Mañana voy a cruzar el centro de Montevideo con la maleta para tomar el transbordador y me van a asaltar. Hoy todavía llevo conmigo el documento de identidad, la tarjeta del banco, el reloj de bolsillo que me dejó mi padre. Es un día plácido. Tengo muchas cuadras por delante para mirar cachivaches en la Tristán Narvaja. Me inclino por los vendedores no profesionales que traen a la feria las cosas de su propio mundo, colecciones, hobbies, las ramificaciones caprichosas de su curiosidad. No hay concesiones a categorías modernas, salvo algún intento pueril por dar a los objetos usados un valor sentimental. Los pocos que tuvieron éxito comercial al vender sus cosas revenden las de otros acumuladores. Los inadaptados suman tantos mundos y con un criterio tan ecléctico que tienen asegurado un espacio perpetuo en la variedad dominical.

Hacia el final de la tarde un grupo de ellos entra al bar, y los sigo. Repiten los chistes para mí como si fueran nuevos. La última botella se lleva la escofina del tío abuelo de uno que hasta hoy conservó la ilusión de devenir carpintero. No recuerdo qué más pasa. No tiene importancia. La narración es un pretexto para que rememores si alguna vez conociste a un personaje que te pareció excéntrico y en quien no volviste a pensar hasta que te presenté a estos y como por milagro te dieron ganas de volver a pensar en esa persona. Levantas la cabeza de la pantalla donde me lees a mí y te sorprende una ráfaga de viento inesperada en este día calmo; apenas se va, tan veloz como llegó, aparece una vaca. Sí, una vaca.

Te explico por qué pongo en tu horizonte la vaca que come pasto en el campo al otro lado de la calle. Antes de que levantaras la vista para encontrarte con la inesperada ráfaga de viento, vi que tu conciencia dudaba si ubicar al excéntrico que conociste en el casillero de los fracasados, los resignados, los perdedores, ojos, decadentes, sin ambición o iniciativa. En mi apuro por interrumpir el juicio, pensé que una vaca podría distraer a tu conciencia.

La vaca real, la vaca vivida, la vaca olvidada, la vaca muerta. ¿Y si facilitamos las cosas? Total, ya estamos conversando los dos por fuera del texto. Qué pasa si prescindimos de metáforas, sinécdoques, metonimias, elipsis, alegorías –no sabes el trabajo que da usarlas– y hacemos un pacto. Tú te comprometes a mantener las garras de tu conciencia lejos de mi historia y yo prometo llevarte por caminos donde tu conciencia nunca anduvo.

A días de mudarnos, la vecina me advierte sobre ti aunque no encuentra un nombre para definirte. Dice que a pesar de tu rareza nunca le robaste, la estafaste o acosaste, lo que al parecer sí hicieron los hombres de bien que viven aquí. Igualmente en el pueblo te llaman el Loco. No sé si sabes eso.

El límite que separa el territorio de tu locura del nuestro está cubierto por una malla rota, unas moreras, ligustros, una chapa. En tu fondo tienes invernaderos y corrales que valieron su plata, en estado ruinoso. Queda un pato, un par de gallinas japonesas, un conejo, restos de emprendimientos que te iban a hacer millonario. Las lluvias licuan las heces en el barro.

 

Dicen que al padre de la joven que amenazaste lo ataron a un árbol para que no venga a matarte. Las calles del pueblo se vacían.

Un día golpeas las manos del lado de afuera de nuestra casa. Sé que eres tú. Es otoño y andas con musculosa. Tienes el pelo no canoso, largo; pequeño de estatura y desproporcionado. Lo siento. No eres lindo.

Cuando voy a hacer la compra escucho que si no te dan la razón te cuesta controlar la ira, y que te trenzaste a combos con varios gauchos. No creo todo lo que dicen, pero mi pareja se obstina en evitar el contacto contigo. Ahora estás afuera pidiéndonos pasto para tus aves, y en nuestro terreno, deshabitado por años, la maleza, el pasto, los yuyos, sobran.

Te ponemos como condición que vengas cuando estemos nosotros. No deja de ser humillante. Durante años los del pueblo entraron y salieron de este baldío.

El albañil te sorprende dentro. Se acaba el pacto. De tu fondo viene un intenso olor a mierda animal. Decido hablar contigo. Mi pareja llega a gritar de la desesperación para hacerme desistir. No se siente capaz de manejar la situación si te acercas demasiado a nosotros.

El vecino del noreste afirma que por las noches en tu casa estacionan autos sospechosos, policías traficantes. Es extraño que lo hagan en un lugar donde se sabe todo. El vecino le tiene miedo a las drogas, las tiene por destructivas, inmanejables. Desde mi patio veo crecer con envidia tus plantas de marihuana.

En invierno continúas llevando musculosa, short y chancletas. Cada vez que paso delante de tu casa me ladran tus caniches toy, me observa el galgo, y apareces. Es imposible evitar el contacto como quiere mi pareja. Tu necesidad de hablar es apremiante. No hay cómo parar tu soliloquio, eres de esos que no se preguntan por qué alguien tendría que escucharlos. La vecina se terminó peleando contigo porque no la dejaste opinar en los arreglos de su propia casa. En eso pienso cuando me aconsejas sobre las especies que necesitan poda y te ofreces a hacerla. Me atemoriza que nos espíes. No tomo en cuenta las veces que observo tu terreno. Uno de los caniches es mudo, lo gracioso es que él cree que ladra, me dice mi pareja.

Desde el otro lado de la malla te ofreces a hacer la instalación eléctrica, la del gas, la carpintería, la pintura. Desaparecen tus aves. El olor tarda más. Escucho los golpes de tus palmas en la entrada. Quieres que te compartamos nuestra clave de internet para escuchar música. Sabemos cuánto te gusta el rock pesado.

Se que está mal negarte la clave pero a nuestros oídos siguen llegando los ecos de peleas pasadas con los vecinos. Le advertimos al agrónomo jubilado que no te frecuente, pero está podrido como tú de los hombres de bien del pueblo, y terminan a los combos.

Lo siguiente que sé es que le cuentas a mi vecina que la verdad te la envía Dios a través de un complicado sistema energético. El día anterior a la tragedia apareces encaramado arriba del pino, a unos diez metros del suelo, con un serrucho en la mano y sin zapatos.

Reconstruir lo que pasó es imposible, las versiones no encajan, se desdicen. Voy a partir del momento en el que te veo hablando alterado por celular en la calle. No me parece raro porque este es de los pocos lugares donde se capta la señal telefónica. Le cuentas a alguien que te traicionaron.

La vecina nos avisa por WhatsApp que se está yendo en un taxi a la capital, pagado por sus hijes. Antes de eso, sales de tu casa con una escopeta, te encuentras con la hija y la nieta de un gaucho viejo con el que peleaste. Les apuntas. La madre se llega a mear de miedo y corre a tomar el bus. A esa hora en el club ya hay gauchos tomando fernet mientras los hombres de bien juegan al truco. Todos le tenemos miedo al perro que adoptó la panadera porque ladra ferozmente y sin razón. Tú disparas al aire. Los gauchos y los hombres de bien se esconden bajo la mesa. Aquí es cuando vienes a hablar por celular al frente de mi ventana y cuentas que te traicionaron. Llega la policía, no estás o no abres. Ellos por protocolo no pueden forzar la puerta, y se van. A la madrugada apareces casi desnudo en el campo del delegado del pueblo, le gritas «delator». Aterrorizas a su madre. La policía allana tu casa. Descubren un sistema casero para cortar cocaína, estampillas con ácido, dinero y las plantas de marihuana. Nunca encontrarán la escopeta ni los casquillos.

Dicen que al padre de la joven que amenazaste lo ataron a un árbol para que no venga a matarte. Las calles del pueblo se vacían. Hay una supuesta explicación de tu comportamiento y es que ayer ingeriste todas las drogas juntas. Te vuelven a llevar detenido. El miedo del pueblo a que te suelten llega a oídos del intendente. El pueblo representa 150 votos.

Se te para el corazón.
Quedas esposado a la cama del hospital.
La vecina alimenta a los cinco caniches toy, los cinco gatos de raza, el galgo. ¡Las gallinas! Me introduzco con el novio de la vecina a tu terreno a salvarlas, husmeamos tu cama, la mesa, el refrigerador, la mugre, el sebo, la soledad, el abandono. Recuerdo algunos momentos de mi vida en que estuve a punto de rendirme. Tus dos hermanas se enteran de que estás en el hospital, aparecen con sus hijos para apropiarse de tu casa. Te van a operar. A tus hermanas no les preocupan los animales. La vecina duda si entregarlos en adopción, todavía puede que vuelvas. El galgo permanece echado a la entrada con una pena que sobrecoge a cualquiera que pasa.

De aquí en adelante se vuelve más confuso. Firmo una carta en la que el pueblo pide a la autoridad política que te dejen detenido. Lo que más nos asusta es que la policía no ha continuado buscando la escopeta. Al volver, me sale al encuentro el último garzón, le digo así porque después de 50 años en el oficio no deja de serlo; lo operaron de la cadera, apenas camina, pero fuma. Te tiene aprecio. Me cuenta que desde niño venías todos los años durante los tres meses de las vacaciones. Por algún motivo que él no se explica tu familia te maltrataba, andabas sin abrigo, te encerraban cada dos por tres en un cuartito de guardar sin luz. El último garzón parece hablar por todos los que sabían y callaron.

Como carecen de pruebas sustanciales contra ti, la autoridad política no puede impedirte que vuelvas. Mi pareja manda a que tapen con chapas el límite con tu locura. Algo salió mal en la operación, tu deceso se prevé para esta semana. Tus hermanas desmantelan las construcciones que levantaste a un ritmo impasible, son las únicas que mantienen la esperanza. Ayudo a la vecina a convocar a una reunión adelante de la iglesia para hablar de lo que está pasando contigo y ver lo de tus animales, nadie llega. Los doctores te han salvado el corazón. Ya no hay motivo para que continúes en el hospital, están buscando un cupo en algún siquiátrico. Los caniches toy se van rápido. Los gatos no están ni ahí con irse. Al galgo lo adoptan dos veces y las dos veces vuelve a tirarse a la entrada de tu casa. Está dispuesto a morir de pena si no apareces. Su devoción me intranquiliza.

Han pasado dos años. Busco en internet la cárcel de Olmos en la que te encerraron; las pruebas contra ti continúan siendo insuficientes. Es de las peores de la provincia, construida en 1939 para 1.300 detenidos, hay sobre 2.800. Tus hermanas desmantelaron los invernaderos, salvo uno donde tus sobrinos plantan marihuana. Una levantó una casa prearmada adelante y la otra puso una casa rodante al fondo. Todavía no cortan el eucaliptus que amenaza caer hacia nuestra huerta. Tiran la basura a la calle cualquier día. No les importa. El vecino del noreste metió a su madre en un hogar para traerse a la novia con sus hijes. El novio de la vecina se encargó de ahogar a tus gatos porque le quitaban la comida a los suyos. La vecina se enemistó con el grupo de folklor porque le hicieron el vacío a su novio, y ahora bailan tango. Los hombres de bien tienen el culo cada vez más grande de jugar a las cartas, se descubrió que los dueños del restorán tenían a todos los empleados en negro; en vez de hacerles contrato, los echaron. Parece que los que roban en la cooperativa son ellos mismos. La última reunión tuvo que venir la policía. Algunas veces me da por pensar en la escopeta que no encontraron y me da miedo. En la cárcel de Olmos el contagio ya es inmanejable. Acá con el coronavirus está tranquilo, bueno, no tanto, se enteraron de que con mi pareja viajamos a Chile, fue antes de las cuarentenas, pero nos denunciaron igual. La pasamos en la casa sin salir, con la visión de la locura tapiada.

¿Vas a creer? Antiguamente en todo pueblo que se preciaba había un loco.