Cuando Cecilia García-Huidobro me invitó a participar en la Cátedra Bolaño, mi primer impulso, como el de muchos invitados, supongo, fue buscar una faceta en la obra de Bolaño aún no abordada en los múltiples ensayos y estudios sobre el escritor chileno. Muy pronto comprendí que esa ruta solo me llevaría a evidenciar mi ignorancia, habida cuenta de que yo no soy experto en la obra de Bolaño y vendría a dar la conferencia precisamente a Chile, donde no dudo de que abunden los expertos. Decidí entonces mejor hablar sobre un escritor poco conocido en Chile, pero de inmensa importancia en mi país, no solo por la calidad de su obra sino por el tipo de vida que llevó y por el tipo de muerte que tuvo. Roque Dalton ha sido, además, fundamental en mi formación como escritor, en mis maneras de entender y asumir la literatura, maneras emparentadas con lo que Ernesto Sábato llamaba una “literatura de situaciones extremas”. Quiero mencionar también que en este año 2010 se ha conmemorado el 75 aniversario del nacimiento de Dalton y el 35 aniversario de su asesinato, perpetrado por sus propios camaradas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Estas efemérides, como muchos aspectos de la vida de Dalton, han estado envueltas en la controversia, ahora por los diferendos entre la familia del poeta y el gobierno de El Salvador. No entraré en detalles sobre este punto, nada más mencionaré que el gobierno, el primero de izquierda en la historia salvadoreña, se vio obligado a suspender los eventos de homenaje al poeta; la familia de éste lo desautorizó, a causa de la presencia en el gabinete de uno de los supuestos asesinos de Dalton.

No exagero si digo que Chile fue un país importante para Roque Dalton. Aterrizó en Santiago a principios de 1953. Tenía entonces diecisiete años de edad, acababa de terminar el bachillerato y traía el propósito de inscribirse en la Universidad Católica para estudiar leyes, aunque finalmente se matriculó en la Universidad de Chile. Casi nada se sabe de sus andanzas por estas tierras, de por qué decidió venir a estudiar acá, quiénes fueron sus amigos, qué poemas escribió. Solo sabemos que estuvo diez meses y que no le faltó la parranda, como se desprende del poema titulado “Yo estudiaba en Chile en 1953” y que dice:

Era la época en que yo juraba
que la Coca Cola uruguaya era mejor que la Coca Cola chilena
y que la nacionalidad era una cólera llameante
como cuando una tipa de la calle Bandera
no me quiso vender otra cerveza
porque dijo que estaba ya demasiado borracho
y que la prueba era que yo hablaba harto raro
haciéndome el extranjero
cuando evidentemente era más chileno que los porotos.

Quizá en 1953 Santiago no haya sido una urbe cosmopolita, pero para un poeta procedente de una perdida ciudad centroamericana como San Salvador, sumida en el peor oscurantismo militar, la llegada a la capital chilena tendría que haber significado la apertura a otro tipo de ideas, a una nueva agitación intelectual. Pero Dalton no la vio así. Lo dice en la en su poema “Los hongos”:

fue en junio o julio de 1953, en Santiago de Chile,
y mi maestro en el pecado fue un anarquista loco, llamado
Navarrete, o algo así. Me acuso, padre. A pesar
de que podría echársele la culpa de todo
a la ciudad de Santiago de entonces:
solo el vino era interesante y ciertas
salas de baile en los prostíbulos de Nena Elvangio
y un establecimiento para comer mariscos en la madrugada
y una niña salvadoreña que vivía entonces allá, Neomi
Jiménez Figueroa, cuya belleza a los catorce años
sería para siempre mi medida de la belleza.
(…)
Desde luego
no me presenté a los exámenes de fin de curso, alegué
nostalgia del hogar y terminé por volver a El Salvador.

No citaré las varias referencias en la obra de Dalton a su paso por el Chile de aquellos años, ni me detendré en su especial aversión por Neruda, pese a que ambos eran poetas comunistas. Nada más mencionaré que la más popular obra de Dalton, el libro collage Las historias prohibidas del Pulgarcito, toma su título precisamente de las palabras con que Gabriela Mistral denominó cariñosamente a El Salvador cuando estuvo ahí de visita: dijo que este era “el Pulgarcito de América”. Claro que Dalton se burla del candor de esta denominación y su libro cuenta las historias de un Pulgarcito criminal, aguerrido, patán, resentido, borracho, y a veces simpático.

También quiero mencionar que Roberto Bolaño fue conocedor de la obra de Roque Dalton o al menos de su trágica muerte. En una larga entrevista que le concedió a la revista Lateral, en Barcelona, relata que a su paso por El Salvador en 1973 se reunió con los poetas que dos años después, convertidos en jefes guerrilleros, cometieron el asesinato de Dalton, y menciona específicamente el nombre de Eduardo Sancho. Las cosas no fueron así. A Bolaño la información “se le hizo bolas”, como dicen los mexicanos: a quienes conoció era a los que apoyaban las posiciones de Dalton, al grado que Sancho fue quien lo defendió en el juicio sumario que le hizo la jefatura del ERP y luego él mismo fue víctima de un atentado por parte de esta camarilla. Pero el hecho es que Dalton era un autor presente en la memoria del escritor cuyo nombre lleva esta Cátedra en la que ahora hablo. Y no soy el primero en señalar los vasos comunicantes que existen entre la novela collage de Dalton, Pobrecito poeta que era yo, publicada un año después de su asesinato, y Los detectives salvajes de Bolaño, ambas abocadas a relatar las aventuras de un grupo de jóvenes poetas.

Para aquellos que no están familiarizados con la obra ni con la vida de Dalton presentaré una breve semblanza biográfica; luego abordaré el tema que he denominado “La tragedia del hereje”. Quiero precisar que si bien el personaje Dalton aún genera polémica en El Salvador, su Poesía completa ha sido publicada en tres volúmenes por la editorial del Estado (la Dirección de Publicaciones e Impresos), gracias a un riguroso trabajo de ordenamiento y exégesis realizado por un equipo de expertos conformado por Luis Melgar, Rafael Lara Martínez, Luis Alvarenga y Miguel Huezo Mixco.

1. Bosquejo biográfico
Roque Dalton García nació en San Salvador el 14 de mayo de 1935. Su padre era un estadounidense adinerado de nombre Winnall Agustin Dalton; su madre, una enfermera de origen humilde llamada María García. Se cuenta la anécdota de que, luego de un altercado en el que había sido herido de bala, el ricachón gringo fue atendido por la enfermera, con quien se lió en un affair del que nació el poeta. Pese a ser hijo “natural” (Winnall Dalton estaba casado con una terrateniente salvadoreña), Roque estudió en el exclusivo colegio jesuita Externado de San José, donde se codeó con los vástagos de la oligarquía. Y luego de su estadía de diez meses en Chile, ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de El Salvador, donde pronto se encontraría con otros jóvenes poetas con los que formó el llamado Círculo Literario Universitario, un grupo que buscaba generar debate sobre las nuevas corrientes literarias y sobre el papel político del escritor. Roberto Armijo, Manlio Argueta y José Roberto Cea, entre otros, eran los principales integrantes de este movimiento que pronto se vio influenciado no solo por la idea sartreana del compromiso del escritor sino por la consecuente exigencia de ingresar al entonces débil y clandestino Partido Comunista Salvadoreño (PCS). Dalton destacó entre el grupo por su educación privilegiada (mientras los demás llegaban a San Salvador procedentes de perdidos pueblos de provincia, Dalton ya regresaba de Santiago de Chile) y por su personalidad de afilado polemista. A sus veinte años de edad, conoció al colega poeta guatemalteco que se convertiría en su gran referente político y que lo conduciría a la militancia en el PCS: Otto René Castillo era incluso un año menor que Dalton, pero ya estaba exiliado en El Salvador a causa de su participación en el movimiento estudiantil guatemalteco, aplastado por el golpe de Estado que organizó la CIA contra el gobierno de Jacobo Arbenz en 1954. Otto René vivía en duras condiciones, empleado como cuidador en un estacionamiento de autos en el centro de San Salvador; transmitió sus experiencias revolucionarias a Dalton y a los demás poetas, y fue crucial en su radicalización, como explicaré más adelante.

El primer viaje transatlántico de Dalton aconteció en el verano de 1957 y su destino fue Moscú, donde participó en el Festival de la Juventud y los Estudiantes, como integrante de la delegación centroamericana, de la que curiosamente también formaba parte el joven Carlos Fonseca Amador, que unos pocos años más tarde fundaría el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Dalton se paseó por varias repúblicas socialistas de Europa y Asia, pero durante su regreso a Centroamérica, padeció el primer hostigamiento en regla, del cual se burla en uno de sus textos:

“Yo era aún católico militante y, sin embargo, antes de regresar a El Salvador, después de la larga travesía soviético-europea, fui interrogado al salir de Lisboa, impedido de bajar a tierra en Barcelona y las Islas Canarias, perseguido en Caracas (donde desembarqué por error de las autoridades pérez-jimenistas del puerto de La Guaira), detenido por el FBI en Panamá, etcétera. Comencé a saber que Lenin, y todo lo que se relacionaba con él, era algo muy serio. Muy serio.”

Dalton fue el primer poeta salvadoreño que se declaró públicamente comunista y se involucró, en un principio desde el movimiento estudiantil y luego desde su labor periodística, en la lucha contra el régimen militar del coronel José María Lemus, quien lo metió por primera vez a la cárcel, el 14 de diciembre de 1959, bajo la acusación de provocar desórdenes callejeros. A partir de esta experiencia, el poeta encarcelado se convertirá en un motivo permanente en la obra de Dalton, quien vio uno de sus modelos literarios en el gran poeta turco Nazim Hikmet. Al año siguiente, en octubre, Dalton fue capturado nuevamente, pero en esta segunda ocasión el ejército lo mantuvo como desaparecido durante varios días. Quiso la suerte, empero, que dos semanas más tarde el gobierno de Lemus cayera víctima de un golpe de Estado por parte de militares reformistas. Existe una foto histórica en la que una multitud jubilosa carga en brazos a Dalton a las puertas de la penitenciaría celebrando su liberación, una foto fundamental, me parece, en la construcción del mito del poeta revolucionario.

Meses después, luego de un contragolpe de militares conservadores, Dalton partió hacia México. En esa primera ruta del exilio, comenzó estudios de antropología y publicó su primer libro de poemas, La ventana en el rostro (Ediciones De Andréa, 1961). Pero la Ciudad de México no tenía suficiente imán para retener al poeta frente a la naciente revolución socialista encabezada por Fidel Castro en Cuba, por lo que un año más tarde lo encontramos ya instalado en el corazón mismo de La Habana. Para el poeta, Cuba no significó solamente el “gran descubrimiento”, la posibilidad de participar en la construcción de la utopía socialista, sino que también se convirtió en su nuevo hogar, tal como lo apunta en un poema que es una paráfrasis de José Martí:

Dos patrias tengo yo:
Cuba
y la mía.

En esa primera estadía en la isla caribeña, Dalton se dedicó a una intensa actividad literaria, en especial desde el seno de la Casa de las Américas. Publicó tres libros de poemas: El mar (1962), El turno del ofendido (que obtuvo una mención en el Premio Casa de las Américas, 1962) y Los testimonios (1964). También publicó un largo ensayo titulado César Vallejo, sobre la obra del poeta peruano, y dos monografías históricas, una sobre El Salvador y otra sobre México. Era la época del entusiasmo revolucionario, de la ilusión desbordante. Como miembro del PCS participó en cursos de formación política y de entrenamiento militar. Y luego de dos años febriles regresó clandestinamente a El Salvador, con la misión de conformar un núcleo militar que estuviera a disposición del PCS en caso de que éste decidiera pasar a la lucha armada. Pero las cosas no le pudieron salir peor a Dalton: en septiembre de 1964, el ejército lo capturó en San Salvador (se dice que cuando departía en una cantina) y lo mantuvo secuestrado en una cárcel provincial, sin reconocer su captura, durante varios meses, a lo largo de los cuales un miembro de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos lo sometió a un intenso interrogatorio con el propósito de convertirlo en colaborador. El trato era el siguiente: si Dalton aceptaba colaborar, podría seguir siendo un poeta comunista e incluso contaría con el apoyo cultural de los aliados del gobierno de Estados Unidos para promocionar su carrera literaria; si se negaba a colaborar, sería asesinado por el Estado Mayor del ejército salvadoreño y habría una campaña para desprestigiar su cadáver como el de un traidor que había vendido a sus camaradas. Ante la negativa del poeta, como último recurso de convencimiento, el agente gringo –que “bebía whisky como un personaje de Hemingway” y se comportaba con “la arrogancia de un escritor mexicano”– llevó al salón de interrogatorio al mismo instructor militar cubano que había estado a cargo del entrenamiento de Dalton y que luego se había cambiado de bando. Dalton habría dicho que siempre no, que sacaran a ese gusano de su presencia; su destino parecía decidido. Pero entonces, a último minuto, la naturaleza lo salvó: un terremoto derrumbó la pared de la prisión en la que se encontraba detenido. Esa permanencia y escape de la cárcel, que marcará un momento definitorio en su vida y también en el proceso que lo llevó a la muerte, está relatado con un barniz de ficción en su novela póstuma, Pobrecito poeta que era yo (1976).

A su regreso a Cuba, Dalton se integró de nuevo a la redacción de la revista Casa de las Américas, estrechó su relación con varios intelectuales cubanos (como Roberto Fernández Retamar, Fayad Jamis y Jesús Díaz) y se abocó a la finalización de dos libros, Poemas y textos muy personales y Los pequeños infiernos, ambos fechados 1962-1965, pero que solo fueron publicados de forma íntegra después de su muerte. No permaneció, sin embargo, mucho rato en Cuba. A principios de 1966 se trasladó a Praga, Checoslovaquia, como representante del PCS ante la Revista Internacional, en momentos cruciales del debate sobre el futuro del socialismo y cuando despuntaba un movimiento libertario que pronto desembocaría en la llamada “Primavera de Praga”. Dalton coincidió en la capital checa con intelectuales de la envergadura de Regis Debray, Elizabeth Burgos y Alicia Eguren, entre otros, mientras avanzaba en tres frentes de su propia obra: el libro de poemas que titularía Taberna y otros lugares y que en 1969 ganaría el Premio Casa de las Américas; el testimonio sobre la insurrección comunista de 1932 en El Salvador que aparecería en 1973 bajo el título de Miguel Mármol, y en varios capítulos de la novela Pobrecito poeta que era yo. Pero en medio de la algarabía praguense, Dalton recibió noticias de dos hechos que lo conmocionaron, que lo llevaron a experimentar una mayor radicalización y lo convencieron de regresar a América Latina: su amigo del alma, el poeta Otto René Castillo, se había incorporado a la guerrilla guatemalteca, y en marzo de 1967 fue capturado por el ejército, torturado y quemado vivo; unos meses más tarde, el 9 de octubre, el Che Guevara era asesinado en Bolivia.

Dalton regresó a La Habana meses antes de que los tanques soviéticos irrumpieran en Praga. Se reincorporó a la revista Casa de las Américas y participó activamente de la vida cultural que entonces se vivía en Cuba, convertida en una especie de metrópoli para la intectualidad de izquierda en Latinoamérica. Heberto Padilla, Enrique Lihn, Carlos María Gutiérrez, René Depestre, entre otros, eran los poetas con los que Dalton compartía debates y farras, mientras al mismo tiempo afinaba varios libros de poesía que serían publicados póstumamente: Un libro levemente odioso, Los hongos, El amor me cae más mal que la primavera, El libro rojo para Lenin. También terminó su libro quizá más conocido, el collage titulado Las historias prohibidas del Pulgarcito, en el que aborda críticamente la historia salvadoreña desde el periodo de la conquista española y que sería publicado en México en 1974. Su proceso de radicalización se siguió profundizando: viajó a Vietnam, Corea del Norte y al Chile de Allende. Y desde 1970 comenzó a buscar la forma de incorporarse a las organizaciones guerrilleras que se estaban formando en El Salvador. Julio Cortázar cuenta que la última carta que recibió de Dalton estaba fechada en Hanoi el 15 de agosto de 1973, cuando ya las tropas estadounidenses se habían retirado derrotadas de ese país.

Dos arquetipos de escritor se fusionaban en Dalton: por un lado, el modelo comunista del autor comprometido con la lucha política por la justicia y la libertad; y por el otro, el modelo del poeta aventurero, osado, subversivo, provocador, iconoclasta, más afín a Villon que a Mayakovski. En cualquier caso, lo importante para él era que el escritor fuera consecuente con sus palabras, que superara la contradicción entre poesía y vida, que lograra una integralidad entre sus planteamientos y su acción.

Fue el 24 de diciembre de 1973 cuando Dalton ingresó clandestinamente a El Salvador para incorporarse a las filas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Su rostro había sido modificado por una cirugía plástica realizada por el mismo médico que alteró el rostro del Che. Su misión era desempeñarse como asesor de la dirección revolucionaria, pero diecisiete meses más tarde, el 14 de mayo de 1975, fue asesinado por sus propios camaradas. Las causas que llevaron a ese crimen aún son motivo de debate. Quienes lo asesinaron todavía viven y nunca han querido dar cuenta de los hechos ni entregar su cadáver. Bajo el título Poemas clandestinos fue publicada la poesía que Dalton escribió durante esa última etapa de su vida.

2. El poeta revolucionario
Dalton pertenece a esa estirpe de escritores en los que vida y obra están estrechamente interrelacionadas. No solo se trata de que su poesía sea expresión de su vida, sino que la vida en sí misma es una aventura poética. Con cierta ironía, Dalton lo explica en un poema escrito meses antes de ingresar clandestino a la guerrilla salvadoreña:

Las situaciones en que escribo
ellas son la clave de mi poesía
si tú averiguas quien me lancetea en la boca
la esponja rebosante de whisky y agua natural
si ubicas mi Gólgota imprudente
mi crucifixión en todo caso solitaria
mis apóstoles de lujo
las motivaciones de todo ese lío
de coronas de espinas y Cirineos debilitados
podremos conspirar en igualdad de condiciones.

Dos arquetipos de escritor se fusionaban en Dalton: por un lado, el modelo comunista del autor comprometido con la lucha política por la justicia y la libertad; y por el otro, el modelo del poeta aventurero, osado, subversivo, provocador, iconoclasta, más afín a Villon que a Mayakovski. En cualquier caso, lo importante para él era que el escritor fuera consecuente con sus palabras, que superara la contradicción entre poesía y vida, que lograra una integralidad entre sus planteamientos y su acción. De ahí la idea del compromiso político que plantea en el poema “Taberna”:

La política se hace jugándose la vida
o no se habla de ella. Claro
que se puede hacerla sin jugarse
la vida, pero uno suponía que solo en el campo enemigo.

La radicalidad de su discurso debía tener un correlato en su comportamiento vital. Nada le repugnaba tanto, me parece, que aquellos escritores que hacían loas a la revolución desde la posición privilegiada del diplomático o del funcionario, el poeta verboso que nada arriesga, cuyo canto denominaba “ditirambo salivoso del asno”. Y si el poeta reivindica la revolución como el eje de su vida, pues lo consecuente es que actúe como revolucionario. Lo expresa en un poema titulada “Sobre nuestra moral poética” incluido en los Poemas clandestinos:

No confundir, somos poetas que escribimos
desde la clandestinidad en que vivimos.

No somos, pues, cómodos e impunes anonimistas:
de cara estamos contra el enemigo
y cabalgamos muy cerca de él, en la misma pista.

Y al sistema y a los hombres
que atacamos desde nuestra poesía
con nuestra vida les damos la oportunidad de que se cobren,
día tras día.

En ese mismo poemario incluye “Arte poética 1974”, cuyo aire de mera ocurrencia, sin el contexto de clandestinidad, podría ocultar el profundo sentido de integralidad que Dalton experimentó en ese último período de su vida:

Poesía
perdóname por haberte ayudado a comprender
que no estás hecha solo de palabras.

Me parece que un caso paradigmático donde se reflejaba la diferencia entre el poeta revolucionario consecuente e integral y el poeta oportunista, Dalton lo encontró en Guatemala: por un lado, su casi hermano Otto René Castillo, quien predicó con el ejemplo su fe revolucionaria y lo pagó con su vida; por el otro, el Premio Nobel Miguel Ángel Asturias, un escritor admirado por Dalton en su juventud, quien inmediatamente después de haber recibido el Premio Lenin en Moscú, aceptó convertirse en embajador en París del mismo gobierno guatemalteco que torturó y asesinó a Otto René Castillo. Éste habría sido un poeta integral, cuyos pensamientos y palabras correspondían con su actitud hacia la vida, según la axiología de Dalton, en tanto que Asturias no pasaba de ser un oportunista, al que por ello dedicó un breve poema titulado “Guatemala feliz”:

Cada país
tiene el premio Nobel que se merece.

Para Dalton, el valor ético, la actitud consecuente del escritor, estaba por encima del valor de la obra literaria. Y agitaba su maniqueísmo con el ceño del cruzado.

3. El poeta desgarrado
Pero el hombre que buscaba encarnar el arquetipo del poeta revolucionario era, claro está, un ser lleno de paradojas, en verdad un ser desgarrado por las contradicciones, a tal grado que Dalton podría ser considerado “el poeta de las desgarraduras”. Nació entre dos mundos, no solo por ser hijo “natural” o fuera de matrimonio, y porque sus padres procedieran de distintas clases sociales, sino porque su padre era un ciudadano de Estados Unidos, la encarnación del mal para el revolucionario Dalton, quien pudo haber optado por esta nacionalidad si así lo hubiera deseado. La conciencia de esta desgarradura original se expresa a lo largo de su poesía:

En el barrio de los golfos fui
el hijo del millonario norteamericano y en el Colegio
para los hijos de los millonarios (el Externado de San José en la época
cuando apenas comenzaban a ingresar por excepción
los superdotados de la clase media) fui
el rapaz escapado por no sé qué puerta falsa del barrio de los golfos.

Y dice, más adelante, en ese mismo poema:

Mi alto nivel técnico en el fútbol
y el hecho de ser hijo natural
me hicieron absolutamente señalable en el más gordo nivel social. “Dicen
que tú ingresaste al Partido Comunista por complejos” –me dijo un día en México, Miguelito Regalado Dueñas después de pagarme la cena
y hablar del señor Marx.
Los complejos, señores del Jurado, no tienen
nada que ver con la conciencia política: a lo más sirven
para otorgar el matiz trágico.

Los Regalado Dueñas eran una de las llamadas “catorce familias” oligárquicas propietarias de El Salvador, sostenedoras del status quo injusto y represivo a través del ejército contra el que Dalton luchaba desde las filas revolucionarias. El hecho de que él tuviera ex condiscípulos de colegio procedentes de esa feroz oligarquía, y que mantuviera una relación cordial con ellos en su vida adulta, era otra de esas contradicciones del hombre aún desgarrado entre dos mundos irreconciliables, una contradicción que seguramente acentuó su mentalidad radical, extremista.

La imagen de Dalton como un poeta desgarrado no es antojadiza. Él mismo asume su rotura existencial entre el ser y el deber ser:

Pues hay dos planos en la misma fotografía mágica
el de mis angustias
o sea el de mis criterios sobre mí mismo
y el de lo que debo hacer
por eso en mi caso los deseos
tienen ese paso tan sobresaliente
que parece posado en valses-emboscadas.

Quisiera nada más mencionar tres ejes en los que se expresó ese desgarre entre dos conductas antagónicas, incompatibles, y que el poeta convirtió en líneas temáticas de su obra:

1. El eje en el que se confrontan las exigencias de la mística revolucionaria, por un lado, y su personalidad bohemia, de bebedor y mujeriego empedernido, por el otro. En Un libro levemente odioso, Dalton incluye un poema, que es en realidad una cita, bajo el título “Hablan de mí en una novela de Raymond Chandler”:

¿Qué tal persona es cuando está sereno?
Sonrió.

Bien, soy bastante parcial. Yo creo que es una persona muy buena.
¿Y cómo es borracho?
Horrible. Brillante, duro y cruel. Cree que es gracioso cuando solamente es odioso.

2. El eje en que chocan su sentido crítico agudo y descarnado, y la fidelidad al socialismo real. Su largo poema “Taberna” está casi por completo inserto en esta línea temática. De ahí viene esta estrofa:

No busques otro camino, loco,
cuando ha pasado la época heroica en un país que hizo su
revolución,
la conducta revolucionaria
está cerca de este lindo cinismo
de bases tan exquisitas:
palabras, palabras, palabras.

3. Y el eje de contradicción entre la solemnidad partidaria a la que debía respeto y su temperamento sarcástico, burlón, iconoclasta. El mismo poeta que puso la dedicatoria “A mi partido” a una sección del libro Los testimonios, después escribiría con sorna:
Una crítica a la Unión Soviética
solo la puede hacer un antisoviético.

Una crítica a China
solo la puede hacer un antichino.

Una crítica al partido Comunista Salvadoreño
solo la puede hacer un agente de la CIA.

Una autocrítica equivale al suicidio.

Cuentan que en 1970, Dalton se reunió en París con Salvador Cayetano Carpio, el viejo líder obrero y comunista que recién había abandonado el PCS y se dedicaba a formar la primera organización guerrillera en El Salvador. El poeta le expresó su deseo de incorporarse a ese esfuerzo; el viejo dirigente le habría dicho que no, gracias, que su papel era como escritor, no como combatiente. Me parece que el hecho de que los hombres de acción manifestaran cierto desprecio hacia los escritores e intelectuales en las filas revolucionarias salvadoreñas ejerció una considerable influencia en Dalton, no tanto por el reto de combinar su oficio de escritor y su militancia política, sino porque lo obligaba a llegar hasta las últimas consecuencias para demostrar y demostrarse que él podía encarnar su arquetipo de poeta revolucionario. Una última paradoja fue, pues, que no pudiera ingresar a la organización guerrillera comunista liderada por un obrero en la que creía tener su lugar, sino en otro grupo guerrillero de origen demócrata cristiano en el que finalmente fue asesinado bajo la acusación, primero, de ser agente de la CIA y, luego, de ser agente cubano.



4. El poeta hereje
Mi impresión es que Roque Dalton fue siempre un hombre de fe. A lo largo de su vida fue modificando la ideología en la cual concentraba su fe, pero ésta nunca dejó de constituir una virtud cardinal. En un verso de “Taberna”, que más parece máxima, lo sentó con absoluta claridad:

Tener fe es la mejor audacia
Y la audacia es bellísima

Pero era un hombre de fe que se mantenía en una tensión constante para aplacar las dudas que surgían de su mente aguda, de su sentido crítico:

Quien se atreva a regar el musgo de la duda
quien se atreva a expandir esa lágrima
quien se atreva a la prudencia
será tenido por confeso.

Su educación jesuita fue fundamental en la conformación de su forma de pensamiento, como él reconoce, y es evidente en toda su obra:

La mera duda es aristocrática, pillo jesuita,
padre de mi lógica.

Experimentó dos procesos de conversión fundamentales: primero, del catolicismo jesuita al comunismo representado por el Partido; luego, cuando los partidos comunistas de Latinoamérica abjuraron de la lucha armada siguiendo instrucciones de Moscú, convirtió la lucha guerrillera en el nuevo motivo de su fe. Ambas conversiones se reflejan intensamente en su poesía, la cual se convierte en terreno para el debate ideológico. La tensión entre cristianismo y comunismo inspira uno de sus principales poemas, “Los hongos”, en el cual reza la siguiente dedicatoria: “Dedico este poema a Ernesto Cardenal, como un problema nuestro, es decir, de los católicos y de los comunistas”. En este largo poema collage, Dalton contrapuntea una línea autobiográfica con una línea en la que, citando a filósofos e historiadores, critica la naturaleza criminal del poder del Vaticano y le niega cualquier posibilidad de contenido liberador.

Su cambio de fe es completo. Es un converso firme que no desarrollará el dogma cristiano para llegar a la teología de la liberación. Al contrario: nada le convence de ésta y la crítica frontalmente. En los Poemas clandestinos la considera como “una vacuna” contra el comunismo y se pregunta:

¿No será acaso también un síntoma
de que la burguesía quiere robarle al proletariado
hasta el mismo marxismo?

Pero una vez instalado en la nueva fe, Dalton pronto comenzó a identificarse con la figura del hereje, que en este caso significaba alinearse dentro del comunismo con aquellos que buscaban la revolución armada en contra de los que propugnaban la vía pacífica. Si los partidos comunistas se asemejaban cada vez más a la Iglesia Católica, pues lo natural era que el poeta revolucionario se convirtiera a la nueva herejía representada por las organizaciones guerrilleras. Ya desde “Taberna”, en 1969, Dalton escribió una estrofa que reflejaba su nueva fe y que resultaría macabra a la luz de su muerte:

Lo único que sí puedo decirte es que
la única organización pura que
va quedando en el mundo de los hombres
es la guerrilla.
Todo lo demás muestra manchas de pudrición.

La opción por la lucha armada fue asumida por el poeta revolucionario con plena conciencia de lo que conllevaba, como una forma de profundizar su fe:

La herejía como su propia etimología lo indica
significa elección…

Pero si bien se trata de una elección personal, a la guerra no se va solo. De ahí que Dalton insista:

La herejía es colectiva o no es importante

No es casual que “Los hongos” –fechado en 1971, cuando Dalton estaba pronto a iniciar su aventura guerrillera– termine con una confesión que es al mismo tiempo una asunción del nuevo status del poeta y una intuición sobre la muerte que se avecinaba:

Es la primera
confesión seria que hago desde 1954 y la primera de mi vida
en que no busco la absolución. Una especie
de confesión platónica.
Ud. Sabe: me quedan algunos meses de vida. Los elegidos
de los dioses seguimos estando a la izquierda del corazón.
Debidamente condenados como herejes.

Convertido en hereje, el poeta revolucionario puede ahora criticar abiertamente a la institucionalidad comunista, con la misma irreverencia con que antes se había burlado del poder papal:

A mí me expulsaron del Partido Comunista
mucho antes de que me excomulgaran
en la Iglesia Católica.

Eso no es nada:
a mí me excomulgaron en la Iglesia Católica
después de que me expulsaran del Partido Comunista.

¡Puah!
A mí me expulsaron del Partico Comunista
porque me excomulgaron en la Iglesia Católica.

5. La tragedia del hereje
Abordar en detalle las diversas hipótesis sobre el proceso que condujo al asesinato de Dalton es un esfuerzo que rebasa los propósitos de mi ponencia en esta Cátedra. ¿Víctima de una confrontación entre militaristas convencidos de la viabilidad de la estrategia insurreccional con apoyo de sectores del ejército versus partidarios de una estrategia de largo plazo basada en la organización de las masas? ¿Pleito pasional entre Dalton y el jefe de la camarilla (Alejandro Rivas Mira) por una mujer que cambió a éste por áquel? ¿Fino trabajo de zapa de la CIA a través de Rivas Mira, quien siempre habría sido un infiltrado (“El hombre que fue jueves” de Chesterton) y por ello luego del asesinato del poeta pudo huir con un rescate millonario sin que hasta la fecha se tenga noticia de su paradero y sin que, lo más importante, nunca haya sido perseguido por la Interpol ni ninguna policía internacional, como si contara con una protección todopoderosa?

La tragedia del hereje consiste en ser asesinado no por el enemigo ni por la ortodoxia sino por sus propios compañeros de herejía. A Miguel Servet no lo mató el servicio de inteligencia de la Iglesia Católica que le había seguido los pasos por media Europa, sino un jefe de herejes, Juan Calvino.

La tragedia del hereje consiste en ser asesinado por sus propios compañeros bajo la acusación de traición que él mismo había predicho que le harían y que había descrito en detalle en la novela que se publicaría postumamente. La CIA se lo había advertido a Dalton: te vamos a enmierdar el fantasma rojo. Y qué peor cosa que ser asesinado bajo la acusación precisamente de ser agente de la CIA.

La tragedia del hereje consiste en que sus mismos “compañeros de horda” duden de él en los momentos en que éste se apresta a arriesgar su vida por la causa, cuando lo que requiere es toda la confianza y el apoyo. De qué otra manera se pueden interpretar estos versos escritos por Dalton en La Habana el 22 y 23 de abril de 1973, unos meses antes de zarpar a su aventura, cuando en los ambientes oficiales cubanos circulaban feos rumores en su contra:

¿por qué no otorgarme el más impaciente de los créditos?
Siempre di muestras de esa salud
que ha saboreado todas las dolencias
os quedaries llenos de culpa resoplando eternamente
el fuelle de la traición a la sospecha de la traición.

¿Qué es lo que irrita tanto de un poeta hereje a sus compañeros de herejía como para que tomen la decisión de pasarlo por las armas expeditamente, luego de un juicio de opereta? Más allá de los fanatismos políticos e ideológicos, o de una pasión maligna fruto de los celos que buscaba venganza, o de la matonería propia de las sectas militaristas, me parece que hay un rasgo central en Dalton que inmediatamente lo hacía visible, irritante a los detentadores del poder, y ese rasgo es lo que llamo la carcajada subversiva. El humor es subversivo para los jerarcas de cualquier bando, de cualquier ideología. Al poder no le gusta reír y mucho menos que se rían de él; la solemnidad y la reverencia son lo suyo. Dalton lo sintetizó cabalmente en unos versos incluidos en Poemas clandestinos:


Podréis juzgar
la catadura moral de un régimen político,
de una institución política,
de un hombre político,
por el grado de peligrosidad que otorguen
al hecho de ser observados
por los ojos de un poeta satírico.

Y lo que en literatura era la sátira, en su vida diaria se expresaba en una actitud crítica, descarnada, sarcástica, burlona. Su temperamento estaba por encima de la racionalidad que rige las formas y las convenciones en cualquier organización política. La carcajada del poeta resultaba subversiva en toda estructura de poder. Dalton nunca pudo contener la risa ni la mofa. Él lo dijo con absoluta claridad en unos versos memorables:

Nunca logré contener la risa.
Incluso creo que el resumen de mi vida podría ser ese:
nunca logré contener la risa.

¿De quién se rió el poeta en sus versos y seguramente en sus conversaciones diarias? Casi todos los actores políticos que encontró en su camino fueron objeto de su afilada pluma. Disparaba con ventilador, como se dice, no solo contra los personeros de sus enemigos “naturales” (Estados Unidos, la oligarquía y el ejército salvadoreños, la Iglesia Católica, etcétera), sino también contra sus propios compañeros de ruta, como se desprende de algunos poemas que he citado. Y, por supuesto, disparaba contra sí mismo, con el mayor rigor, que esto era lo que daba legitimidad a su verbo, que se burlara del mundo circundante al mismo tiempo que se burlaba de sí mismo. ¿No cabría suponer entonces que una vez incorporado a la lucha guerrillera su temperamento volvió a manifestarse, a acicatearlo a él mismo y a quienes le rodeaban?

Terminaré diciendo que el asesinato de Dalton significó un quiebre vital a un arquetipo o modelo de escritor en Latinoamérica propugnado por la revolución cubana: el escritor combatiente para quien la lucha revolucionaria era el eje de su vida. El asesinato de otros poetas militantes (como el peruano Javier Heraud, el argentino Francisco Urondo o el nicaragüense Leonel Rugama), a manos de los regímenes represivos, más bien reafirmaba ese modelo, en tanto que la muerte de Dalton mostró con descarno que el componente criminal de la violencia revolucionaria no es mejor que el de la violencia reaccionaria. A Dalton lo mata la forma organizativa que él consideraba más pura y auténtica, a la única que no llegó a criticar aún en sus versos; lo mata su propio modelo de escritor combatiente, su misma utopía.

Asocio la muerte de Dalton con la de Christopher Marlowe, el dramaturgo inglés asesinado por sus propios camaradas en 1593 en un pleito de ex espías, un asesinato del que nunca se tuvo una versión fehaciente y una víctima de la que jamás se encontró el cadáver. Me gustaría que, más allá de la muerte controvertida, la obra de Dalton perviva con la misma fuerza que ha pervivido la obra de Marlowe.