Alberto Manguel, citando a Borges, escribe que «biblioteca es solo uno de los nombres que damos al universo», y añade: «Las bibliotecas han surgido del humano deseo de concentrar el universo entero en un espacio». Más allá del debate sobre el libro en papel o pantalla, lo que se impone ahora es pensar, por una parte, en el resguardo y la circulación de los contenidos y, por otra, en el desafío de la nueva construcción de lo que Carlos Monsiváis ha llamado «la autonomía intelectual»: un gusto literario que forje el pensamiento y el lenguaje, que casi inevitablemente requieren de una especie de cartografía para la lectura.

En lo que se refiere a la preservación y distribución de los contenidos, es preciso admitir que los textos que no cuenten con un respaldo electrónico enfrentarán un futuro azaroso para su preservación y difusión: los nativos digitales no se plantean la alternativa de formatos lectores, casi todos leen en pantalla. Es allí donde se presenta la oportunidad y el desafío: es preciso digitalizar la memoria para poder preservarla y para su difusión.

Por otro lado, ante la vorágine de información y datos con los que la tecnología avasalla a quienes recién se incorporan a la aldea lectora, una de las mejores alternativas de itinerario para la lectura se encuentra, indudablemente, en el que ofrecen las bibliotecas personales. A diferencia de una biblioteca pública, las bibliotecas personales reflejan inequívocamente los intereses de quienes la han formado; sus pasiones, sus rutas de conocimiento, su voluntad lectora. En muchos de los casos, son el espejo de una vida dedicada a formar un gusto literario. ¿Qué leyeron esos hombres y mujeres para formar un lenguaje propio, una opinión personal sobre sus tiempos y la historia, un pensamiento tan original que los distinguió de los demás? En esas bibliotecas se puede encontrar, además, atisbos de sus relaciones con otros escritores, reflejados en sus notas al margen, o en las dedicatorias de los ejemplares; inquietudes intelectuales, enlaces con otros textos…

Y es tan importante conservar el corpus lector que ofrece una biblioteca personal, conservándola tal cual la concibió el autor, como digitalizarla. He aquí, pues, los desafíos para la nueva galaxia digital: preservar, digitalizar. Finalmente, el lenguaje, el conocimiento y la ambición por una cartografía de la lectura son los horizontes de un propósito de la memoria civilizada, que deberá ser resguardada en bibliotecas de papel o en bibliotecas digitales.