Después de perder la guerra y de suicidarse, Adolf Hitler inició una segunda vida como personaje de ficción, un oficio menos maligno que el de dictador y, sin duda, más duradero. Dejemos de lado la abundante cinematografía que lo revive periódicamente desde El gran dictador de Charlie Chaplin hasta La caída de Oliver Hirschbiegel; dejemos de lado las numerosas biografías que, una tras otra, procuran reconstruir su vida lo más exhaustivamente posible; dejemos de lado también las novelas históricas que, con mayor o menor fortuna, intentan colmar lo que las biografías escamotean. Hablemos de ficciones verdaderamente ficticias, en las que escritores ponen su imaginación al servicio del misterio que sella una de las figuras más diabólicas del siglo XX.

Sometido a las tramas y los tonos más contrastados, Hitler se ha convertido en el fantasma de varios escritores animados por intenciones muy disímbolas a la hora de lidiar con semejante riesgo literario. ¿Por qué razón Hitler sigue habitando el imaginario de novelistas de distintas latitudes, credos y estilos? Alimentar la memoria e impedir el olvido, no se antoja un objetivo primordial para la ficción. Más bien habría que buscarlo en el deseo de desentrañar uno de los misterios más endemoniados –el mal en una excepcional encarnación humana–, y quizá también en una sed de venganza vicaria que autoriza la ilimitada libertad de la ficción.

Hasta donde sé y fuera de miserables prosas propagandísticas, ninguna ficción reivindica al personaje y muchas se burlan de él cuando no lo anatemizan grotescamente. Sea cual sea la tesitura elegida, lo cierto es que Hitler goza de inquebrantable salud en su calidad de fantasma literario.

Desde antes de su muerte, ya en 1943, Hitler había dado sus primeros pasos como personaje en la novela La transfiguración de Hitler, firmada por un escritor chileno, inesperadamente llamado Tancredo Pinochet. Es, hoy, una novela olvidada, inconseguible, pero la sola asociación de los apellidos Hitler y Pinochet daría pie a una novela de ciencia-ficción, cuya trama podría ser un horripilante diálogo entre dos de las bestias más repudiadas por la historia contemporánea acerca de los métodos más expeditos y económicos para exterminar determinadas categorías de la población. ¿Quién se opondría a semejante juego macabro si hasta George Steiner especuló la eventualidad de que Hitler siguiera vivo en la selva amazónica treinta años después del final de la guerra y fuera encontrado por un grupo israelí de cazadores de nazis en una novela titulada El traslado de A.H. a San Cristóbal (1983)? Otra novela de temprana anticipación, igualmente opacada por otras más recientes, se debe al médico judío Ernst Weiss quien, en la segunda mitad de los años treinta, escribió El testigo ocular que se publicó hasta 1963. Según el crítico francés Benjamín Berton, es la única novela que responde a una de las preguntas esenciales que taladran a todos los biógrafos del tirano: “¿Cuándo y cómo el caporal Adolf Hitler, introvertido y fracasado pintor, se transformó en un líder carismático, animado por un odio lo suficientemente poderoso para arrastrar a un pueblo entero?”. En su novela, Ernst Weiss sitúa el vuelco de fortuna en el episodio de la ceguera psicológica que aquejó a Hitler hacia el final de la Primera Guerra Mundial. Un psicoanalista le hubiera prescrito: “Crea en usted ciegamente y recobrara la vista”. Así, a modo de cura, Hitler se autoconvenció de sus designios mesiánicos y de su capacidad para reparar la humillación del Tratado de Versalles.

La novela es la autobiografía ficticia del médico que “curó”, si así puede decirse, al futuro Führer. Enemigo de la primera hora del nacional-socialismo, refugiado en Francia desde 1934, el médico y escritor Ernst Weiss se suicidó el 14 de junio de 1940 abriéndose las venas en la tina de su cuarto de hotel, después de haber tomado una dosis de veneno para ahorrarse la visión de los nazis en París.

El reciente éxito de Las benévolas (2006) de Jonathan Littell también contribuyó a opacar una notable novela similar al proyecto del premio Goncourt y, sobre todo, más breve, firmada por Robert Merle en 1952 bajo el título de La mort est mon métier (La muerte es mi oficio). Si en este caso el personaje central es Rudolf Hoess, comandante del campo de exterminio de Auschwitz, el escalofrío no es menor que si se tratara del mismísimo Hitler. Robert Merle demuestra una verdadera maestría para inventar esta vida tan incomprensible en su obediencia ciega a las órdenes superiores como la de Eichmann. La infancia de Rudolf Hoess narrada por Robert Merle es definitivamente más sutil y convincente que la de Hitler bajo la pluma de Norman Mailer.

“De todas las figuras históricas que he recreado en mis novelas, Hitler es el más enigmático y misterioso de todos”, confesó Norman Mailer a la salida de su última novela: El castillo en el bosque (2007). Mailer murió poco después de escribir el libro que, según él, constituyó la obsesión de su vida literaria por encima de Marilyn Monroe y de Jesús. Buscó desentrañar el misterio del mal en la infancia de Hitler y eligió reconstruirla desde la voz de un agente de Satán, es decir, convirtiéndose en un demiurgo diabólico: “En el fondo”, acotaba Mailer, “todos los novelistas somos diablos minúsculos”. Pero, lejos de ser inocente, la licencia literaria conlleva la hipótesis de Mailer sobre el origen del destino de Hitler. Convencido de la existencia del bien y del mal, Mailer cree no estar muy lejos de la verdad al sugerir que el diablo concibió a Hitler aunque también advierte: “No lo tome demasiado en serio, solo especulo. Nadie tiene el conocimiento ni la confianza necesaria para hablar seriamente sobre estos asuntos. ¿Se transmite el mal de persona en persona? ¿Se reencarna cada tanto tiempo? Son preguntas a las que no puedo responder”. La gracia de la novela está más bien en la imaginación del ejército de Satán y de sus métodos de intervención en los destinos humanos que en la infancia en sí misma de Hitler, bastante característica de la banalidad del mal sostenida por Hannah Arendt. El castillo en el bosque es, finalmente, una gran broma llevada muy en serio por uno de los novelistas más afamados de los Estados Unidos. Pese a que la novela se publicó en alemán el mismo año de su salida en inglés (Das Schloss im Wald, LangenMüller, München, 2007), Norman Mailer se quejaba en una entrevista: “Mi idea inicial era publicar el libro en Alemania, contar con que allí me iba a encontrar con un gran éxito y que, justo después, podría salir en Estados Unidos. El libro se va a traducir a 20 idiomas, hemos encontrado editores en casi todo el mundo menos en Alemania. Fíjese en mi ingenuidad. A ver si algún alemán me lo explica. Puede haber varias causas: puede que los alemanes quieran volver la vista hacia otra parte, haciendo como si nada hubiera pasado y corriendo la cortina sobre el tema; puede que les pase lo que a los judíos estadounidenses, esa pretensión de ser políticamente correctos, evitar ofender y ser ofendidos a toda costa”. Otra causa podría ser una estrategia publicitaria para inventar un escándalo donde no lo hubo. En cambio, Norman Mailer recibió póstumamente el premio “Bad Sex in Fiction”, otorgado cada año en Londres a la peor escena sexual en novela moderna por la revista británica Literary Review. La escena galardonada es, por supuesto, la concepción de Adi.

Desde antes de su muerte, ya en 1943, Hitler había dado sus primeros pasos como personaje en la novela La transfiguración de Hitler, firmada por un escritor chileno, inesperadamente llamado Tancredo Pinochet. Es, hoy, una novela olvidada, inconseguible, pero la sola asociación de los apellidos Hitler y Pinochet daría pie a una novela de ciencia-ficción, cuya trama podría ser un horripilante diálogo entre dos de las bestias más repudiadas por la historia contemporánea acerca de los métodos más expeditos y económicos para exterminar determinadas categorías de la población.

Al insinuar un eventual escándalo alrededor del libro, Norman Mailer traía a cuento una pregunta que podría hacerse a todas las novelas que ponen en escena a Hitler: ¿se vale cualquier cosa en la ficción? ¿Habría ciertos temas, tonos o tratamientos prohibidos? Veamos la respuesta que, al respecto, propone una novela de 2001, La part de l’autre (La parte del otro) de Eric-Emmanuel Schmitt. El dramaturgo y novelista francés parte de un planteamiento que bien podría emanar de la corriente contra-factual de la historiografía moderna. ¿Qué hubiera sucedido si Adolf Hitler hubiese sido aceptado en el concurso de entrada a la Academia de Artes de Viena el 8 de octubre de 1918? En corto, un planteamiento digno de la más ortodoxa tragedia griega. Schmitt desarrolla así dos novelas paralelas, dos destinos encontrados, hábilmente sincronizados y contrapunteados: la vida del pintor Adolf H. y la lenta maduración del dictador Hitler. Obviamente, el relato más insólito es el de Adolf H., cuyos estudios artísticos en Viena se ven interrumpidos por la Primera Guerra Mundial, en la que pierde a uno de sus mejores amigos, la fe en Dios y en la grandeza de Alemania, y decide mudarse al Montparnasse de los veinte para intentar un nuevo destino artístico y amoroso. Allí se enamora de una muchacha llamada “Once treinta” porque nunca despierta antes de esa hora, con quien vive un romance al estilo de la novela L’écume des jours de Boris Vian. Su pintura lo pone en sintonía con el movimiento surrealista, recordando así las tribulaciones francesas de Hans Bellmer, a raíz de una visita del mismísimo André Breton a su taller. A la muerte de Oncetreinta, regresa a un Berlín resplandeciente, convertido en el centro de las vanguardias europeas; allí se casa con una mujer judía mientras, en la otra parte de la novela, su doble se dispone a tomar una cápsula de cianuro luego de desposar a Eva Braun. Adolf H. muere apaciblemente en Santa Mónica después de haber conocido las mieles de ser abuelo.

Otro desafío de la novela era inventar una Historia con mayúscula y sin Hitler en su horizonte. En la imaginación de Schmitt, la Alemania que se ahorró la locura del Führer gracias al reconocimiento de su talento pictórico, luego de una breve guerra con Polonia por una disputa territorial, se convirtió rápidamente en la democracia que, en la realidad, se tardó años e incontables muertos en instaurar. Por supuesto, esta Alemania nunca fue sojuzgada por la bota nazi, ni bombardeada por los aliados, ni satanizada por la memoria histórica, ni dividida por un ominoso muro. Así imaginó Schmitt una Historia sin Hitler, pero la ucronía solo sirve de telón de fondo y no está tan desarrollada como la invención del destino individual. La reflexión que subyace a este juego fascinante consiste en saber cuáles son los factores que realmente determinan la Historia, si las grandes corrientes colectivas o los impulsos individuales. Es decir, sin Hitler, ¿Alemania y, con ella, el mundo entero, hubiera sido distinta de lo que fue? “La pregunta”, recapitula el crítico belga Jacques De Decker, “es incisiva y no interesa solamente a los historiadores y los filósofos. Es una de las obsesiones de los novelistas por la simple razón de que la imaginación les permite actuar sobre los acontecimientos. Por supuesto, son demiurgos que solo actúan en el campo de la fantasía pero nos permiten, a nosotros los lectores, especular acerca de destinos alternativos, burlarnos del fatalismo, remontar la cadena de las causalidades y partir hacia otras direcciones”.

Si bien las ucronías resultan fascinantes para quienes gozan el poder de la imaginación, asimismo entrañan el riesgo de confundir a lectores no muy enterados de la verdadera vida de Hitler. Pero, en lo general, sus planteamientos son tan disparatados que pocos lectores caerían en la trampa de creerse, por ejemplo, que Hitler sobrevivió treinta años a la Segunda Guerra Mundial en la selva amazónica o que se convirtió en un talentoso pintor vanguardista. Tampoco nadie se tomaría en serio, como lo propone Norman Spinrad en la novela The Iron Dream (1972), que Adolf Hitler emigró a Nueva York en 1919, donde se convirtió en autor de ciencia-ficción y, en particular, de una novela titulada El señor de la svastika que es, en realidad, la novela de Norman Spinrad. “The Iron Dream es una parodia descarada, a un tiempo delirante y lógica, de toda la heroic fantasy, de todo lo que contiene de fascismo larvario, de pulsiones guerreras, de imágenes nietzscheanas del superhombre y de la raza pura. En ese universo donde la hegemonía nazi no existió, Hitler sueña el cumplimiento simbólico del nazismo y lo proyecta en el ámbito literario de manera patológica”, escribe el crítico Alain Dorémieux en la introducción a la edición francesa. En este caso, Spinrad construye una verdadera mise en abyme, y Hitler es quien inventa y redacta sus fantasmas.

Otra ucronía, tan descarada y delirante como la de Spinrad, se debe al autor de El bebé de Rosemary, Ira Lewin, quien ideó que el ángel de la muerte había clonado a Hitler 94 veces y había entregado los bebés en adopción a distintas familias del mundo. Dos años después de su publicación, Los niños del Brasil (1976) fue llevado a la pantalla con gran éxito. Se antoja que todas estas ficciones dialogan entre sí y se complementan hasta formar un rizoma totalmente sostenido por la imaginación. Por ejemplo, la novela de Mailer puede verse como un espejo y un refrendo de la tesis de Ira Lewin, según la cual la infancia fue definitiva para la formación del líder alemán y ningún clon genético podría volverse un nuevo Hitler si no volviera a vivir las mismas condiciones de crianza que el original. Según Roland C. Wagner, autor del prefacio a la novela de Spinrad, “la ucronía carece de sentido moral. El universo de The Iron Dream no es peor, ni mejor que el nuestro. Solo es diferente”. La historia contrafactual asimismo busca desmentir la falacia retrospectiva que presupone que lo que resultó no pudo ser sino así. Los métodos se parecen, pero la ucronía literaria no tiene fin demostrativo, es un puro juego que no implica un regreso a la realidad. La acusación de “revisionismo” que se hizo a determinadas ucronías noveladas, proviene precisamente de esta carencia de aspiración moral a la hora de idear una versión distinta de los hechos reales. Fue el caso de El hombre en el castillo (1962) de Philip Dick o de Fatherland (1992) de Robert Harris. De allí que los fantasmas literarios siempre estén más allá del bien y del mal.

Ignoro la razón de una reciente proliferación de novelas hitlerianas en España, pero una rápida revisión de algunos títulos muestra que este país es tierra fértil para las ficciones habitadas por el fantasma teutón. La más reciente: El legado, la hija de Hitler (2009), por Blanca Miosi, así aparece reseñada: “El protagonista es Hermann Steinschneider, un austriaco de origen judío que trabajó en su juventud como mago y mentalista en diversos circos ambulantes en los lejanos años veinte. Su suerte cambia cuando recibe la visita del misterioso señor de Welldone, que le ofrecerá lo que siempre anheló poseer: poder, la posibilidad de convertirse en el mejor mago del mundo gracias al verdadero conocimiento. La ambición le ciega y acepta el trato, aún sin saber lo que tendrá que ofrecer a cambio. Posteriormente se traslada a Berlín y gracias a la mediación de Hans Ewers comienza a frecuentar a la alta sociedad, ya con el nombre de Erik Hanussen. Crea el ‘Palacio del Ocultismo’ y su fama empieza a crecer, auspiciada por los notables clientes que visitan su casa. Es entonces cuando conoce a Adolf Hitler y a gran parte de sus lugartenientes, en un momento en el que todavía los nacionalsocialistas son unos recién llegados al escenario político alemán de entreguerras. Gracias a las técnicas esotéricas y de control mental que le enseña, nuestro protagonista consigue que Hitler domine el poder que le otorgan las masas, influyendo activamente en su ascenso vertiginoso. Se convierte en consejero personal del Führer, pero no puede predecir lo que pretende realmente este hombre al alcanzar el mando absoluto. Aterrado ante las perspectivas intenta detenerlo pero ya es

demasiado tarde. Cae en desgracia al dar la noticia del inminente incendio que destruirá el Reichstag, sede del gobierno alemán, y su vida se convertirá en una pesadilla. Es entonces cuando percibirá que no es tan fácil cumplir lo acordado con Welldone. Su propia hija, Alicia, ha tenido a espaldas suyas una relación amorosa con el mismísimo Hitler, cegada por el amor que siente por él y negándose a ver lo que es evidente para el resto del mundo. Al comenzar la II Guerra Mundial su padre le obliga a huir a Estados Unidos sin saber que parte de la profecía anunciada por Welldone estaba a punto de cumplirse: le vaticinó que la sangre de su familia no debía mezclarse con la del líder nazi, hecho ya consumado al encontrarse embarazada su hija. El ocultista se refugia en Suiza, mientras sigue tejiendo su red de contactos y vigilando por la seguridad de su familia, perseguido por las huestes de Hitler. Con sus conocimientos intentará ayudar al bando aliado a ganar la guerra, pensando que con ello podrá librarse de su maldición. Pero el destino le seguía guardando sorpresas, ya que una vez acabada la guerra se dará cuenta que el peligro sigue latente, que su mentor sabía lo que iba a ocurrir y él no puede hacer nada por evitarlo. La historia personal de los protagonistas se sigue desarrollando, naciendo después Sofía, la hija de Hitler. Una chica especial a la que su abuelo intentará sobreproteger, aunque ella tomará sus propias decisiones. Generaciones venideras llegarán al mundo, pero el patriarca siempre temerá que llegue el momento en el que se cumpla la profecía. Y hasta el fin de sus días luchará por sobreponerse al infausto destino que la vida le ha deparado”.

El Premio Euskadi de Literatura en Euskera galardonó en 2006 la novela de Harkaitz Cano, La boca de la hierba, que imagina que Hitler no murió en Berlín en 1945, que no perdió la guerra, se adueñó de Europa entera y toma un barco hacia Nueva York con la intención de apoderarse de América. Tiene a Charles Chaplin prisionero en una bodega del barco, víctima de la ira del líder nazi, a quien no le gustó nada El gran dictador. Pese a estos oscuros augurios, un crítico español afirma: “En esta ágil, tierna y poética narración, Harkaitz Cano construye una bella alegoría de la libertad personal”. El VIII Premio de novela Alfonso X el Sabio coronó, en su edición de 2008, una novela de Juan Murillo, Shangri-la, La cruz bajo la Antártica, cuya trama es la siguiente: “En el año 2000, Eilert Lang, biólogo noruego, formó parte de la expedición científica al Polo Sur bautizada como Millennium Research 2000 junto a otros ocho estudiosos sobre el efecto climático. Allí descubrió un secreto terrible que costó la vida a todos sus compañeros y que también le hubiera costado la suya si los americanos de la base Wichita no le hubieran dado por muerto: una ciudad subterránea construida por los nazis, la llamada Nueva Suabia, sede del mausoleo de Hitler, que logró refugiarse allí tras la guerra y que murió plácidamente en 1968. El nombre en clave de ese lugar conocido como la base 211 es SHANGRI-LA, una fortaleza inexpugnable que custodia, bajo la mítica Antártida, el poder de la cruz gamada. Eilert Lang consigue hacerse con documentos comprometedores que demuestran la pervivencia del ideario nazi en una logia llama Ultima Thule con ramificaciones en todo el planeta, que a través de poderosas alianzas organiza en la sombra la política mundial. Eilert lleva seis años ocultándose para evitar a los sicarios de tan peligrosa organización, pero decide poner fin a su calvario y se pone en contacto con el periodista Simon Darden, redactor jefe de The Guardian, para revelarle la existencia de documentos clasificados que, de salir a la luz, cambiarían el curso de la historia. Entre ellos una fotografía del 68 cumpleaños de Hitler junto a Eva Braun y algunos de los grandes dirigentes nazis a los que se dio por muertos en el führerbunker o desaparecidos tras el juicio de Nüremberg”.

También habría que mencionar Los demonios de Berlín (2009) de Ignacio del Valle o El mesías ario (2007) de Mario Escobar o Los elementos del mundo (2009) de José María Beneyto, pero sus tramas no nos esclarecerían más el florecimiento de ficciones sobre el Führer en el imaginario ibérico. Finalmente, cabe observar que Hitler está conquistando el mercado de narrativa infantil, señal de su excelente salud literaria como decía en un principio. Da fe del suceso la escritora Judith Kerr con un libro titulado Cuando Hitler robó el conejo rosa, publicado en 2002 por Alfaguara en su versión española, que “narra el exilio de Anna y su familia, primero a Suiza y más tarde a París y Londres, huyendo de Hitler debido a que su padre era escritor y, encima, judío. Cuando tienen que huir, su madre solo le deja llevarse un juguete, Anna opta por un perro dejando atrás a su conejo rosa con el cuál sueña todas las noches e imagina en manos de Hitler, un señor que no le parece tan peligroso pues se asemeja a Charlot. Es una historia que atrapa y que no deja indiferente como sucede con El Diario de Anna Frank, en ambas vemos reflejado lo que sentían en unos momentos tan duros aunque hay diferencias, pues Anna Frank sí que sufre en carne propia el odio que sentía Hitler hacía los judíos mientras que la otra Anna logra huir y vivir la guerra desde Londres que, aunque sufre también los bombardeos, no es un Campo de Concentración”.

No puedo garantizar los resultados de todos estos planteamientos porque no he podido, ni he querido leer esta reciente oleada española. Uno se satura rápidamente de fantasmas tan extravagantes como Hitler revivido. Por lo demás, me pregunto de qué depende el éxito de una ficción führibunda: ¿de la invención de la trama, de un estilo en filigrana o de unos trazos expresionistas, de la osadía o de la perspicacia? Es difícil decidirlo, pero le apostaría ante todo al talento del escritor. En este sentido, ningún fantasma es garantía de nada y, además, sospecho que nadie escoge sus fantasmas. Más bien el escritor es escogido y creado por ellos. Sin embargo, también cabría preguntarse por qué, fuera tal vez de Morirás lejos de José Emilio Pacheco, México no ha sido posesionado por esta obsesión. ¿Para cuándo un Hitler resucitado en Ciudad Juárez o encabezando algún cartel en el Golfo? El fantasma está en busca de autores.