No es que en esa época me haya impactado, ni siquiera seducido. Pero de todas maneras el comercial de la Polar, en los 80, dejó en mí una huella y hoy se convierte en un invaluable referente para ver cómo ha cambiado mi país. En una época en que la publicidad en la televisión comenzaba a explotar el color –antes visto solamente en el cine en inolvidables piezas como las de Martini Bianco– y que buscaba locaciones en la naturaleza para resaltarlo, este comercial era, por decir lo menos, pájaro en corral ajeno.

De partida era una animación. La música era tropical. La protagonista, una curvilínea mujer negra, que bailaba en ropa interior y reclamaba con acento caribeño: “Oye chico yo no tengo vestido, no tengo plata, no tengo abrigo, no tengo ná, ná, ná…”. A continuación “el chico” –negro también en una época en que los inmigrantes de esa raza en Chile eran poquísimos– contestaba cantando: “No te aflijas mi negra, que es llegar y llevar, donde tú ya lo sabes, La Polar, La Polaaaar…”

Supongo que es evidente que los creadores de ese comercial pretendían apelar a los sectores de menos ingresos y les ofrecían acceder a bienes básicos en cómodas cuotas. “Llegar y llevar”. Los 80, los inicios del crédito en Chile, del crédito masivo, del crédito que con los años fue bajando más y más sus barreras a clientes riesgosos, que fue alimentando un crecimiento basado en el consumo, en el comercio, estimulado por ese crédito.

Pero la protagonista del comercial era muy pobre en los 80. No tenía vestido ni abrigo. Su crédito era para la ropa, aunque a fines de la década ya lo debe haber usado para comprarse un televisor a color. Hoy, el 99% de los hogares en Chile tiene televisor a color y el crédito lo están usando para cambiarlos por plasmas.

Pasábamos en esos días de pedir fiado en el almacén de la esquina o de firmar cada 15 la tarjetita de papel del fichero de plástico en la caja de la zapatería, a tener una tarjeta de crédito. Iguales a esas verdecitas que traían los extranjeros o que unos pocos chilenos usaban para los viajes que solo ellos podían hacer en esa época. Hoy, hay 23 millones de tarjetas de crédito. Las usamos en el supermercado, en la farmacia, para echar bencina y para comprar pasajes, porque hoy viajar también es posible gracias a las 12 cuotas sin interés.

Por alguna razón ese comercial de La Polar se me quedó tan grabado. Y claro que me sorprendí cuando la multitienda hizo un remake el año 2009. La misma idea, en otro Chile. Nada de inmigrantes caribeños. Fernanda Urrejola y Jorge Zabaleta los protagonistas. Prototipo ABC1. Las mismas frases iniciales, pero ella ahora tiene vestido aunque no tiene parka. La vieja animación con sus llamativos colores fue reemplazada por un set real, con espacios amplios, colores blancos y rojos, ambientación moderna, minimalista, cool. Como el Chile que aparece en ese ladrillo de folletos que nos llega cada fin de semana con los diarios. Ese de “ambientes renovados”, sillones color limón, lámparas rojas y alfombras negras. Ese que nos ofrecen comprar, en cuotas por supuesto y a precios superbajos, en las tiendas de departamentos. Ese que sale en las revistas de decoración que llegan también el sábado: veamos cómo decoran sus departamentos los diseñadores que viven en el Parque Forestal y busquemos muebles parecidos –de madera aglomerada por supuesto y a un quinto del valor– en las tiendas de herramientas. Y si los protagonistas de los reportajes de las revistas dicen que han decorado sus casas con las cosas “traídas de sus múltiples viajes” entonces las tiendas del retail nos ofrecerán cojines de Guatemala y artesanías de Mesopotamia.

Pero en el último comercial de La Polar ya no hay protagonistas. Ni animados ni reales. Zabaleta pidió que lo eliminaran en cuanto se supo del escándalo de las repactaciones. El último comercial de La Polar es sencillo, casi humilde, promueve comprar una lavadora con súper descuentos y nada más.

Me pregunto qué pensará el millón de clientes repactados cuando lo ve. Me pregunto en qué televisor lo ven y sentados en qué sofá. ¿Mirarán a su alrededor y sacarán las cuentas para ver si valió la pena? ¿Se endeudaron porque lo necesitaban o porque fueron seducidos?

Pasaron 30 años hasta que la promoción del “llegar y llevar” llegó a su clímax y tuvo su erupción. Hoy, los bancos y algunas tiendas del retail han comenzado campañas de “educación para el endeudamiento”. 30 años después. ¿Qué hubiera pasado si la negra curvilínea hubiera advertido al final de su comercial en los 80: lléveselo, pero no se endeude más de lo que puede pagar?.