Hillary Clinton lideraba las encuestas. Su contrincante la enfrentó sin misericordia, enrostrándole todos los trapos sucios que no lavó en privado ni como Primera Dama ni como secretaria de Estado. El affaire Lewinsky, los correos privados, el drama libio que costó la vida al embajador de su país, toda su historia quedó al descubierto. Y ella usó la misma estrategia: lo acusó de abusador y expuso su sexismo. Ambos candidatos desarrollaron una de las campañas más vulgares de la historia de Estados Unidos. Pero tanto la prensa como el sentir más generalizado le daban la victoria a Hillary. Ser mujer, y con una larga tradición en la acción política, era su fortaleza aparente. Muchas mujeres se esperanzaron con ver por vez primera a una al mando. No todas, por cierto, concordaban con la «Nación Trajepantalón» que ella representa para sus adherentes, y eso explica la baja votación que obtuvo en algunos grupos femeninos.
¿Por qué no le sirvió esta posición de aparente ventaja? Su derrota, ¿compromete el futuro de las causas políticas para las mujeres? ¿Cómo se ve desde Chile y en un año de reivindicaciones femeninas? El sicoanalista Luigi Zoja sostiene que vivimos en un mundo menos patriarcal, menos patricéntrico, pero aún muy «machocéntrico». Después de un siglo de crítica feminista, la figura del macho continúa siendo el que domina la «manada», atrayendo a muchas mujeres hacia el macho alfa. Hillary Clinton quiso luchar con los líderes de la manada, pero en su territorio y con sus valores.
Se equivocaron quienes creyeron que ella pretendía derrotar el patriarcalismo y el machismo, para lo cual era importante abandonar la postura de esa primera ola feminista que pensaba que solo se accede al poder poniéndose puños de acero. Ni las concepciones de género ni el mismo feminismo sostienen hoy, también por la experiencia histórica, que para avanzar en posiciones de poder las mujeres necesitan abandonar las faldas. La causa es muchísimo mayor que unas pocas formalidades que no pudieron esconder lo obvio. Y que, en cambio, probablemente explican la seducción que ejerció Michelle Bachelet en su primera candidatura a La Moneda: ella no solo manejaba un tanque, también usaba faldas y en su discurso los roles femeninos tradicionales estaban siempre validados.

Los estudios de género, la historia de las mujeres y el feminismo han tenido que hacer un recorrido azaroso y solo muy recientemente han sido validados en el mundo académico. Sus logros se han debido justamente a su doble enfoque: el que enfatiza lo relacional y defiende los derechos femeninos valorando la contribución de la mujer desde los roles sociales que ocupa, y postulando la complementariedad de los sexos, y un segundo enfoque, anclado en una corriente más liberal, individualista, que enfatiza los conceptos abstractos de derechos humanos individuales, extensivos por su naturaleza, y no por el género, a la mujer.
Tanto desde el contexto relacional como del individualista era difícil que una feminista solidarizara con una mujer que protagonizó la imagen en que Bill y Hillary, con su hija Chelsea entre ellos, caminaban abrazados hacia un helicóptero por los jardines de la Casa Blanca después de que el mundo se enterara de la humillación que le había proferido su marido en el mismo centro del poder. Ella demostró en ese acto y en lo que siguió que era ese poder machista, ante el cual se subyugaba, el que querría ejercer en adelante. Reconociéndole su autoridad, sin ningún guiño hacia las mujeres para las cuales su dignidad y la validación de su contribución desde lo femenino está por encima de la lucha por ser un macho alfa.
En los últimos años hemos visto avances importantes en la visibilización de las desigualdades de género, y en la posición de la mujer en la esfera pública. Sin embargo, unos cuantos puestos más en el Congreso o en los Ministerios no son suficientes para considerar que se ha llegado a puerto. Valgan para ello los datos sobre brechas salariales, sexismo en el trabajo. La lección de la derrota Clinton es que no es solo en el ámbito público que se juega la reivindicación de los derechos de la mujeres. No parece conveniente que la lucha por el control de la manada se dé para ocupar el lugar del macho alfa. Igualdad de género no implica desconocer las diferencias, y convocatorias como #Niunamenos no solo demuestran que el ámbito privado también importa, sino que incitan a superar la hipocresía y el temor a la exposición pública. Contribuyen también a complejizar el concepto de «violencia de género» y su publicidad, incluyendo aspectos sicológicos y formas de maltrato que son igualmente atentados menos socializados contra la dignidad y los derechos de la mujer.
La derrota Clinton demuestra, para la mujer chilena, que tiene sentido defender sus causas buscando espacios que reivindiquen sus roles públicos tanto como los privados. Elegir formas de ejercicio del poder desde formatos masculinos no necesariamente lleva al éxito.