Tanto en la crítica teatral como en la literaria o pictórica, ciertos errores garrafales o impresentables descuidos resultan mucho más atractivos que la prolongada laboriosidad del acierto. A través de la historia se citan casos puntuales de equivocaciones mayúsculas o de notables omisiones, como una forma de desacreditar el trabajo crítico.

Debajo de aquellas objeciones y ejemplificaciones se intenta generalizar algo ampliamente extendido -una tentación irresistible de la cual nadie está ajeno-: los ancestrales afanes totalitarios de eliminar la postura disidente. Para muchas personas que trabajan en teatro en el país, la crítica ha estado permanentemente bajo sospecha. Para esto, solo basta recordar una iniciativa que nació en 1997, cuando en Santiago se formó una Asociación de Directores, entre cuyos objetivos centrales estaba el responder de manera orgánica a las críticas que de sus espectáculos aparecieran en diarios y revistas. Si bien el intento de réplica nunca prosperó, al menos logró convertirse en uno de los hitos más estrafalarios en la historia del teatro chileno y, seguramente, universal. La aspiración allí no era polemizar o disentir de un punto de vista determinado, sino de regular oficial y administrativamente aquello que a los ojos de estos 26 actores y directores aparecía caótico y desconfiadamente libre: gente que hablaba de las cosas que públicamente hacía otra gente, sin que les hubieran pauteado el libreto.

Desde la aparición de la crítica teatral “universitaria” en Chile- mediados de los años 60, probablemente-, es decir, aquella formada por profesionales y no ya reporteros de espectáculos, su trabajo fue justamente el de la laboriosidad sostenida. Alejándose de la crítica meramente impresionista, su labor ha sido la de descubrir aquello nuevo y valioso en el horizonte de las artes escénicas, señalar lo deficiente, ordenarle el panorama a un público que a veces se pierde entre los árboles del bosque. La mayoría de las obras que la historia del teatro chileno recuerda durante las últimas décadas, fue justamente resaltada por aquella crítica, como consta en los medios de comunicación de la época. Y casi todos los espectáculos mal criticados en su momento -aunque produjeran escándalo a la hora de su aparición- se han olvidado.

Hace justo treinta años, una marea renovadora comenzó a remecer el teatro chileno, gracias a los montajes de compañías como Ictus, TIT, Imagen, Le Signe y Los Comediantes, entre otras. Nació allí un afán por referirse críticamente a la situación chilena de aquellos años, a develar el Chile oculto y silenciado del que no hablaban los medios de comunicación. A través de fórmulas tan variadas como el realismo, el grotesco o el melodrama, aspectos claves de la vida nacional, de las transformaciones sufridas por la sociedad, fueron reflejadas sobre el escenario.

Posteriormente, a mediados de los 80, otra forma teatral hizo su aparición: un teatro de la visualidad, mucho más sugerente que contingente, en obras que buscaron otros recursos expresivos, gracias al cual el público continuó llenando las salas. Su gesto se prolongó en la década del 90, a través de puestas en escena de compañías como La Memoria, Gran Circo Teatro y La Troppa.

Pues bien, la mayoría de estos montajes, desde mediados de los 70 hasta finales de los 90, fueron destacados y valorados por la crítica teatral, que se convirtió en sus férrea defensora. Igualmente, a finales de los 90, cuando el teatro se saturó de una cierta hipervisualidad, la crítica puso una señal de alerta ante la proliferación de un formalismo carente de contenidos, y valoró los esfuerzos por recuperar cierta dramaturgia nacional e internacional que redescubría a la palabra como fuente de una nueva poética escénica.

Se quiera o no, con sus falencias y precariedades, con aciertos y errores, la crítica ha sido siempre un espacio de libertad llenado por personas a las cuales el teatro les ha gustado, que aspiraron a mejores espectáculos y si éstos así lo fueron, los celebraron e intentaron cumplir con aquello que Octavio Paz deseaba para la crítica: “Su misión no es tanto trasmitir informaciones como filtrarlas, transmutarlas y ordenarlas”.