Fue la primera en conseguir un testimonio, desde el interior de los aparatos represivos de la dictadura, que confirmó la existencia de los detenidos desaparecidos. También fue pionera en destapar la corrupción de Pinochet y su entorno. Hoy dirige Ciper, el medio revelación del periodismo chileno. En octubre de 2014 la UDP la distinguió como profesora honoraria. Encabezó la ceremonia el rector Carlos Peña, que la saludó con las siguientes palabras. Enseguida, junto con agradecer el nombramiento, Mónica González hizo un repaso crítico del periodismo actual y sus más urgentes desafíos.

La calidad de profesora honoraria la concede la Universidad Diego Portales a quienes han hecho contribuciones perdurables, con su trabajo profesional e intelectual, al campo en el que han desenvuelto su vocación. En el caso de la profesora Mónica González esas contribuciones se han realizado en el ámbito del periodismo, el mismo en el que la Universidad Diego Portales ha conferido la calidad de profesor honorario, que ahora le ofrecemos a ella, a Tomás Eloy Martínez y a Javier Cercas.

El periodismo tiene la particularidad de ser un quehacer en el que se entrelazan, de manera casi indisoluble, el ejercicio de una profesión -la mayoría de las veces al interior de una industria, la de los medios de comunicación social– y el ejercicio de un derecho ciudadano, la libertad de información y de expresión. Posee así el periodismo la extraordinaria cualidad de ser a la vez un oficio y un derecho; un quehacer en el ámbito de la división social del trabajo y un principio de índole ética y política; una vocación y al mismo tiempo un deber. Cuán bien o mal se le ejerza, si al profesarlo se está o no a la altura de aquello que lo constituye, depende entonces de la manera que se haya ejercido esa doble dimensión.

Ahora bien, cuando se juzga el trabajo de Mónica González desde ese doble punto de vista, el resultado no puede ser sino la admiración.

Admiración, desde luego, porque ella desenvolvió su vocación en tiempos muy difíciles para el oficio, tiempos en los que realizar periodismo de investigación carecía de todo reconocimiento y equivalía, en cambio, a arriesgar la propia integridad física. Pero admiración también porque cuando esos tiempos difíciles pasaron, ella, en vez de adherir a la nueva configuración del poder, se esmeró por mantener una posición de independencia radical, adoptando entonces frente a quienes ahora lo ejercían la misma actitud de escrutinio y desconfianza intelectual que había forjado en los años difíciles de la dictadura. Mónica González mostró entonces que lo que a ella la anima no es un punto de vista particular frente a las múltiples opciones que la vida política pone ante cada uno de nosotros, sino un compromiso de índole ética con el oficio periodístico: la convicción de que, en democracia o en ausencia de ella, en tiempos malos o aparentemente buenos, le cabe al periodismo el deber de dar a conocer lo que el poder, el poder de entonces y el de ahora, tanto el que se opone a  nuestras convicciones como el que coincide con ellas, se esmera inevitablemente en ocultar. Mónica González muestra así con su ejemplo que entre el poder político y el periodismo existe una rivalidad de origen que no debe echarse nunca al olvido, en la medida en que uno, como enseña la vieja doctrina del arcani imperi, busca que ciertas cosas se desenvuelvan en las sombras, y el otro que todas las cosas, las dignas y las indignas, salgan a la luz del día.

Ese compromiso ético con el oficio, que Mónica González ha demostrado poseer más allá de cualquier duda y sin consideración del riesgo, sería un motivo más que suficiente para que la Universidad Diego Portales le confiriera esta sencilla distinción; pero no se agota allí lo que hace a la trayectoria de Mónica González digna de admiración y de encomio. Porque ella no solo ha ejercido el oficio periodístico con altura moral, sino que además lo ha hecho con notable altura y sofisticación intelectual. La trayectoria de Mónica González muestra, y me parece que en esto ella constituye un ejemplo para las futuras generaciones, que un buen periodista debe ser capaz de conciliar sus deberes éticos con las virtudes intelectuales, pluralismo, imparcialidad, empeño por buscar la verdad, que, desde antiguo, animan la vida de la universidad.

Para demostrar lo anterior, a saber, que en la trayectoria de Mónica González compiten el sin que podamos saber cuál aventaja a cuál, basta citar La conjura, una de sus investigaciones más logradas, en la que, sin proponérselo, reduce a un balbuceo de principiante todas las crónicas y todas las investigaciones que hasta el momento en el que ese libro apareció se habían escrito sobre
el golpe militar de 1973. La conjura pone de manifiesto la índole del periodismo de investigación que ella cultiva, que es casi la misma que la de la historiografía: igual apego a las fuentes múltiples puntos de vista, el mismo empeño por poner de manifiesto el  la realidad.

El trabajo de investigación de Mónica González, como lo muestra día a día Ciper, el sitio de periodismo de investigación que ella fundó y que dirige, carece de todo espíritu partisano y rechaza la estrecha noción de actualidad con que a veces las escuelas de periodismo malenseñan a los estudiantes. Mónica González no entiende por actualidad necesariamente el día a día, eso que incendia en un segundo el interés de las audiencias o de los lectores, para apagarse al segundo siguiente, sino el guión oculto de lo real, los acontecimientos más o menos subterráneos y soterrados que van configurando, sin que casi nos demos cuenta, lo que tenemos ante los ojos. Y es que Mónica González sabe que una cosa actualidad, una cosa el día a día y otra distinta la continuidad subterránea que lo guía y cuyo develamiento es la tarea del periodismo de investigación, una de las prácticas fundamentales para la salud de la democracia.

Para advertir la importancia que para la vida cívica y el bienestar de la democracia reviste el periodismo de investigación que Mónica González cultiva basta imaginarse, siquiera por un segundo, lo que habría ocurrido con la salud de las instituciones en los últimos años si ese tipo de periodismo no se hubiera ejercitado entre nosotros y si en vez de investigar, como enseña a hacerlo Mónica González, los periódicos, la televisión y la radio se hubieran dedicado simplemente a entretener o a entregar  día que alimenta el ansia de novedades.

Sobran, como ustedes ven, las razones para que la Universidad Diego Portales ofrezca este nombramiento de profesora honoraria a Mónica González y para que, de esta forma, ella se incorpore a nuestra Universidad. No se nos escapa, por supuesto, la sencillez que posee este nombramiento en medio de los premios harto más prestigiosos que Mónica González ha recibido, y no ignoramos tampoco que al hacerle este nombramiento nos prestigiamos más nosotros que ella, y por eso en nombre de la Universidad le agradezco muy de veras su disposición para aceptarlo.