Como ocurre cada cuatro años, el periodismo político chileno se apresta a vivir su momento estelar: una campaña presidencial. Ese instante en que la política se convierte en la noticia más relevante, y en que los ciudadanos giran a mirar a la prensa con una mezcla de esperanza y desconfianza.

El factor de desconfianza es cada vez mayor. Los chilenos se mueven entre la incredulidad de una elite informada, que descree de los medios tradicionales y prefiere sumergirse en el mar de información que otorgan Internet y las redes sociales, y una audiencia masiva más bien indiferente ante un circo político que le parece ancho y ajeno.

Pero también hay esperanza: aunque la confianza en la prensa ha caído en los últimos años, ligada al derrumbe de la credibilidad de las instituciones, los medios de comunicación aún resultan mucho más creíbles para los chilenos que los protagonistas de la política, como el Congreso o los partidos.

¿Qué se le exige hoy a la prensa? Mucho. Que sea imparcial entre los contendientes, sin que eso se confunda con una falsa neutralidad que pone la verdad y la mentira al mismo nivel, que opera en base a cronómetros y que finalmente solo sirve a intereses políticos. Que ponga su foco en informar y empoderar a los ciudadanos, y no en cuidar los intereses del poder. Que haga surgir la verdad a partir de un trabajo profesional y dedicado.

Para lograrlo, la prensa chilena debe deshacerse de la pesada carga de la transición, un período que dañó como ninguno el trabajo cotidiano y la autoestima profesional de los periodistas. Liberada del yugo pesado de la dictadura, la prensa se sometió a uno tal vez peor: la autocensura derivada de una loable intención de «cuidar la democracia», que pronto derivó en la menos romántica d«cuidar al poder», sus intereses y sus equilibrios. De esa época heredamos un periodismo político aún tímido y vacilante, que mira demasiado al poder político y muy poco a los ciudadanos.

Esta es, por supuesto, una generalización. Cada vez más se van abriendo las puertas, tanto en medios tradicionales como alternativos, a un periodismo moderno, que se entiende a sí mismo como una herramienta al servicio de los ciudadanos. Pero aún no es suficiente.

Entre 2011 y 2012 pasé un año en Nueva York, estudiando un Master of Arts en Periodismo Político en la Universidad de Columbia. Y después de haberme sumergido a fondo en el periodismo político estadounidense, mi principal aprendizaje no tiene que ver con prácticas, procedimientos o métodos de investigación (aunque todo ello, claro, es importante), sino con algo mucho más fundamental: con la autoestima. El periodista político en Estados Unidos valora su trabajo. Cree genuinamente que su labor es fundamental para resguardar y fortalecer la democracia. Se considera un empleado al servicio de los ciudadanos, de informarlos y de darles acceso a los entresijos del poder. Y eso se refleja como nunca en las campañas presidenciales, un ejercicio que, allá como acá, se escenifica cada cuatro años, y donde el periodismo sabe que tiene un papel clave, en tres aspectos. Descifrar las estrategias de campaña. Escudriñar en la personalidad y en la historia de los candidatos. Y separar las verdades de las mentiras en el discurso público.

De eso hablo en las siguientes líneas. De cómo un periodismo con autoestima se enfrenta al poder político en su momento de máxima tensión.

Seguir el ajedrez: periodistas, no notarios

¿Qué tiene que hacer el periodismo en una campaña presidencial? La primera respuesta es la más obvia y la más equivocada: informar sobre la cotidianeidad de esa campaña. Describir las actividades de los candidatos, citar sus discursos, replicar sus promesas de campaña, cubrir sus propuestas programáticas.

Es lo que llamo cobertura «notarial» de una campaña. En ella la prensa, cual notario, se limita a dar fe de las actividades diseñadas por el candidato y su equipo. Es un esquema aún muy presente en Chile, especialmente en la prensa regional.

Por supuesto, la cotidianeidad de un candidato presidencial bien puede ser noticiosa. Pero el papel de la prensa no puede en caso alguno limitarse a dar cuenta de su presencia, su agenda o sus declaraciones. La ambición debe ser otra: dar sentido a todo eso. Penetrar el mundo del poder para, en nombre de los ciudadanos, descubrir y revelar las estrategias que subyacen tras la aplastante rutina de los puerta a puerta, los comunicados de prensa y las «cuñas» a los medios.

La primera víctima en esa senda es la ingenuidad: hay que sacrificarla. Como arte del poder, la política tiene códigos que rara vez se sinceran de cara al público, pero que la prensa debe ser capaz de comprender y exponer. Las campañas son juegos de ajedrez en que cada pieza cumple una función. Los recursos son siempre escasos: el dinero para propaganda, el tiempo del candidato, los temas que se pueden instalar en la opinión pública. Por lo tanto, el ajedrecista mueve cada una de esas piezas mirando el tablero completo e intentando anticipar las movidas del rival. El buen periodismo debe ser capaz de mirar sobre el hombro del jugador y entender también, para contárselo al público, por qué ese peón se mueve un casillero hacia delante en la columna del alfil.

Es un análisis que el periodismo le debe a sus audiencias, pero que en Chile sigue siendo más la excepción que la regla. En Estados Unidos los medios defienden celosamente su deber de interpretar y explicar cada movimiento de las campañas. Incontables artículos exponen cómo cada candidatura distribuye su dinero a lo ancho del país. Cada viaje de un postulante a un estado viene acompañado de análisis sobre por qué se decidió llevarlo ahí, cuál es el electorado al que le está hablando, y con qué mensaje pretende seducirlo.

Para entender mejor la diferencia entre una cobertura notarial y otra propiamente periodística, comparemos la información sobre un hecho cotidiano de campaña: un candidato en gira.

El 16 de marzo de 2013 Andrés Allamand llega a San Antonio y la nota en Internet de El Líder de San Antonio se titula «El alcalde de San Antonio se reunió con el candidato presidencial Andrés Allamand».1 En su primer párrafo, la nota cuenta: «El alcalde de San Antonio, Omar Vera, recibió este viernes en el municipio al candidato presidencial Andrés Allamand para mantener una reunión de trabajo sobre temas de desarrollo provincial». El resto de la crónica se limita a replicar versiones oficiales de los presentes (alcalde, candidato y senador por la zona) sobre los temas tratados en la conversación y las frases de elogio mutuo intercambiadas por las autoridades.

Veamos ahora cómo informa el sitio web de USA Today sobre un hecho equivalente, la visita del candidato Mitt Romney al estado de Ohio, el 24 de septiembre de 2012. «De vuelta en Ohio, Romney enfrenta batalla cuesta arriba en estado clave».2 El primer párrafo dice: «Una gira de varios días en bus por Ohio de los republicanos Mitt Romney y Paul Ryan demuestra la relevancia del estado en la carrera presidencial, y coincide con una nueva encuesta que muestra que Ohio presenta una batalla cuesta arriba para los republicanos».

El resto de la nota muestra los resultados de la encuesta, la cantidad de dinero que cada campaña ha gastado en Ohio, qué grupos demográficos son los más favorables y desfavorables para Romney, y analiza cómo el candidato intenta aprovechar la gira para mostrarse cercano a la clase media tras la difusión de un video en que se refiere de manera despectiva a los votantes que reciben ayuda social del Estado.

La primera es una crónica notarial. La segunda es periodística. En la primera, el foco lo pone el poder político. En la segunda, la pauta del medio de comunicación. La primera está pensada para cumplir con el poder. La segunda, para informar y empoderar a la audiencia. En la primera, los lectores son objetos pasivos que observan el ceremonial del poder. En la segunda, reciben herramientas para juzgar a ese poder y actuar en consecuencia. En la primera, los lectores son simples testigos. En la segunda, son ciudadanos.

«La información es poder» es la manoseada frase atribuida a Francis Bacon. En Estados Unidos hay conciencia de que los medios deben compartir esa información como una manera de ayudar a distribuir el poder en la sociedad. Porque el ciudadano al que se le permite mirar el tablero de ajedrez y entender que está pasando en él es un ciudadano con más armas para cuestionar e interpelar al poder.

La biografía de los candidatos: el periodismo como head hunter

El 31 de octubre de 2011, el sitio web Politico.com publicó una nota sobre Herman Cain, el exejecutivo afroamericano de una cadena de pizzas que, ante el estupor general, había saltado de pronto al frente de las encuestas para convertirse en el candidato presidencial del Partido Republicano. El reportaje revelaba que, cuando Cain era presidente de la Asociación Nacional de Restaurantes, dos mujeres lo habían denunciado por acoso sexual.

En cosa de días, el reportaje destruyó la sorprendente campaña de Cain. La prensa destapó otras dos denuncias de acoso sexual, el candidato se desplomó en las encuestas y pronto debió anunciar el fin de su campaña.

El de Cain no es el único caso. En 1987, el favorito para la nominación demócrata, Gary Hart, renunció después de que el Miami Herald revelara su relación extramarital con la modelo Donna Rice. En 2008, la revista sensacionalista National Enquirer denunció que una excolaboradora del candidato demócrata John Edwards esperaba un hijo suyo, una historia aun más demoledora considerando que la esposa de Edwards batallaba contra un cáncer. La campaña de Edwards no sobrevivió al escándalo.

Los casos de Cain, Hart y Edwards son extremos, pero no hay ningún candidato presidencial en Estados Unidos que esté a salvo de un cuidadoso examen de la prensa sobre su trayectoria. Apenas un político se convierte en un postulante de peso a la Casa Blanca, los grandes medios, como el New York Times o el Washington Post, forman equipos de periodistas destinados exclusivamente a indagar en su vida.

Parte de esas indagaciones se dirigen a la vida sentimental del candidato. En Estados Unidos, la prensa, el público y los propios políticos aceptan que su vida sexual es parte de los tópicos que se deben cubrir en una campaña. País fundado por puritanos a fin de cuentas, se entiende allí que la vida personal es un reflejo de la vida pública, y que un político que miente en su vida íntima no es digno de la confianza de los ciudadanos.

La pertinencia o no de investigar la vida sexual de un candidato es un tema controvertido y excede las ambiciones de este artículo. Lo que no admite discusión es que un postulante presidencial debe ser sometido a una exhaustiva revisión de su vida pública, no solo para encontrar elementos potencialmente escandalosos sino para dar herramientas para que los ciudadanos puedan juzgar a quien pretende recibir una enorme suma de poder. ¿Cómo ha ejercido su liderazgo en momentos clave? ¿Qué estándares éticos han guiado sus acciones? ¿Sus decisiones han sido fieles a los principios que alega profesar? ¿Está capacitado para el cargo? ¿Conoce profundamente los problemas que deberá resolver como Presidente?

Así, el proceso de selección de un Presidente se entiende de manera similar al reclutamiento del gerente general de una empresa. Los candidatos son los postulantes al cargo. Los dueños de la compañía son los electores. Y la prensa es el head hunter, a cargo de examinar el currículo, la historia y las destrezas de los candidatos. El head hunter trabaja para los dueños, ayudándolos a tomar la mejor decisión al momento de contratar a su nuevo empleado, tal como la prensa es una herramienta de los ciudadanos para elegir con mejores elementos de juicio.

Cuando Barack Obama surgió como un posible candidato presidencial, ejércitos de periodistas fueron destinados a indagar en su vida y obra. De ese esfuerzo salieron completos reportajes de investigación y biografías. El momento crucial para Obama llegó el 13 de marzo de 2008, cuando la cadena ABC emitió un video con extractos de sermones de Jeremiah Wright, el pastor protestante afroamericano al que Obama reconocía como guía espiritual e infl decisiva en su vida. En ellos, Wright justifi aba los ataques del 11 de septiembre, acusaba al gobierno estadounidense de haber creado el virus del VIH como «un arma de genocidio contra las personas de color» y terminaba diciendo: «Dios maldiga a América».

Lo más interesante del episodio es que los sermones no fueron revelados ni filtrados por la campaña de la rival de Obama, Hillary Clinton. Fue un equipo de investigación del programa Good Morning America el que gastó 500 dólares en comprar todos los devedés disponibles con discursos de Wright. El periodista de la ABC Brian Ross relata que mientras escuchaba a Wright «lo que realmente estaba buscando era una imagen de Obama en la congregación». Pero cuando encontró el discurso sobre el 11/9, entendió que ahí había una noticia: «Pensé: uh, esto es grande».3

Claro que era grande. La relación de Obama con Jeremiah Wright se convirtió en el momento decisivo de la campaña, aunque el correcto manejo de crisis del senador le permitió salir airoso de la controversia.

En la campaña de 2012, el Boston Globe puso en jaque la candidatura de Mitt Romney cuando reveló que el candidato republicano había permanecido al frente de la empresa de capitales Bain hasta 2002, contradiciendo su aseveración de que se había retirado en 1999.4 La investigación resultó dañina para Romney no tanto por el hecho en sí (entre ambas fechas Bain se había involucrado en controvertidos despidos masivos de las empresas que gestionaba), sino por la sensación pública de que el candidato había sido sorprendido en una mentira.

Los casos son incontables, y nos permiten una comparación interesante con el papel de la prensa chilena en la noticia que derribó la candidatura presidencial de Laurence Golborne. Como se sabe, un fallo de la Corte Suprema condenando al holding Cencosud por el alza unilateral en los costos de mantención de la Tarjeta Jumbo Mas, ejecutada cuando Golborne era el gerente general de la firma, descarriló su campaña.

¿Cumplió en este tema la prensa su función de head hunter frente a los ciudadanos? Claramente, no.

El caso era conocido desde hacía años por una elite bien informada. Se sabía que Golborne había sido el protagonista en la decisión de aplicar el alza unilateral. Sin embargo, la prensa ignoró el tema. Creo ser el único periodista que alguna vez preguntó a Golborne por el asunto. Fue el 28 de noviembre de 2012, en una entrevista en CNN Chile, y el candidato defendió sin vacilaciones la práctica:

Liberada del yugo pesado de la dictadura, la prensa chilena se sometió a uno tal vez peor: la autocensura derivada de una loable intención de «cuidar la democracia», que pronto derivó en la menos romántica de «cuidar al poder», sus intereses y sus equilibrios. De esa época heredamos un periodismo político aún tímido y vacilante, que mira demasiado al poder político y muy poco a los ciudadanos.

–A usted le modifican las condiciones y le avisan con anticipación y le advierten que usted puede dejar de utilizar el servicio. Así ha funcionado en el sistema financiero durante muchos años.

–¿Y le parece correcto que pueda seguir funcionando así?

–Con el aviso adecuado, es perfectamente factible que esa situación pueda ser de esa manera. [Si] usted acepta la firma de cuatro millones de personas previo a cualquier modificación es un tema un poco complejo.5

La respuesta de Golborne, defendiendo una práctica que el propio gobierno, a través del Sernac, consideraba ilegal, era sin duda material importante para los ciudadanos. Sin embargo, la prensa no siguió el asunto, ni lo haría hasta el fallo de la Corte Suprema. ¿Qué pasó?

Tras conversar con varios periodistas y editores al respecto, me quedo con una explicación que tiene que ver con la cultura corporativa de los medios, más que con teorías de conspiración política. «Los medios en Chile son muy pudorosos cuando se trata de denuncias políticas, y eso se transmite de arriba hacia abajo, pero es más bien implícito», me dice un reportero del área política de un diario. «No hay mucha disposición a adelantar hechos, a menos que un actor político lo denuncie. Tal vez es una imparcialidad mal entendida», me explica un editor de política de otro diario. «En el caso de Cencosud, la discusión era “para qué lo vamos a publicar nosotros, va a parecer que le estamos haciendo la campaña a Allamand”. En la cultura chilena, levantar un tema como ese sin que una noticia del día lo haga urgente te hace aparecer parcial, matriculado contra una candidatura», dice.

Esta cultura de la irresolución, muy ajena al papel del head hunter, se suma a asuntos más prácticos. Uno es el poco diálogo entre las secciones en los principales periódicos. El caso Cencosud era seguido al detalle en las áreas de Economía y Tribunales, pero esa información no necesariamente se compartía con Política. «Pocas veces Política y Economía trabajan en conjunto. En la práctica son compartimentos estancos, a menos que haya una instrucción desde arriba de colaborar en un tema», me cuenta un reportero político.

Tal vez eso explica en parte la insólita falta de reacción de los principales diarios cuando la Corte Suprema condenó a Cencosud. Al día siguiente, tanto El Mercurio como La Tercera cubrieron el tema como una noticia económica, indagando en sus efectos sobre el mercado del retail, y no como una bomba de alto impacto político. El Mercurio solo mencionó a Golborne en el último párrafo de su nota, aludiendo que había pedido, sin recibir respuesta, su opinión sobre el fallo. Lo de La Tercera fue increíble: en parte alguna de su cobertura del fallo (bastante más discreta que la de El Mercurio, por lo demás) mencionaba al candidato de la UDI.

Otro factor es la falta de recursos para armar equipos de investigación sobre los candidatos, que requieren sacar a reporteros experimentados de la pauta diaria para perseguir pistas inciertas. El rumor sobre una sociedad de Golborne en las Islas Vírgenes comenzó a circular en algunos medios tres semanas antes de que se hiciera público.6 Sin embargo, la mayoría de ellos no siguió la pista. «Alguien echó a correr el dato, entiendo que venía de la gente de Allamand», cuenta un reportero que cubre el frente Alianza en un diario. «En Estados Unidos hubiera salido altiro, pero aquí en las secciones de Política hay poco hábito de investigar, nadie le dedica tiempo a eso. Había que ir al archivo judicial, a la notaría, y era un proceso largo para un rumor que parecía incierto», explica.

Curiosamente, no fue uno de los diarios de referencia ni un portal de investigación el que rastreó el caso, sino un diario de regiones, El Sur de Concepción. Su periodista Isabel Plaza, quien tiene conocimientos de derecho, siguió la pista, pese a la dificultad de hacer los trámites judiciales en Santiago, y consiguió los documentos. El jueves 25 de abril, horas después de conocerse el fallo por Cencosud, Plaza aprovechó una visita de Golborne a la región del Biobío para preguntarle por el tema, en una entrevista de cinco minutos en el aeropuerto de Concepción.El rumor se extendió durante el sábado, y el domingo El Sur publicó su artículo. Al día siguiente, Golborne ya no era candidato.

En el caso de las Islas Vírgenes, al menos un medio hizo la pega. En el de Cencosud, la falla fue generalizada. Y el episodio deja lecciones inquietantes sobre cómo la prensa nacional se ve a sí misma y ve su papel en la cobertura de campañas presidenciales.

Promesas de campaña: el detector de mentiras

Eran los días finales de la campaña presidencial de 2012, y Mitt Romney sabía que su única opción de derrotar a Barack Obama pasaba por llevarse el estado de Ohio, donde la recesión y el desempleo eran grandes preocupaciones, pero el Presidente mantenía una estrecha ventaja en las encuestas. Entonces Romney pasó al ataque. La noche del 25 de octubre, en Defiance, Ohio, afirmó que «una de las grandes industrias de este estado, Jeep, cuyos dueños ahora son los italianos, está pensando mover toda su producción a China».

Acto seguido, la campaña de Romney decidió jugarse en ese esfuerzo sus últimas cartas. Destinó millones de dólares a inundar la radio y la televisión de Ohio con un aviso en que culpaban a Obama de «vender Chrysler a los italianos que ahora harán los Jeeps en China».

La propaganda tenía sentido: apelaba a la preocupada clase media de Ohio, cuyos empleos dependen en buena medida de la industria automovilística. Había un solo problema: no era verdad. La empresa ya había desmentido el rumor de que trasladaría su producción a China.

La prensa reaccionó sin timidez. Simplemente, denunció que la campaña de Romney estaba mintiendo. Clave fue el papel de los fact-checkers, unidades de investigación especializadas en analizar los dichos de candidatos y autoridades para determinar si son verdaderos o falsos. La neutralidad mal entendida no cabe aquí: los fact-checkers no tienen medias tintas ni usan eufemismos cuando llegan a la conclusión de que alguien está mintiendo al público. En el caso de Jeep, Factcheck dijo que Romney estaba «absolutamente equivocado». Politifact catalogó sus dichos como «pantalones en llamas» (una expresión proveniente de un dicho popular: «Liar, liar, pants on fi e»), y la «premió» luego como«la mentira del año».8

La cultura del fact-checking está hondamente enraizada en Estados Unidos. Entre los equipos más prestigiosos se cuentan FactCheck, de la Universidad de Pennsylvania; TheFactChecker, del Washington Post, y PolitiFact, del Tampa Bay Times. Pero todo medio de prestigio tiene su propia unidad especializada en evaluar si los candidatos y autoridades dicen la verdad o no. De hecho, las propias campañas usan sus veredictos como «sello de garantía» para sus avisos publicitarios, o para atacar al rival por haber faltado a la verdad.

Cuando lo entrevisté para la revista Qué Pasa, Matt Waite, uno de los creadores de PolitiFact, describió su trabajo como una «rebelión» contra «la vieja manera de hacer periodismo, eso de “esta persona dice esto, esta persona dice esto otro, dejemos a la gente decidir”. [Eso] ya no es suficiente», y explicó que «Eso es flojera. El trabajo del periodista es sopesar elementos y decidir cuáles son importantes, y proveer esa información a la gente». PolitiFact fue el primer sitio web en ganar un premio Pulitzer, gracias precisamente a su cobertura de las verdades y las mentiras de la elección presidencial de 2008.

Y la información se entrega sin eufemismos. «Cuando cruzas la línea de decir que algo es verdadero o falso, lo demás es lógico: esa persona dijo algo falso. Por extensión lo estás llamando mentiroso»9 , dice Waite. Así el mentiroso sea el Presidente de los Estados Unidos.

En Chile han existido algunos intentos por replicar a los fact-checkers. En las elecciones presidenciales de 2009, La Tercera y la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales lanzaron «Bajo la lupa», una sección que calificaba declaraciones de los candidatos en las categorías Exacto, Inexacto o Falso. Era un esfuerzo serio, pero tuvo escasa repercusión en los demás medios y en las campañas.10 Más recientemente, un reportaje de Qué Pasa sometió a un «test de la verdad» algunas de las declaraciones de campaña de los candidatos presidenciales de 2013.11

¿Por qué la cultura del fact-checking no se generaliza en Chile? De nuevo, se mezclan asuntos culturales, organizacionales y económicos. «Hay cierto pudor, no me imagino a El Mercurio o La Tercera aseverando en una nota que un candidato mintió. Sería un escándalo», me dice un editor de la sección política. Pero, además de decisión editorial, montar una operación seria requiere recursos que las secciones de política prefieren destinar a otros asuntos.

Sin embargo, al limitarse a cubrir la política como un juego de declaraciones cruzadas la prensa presta un flaco favor a los ciudadanos. Si la mentira y la verdad reciben el mismo trato en los medios, crecen los incentivos para que los políticos falten a la verdad: les sale demasiado barato. El miedo a ser pillados en falta es un poderoso estímulo para que los candidatos se ajusten a la realidad. ¿Gracias a los fact-checkers, son más cautelosos los políticos antes de decir una mentira? «Algunos sí. Otros se corrigen a sí mismos. Cuando los llamamos para pedirles los datos en que sustentan una afirmación, ellos mismos escriben en su Twitter, en su blog o en cualquier medio, y de inmediato reconocen que cometieron un error y se retractan», dice Matt Waite, de PolitiFact.

Claro que los «detectores de mentiras» no son la única manera en que los medios pueden iluminar. Una cobertura especializada sobre las promesas de campaña, que permita comparaciones sencillas entre las propuestas de los candidatos, análisis de sus costos y de su concordancia con las posturas anteriores del mismo postulante, también es extraordinariamente útil. De nuevo, el problema principal es el foco: ¿está puesto en cumplir con el candidato cubriendo sus propuestas, o en iluminar al ciudadano dándole más herramientas para decidir?

El foco en los ciudadanos: un seguro de vida

Las campañas presidenciales chilenas se han «americanizado». Las primarias, el voto voluntario y la creciente sofisticación de las herramientas de marketing político hacen que los candidatos y sus asesores importen cada vez más ideas y métodos de trabajo desde Estados Unidos, entendiendo que ahora su desafío no solo es convencer, sino movilizar a un electorado, y que su gran rival no solo es el candidato del frente, sino la apatía y la abstención.

Los medios, en cambio, parecen menos entusiastas a la hora de adoptar las prácticas de sus símiles norteamericanos en la cobertura de elecciones. No es que todas esas prácticas sean positivas ni que deban ser copiadas sin más. Entre los aspectos que considero negativos de la prensa política estadounidense están el énfasis excesivo (obsesivo, muchas veces) en la vida personal y sexual de los candidatos, y la profusión de medios «de trinchera», dedicados al activismo y a la confrontación antes que al periodismo.

En cambio, el foco en los ciudadanos y la visión que la prensa tiene de sí misma, como contrapeso del poder político, son miradas saludables que fortalecen la democracia. Y que además crean un lazo más fuerte entre los medios de comunicación y su público.

En tiempos de incredulidad y cinismo, cuando audiencias cada vez mejor informadas cuestionan constantemente a los medios tradicionales por su relación con el poder político, volver la mirada a los ciudadanos y ponerse a su servicio no solo es éticamente correcto. No solo fortalece la libertad de expresión y la democracia. Es, además, un buen negocio. Y tal vez el único seguro de vida que la prensa puede tener en un escenario cambiante y lleno de amenazas.


Notas

  1. «El alcalde de San Antonio se reunió con el candidato presidencial Andrés Allamand», www.soychile.cl/San-Antonio/Politica, 16 de marzo de 2013.
  2. «Back to Ohio, Romney faces uphill battle in key state», https:// usatoday30.usatoday.com/news/politics, 24 de septiembre de 2012.
  3. David Remnick, The Bridge. The Life and Rise of Barack Obama, Nueva York, Knopf, 2010, p. 517.
  4. «Mitt Romney stayed at Bain 3 years longer than he stated», www. bostonglobe.com, 12 de julio de 2012.
  5. «AVP: Golborne cree “innecesaria” la reforma propuesta por la UDI», LaNación.cl, 28 de noviembre de 2012.
  6. Debo reconocer que en ese caso yo no estuve bien informado. Solo me enteré del «trascendido» un día antes de que se hiciera público.
  7. La descripción de la entrevista y su contexto está en «El diálogo que selló una candidatura», ElSur.cl, 5 de mayo de 2013.
  8. «Lie of the Year: The Romney campaign’s ad on Jeeps made in China», Politifact.com, 12 de diciembre de 2012. Meses después de las elecciones, Fiat y Jeep anunciaron la apertura de una línea de montaje en China, lo que hizo que algunos medios conservadores reabrieran la discusión sobre si Romney había realmente mentido o no.
  9. Qué Pasa, 22 de marzo de 2013, pp. 71-74.
  10. Ver en www.latercera.com/elecciones/canal/1274.html. 11 Qué Pasa, 19 de abril de 2013.