La imagen de Josep Janés (1913-1959) saltó a las páginas de la prensa barcelonesa en mayo de 1934, y esa fue la primera vez que muchos lectores vieron la foto de un joven espigado de mirada serena y determinada tras las preceptivas lentes de pasta, que apenas rebasaba los veinte años. El motivo de esa atención mediática, circunscrita a los periódicos catalanes, fue la concesión el día 6 de ese mes de la Flor Natural en los Juegos Florales de Barcelona, en el espléndido marco del Palau de la Música Catalana y de manos de uno de los hombres más importantes de la cultura catalana de todos los tiempos, el filólogo Pompeu Fabra, y acompañado de las máximas autoridades universitarias y políticas, lo que explica que el pujante poeta aparezca con sus mejores galas, con una elegancia urbana y cosmopolita a la que se había adaptado con soltura.

Tan protocolario acto, al que solía  acompañar una fastuosa cena en el Hotel Continental, suponía un primer gran hito en la carrera de Janés como poeta, cuyo germen hay que ir a buscar en fecha tan remota como es marzo de 1922, cuando, con apenas ocho años, firmaba el poema «Nostra patria», y de los años sucesivos están documentados otros dos poemas cuyos títulos son igualmente significativos («Catalunya esclava» y «Rosa vermella» [Rosa roja]). Hijo de un modesto panadero del barrio de Collblanc de L’Hospitalet del Llobregat y huérfano de madre desde los cinco años, Janés asombró a sus primeros maestros al haber aprendido a leer por su cuenta y destacó enseguida entre sus compañeros escolares por su sagacidad, ímpetu y capacidad organizativa, rasgos que lo acompañarían a lo largo de su vida. Temprana prueba de ello es la retahíla de modestas, toscas y a menudo efímeras cabeceras periodísticas que dirigió cuando aún vestía pantalón corto (Cu-cut, Joventut, El Porró), al mando de compañeros de escuela y amigos del barrio, y sobre todo en proyectos más asentados, si bien todavía de ámbito muy local, como las revistas Branques d’Olivera (1927-1928), Nostra Terra (1928) o La Veu de la Pàtria (1928-1929).

Luego, entre 1930 y 1931, aparecería la más sólida Bandera, de aspecto y contenido más maduros,  aunque  la  redacción seguía domiciliada en la casa familiar de los Janés (que, por cierto, carecía de biblioteca). El convencimiento que ya por entonces muestra un Janés de diecisiete años de la necesidad de organizar una buena red de suscriptores y de contar con acuerdos publicitarios con los comercios  de  su  entorno le permitieron llevar adelante sus audaces planes periodísticos, y no tuvo ningún empacho en presentarse en casa de famosos escritores e ilustradores de literatura infantil y juvenil para solicitar su desinteresada colaboración; y es más, a menudo con éxito. Se ha escrito de Janés que era un superdotado autodidacta, un niño prodigio de la edición, pero en cualquier caso nadie dudará que fue un emprendedor de una tenacidad bastante fuera de lo común. Y a su talento e ingente labor debemos el descubrimiento de  no pocos autores que aún seguimos leyendo a principios del siglo xxi.

La robustez de la vocación por las letras de molde de ese adolescente de barrio es innegable, pero sus intereses se dirigían también hacia el teatro amateur y la por entonces convulsa actualidad política, así como a la creación literaria. En esta progresión, es lógico que la mirada de Janés se orientara muy pronto hacia la obtención de un puesto de cierta estabilidad en la muy cercana y bulliciosa capital catalana, donde residía la mayor parte de los autores del momento, donde operaba el grueso de la industria editorial y donde tenían su sede las publicaciones periódicas de amplia difusión. Por ello, y pese a su juventud, no es de extrañar tampoco que a la altura de diciembre  de 1931 su nombre aparezca como  colaborador de la revista católica Flama, y poco después como jefe de redacción del Diari Mercantil. Así explicaba el propio Janés esta fulgurante progresión en una entrevista publicada en 1934 en la revista Clarisme: «Debuté en el profesionalismo en el Diari Mercantil. Por cierto, que entré en calidad casi de botones y a los dos meses ya era jefe de redacción y, a los tres meses, por dimisión de [ Josep A.] Vandellós, era director».

Para las páginas culturales de  este  periódico, que eran las que realmente le interesaban, reclutó a algunos jóvenes amigos que luego harían carrera en las letras catalanas, como el por entonces dibujante Pere Calders o el polifacético Avellí Artís Gener, con cuya colaboración cuenta también cuando a finales de 1933 pone en pie su propio periódico, Avui, Diari de Catalunya, por donde merodean algunas firmas de jóvenes y consagrados que tarde o temprano se impondrían en el panorama cultural peninsular: los grafistas Evarist Mora, Francesc Domingo o Mallol Suazo y los escritores Joan Teixidor, Carles Riba y Sebastià Juan-Arbó, entre otros. La capacidad de Janés para liderar grupos heterogéneos y conseguir aunar en un mismo proyecto a intelectuales ya famosos y jóvenes valores es otro rasgo de su personalidad acorde con su propuesta de continuidad, más que de ruptura, como modo en que debía avanzar la tradición literaria y cultural catalanas.

No satisfecho con estas iniciativas, el 12 de abril de 1934 –es decir, apenas un mes antes de su revelación pública como poeta– aparecía el primer número de Quaderns Literaris, la colección que lo situaría como uno de los referentes editoriales de toda una generación de lectores y, en particular, de un amplio grupo de escritores nacidos alrededor de 1915, que vieron en ella una posible vía de acceso a la divulgación de sus trabajos en un contexto tan reducido pero dinámico como era el de la cultura en lengua catalana. A sus veintiún  años, Janés contaba  ya con una amplia experiencia en el trato con imprentas y tipógrafos –había actuado incluso como diagramador–, así como un conocimiento de primera mano de los mecanismos por los que se regían las diversas redes de escritores y críticos literarios catalanes.

La voluntad de acercar lo más granado de la literatura universal al lector en catalán, la revitalización de aquellas obras descatalogadas que tuvieran interés o pertinencia para los jóvenes de su tiempo y el cauto respaldo a nuevos talentos son los tres ambiciosos ejes sobre los que se asienta este magno proyecto, en el que la ambición cultural va aparejada a una sobria modestia en cuanto a la materialidad (con el propósito de, mediante precios reducidos, acceder a las clases populares y ampliar de ese modo el número de lectores en lengua catalana). Aun así, el mismo vasto conocimiento que tenía de las artes gráficas le permitió ofrecer unos libritos de notable gracia y dignidad estética acerca de los cuales ha escrito Andrés Trapiello en Imprenta moderna: «[E]sta colección tipográficamente magnífica, anterior en meses a la aparición de los libros de Penguin, y no inferior a estos y superior a los de Austral que aparecerían tres años después [constituye] un ejemplo de modernidad en lo que iban a convertirse los libros de bolsillo».

Por razones obvias, y en buena medida gracias a su polifacética formación práctica, Janés perteneció a esa peculiar clase de editores capaces de ocuparse con solvencia de todas las fases en la producción de un libro, desde la selección de títulos, su contratación, traducción y corrección hasta la diagramación, la redacción de paratextos, la promoción y la difusión e incluso, si hubiera sido necesario, su composición, impresión y encuadernación. Lógicamente, sólo lo hizo cuando las circunstancias obligaron a ello, pero su apretada trayectoria profesional lo había dotado muy pronto de unos conocimientos que, en cualquier caso, le permitían ejercer un excelente control de calidad de los libros que ponía a disposición de los lectores.

Tras darse a conocer con la recuperación de una obra de 1899 de Pere Coromines, aparecen quincenalmente en los Quaderns Literaris títulos de Merimée, Agustí Esclasans, Stevenson, Joaquim Ruyra, Pushkin, Josep Maria Folch i Torres, Edgar Allan Poe y Manuel  Brunet, y a partir del número 19 empieza a abrir la colección a sus compañeros de generación, como Salvador Espriu y Feliu Elias, y traducciones de autores en activo o recientes, entre los que, por encima de Kikou Yamata, Marc Chadourne (premio Fémina en 1930) o John Galsworthy (premio Nobel en 1932), destacan a ojos del lector actual los nombres de André Gide, Katherine Mansfield, Aldous Huxley, Virginia Woolf o una de las primeras traducciones de una obra de Hemingway (Torrents de primavera). Podemos deducir que, antes de dar la alternativa a jóvenes valores, Janés pretendía asentar la colección mediante nombres de sólida reputación literaria a precios muy asequibles, pero ya en este primer gran proyecto puede percibirse la voluntad de cubrir todos los frentes posibles: dignificación de géneros considerados menores (la literatura humorística y la de

Se ha escrito de Janés que era un superdotado autodidacta, un niño prodigio de la edición, pero en cualquier caso nadie dudará que fue un emprendedor de una tenacidad bastante fuera de lo común.

aventuras, en particular), recuperación de los grandes clásicos, rescate y reivindicación de ciertos autores u obras catalanes que no estaban en boga por desatención de las grandes editoriales, presentación de nuevos escritores en los más diversos géneros, apertura a la literatura en lenguas minoritarias (publica  en los QL al persa Saadi, al bengalí Tagore o al polaco Sienkiewicz)… No queda duda posible de la enorme ambición cultural con la que el joven Janés enfocaba su misión.

También en los QL apareció en octubre de 1934 una tirada de trescientos ejemplares del poemario del propio Janés Tu, Poemas d’adolescència, con prólogo de Esclasans e ilustraciones al boj de Enric Cluselles, si bien de la primera edición se había ocupado unos meses antes el luego insigne editor Antoni López Llausàs, que en la posguerra se haría célebre al frente de Sudamericana. El Cantar de los cantares, Dante, Baudelaire, Rubén Darío, Verlaine, Mallarmé, Josep M. López-Picó, Riba o Neruda son algunos de los poetas con quienes la crítica académica ha señalado concomitancias o afinidades en la obra de Janés, pero el mayor consenso se da al señalar la marcada coincidencia de influencias e intereses literarios con uno de los más indiscutidos poetas de la generación del 27, Pedro Salinas.

Editar en tiempos de guerra

Ni siquiera las dificultades que la guerra civil española (1936-1939) impuso a las empresas editoriales consiguieron doblegar el impulso emprendedor de Janés, sino más bien al con- trario. Apenas unos meses antes del inicio de la guerra, en abril de 1936, aparecía bajo su dirección el primer número de la joya hemerográfica Rosa dels Vents, subtitulada «Revista mensual de literatura, ensayo y crítica», en la que puede leerse una inequívoca declaración de intenciones: «Rosa dels Vents quiere ser un esfuerzo al servicio del catalanismo esencial, que entendemos fundamentalmente como una Cultura. Nace de un impulso de juventud y cuenta con la adhesión de quienes ya la dejaron atrás. Que este acuerdo de la impetuosidad y el seny sea el signo que presida nuestra ejecutoria futura».1

Su pasado como redactor en Flama y la colaboración con la parroquia de su barrio, que le había facilitado incluso una máquina de ciclostil para llevar adelante algunos de sus proyectos periodísticos, hicieron que su vida peligrara en los primeros momentos de la guerra y que los fondos de sus QL fueran destrozados, pero no tardó en establecerse en Barcelona y, bajo la protección del entonces alcalde Carles Pi i Sunyer, ponerse a la cabeza de los Servicios de Cultura en el Frente.

Allí, sin abandonar sus propias ediciones (reformuladas y bautizadas como Edicions de la Rosa dels Vents), dirigió la revista Amic, destinada a los combatientes en el frente y donde publicó un par de poemas que por su carácter muy combativo constituyen auténticas rarezas en el conjunto de su obra –«A un infant mort en un bombardeig» (A un niño muerto en un bombardeo) y «A un mariner basc que mirava la seva nau i la seva mar des de l’exili» (A un marinero vasco que miraba su nave y la mar desde el exilio)–, y se ocupó de la edición de algunos libros colectivos. Y aún tuvo tiempo para publicar tres ediciones de su segundo poemario, Combat del somni (dos en 1937 y otra ya en 1938).

Dadas las condiciones sumamente difíciles en que se llevaba a cabo esta labor (escasez de papel, cortes de luz, dispersión de los profesionales de la edición, etc.), resultan muy ilustrativas del tipo de editor que era Janés las notas que añade  a algunas de estas ediciones de guerra, disculpándose por la peor calidad del papel, por la necesidad de hacer ciertos cambios de formato o por el retraso en la distribución de algunos números, acompañándolas además en ocasiones de fe de erratas. A título de ejemplo significativo, en el prólogo de una antología poética de López-Picó publicada en 1937 el editor aprovecha las dos páginas de presentación para una explicación acerca del cambio de título que llevó a cabo. Presentada como De l’alba al capvespre («Del amanecer al ocaso»), Janés convenció al autor para introducir el substancial cambio de capvespre por migdia (el «mediodía»), pues según dice «no es ésta hora de ocasos».

Sin  embargo, una  vez  concluida la guerra sí tuvo que enfrentarse, exiliado en un París que a su vez se encontraba a las puertas de una guerra mundial, a la amenaza del ocaso. Fallecido su padre, desbaratadas las instituciones republicanas, muertos, exiliados o encarcelados muchos  de sus amigos y colaboradores habituales, intervenidas las instancias culturales y sometidas a una censura delirante las publicaciones, el panorama hubiera sido desolador a ojos de cualquiera. Se le abrían, pues, dos posibilidades: reanudar su tarea en el exilio, como hicieron muchos de sus colegas, o bien regresar a su país, donde permanecían sus hermanas y su hermano en condiciones muy inciertas. En este sentido, es muy ilustrativo que cuando logró retomar las riendas de su destino en España como editor eligiera como emblema la imagen del ave fénix, si bien tuvo que españolizar su nombre y presentarse como José Janés Editor. Pero antes vendrían sus intermitentes estancias en cárceles franquistas y sus primeras y breves experiencias, en compañía del bienquisto del régimen Félix Ros, como editor en lengua española en la editorial Emporion (1940-1941), donde publicaron a Aleksis Kivi, André Maurois, Maurice Baring, Sherwood  Anderson, Knut Hamsun y a aquellos autores que, en la medida que la  censura  franquista los toleraba, le permitían dar una cierta idea de continuidad con su obra editorial de preguerra, aunque ahora tuviera que ser en lengua española.

El genial ave fénix

Al término de la guerra civil, la industria editorial barcelonesa había quedado hecha trizas. Había una carencia de papel que la guerra en Europa no hacía sino agravar, había problemas con el fluido eléctrico, las imprentas en activo precisaban de una urgente modernización y era impensable importar tecnología, escaseaban los profesionales expertos, el franquismo ultra-católico hizo efectiva una ley de censura que conllevó la purga y desaparición de buena parte del patrimonio bibliográfico, con quemas de libros incluidas… Aun así, Janés se sobrepuso a las dificultades.

El diseñador Enric Satué expuso de un modo muy gráfico la sagaz solución que Janés halló a la carencia de papel: «… emplear el papel de retal (los trozos sobrantes de las hojas cortadas para otras impresiones) y con estas escurrajas hizo una notable colección de libros muy pequeños que tituló El Grano de Arena».2 Con Lluis Palazón como único colaborador y el cuarto de planchar de su domicilio particular como sede, Janés se sobrepuso a las dificultades con inteligencia, audacia y experiencia, lo que no tardó en suscitar la admiración de sus colegas. El impresor Joan Bonet i Martorell contó a pos- teriori las circunstancias de uno de sus primeros grandes éxitos en los siguientes términos:

«[ Janés] echaba por los suelos la vieja concepción que los editores tenían del coste del libro. Un libro caro, de literatura, una maravilla de presentación, a dos tintas, el precio del cual pronosticaban los entendidos en la materia que era inaccesible a la disponibilidad del público al que iba destinado. Lo miraban como si fuera un demente. Era Retrato en un espejo, de Charles Morgan, con estuche y celofán, y, en el interior, unas ilustraciones exquisitas [litografiadas] de Joan Palet. El libro llevaba una sobrecubierta que era una maravilla. En apenas un mes se agotó esa edición. La teoría de ese editor joven que contemplaba los libros bajo el prisma poético de un objeto de arte triunfaba totalmente».3

Sin embargo, a menudo las cosas son menos heroicas de lo que parecen, y en una espléndida conferencia que en 2015 reeditó la revista Trama & Texturas («Aventuras y desventuras de un editor») Janés daba una explicación menos épica del asunto:

«En aquella época el papel era escaso, editar resultaba difícil. Con el beneficio de un libro mensual, que era todo lo máximo que podía editar, tenía que vivir. Por consiguiente, tenía que hacer un libro lo más caro posible. El libro ilustrado a dos tintas tenía éxito y tuvo imitadores».

Janés, pues, hizo de la necesidad virtud. Otra virtud muy mencionada por sus colaboradores para caracterizarlo fue su valentía y su predisposición a, en cuanto pudo, ayudar a los intelectuales catalanes que se encontraban en dificultades. Era célebre un armario en el que guardaba traducciones, tanto al catalán como al castellano, de obras que la censura jamás autorizaría, pero que le servían como pretexto para ofrecer con elegancia trabajo, muy bien remunerado y con anticipos, a una gran cantidad  de  profesionales (periodistas, traductores, poetas, profesores) represaliados por el régimen  franquista. Incluso llegó al arriesgado extremo de dar a traducir obras a presos políticos (entre ellos, Víctor Alba y Josep M. Camps, que empleaban rocambolescas combinaciones para sacar fuera de prisión estos trabajos).

A lo largo de las décadas de 1940 y 1950, emprendió una meteórica progresión como creador de colecciones y sellos del más diverso signo, que dan testimonio de su voluntad de cubrir cuantos frentes editoriales le fuera posible: toda aquella narrativa inglesa que la censura le permitiera, los grandes clásicos no sólo occidentales, los libros de memorias de los grandes personajes de la segunda guerra mundial (y entre ellos el premio Nobel Winston  Churchill), novelas destinadas a las lectoras con un nivel de exigencia estética digna, novela humorística, ensayos e investigaciones sobre medicina escritos por científicos españoles, tanto libros de bibliófilo como ediciones populares en rústica o, entre muchos otros, la obra de una nueva generación de narradores empeñados en cultivar un realismo que mostrara las carencias y miserias de la sociedad sometida al franquismo, y por consiguiente muy poco gratos al poder, en lo que puede interpretarse como un antecedente de lo que haría poco después la siguiente generación de editores.

En cuanto a esta última vertiente, resulta bastante curioso que la figura de otro gran editor y poeta barcelonés, Carlos Barral, haya ensombrecido hasta tal punto la de Janés. Con su apoyo a las primeras obras de narradores como Francisco Candel (quizás el autor cuya obra más mutilaciones censorias sufrió), Antonio Rabinad o Juan Goytisolo (los dos últimos publicados luego por Barral), Janés llevó a cabo una labor que Manuel Vázquez Montalbán evaluaba con encomio con las siguientes palabras:

«José Janés fue, de largo, el que se dedicó a abrir, de una manera casi obsesiva, totalmente apasionada, una serie de espacios de libertad editora en la Barcelona del extrarradio, como se la llamaba. (…) Fue el primero que se atrevió a hacer esta labor tan ingrata hasta que apareció Carlos Barral, claro, al frente de Seix Barral. Pero el primero fue Janés. (…) Era genial».4

En un hombre que vivió tan rápida e intensamente, no sorprende que muriera, demasiado joven, en un accidente de tráfico en 1959, y tampoco que entre quienes lo acompañaban a bordo de su Alfa Romeo se encontraran un impresor (Miquel Gutiérrez Zafra, «Miguza») y un por entonces famoso escritor británico ( John Lodwick), que también fallecieron.

El impresionante legado de Janés fue comprado casi enseguida por quien fuera su buen amigo Germán Plaza, que a raíz de ello rebautizó su empresa Plaza & Janés, y quien se ocupó de integrar y dar coherencia intelectual a la reunión de ambos fondos fue otro escritor y editor cuyos innegables méritos también son hoy escasamente recordados, Mario Lacruz.


1 El término catalán seny quizá no tenga una traducción en español que incorpore todas sus connotaciones. Suele traducirse por «sentido común» o «cordura».

2 Enric Satué, El disseny gràfic a Catalunya, Barcelona, Els Llibres de la Frontera, 1987.

3 Joan Bonet i Martorell, Josep Janés i Olivé, Barcelona, Imprenta Moderna, 1963.

4 Manuel Vázquez Montalbán, prólogo de Los contactos furtivos, de Antonio Rabinad, Barcelona, Bruguera, 1985.