diario. Tuvo que dejar su trabajo. Siguió como corresponsal de la revista Ercilla. Y en 1970 Salvador Allende lo removió como jefe de la policía aduanera, para poner a alguien de su confianza.

–Se presentaba a todo el mundo como democratacristiano –dice Jorge Escobar, su camarógrafo por más de cinco años–. Pero en realidad no se casaba con nadie.

–En el fondo era antiizquierdista –dice su hijo Rodolfo–. No le gustaba el desorden. Era muy cercano con los militares y a la Armada.

Con el almirante José Toribio Merino tenía línea directa y trato social. En agosto de 1973 el uniformado lo llamó personalmente para darle la “exclusiva”: se habían detectado en la Armada miembros infiltrados del MIR; un dudoso y difundido episodio que se utilizó como una de las excusas para echar a andar el golpe militar.

De lo que pasaría el 11 de septiembre, a grandes rasgos, Rodolfo Garcés se enteró una semana antes.

No lo pudo publicar.

***

Para 1975, Garcés era jefe del área de prensa de UCV, en ese entonces una fuerza considerable de la televisión chilena, con casi 400 trabajadores.

Según recordó en el prólogo de un libro, fue durante un viaje entre Valparaíso y Santiago cuando se le ocurrió la idea.

Fue original. Carlos Meléndez, entonces director de Canal 4, me pedía “cosas nuevas que dieran en la frente del público”.

–¿Quieres que entreviste seres importantes en vida para ponerlos en pantalla después de muertos?

–¿Crees por ventura que alguien aceptará una proposición de tal naturaleza? –preguntó.

Lo invité a poner la idea en práctica apenas llegáramos a Santiago.

Meléndez lo recuerda distinto.

–Fue en ese trayecto, pero, a lo menos, diría que fue una idea de ambos, compartida. A lo menos. Escobar, el camarógrafo, también lo recuerda distinto.

–La habían sacado de un programa de Estados Unidos.

Como sea, el concepto era totalmente nuevo en el país: Garcés les ofrecía a los entrevistados un espacio de 40 minutos, sin cortes más allá del cambio de cinta, para que dijeran lo que realmente pensaban, prometiéndoles dos cosas: que nadie vería el material hasta que ellos fallecieran y que el diálogo sería puesto al aire, por televisión abierta, días después de su muerte. Lo bautizó como “De Profundis”, citando un escrito que Oscar Wilde dirigió desde la cárcel de Reading y que fue publicado cinco años después del deceso del poeta.

–Yo la verdad creí que nadie le iba a aceptar algo así, era un poco tétrico –recuerda Meléndez–. Pero Rodolfo era ya bastante reconocido, tenía buenos contactos. Y se lo tomaba muy en serio: le daba un toque ceremonial, pedía expresamente que los videos se guardaran bajo llave. No le contaba detalles a nadie.

–Solo lo acompañaba yo, que quedaba a cargo de la cámara y del sonido. Partíamos en una Renoleta a Santiago; era su chiche. Y como yo era el único extraño que escuchaba lo que decían, me decía siempre que fuera discreto, que muriera en la rueda. Nunca conté nada. Varios de los viejos que entrevistaba se le ponían a llorar.

Garcés decía elegir a sus entrevistados “en base a normas muy estrictas, pero ecuánime hasta lo heterogéneo”. Recibió algunos rechazos.

–Varias veces se acercó hasta Pinochet. La última vez el general le dijo: Garcés, para qué hacemos estas cosas de muertos. Hagamos una entrevista y la damos ahora, mientras esté vivo –recuerda su hijo Rodolfo. Jorge Alessandri era muy mañoso y tampoco quiso. Otros eran supersticiosos y creían que podía traerles mala suerte.

El primer entrevistado fue, en el otoño de 1975, Arturo Olavarría, cuatro veces ministro y fundador de la Acción Chilena Anticomunista. Fue, coincidentemente, el primero en salir al aire: murió el 12 de enero de 1977. En años plenos de represión, el programa se cerraba así:

–Don Arturo: toda esa experiencia de una vida rica en política como la suya, ¿qué le ha dejado? Este es su testamento para las generaciones venideras… –le pregunta Garcés.

–Les diría a las juventudes venideras, y a las actuales, que nunca admitan que en Chile imperen las dictaduras: ni marxistas, ni personalistas, ni militares.

Lo miré y vi lágrimas en sus ojos –escribió después Garcés.

Confesiones inesperadas, como esa, no eran la regla del programa. Ya sea por desconfianza en el congelamiento del material o por desidia, muchos se limitaban a repasar su trayectoria sin demasiado ánimo.

Otros evitaban los juicios políticos, pero contaban capítulos insólitos: segundos después que Garcés le explicara a Jorge Délano, Coke, la mañana del 9 de julio de 1975, la naturaleza de la entrevista, el escritor le respondía:

–Lo entiendo perfectamente. Usted desea que después de muerto yo salga a penar por televisión. Más tarde en la entrevista, Délano contó que su autobiografía la escribió de una tirada, en una semana, tras consumir grandes cantidades de cocaína: se la habían recetado en la clínica Santa María después de una enfermedad y aprovechó el impulso para comenzar su primer libro. Se quedó en la mitad y tuvo que ir a conseguir más droga.

El primer gran golpe de “De Profundis” fue Gabriel González Videla. El expresidente fue entrevistado en octubre de 1975 y salió al aire tras su muerte, en agosto de 1980, en plena dictadura y cuando era el único expresidente vivo que seguía apoyando cerradamente al régimen.

Garcés les ofrecía a los entrevistados un espacio de 40 minutos, sin cortes más allá del cambio de cinta, para que dijeran lo que realmente pensaban, prometiéndoles dos cosas: que nadie vería el material hasta que ellos fallecieran y que el diálogo sería puesto al aire, por televisión abierta, días después de su muerte. Lo bautizó como “De Profundis”, citando un escrito que Oscar Wilde dirigió desde la cárcel de Reading y que fue publicado cinco años después del deceso del poeta.

Garcés, como siempre, pensaba en la posteridad.

–Don Gabriel, este es un “De Profundis” desatado de las ataduras terrenales. ¿Tiene usted algún mea culpa, algo que le pese en el alma?

–El error enorme que cometí, a pesar de las advertencias de mis amigos, fue haber depositado mi fe, mi confianza, en las fuerzas desatadas de la violencia, del fanatismo y del sectarismo: los comunistas.

–Y del mundo actual chileno, del presente, ¿qué diría?

–Que la posición actual de Chile es la de una isla. Mientras la gente se mata en todas partes, la violencia estalla en otros lugares, vivimos aquí en un país sin problemas y con paz social. Aquí no hay crímenes, han cesado las tomas y los secuestros. No corre sangre.

Por iniciativa del gobierno militar y a menos de un mes del plebiscito de 1980, la entrevista no solo se dio en UCV, sino en todos los canales de televisión abierta. Garcés estaba en la cima. Esos años siguió grabando programas incesantemente, casi una por semana. Terminó con 108 entrevistas esperando salir al aire.

La racha se cortó el 22 de febrero de 1982, con la muerte de Eduardo Frei Montalva. Su “De Profundis” se había grabado el 27 de agosto de 1975, no sin problemas.

–Fuimos a su oficina en Santiago, en calle Huérfanos –dice Escobar–. Rodolfo hizo la presentación pomposa en cámaras, pero sin querer, antes, había pasado a llevar el micrófono del expresidente. No se escuchaba nada. Tuve que cortarles la inspiración en la mitad. Nos citó al día siguiente a la misma hora. Tenía puesto el mismo traje y corbata, por continuidad. Realmente quería dejar la entrevista como documento.

–27 de agosto de 1975. De Profundis presenta hoy a Eduardo Frei Montalva. Don Eduardo sabe que esta entrevista está destinada al Museo de Documentos Históricos de la Universidad Católica de Valparaíso. No será emitida ni publicada mientras él viva. En su caso, se trata de un hombre joven y en excelentes condiciones físicas a sus 64 años. Entremos en materia… –comenzó Garcés.

Frei, en casi una hora, repasó su vida. Culpó a la derecha del Golpe de estado y trató de fascistas anticomunistas a quienes lo apuntaban a él como responsable.

El día de la muerte de Frei, Garcés llegó exultante al canal. Era, estaba seguro, la entrevista de su carrera. Esa noche no se emitió el programa. Ni la siguiente. Ni la subsiguiente.

–Nunca lo dieron –dice su hijo Jorge–. La alcaldesa de Viña, Eugenia Garrido, llegó con la orden de parte del gobierno de que no saldría al aire nunca.

–Don Rodolfo estaba furioso, indignado. Llegó puteando al canal –dice Escobar, camarógrafo–. Pero no se podía hacer nada más.

La familia Frei sabía de la entrevista. E intentaron que se emitiera. Pero Frei Montalva ya era persona non grata: había encabezado el “Caupolicanazo”, en que llamó a votar en contra de la Constitución de 1980, transformándose en la principal figura de la oposición.

–Entendimos el contexto –dice Jorge Frei, hijo del expresidente. Sabíamos que por cómo pensaba mi padre, sería muy difícil que se diera durante ese gobierno. Garcés rescató muy bien el lado humano de mi padre.

Más que no se emitiera la entrevista y que le diera la espalda un gobierno que consideraba amigo, a Garcés le dolió no haber cumplido su mitad del trato: no emitirlo el día de la muerte del entrevistado. Se negó a que se emitiera ningún capítulo más hasta que se diera el de Frei. En el fondo, mató el programa.

***

Rodolfo Garcés, aún molesto, en 1983 editó un libro, Nueve De Profundis, con las transcripciones de los testimonios que se transmitieron, más el de Frei. Se negó, fiel a su palabra, a incluir a los entrevistados aún vivos.

Volvió al El Mercurio, esta vez como columnista y editor de Las Últimas Noticias.

Las 99 entrevistas restantes comenzaron a juntar polvo en el Museo Histórico de la universidad. La falta de espacio ahí, años después, obligó a llevar los archivos al canal. Allá milagrosamente se salvaron de las continuas pesquisas de material por parte de la DINA y del desorden tras el traslado de UCV desde el plano de Valparaíso a la subida de Agua Santa.

–Los encontramos amontonados en un container, sin identificación –dice Leopoldo Moreno, encargado de archivo del canal. No tenían identificación, ni fecha, lo que seguramente los salvó a fin de cuentas.

Se sucedieron funerales, sin la entrevista correspondiente: Sergio Fernández en 1983; Luis Bossay en 1986; Domingo Santa Cruz y Juan Gómez Millas en 1987.

Ese año Rodolfo Garcés fue nombrado director de El Mercurio de Antofagasta. Pasó ese tiempo antologando una serie de crónicas vivenciales en las que contaba, inocentemente, sus desesperados intentos de entrevistar a figuras de connotación mundial, bajo el título de “Personajes fabulosos”. El libro funciona como un buen resumen de los entusiasmos, desaciertos y malos ratos de la labor periodística: Garcés fue humillado varias veces por Ortega y Gasset antes de sacarle unas frases; se niega a entrevistar a Francisco Franco por vía escrita; se involucró en una pelea de bar y hasta fue detenido junto a Hemingway por la policía madrileña por intentar hacerle una semblanza y, enviado por el diario al Vaticano, rompe el protocolo para hacerle una pregunta a Juan Pablo II:

–Santo Padre, como usted sabe Chile es uno de los pocos países que se ha librado del comunismo. ¿Qué le dice su santidad a los chilenos que expulsaron al marxismo?

–Ah, es necesario conservar la fe, la fe cristiana y los valores espirituales.

Lukas y Germán Picó Cañas fallecieron en 1988; Renato González, Mister Huifa, en 1989; Clotario Best en 1990 y Diego Barros Ortiz en 1991.

–Él fue perdiendo relevancia y pasaron muchas administraciones del canal, a nadie le importó demasiado el proyecto. Él tampoco estaba ya adentro como para presionar –dice Meléndez.

En 1993 Garcés dejó El Mercurio de Antofagasta, por presión de la Minera Escondida. El diario llevaba meses protestando por los incumplimientos en los protocolos ecológicos. Tras eso jubiló formalmente del periodismo, aunque escribía columnas y hacía comentarios radiales gratuitos para sentirse vigente.

Los Frei finalmente recibieron una copia del “De Profundis” de su padre de parte de la universidad. Se transmitió en el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, su hijo.

Bernardo Leighton falleció en 1995. En 1997 Malú Gatica; en 2000 el almirante Raúl Moreno y Raúl Rettig; en 2002 Francisco Coloanne y en 2006 Javier Palacios, oficial a cargo de la toma de La Moneda.

Tampoco esos “De Profundis” se emitieron.

–Él hizo todo eso gratis, el canal nunca le pagó por ninguno. Estaba muy dolido que nunca nadie se preocupara por transmitirlos. Hasta ya muy mayor siempre seguía pendiente de quién moría –dice su señora.

De los 108 entrevistados, 104 fallecieron. Viven el ex oficial de la Armada Jorge Ehlers, el periodista Emilio Filippi, el propio Meléndez, uno de los pioneros de la televisión en Chile, y el músico Vicente Bianchi.

–Me gustaría mucho que se diera, cuando llegue el momento. En mi área de trabajo suelen valorar más a la gente una vez muerta –dice Bianchi.

En enero de 2008 falleció Julio Martínez. Ante la conmoción pública y gracias a la reorganización del archivo, UCV decidió emitir el programa. Garcés, ya de 87 años, olvidó su enojo, dejó su casa en Con Con y fue por última vez al canal. En el noticiero central presentó la entrevista. Fue su especie de despedida.

A principios de 2009 sufrió un derrame cerebral. Estuvo enfermo por seis meses, antes de fallecer en julio. No dejó ningún documento póstumo, ni escrito ni grabado: pese a que décadas atrás se lo propusieron, nunca grabó su propio “De Profundis”.

***

José Donoso, con el gato en sus faldas, finalmente responde.

–Ciertamente me arrepiento de muchas cosas que hice y de otras que no hice.

–Y si tuviera que dejarle algún mensaje a las futuras generaciones, ¿cuál sería?

–Un mensaje de humanismo. Kant, estando muy enfermo, recibió la visita de un amigo. Kant, al verlo que se acercaba, intentó ponerse en pie con dificultad y su amigo le dijo: no, no se moleste. Kant se paró de todas formas y le dijo de vuelta: ahhh humanitas. Quería decir que había que ser humanista hasta el final.

–¿Y entonces su mensaje para la juventud sería…?

–Que se levanten.