«¿Qué fue el boom? Yo no lo sé. Yo creo que nadie lo sabe con certeza», afirmó Mario Vargas Llosa el 26 de noviembre de 2016, durante la conferencia magistral que dictó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).

Años antes –en 2012–, al acompañarlo a recibir el Primer Premio Internacional Carlos Fuentes en la ciudad de México, le escuché decir que «el boom no duró más de diez o doce años, aunque su estela se haya prolongado hasta nuestros días». «¿Qué ha quedado de todo aquello?», se preguntó, para luego esbozar una respuesta: «Algunos libros que todavía desafían la usura del tiempo y siguen conquistando lectores, desde luego. Y también, acaso, una manera nueva de asumir el oficio literario que han hecho suyas las nuevas generaciones de escritores latinoamericanos».

El boom ha sido estudiado desde diferentes perspectivas: la literaria, la periodística, la histórica, la biográfica y la autobiográfica. Desde su irrupción ha sido, también, objeto de elogios, críticas, intentos de definiciones, de filias y de fobias. Pero hay un aspecto que, en mi opinión, ha sido insuficientemente abordado: el papel que desempeñó en establecer nuevas reglas en la industria editorial en español. Y en este campo, como intentaré demostrarlo, su influencia fue inmensa.

A principios de 2015, presenté a la Universidad de Cambridge un proyecto doctoral para realizar un estudio comparativo entre las industrias del libro de España y México. Durante la investigación, he encontrado el papel axial que desempeñó en esa historia un grupo de escritores, los pertenecientes al boom; una agente literaria, Carmen Balcells; un editor, Carlos Barral, y una ciudad, Barcelona.  Además, algunos de sus efectos: la transformación del oficio literario (como lo señala el propio Vargas Llosa), la aparición del escritor profesional y de las nuevas reglas de contratación de libros (definición de plazos y porcentaje de pagos de regalías y la división de mercados, por ejemplo), y un impulso sin precedentes de las traducciones de sus textos a otros idiomas. Haré para Dossier un esbozo sin bibliografía ni demás rigores académicos del segundo capítulo, titulado «El Boom Latinoamericano y el surgimiento del agente literario en la industria del libro de España: Hacia una sociología de la edición en español».

El capítulo analiza la gestación de la hegemonía en la industria de la edición de libros en español en los años sesenta y setenta del siglo XX, estudiando las razones por las que la industria española se convirtió en protagonista del fenómeno. Para construir esta explicación, utilizo la teoría de la hegemonía de Laclau y Mouffe, examino condiciones y factores que hicieron posible el boom, así como los actores clave que participaron en él y las articulaciones que esto propició en la industria del libro y las actividades de los escritores. Para ello, analizo bibliografía especializada y la contrasto con las decenas de entrevistas realizadas expresamente para esta investigación, de las cuales destaco la de Mario Vargas Llosa, uno de los grandes protagonistas. También me apoyo en la consulta crítica de correspondencias y archivos pertinentes.

Algunas definiciones 

Llamo industria del libro a las tareas que tienen como objetivo contratar autores, preparar manuscritos, diseñarlos, convertirlos en libros e imprimirlos en formato de papel, electrónico y/o audiovisual, para luego distribuirlos y promoverlos ante el público lector y en algunos casos traducirlos a otros idiomas. Dado que incluso este campo es bastante extenso, para el análisis de la centralidad de la industria española en tiempos del boom me enfoco específicamente en el seguimiento de la contratación, producción y distribución de las novelas de los autores integrantes de dicho fenómeno, y en cómo la gestión que de sus obras hizo este grupo modificó las reglas del juego de la industria editorial en español.

La justificación para concentrar el análisis en ese segmento de la industria reside en que representa la parte más significativa de la producción editorial. Si se toman en cuenta las estadísticas españolas, por ejemplo, entre 1961 y 1965 –años de arranque del fenómeno del boom–  podemos ver que ninguna otra categoría editorial aportó tanto a dicha producción. De un total de 11,950 libros y folletos publicados por la industria editorial española en 1961, 4,296 fueron «literatura», y en un lejano segundo lugar se encontraba el rubro «derecho, administración pública, previsión, asistencia social, seguros», con apenas 2,345 títulos. La proporción siguió conservándose a través de los años, pues en 1962, de 12,243 títulos publicados, 4,360 fueron literatura. En 1963 se publicaron 13,981 títulos, con 5,052 en la categoría de literatura. Si bien hubo algunos cambios, las proporciones siguen constantes en los siguientes años, pues, en 1964, 4,206 de 15,540 títulos corresponden al rubro literatura, mientras que, en 1965, 5,366 títulos de 17,342 fueron, también, literatura. Asimismo, se puede afirmar que la mayor proporción del rubro de literatura corresponde a novelas, justificando así la centralidad de los autores del boom para la industria del libro en castellano, puesto que ellos, justamente, principalmente publicaban novelas.

Por otro lado, es preciso admitir que el boom latinoamericano presenta dificultades para ser definido, aunque ello no impide que sociológicamente sea relevante estudiarlo. Según el periodista Xavi Ayén, uno de los grandes estudiosos del tema y autor de Aquellos años del boom, habría sido «lo más importante que le sucedió a la literatura en español del siglo XX». Ángel Esteban y Ana Gallego, en su libro De Gabo a Mario, el boom latinoamericano a través de sus premios Nobel, no dudan en afirmar que «los años sesenta y setenta del xx han sido el verdadero siglo de oro de la literatura hecha en América Latina, la más floreciente de todo el planeta». En otras palabras, estos estudiosos ubican la trascendencia del fenómeno incluso más allá de los países de habla española. En sentido semejante, en 1964, el novelista mexicano Carlos Fuentes escribió una carta a otro de los miembros del boom, el peruano Mario Vargas Llosa, afirmando que estaba lleno de optimismo porque creía que no había «otra comunidad cultural que produjera» novelas del valor de las que habían publicado los autores latinoamericanos. El uruguayo Mario Benedetti, escritor contemporáneo del boom, pero ajeno a su gestación y desarrollo, también se preciaba en 1967 de las obras literarias latinoamericanas de años recientes, en contraste con las de otras latitudes, y afirmaba que por eso el suplemento literario de The Times había publicado que la de Hispanoamérica era la contribución más significativa a la literatura mundial en ese tiempo.

La serie de hechos que constituyeron el boom ha sido motivo de múltiples estudios desde diferentes perspectivas, aunque han prevalecido las miradas literarias y periodísticas. En mi estudio me aboco a notar la faceta social y editorial de lo ocurrido: los antecedentes históricos y sociales que auspiciaron su surgimiento; su impacto en el posterior desarrollo de la industria editorial; sus efectos en la contratación y en la publicación, e incluso en la mercadotecnia editorial. El boom fue trascendiendo espacios, uno tras otro. En cierto punto, como dice el editor Jesús Anaya, fue «un fenómeno español que se extendió a los países de lengua española».  El también editor Joaquín Diez-Canedo enfatiza que muchas de las novelas del boom fueron traducidas muy pronto a otros idiomas, lo que dio visibilidad y duración a la comercialización de los libros, tanto en otros mercados lingüísticos como en el de habla española. Así el canon literario internacional se amplió, y al mundo europeo y el de habla inglesa se les sumó otra región cultural del planeta.

La dimensión social del fenómeno es notoria también en lo que Ayén resalta, al referir que involucró a una enorme cantidad de lectores: «si hubiera sido un fenómeno de críticos o de una minoría de lectores cultivados no estaríamos hablando de esto. Yo creo que no lo llamaríamos así porque no estaría justificado que se llamara boom». Ante hechos como estos, las interpretaciones del boom abarcan, comprensiblemente, una gama que va de su caracterización como un mero acontecimiento comercial hasta las lecturas de los sucesos que lo ven como parte de un más amplio proceso cultural y social.

Orígenes

Fue en la revista argentina Primera Plana donde se usó por primera vez el apelativo de boom latinoamericano para referirse a un conjunto de autores que empezaban a despuntar internacionalmente. La mención se hacía en un texto del crítico Luis Harss en el que este aclaraba, dentro de un paréntesis, que se refería al auge editorial y de lectores que estaban teniendo algunas novelas latinoamericanas. La expresión aludía e imitaba una muy usada en ese momento, la del boom económico italiano. Si bien no lo caracterizó de esa manera, el crítico cultural uruguayo Ángel Rama escribió que el término no solo era la onomatopeya de una explosión en inglés, sino que era también un concepto que provenía de la mercadotecnia estadounidense para designar un alza súbita y significativa de ventas de algún producto.

En efecto, en la promoción del boom se usaron técnicas de publicidad y mercadeo. Así, aunque el historiador mexicano Javier Garcíadiego valora la calidad literaria de los involucrados, también afirma: «Quien ha hecho realmente el mercado latinoamericano de literatura es la industria española (…) La aportación española en el boom fue la comercial, el mercadeo», con lo que le adjudica dimensiones económicas y comerciales. Sin embargo, el panorama se vuelve más complejo cuando se hace notar que el boom no fue solo una campaña de promoción comercial de autores latinoamericanos –a pesar de que en la construcción de la hegemonía también incidieron las campañas publicitarias que estos autores mencionan–, sino que el fenómeno tuvo también un indudable impacto literario en el mundo del libro y en el campo cultural de habla española.

Llama la atención el reiterado rechazo de algunos novelistas que fueron incluidos como miembros del boom por críticos literarios y periodistas para aceptar el fenómeno y el haber participado en él. El novelista cubano Alejo Carpentier (1904-1980) escribió, por ejemplo: «Yo nunca he creído en la existencia del boom (…). El boom es lo pasajero». En pleno auge del término, el escritor colombiano Gabriel García Márquez manda una carta a su colega Vargas Llosa, fechada el 12 de noviembre de 1967, asegurando: «La desacralización del boom me parece saludable». Por su parte, a través de los años, Vargas Llosa ha expresado diferentes posiciones al respecto. En 1972, por ejemplo, lo calificó como un «accidente histórico»; en 2016 dijo: «¿Qué fue el boom? Yo no lo sé. Yo creo que nadie lo sabe con certeza», pero en 2012 había afirmado que el fenómeno «no duró más de 10 o 12 años, aunque su estela se haya prolongado hasta nuestros días».

De manera semejante, otro participante del fenómeno, el novelista chileno José Donoso, escribió en los años setenta que era difícil definirlo «con siquiera un rigor módico». Asimismo, si bien no ha dejado de haber controversia entre críticos, lectores y aun los mismos autores a propósito de quiénes y qué obras formaron parte de él, hay cierto consenso en que los personajes centrales, los protagonistas del boom latinoamericano, fueron el argentino Julio Cortázar, el mexicano Carlos Fuentes, el colombiano Gabriel García Márquez y el peruano Mario Vargas Llosa. Donoso, por ejemplo, escribe sobre los cuatro subrayando que todos ellos alcanzaron, en varios sentidos, una categoría tanto literaria como comercial que otros escritores jamás tendrían.

Se ha discutido, también, si algunos de los autores del boom desplegaron estrategias de creación de capital cultural para incrementar su prestigio literario, alcanzar reconocimiento internacional y consolidar su capital económico. Se ha afirmado, por otro lado, que los novelistas del boom requerían no parecer autores que fuesen meros productos de la publicidad, sino que para alcanzar consideración universal les convenía ser vistos como especiales –no meramente como continuadores de una literatura regional homogénea– y que requerían mostrarse como originales e innovadores y por ello fuente de una renovación literaria en el idioma.

Entre la propuesta literaria y el logro comercial

Ángel Esteban y Ana Gallego mencionan la publicación de obras como El siglo de las luces (1962) de Carpentier, La muerte de Artemio Cruz (1962) de Fuentes, Rayuela (1963) de Cortázar y La ciudad y los perros (1963) de Vargas Llosa como evidencia de la ola de calidad literaria que ocurrió a principios de los años sesenta; se trata, en todos los casos, de novelas que se han convertido en piezas fundamentales del canon de la literatura en castellano.

Y aunque en los medios de comunicación se dijo, con frecuencia, que el boom se identificaba con el estilo denominado realismo mágico, lo cierto es que las obras de los novelistas latinoamericanos expresaban múltiples estéticas. En la apreciación del académico y crítico literario peruano José Miguel Oviedo, había diferencias importantes entre las novelas de los escritores latinoamericanos, pero compartían un elemento común: su carácter experimental en términos formales que, sin embargo, tomaba distintas direcciones.

Por otro lado, el editor mexicano Tomás Granados coincide en rechazar que el boom fuera una mera operación comercial, al afirmar que «no es un fenómeno inventado, hay elementos literarios de novedad radicales en el boom»; Diez-Canedo también lo ve hoy de esa forma, afirmando que «mediáticamente no pudo haber sido construido». Oviedo no descarta el fenómeno como un acontecimiento comercial, sino que afirma que hubo una «notable conjunción de grandes novelas surgidas a mediados de los años sesenta», además de que el boom y sus actores llevaron a que se volteara a ver a autores publicados en las décadas precedentes, que solo habían recibido atención local y de estamentos culturales e intelectuales muy específicos. Es de considerar la apreciación de la agente literaria española Carmen Balcells, figura central de la proyección del «grupo», que iba en el sentido anterior: «Boom es una palabra inventada que designa el fenómeno de renovación lingüística, temática y formal de la novela», dice en el libro de Xavi Ayén.

Así pues, las diferencias a las que aluden los estudiosos permiten notar que este fenómeno no fue solamente un movimiento o un estilo literario. Si se piensa en términos sociales y editoriales, se pueden notar dimensiones que van más allá de lo literario. En cuestión generacional, por ejemplo, el criterio tampoco parece ser uno de sus rasgos definitorios. De entre los cuatro protagonistas, solo dos coincidían en edad. En 1962, el año específico que varios señalan como el del arranque del boom, el más joven de los personajes centrales, Vargas Llosa, tenía 26 años; García Márquez y Fuentes, 34; mientras que el mayor, Cortázar, casi duplicaba la edad del peruano pues tenía 48 años. El boom latinoamericano, entonces, tampoco fue una generación de escritores.

Este estudio se nutre de los planteamientos ya expuestos para entenderlo como un amplio fenómeno social, cultural y editorial, en tanto que aumentó la atención hacia los productos culturales de una región y potenció hechos como el número de lectores, ediciones y traducciones de libros de autores latinoamericanos. Esto sucedió como parte de la articulación de una nueva hegemonía, de la que los hechos mencionados eran elementos constitutivos. Una parte de la especificidad editorial del fenómeno radica en que el surgimiento de este mercado de lectura se dio a través de empresas editoriales de un perfil muy específico: de carácter eminentemente cultural y, en realidad, de pequeña dimensión. Esto apunta a una de las características del boom: su naturaleza hegemónica no es exclusivamente económica, sino que abarca diferentes facetas de creación de significados sociales.

Los protagonistas

He seleccionado como objeto de mi estudio a cuatro de los protagonistas del boom: Julio Florencio Cortázar, Carlos Fuentes Macías, Gabriel José de la Concordia García Márquez y Jorge Mario Pedro Vargas Llosa. Cada uno de ellos me permitirá efectuar diferentes análisis de gestión editorial a lo largo de mi investigación doctoral, pues cada uno de ellos presentan características singulares. 

El segundo cuadro de actores a analizar se compone del epicentro geográfico donde se desarrolló gran parte del fenómeno, Barcelona; de la agente literaria que estableció diferentes grados de relación editorial con ellos, Carmen Balcells, y el impacto que su gestión tuvo en el ámbito de la edición de libros; del editor que al publicarlos inició su dimensión internacional, Carlos Barral, y del propio término que dotó al ámbito editorial de nuevos elementos en los contratos autor-editor desde la década de los sesenta, cuando estalló el boom.

Hubo condiciones sociales e históricas que hicieron posible el surgimiento del fenómeno, por ello analizaré los factores contextuales que influyeron en que los hechos ocurrieran de la manera en que lo hicieron.

La revolución cubana se menciona reiteradamente como uno de los antecedentes significativos del surgimiento y de la trascendencia editorial del boom (Ángel Rama, Vargas Llosa, Garcíadiego, entre otros). También fue contemporáneo de una serie de hechos que entonces, y hoy, se suelen identificar con importantes cambios sociales: los movimientos antirracistas en Estados Unidos; el Concilio Vaticano II, que ponía al día a la Iglesia Católica; los conflictos como el Mayo del 68, la Primavera de Praga, la guerra de Vietnam.

Las fechas de inicio y conclusión del boom son objeto de debate. Hay, sin embargo, hechos definitorios que parecen estar fuera de duda: la misma revolución cubana y el hecho de que en 1962 el joven peruano Vargas Llosa se convierte en el primer latinoamericano en ganar, en España, el premio Biblioteca Breve, convocado por la editorial dirigida por Víctor Seix y Carlos Barral.

Por lo acertado de sus cinco ediciones anteriores el premio se había erigido ya en un punto de referencia de la vida literaria del idioma español, pero hasta entonces había sido otorgado solo a escritores de nacionalidad española. En este contexto, el reconocimiento a la novela de Vargas Llosa es, para muchos estudiosos, el certificado de nacimiento del boom. La novela se convirtió en uno de los libros más vendidos tanto en España como en América Latina, y catapultó la atención hacia la literatura latinoamericana; este premio se puede señalar, pues, como el punto de quiebre en que lo latinoamericano comienza a volverse atractivo para la industria del libro en castellano y muy especialmente, para España.

Por ello Ayén afirma que La ciudad y los perros «abre la puerta al fenómeno. Sin duda, es la que inicia un nuevo ciclo, aunque habría que esperar a Cien años de soledad para hablar de una nueva galaxia de ventas». En efecto, de Cien años de soledad llegó a venderse más de un millón de ejemplares en español entre 1967 –fecha de su primera edición en Argentina– y 1976, lo que llevó a un crítico a decir que la novela del colombiano «fue el auténtico salto, la construcción de una marca llamada boom».

El análisis de Esteban y Gallegos coincide en que el verdadero auge de ventas sucedió hasta 1968 con Cien años de soledad, que superó por mucho lo previo. Personalmente, me inclino por afirmar que Cien años de soledad consolidó lo que Vargas Llosa había iniciado con la publicación de La ciudad y los perros, aunque el propio Vargas Llosa ha afirmado que «sería más justo decir que ese papel pionero, anunciador del boom, debe concederse a la primera novela de Carlos Fuentes, que apareció en el año 1958, es decir, cuatro años antes que la mía». Se refiere a La región más transparente, publicada en México por el Fondo de Cultura Económica, en 1958.

En 1967, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias gana el Premio Nobel de Literatura; Vargas Llosa recibe en Venezuela el premio Rómulo Gallegos, por La casa verde; en Barcelona, el premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral le es otorgado al mexicano Carlos Fuentes por Cambio de piel; en Argentina se publica Cien años de soledad; en España, aparece la edición ampliada de Tres tristes tigres, del cubano Guillermo Cabrera Infante. En tanto todo eso ocurría, en el mismo año de 1967, la agente editorial Carmen Balcells empezaba a negociar sus contratos con nuevas cláusulas, porcentajes de regalías y plazos, que permitirían a los autores que representaba convertirse en escritores profesionales, una figura inédita hasta ese momento en la patria de la ñ.