“No hay, prácticamente, estudios biográficos o globales de las mujeres de clase media. Hay algunas biografías de ‘mujeres notables’, de estirpe oligarca o de construcción universitaria, pero no hay ningún estudio profundo, ni histórico, ni sociológico, ni antropológico, de las mujeres anónimas de clase media”, dicen Gabriel Salazar y Julio Pinto, en su estudio sobre la historia de las mujeres chilenas. De este modo, si la historia de las mujeres pobladoras y trabajadoras se organiza en base a fuentes legales y judiciales, los autores se preguntan cuáles serían las fuentes para acceder a la historia de la clase media satisfecha sin asuntos penales pendientes. Pareciera que, para el caso de las mujeres intelectuales, lo más evidente sería revisar sus propios escritos. Escritos de autofiguración o construcción del yo, que van desde los ensayos y los textos de ficción hasta los más típicamente referenciales como los diarios íntimos, de viaje, autobiografías, memorias, confesiones, cartas, etc. Una producción que se iría desplazando, a comienzos del siglo XX, lentamente de la aristocracia a la clase media, hasta mediar el siglo con la presencia indiscutible y la activa participación de las escritoras mujeres en la escena literaria.

Ciertamente, como lo anuncian Pinto y Salazar, resulta difícil encontrar biografías de mujeres no-notables. Y ciertamente son mucho más comunes las memorias y autobiografías de las mujeres de la oligarquía que de las semi desconocidas intelectuales de la clase media chilena. Sin embargo, veremos que avanzando el siglo comenzarán a ser desplazados los nombres de Inés Echeverría, Delia Rojas (o Delie Rouge, si se quiere), Martina Barros, María Flora Yáñez por figuras que, aunque acomodadas, a veces constituyen un nuevo grupo social de mujeres profesionales y trabajadoras como María Carolina Geel, Marta Vergara o Isidora Aguirre, incluso Violeta Parra con su autobiografía en verso.

No es lo mismo lo que sucede con los diarios íntimos. Si bien muchas mujeres escribían en su diario de vida regularmente, pocas de ellas se atrevieron a mostrarlo, ¡menos a publicarlo! Al revisar las autobiografías y memorias publicadas descubrimos que sus orígenes fueron precisamente esos diarios íntimos; que la fuente, la documentación de esos recuerdos, proviene de esos diarios que nunca se atrevieron a mostrar. Son la base primigenia del retrato personal y de la formación del oficio de la escritura. Lo confiesan nuestras autoras conocidas como Inés Echeverría y Teresa Wilms Montt, así como mujeres menos renombradas como, por ejemplo, Teresa Hamel, Gabriela Lazaeta o Graciela Toro. Las tres develan el secreto del diario con cierto pudor, enfatizando que lo conservarán inédito, que no lo mostrarían a nadie, que lo escribieron a escondidas y lo hacen en reemplazo de la comunicación que no tienen con otros.

Isabel Edwards Cruchaga, una mujer de clase acomodada y dedicada a la escritura, asidua a talleres y a escribir a escondidas, nos cuenta que al regresar de su viaje a Europa en 1961 y  “querer leerles [a sus hijos] mis memorias del viaje, por autocrítica frente a la juventud y pureza del alma de mis hijos quemé todo en la chimenea. Nunca he querido manchar o herir el espíritu del que me lea, y me vi mordaz en la ironía”. Posterior a este acto, revisa el cajón en donde había guardado todos sus escritos antes de realizar su viaje y no los encuentra. Reescribe los cuentos de memoria y envía un manuscrito, titulado Cartas a un ladrón, a la editorial Zig-zag. El libro se publica en 1969. Casi diez años más tarde, en 1978, edita El cajón de las cosas perdidas con la editorial Nascimento.

Vemos entonces que a fuerza de ocultar la escritura, ella terminará apareciendo, tal vez con más fuerza, bajo la forma de un conjunto de cuentos o cualquiera de sus variantes. Y así, probablemente los diarios que se quemaron circulan travestidos bajo la aparente ficción. Retomando el problema inicial, tal vez habría que decir que la historia de las mujeres de clase media en Chile requiere de la revisión de las autobiografías y memorias, pero también habría que volver sobre sus cuentos, sus novelas, sus poemas.