Cuando era más niño me gustaba imaginar a mis compañeros de curso lamentando y llorando mi muerte, sobre todo a mis compañeras. Esa muerte no venía después de una larga vida llena de errancias y encuentros. La cosa es que fuera a esa misma edad, una muerte injusta y precoz. No necesitaba ser importante, solo morir y así por fin reunir la atención de todos por un momento. Intuí que la muerte era la mejor forma de promocionarme, como Jesucristo, aunque la resurrección fue lejos su mayor acierto (y tener todo un equipo dispuesto a confirmarla). Más en serio: es penoso que solo después de la muerte de Daniel Zamudio la Ley Antidiscriminación se pusiera de moda, y que la huelga de hambre mapuche haya sido el momento más mediático del conflicto.

Todo esto me recuerda un comercial de Nike, aunque podría ser una instalación de arte, donde la típica estatuilla de la crucifixión, en vez de tener escrito Inri en su humilde cartelito, tenía un desafiante Just do it. Solo hazlo, deportivamente, que te crucifiquen por algo. En la novela Rojo y negro, Mathilde miraba con desprecio a las personas reunidas en su mansión, analizándolas una por una y concluyendo que ninguna de ellas sería capaz de dar la vida por algo. La novela está anticipando el tiempo histórico en que “el triunfo de la burguesía ha ahogado los estremecimientos sagrados del éxtasis religioso, delentusiasmo caballeresco y del sentimentalismo barato, bajo las aguas heladas del cálculo egoísta”. La cita es de Marx. Cuando yo era pubertoso tuve una idea de lo que era el cálculo egoísta viendo un comercial de pastas Tres minutos, donde un niñato presumía que en tres minutos cocinaba sus pastas, en tres minutos hacía una acrobacia en bicicleta, en tres minutos se engrupía a una mina y la invitaba a bailar, en tres minutos terminaba este artículo, etcétera. Incluso odiando a este modelo maldito se hacía difícil no tratar de suplantarlo y terminar compitiendo y transformándose en él.

Ahora se puede ver al joven Tres minutos (o a uno de sus competidores), unos años mayor, paseando en bicicleta con su polola por unos neblinosos bosques nativos, fuera del tiempo, enmarcados exitosamente en el anuncio de seguros de vida que aparece por estos días en el andén de estación Tobalaba. Ambos encarnan la utopía de la sociedad parejística, monogámica y siempre adúltera, de personas que se sienten solas, porque queremos siempre lo de más allá. Lo mismo que postergar esta vida por otra y adquirir de inmediato el seguro de vida, como ese papá que en otro comercial de seguros le gritaba en el concierto al músico: “¡Genio, no te mueras nunca!”. Luego en el estadio, al goleador de la selección: “¡Ídolo, no te mueras nunca!”. Después de dar el beso de buenas noches a su hijo y cerrar la puerta, el pequeño murmuraba para sí mismo, angus tiado: “No te mueras nunca”. El niño, lo perdonamos, no entiende que la inmortalidad se gana con muertes trágicas, al menos inventándolas. Tampoco deja descansar al papá. Y es que el niño es esa parte de nosotros que no quiere aprender a contar, lo supe cuando intuí que me estaba inscribiendo en el Servicio de Impuestos Internos, despedida oficial de la adolescencia.

De ahora en adelante el spot de mi vida sería mi vida como perfecta promoción de mí mismo y de mi partido, próximo a fundarse según precisa instrucción en mi testamento, dos puntos: Derecho a la necesaria conversación entre amigos sobre asuntos varios y dilatorios. Segundo, derecho a todas las combinaciones y distribuciones en el ámbito de lo sexual, que también incluye al cuerpo. Tercero, abolición de la esclavitud en las fábricas chinas de la vanguardia tecnológica de Apple. Por último, inmediata prohibición de gigantografías gastronómicas, estimulantes de la producción de ácidos gástricos y por lo tanto de irritantes úlceras en los estómagos de la ciudadanía que todavía no llega a la casa a comer.

Queda para la próxima sesión una campaña cultural que contempla la entrega de flyers con la cara de Nicanor Parra a la salida del metro, que expliquen cómo lo hace para ser idolatrado a pesar de no haber muerto de manera trágica, como Allende, John Lennon, Rodrigo Lira o Jesucristo. Sin olvidar un spot donde Nicanor, en persona, recita un poema hasta que alguien se pone de pie entre el público y le grita: “¡Genio, no te mueras nunca!”.