Hay días que pensás que vas a reaccionar. Cuando bajo un sol de mil incendios cruzas la calle y un tipo se acerca y susurra: «Mami, guarda, mire bien que la va a pasar un auto por encima, la acompaño pa’ cuidarla, mami». O cuando salís del supermercado y en el calor gomoso del trópico otro suelta:
«Ay, mami, esas bolsas le van a hacer mal a la espaldita; la ayudo, mami». O cuando fumas en la vereda y otro más: «Ay, mami, no fume que la afea». Un día, pensás, lo vas a empujar, a tirarle la bolsa en la cara o a quemarle el cigarrillo en la oreja. Pero no. Aguantás.
Como esos otros días. Tal vez tenías ocho, tal vez diez. Volvías del colegio envuelta en bufandas, blazers, cancanes, y un señor te hizo señas para que te acercaras al fitito rojo y vos te acercaste y lo viste mostrándote el pito macizo.
A veces volvías a tu casa en colectivo y entonces estaba ese otro que te apoyaba. Después, en ese primer trabajo donde eras tan seria y tan formal, había un jefe que veías como un buen abuelo, que una de esas mañanas tranquilas te invitó un mate y a acompañarlo a la isla: «Vamos solos un fin de semana sin decirle nada a nadie».
Y siguió –sigue– todo lo demás: un superministro interrumpe la entrevista con elogios y te propone una cena, y cuando encontrás la manera más elegante de zafarte llama a tu jefe y tu jefe te dice ay, que lo enloqueciste, que acepta, pues, tonta. El señor de Uber te recoge en un bar y cuando subes: «Mami, me hubiese avisado y me bajaba a tomar una cerveza». El que te tocó el culo en la cancha.
El de Naciones Unidas, esforzado en dar una charla muy progre, propone imaginar un mundo mejor en el que las mujeres sean libres porque asisten puntuales a las convenciones de casarse y parir, pero cuando ellas quieran. Si hasta el más librepensante de América Latina te sale con un qué exageradas, flor de putita o anda a lavar los platos, pero en broma, claro, ay, no se puede hacer ni un chiste, che.
Pensás en reaccionar, pero no. Aguantás porque el señor del fitito puede someterte a algo peor.
El jefe puede volver tu rutina imposible. El superministro, no darte nunca más una entrevista.

El señor Uber puede salirte con que contraviniste los términos y condiciones de la aplicación y que claro, comprenden, pero contraviniste los términos y condiciones de la aplicación, lo sentimos tantísimo mucho. Te van a decir que la cancha no es para mujeres, que los hombres son hombres y en esas circunstancias hacen eso, que viajaste sola con una amiga, que te expusiste, que no entendés porque no tenés hijos; que sí, está mal pero es así.
Ese modo inquisidor, vulgar y bajero, es el tono de nuestras vidas ahí afuera, en la calle. De todas: las avispadas y las ingenuas, las chiquititas y las crecidas, las que leen las etiquetas y las del fondo blanco sin mirar, las solas y las mal acompañadas, la Wonder Woman y la Manic Pixie Dream Girls.
Todas tenemos en común eso de ofrecemos a veces resignadas a lo parco del día, en silencio y con desesperación.
Y a veces no la contamos. A veces nos prenden fuego, en México o en Guatemala, o nos rocían con ácido, en Colombia, o nos arrancan los ojos, en Chile. A veces nos drogan, violan y empalan hasta matarnos de dolor. Como a Lucía Pérez, la nena asesinada en Mar del Plata. Ahí reaccionamos. Después del femicidio de Lucía, una marea de activistas organizadas, madres con sus hijos, estudiantes, laburantes, coparon las calles de Buenos Aires porque duele, porque entienden, porque les pasó, porque no se aguanta. Fue en Argentina el miércoles 19 de octubre pero también fue en Ecuador, en Perú, en Panamá, en Chile. Pero pasaron los días y en el país donde empezó esa demostración fenomenal siguieron matando a una mujer por día. Hoy uno de los títulos principales del diario Clarín es «Asesinaron de un machetazo en la cabeza a una docente en Santa Fe». Abajo da el detalle: la mató su expareja. A algunos todavía les cuesta nombrar el femicidio. Y, ya sabemos: lo que no se nombra no existe.
Mi abuela Porota, una sabia sin títulos ni academia ni otra aspiración que la dignidad, siempre repite que la indiferencia mata. El #Niunamenos no será la interrupción de esa forma de violencia, pero tal vez sea el reverbero flotando en el aire después de un gran impacto. El inicio de la tarea para arrollar lo que ya no se aguanta.