En abril hubo un temblor de magnitud 6,9 que se sintió de Coquimbo a Biobío. Inicialmente se ordenó la evacuación preventiva del borde costero en Valparaíso, donde estaba el epicentro, el metro de esa ciudad suspendió el servicio en hora punta y las redes colapsaron. El subsecretario del área salió a explicar que la saturación de las comunicaciones en parte era culpa de la avalancha de memes que comenzaron a circular incluso antes de que la tierra dejara de moverse. La explicación es de lo más improbable, dicen otros técnicos, pero bien reveladora de una población que junto con meterse debajo de la mesa para salvar el pellejo se pone a subir fotos absurdas de Marcelo Lagos o Ramón Ulloa. Un pueblo demente si se quiere, pero divertido.

Ahora, si uno juzgara a los chilenos a partir del periodismo local, jamás se enteraría de que esos dos rasgos existen en estas tierras, porque en la prensa y las noticias en Chile no abundan ni la ironía ni la sátira. No es que los periodistas no tengan sentido del humor, y por eso muchas veces en pautas o conversaciones he pensado lo mucho que ganarían los medios de influencia si algunos de los que los hacen escribieran más seguido como hablan en privado. Pero lo que ve el público es distinto y en las noticias en todos los formatos, salvo contadas excepciones, lo que predomina es muy solemne y formal. Es probable que sea porque los periodistas nos tomamos muy en serio nuestro trabajo, algo bueno y saludable, salvo cuando se traduce en tratar de convencer a Chile y posiblemente al mundo de que esa última pelea de la DC con la DC va a tener párrafos y párrafos de consecuencias. A los que por otra parte la presentan como un capítulo más, a veces para la risa, de la teleserie que es la política los acusan de «farandulizar» los contenidos.

Es un debate tan viejo como el hilo negro y que ha tenido un capítulo interesante en los últimos años en Estados Unidos, desde que en la década pasada, la de George W. Bush, programas de humor como The Daily Show y The Colbert Report fueron centrándose cada vez más en la actualidad y la política. Súper divertido, pensaron los periodistas, hasta que se dieron cuenta de que esos espacios les estaban robando audiencia, y que Stephen Colbert y Jon Stewart estaban siendo tomados mucho más en serio que ellos e incluso estaban en las listas de los más influyentes del país.

La apropiación de las noticias por los programas de humor interesó a comentaristas y académicos, y hay estudios y encuestas para llegar, oh sorpresa, a dos posturas: una que dice que la sátira política del estilo de Colbert y Stewart es muy buena para la democracia porque hacen la información más accesible y entretenida en tiempos de desidia. Dannagal G. Young, quien se ha especializado en la relación entre humor y política, dice que «las personas que veían este tipo de programas participaban más, votaban más, discutían más sobre estos temas con sus familias, y consumían más noticias que las que no los veían».

La otra posición sostiene que la sátira descarnada trivializó y promovió el cinismo, idea reafirmada tras la victoria de Donald Trump, a quien el constante bullying que le hizo durante la campaña este tipo de programas parece más bien haberlo beneficiado. «Stewart y Colbert –dijo en la Columbia Journalism Review Lee Siegel– ayudaron a crear la atmósfera de las noticias falsas (antes conocidas como rumores o desinformación) que ayudó a que Trump saliera escogido y tiene ahora tan preocupado a los medios.»

No voy a ser yo la que zanje la discusión pero creo que la audiencia agradece que el debate público sea más accesible y menos solemne, y que si los periodistas no lo hacen habrá otros que lo hagan. El humor puede ser una herramienta liberadora si interpela y abre conversaciones, como también asfixiante si responde solo a una sensibilidad y presume que todos nos reímos de lo mismo. Al parecer en Estados Unidos esos programas cumplían la primera función pero terminaron creando la sensación de que una elite progre se burlaba de los miedos y preocupaciones del resto. Aquí en Chile, a menos que queramos que Yerko Puchento se convierta en el principal analista político del país, el periodismo podría tomarse el potencial del humor más en serio.