El gran peligro de entrevistar en televisión es caer en la tentación del protagonismo. Hay que aprenderle a Larry King, el epítome de esta categoría. Si uno se fija bien, la única gracia de este sobrevalorado anciano es tener siempre en su mesa a los invitados más top del mundo. Sin mencionar sus maravillosos suspensores.

Ese es el gran pecado de nuestros preguntones locales. Las excepciones son honrosas y ya no entrevistan. Hablo de Raquel Correa y Fernando Paulsen, que en “Última mirada” abordaba a sus interlocutores (cualquiera fuera su investidura) con una confianza inusitada. Como si ambos estuvieran duchándose tras un peleado partido de rugby.

Otro caso atípico de bajo perfil es el de la periodista Macarena Llona, de la productora Kike 21, que hace años dialoga sólo con asaltantes, lanzas, cogoteros y monreros, los que aparecen siempre de espaldas y le cuentan, con lujo de detalles, en qué consiste su “trabajo”. Con frecuencia aquellos ejercicios parecen verdaderas piezas de teatro del absurdo. Como pasó, por ejemplo, el 13 de mayo de este año cuando “Morandé con Compañía” la mostró hablando con dos menores antisociales, un hombre y una mujer. Él admitió delinquir drogado y ella, orgullosa, aclaró: “yo trabajo lúcida porque tengo que dar confianza” (¡!).

He aquí el resto de los más destacados ask-men nativos:

El más catete: Daniel Matamala (“Telenoche”, Canal 13).
Si uno escuchara de lejos a Daniel Matamala interactuando con cualquiera de sus entrevistados y no supiera que se trata del conductor de un informativo de televisión, creería que protagoniza una de esas típicas aniñadas de cantina, en que en cualquier momento uno de los dos contendores rompe una botella y gatilla una gresca descomunal, al estilo del Lejano Oeste.

Suele adoptar siempre la posición de “abogado del diablo”. Pero no es sólo eso, rebate a sus entrevistados con definiciones técnicas que debieran dominar, dejando la sensación de que son unos perfectos ignorantes. Siempre suena como sacando de un error a sus entrevistados. Al presidente del Senado, Adolfo Zaldívar, el 18 de julio último, le hablaba de teoría de economía básica. Incluso cuando se le van encima (retóricamente hablando). Por ejemplo, cuando Zaldívar le espetó: “¿Tú crees que una persona que come pan es un gremio poderoso? ¿Qué comes tú a diario?” Matamala sin salirse de sus casillas le retrucó: “Eso no tiene nada que ver”.

A la alcaldesa de Huechuraba, Carolina Plaza, el 12 de junio, le explicaba conceptos como “la Contraloría es la autoridad en Chile para fiscalizar a las municipalidades”. Recordaba a Teleduc.

Y los encara: Ud. sabía que él (Isaac) no estaba haciendo eso.

No debe faltar Matamala en los próximos foros de candidatos presidenciales.

El más relajado: Mauricio Israel (“Con el pie derecho”, Red TV).

Israel es ridículamente informal. Sólo le falta entrevistar en bata y pantuflas. El 24 de junio le hizo uno de esos tradicionales “pimpones” al diputado Juan Pablo Letelier y era impresionante cómo se reía de cada una de sus respuestas. El 5 de mayo, a la directora subrogante del Registro Civil, la mató: “No quiero atosigarte con problemas porque seguramente llegas a la oficina y no sabes dónde estás parada”. Y estamos hablando de autoridades.

Bueno para mandarse las partes como él solo. Constantemente se jacta de su roce con los famosos, ya sea contando que le estaban pidiendo de otro medio consejos para entrevistar al ministro Francisco Vidal o que el ex Presidente Lagos una vez lo invitó a volar con él. Aunque luego dijo que “Se enojó conmigo. Llamó al jefe que yo tenía y le dijo ‘tenís que echarlo’…”
Si un invitado no acude a conversar con él, se venga como un niño taimado. A Eduardo Frei Ruiz-Tagle lo echó al agua: “Él no se levanta temprano”.

El más risueño: José Miguel Viñuela (“Sábado por la noche”, Mega).
El as de las entrevistas grupales. Ni en esa instancia ni cuando se lleva a su invitado más taquillero a un rincón para entrevistarlo en profundidad deja de lanzar unas carcajadas dantescas, que terminan echando abajo todo atisbo de seriedad.

Es el entrevistador fiestero por excelencia. Con él a cargo de las preguntas todo se distiende. A veces demasiado, diluyéndose hasta niveles peligrosos los límites entre entevistador y entrevistado. Ejemplos: El 28 de junio de este año la cantante Carola Soto le confesó: “Yo era fan tuya” y antes, el 26 de abril, Viñuela le dio a entender a Pilar Cox que ella fue su musa de adolescencia, con todo lo que ello implica.

Llega a distraerse tanto que protagoniza diálogos como el registrado el 17 de mayo último, cuando le preguntó a Claudio Arredondo: “¿Quién es el menos apitutado en la televisión?”, a lo que el actor respondió con un intachable “No está trabajando en la televisión, poh”. “Tienes toda la razón. ¡Las tonteras que se me ocurre preguntar!”, reflexionó, para variar muerto de la risa, el reconvertido conductor de “Mekano”.

El más gracioso: Che Copete (“Morandé con Compañía”, Mega).
El primer personaje de esta galería. Interpretado por el comediante Ernesto Belloni y su deslumbrante vulgaridad en una sección llamada “Hasta el fondo con Che… Copete”, que comenzó como una sangrienta parodia a los tics y musarañas que hacía Luis Jara al entrevistar a las celebridades finalistas del concurso “Vértigo” en el segmento “La hora de la verdad”.
Su gran mérito como entrevistador es decir lo que todos en su lugar (periodistas y televidentes) querrían decir si gozaran del fuero de Belloni. Ejemplo: “¿Y vós creís que la gente es hueona?”, le espetó el 20 de junio recién pasado a Pamela Díaz cuando le daba la versión oficial de su separación del futbolista Manuel Neira.

El más enervante: Matías del Río (“Última mirada”, Chilevisión).
Siempre está vestido para guatear, como a punto de partir a un picnic… pero en los años 60.

Pone frases en la boca de sus entrevistados. Hay que tomarse un tiempo para entender la extraña manera de redactar sus preguntas, con muchas frases subordinadas que generalmente son callejones sin salida y dejan las consultas sumidas en una vaguedad angustiante. Y no sólo es eso: además, preso de una incontinencia expresiva muy desagradable, atropella y se monta en las respuestas, como un huaso a un caballo que está obsesionado con domar, despojando de toda comodidad al espectáculo de presenciar sus entrevistas.

Cuando se queda sin argumentos suele susurrar cariñitos innecesarios para sus interlocutores, como “perfecto”, “ok”, “está bien”, “yo sé” o “no me cabe ninguna duda”.

Se “pica” con extrema facilidad Del Río, lo que no lo hace de lo más confiable. El 7 de julio Adolfo Zaldívar lo sacó de sus casillas con el siguiente ejemplo: “estoy tomando agua ahora. Es como si tú me dijeras mañana usted va a subvencionar el agua, cuidado porque los ricos toman agua”. Sólo alcanzó a decirle: “¿El tono y la forma le parecen adecuados?”, pero el presidente del Senado le retrucó: “¿Y de qué forma debería hablar?”, a lo que Matías contestó con un tibio “No… le pregunto…” (algo que jamás debe hacer un entrevistador es flamear la bandera blanca, por más encendidos que estén los ánimos).

Cuando entrevista a Sebastián Piñera (su superior jerárquico) le da por tirar preguntas en bandeja. El 17 de junio le consultó: “¿cuánto cree que hubo en la UDI de un tema técnico y de no querer que Ud. apareciera como un líder de la oposición de facto?” Para cerrar su cuestionario de buena crianza le regaló un cordial “gracias y cuídese los ojos que están un poco hinchados”. Ni parecido a como entrevistó a Francisco Vidal (16 de abril), curiosamente enemigo número uno de Piñera. Esa noche encaró al vocero de gobierno por insinuar que el canal de Piñera sembraba el pánico con su cobertura de la crónica roja. El empleado del mes. Allí fue la única vez en que Del Río sacó las garras. Hasta se le entendían las preguntas.

El 13 de julio sacó de quicio a José Miguel Insulza en “Tolerancia cero”. El secretario general de la OEA no se pudo contener ante los continuos e imprudentes punceteos del periodista y le advirtió: “Si se queda callado, yo hablo”.

El más posero: Iván Núñez (“Medianoche”, TVN).
Su presentación personal es la más impactante: mano izquierda en el bolsillo, pie derecho matemáticamente cruzado tras el izquierdo, ceja izquierda levantada a lo Rock Hudson y cara de no creerle nada a su invitado de turno. Sólo en ciertas ocasiones abandona su posición enhiesta para apoyar su codo izquierdo en su mesa de trabajo, cual vaquero en la barra de un saloon del Far West.

Pese a que en su juventud se decía que perteneció al MIR, hoy lo vemos todo un pequeño burgués. Tanto que su desempeño en el caso “Jarrazo” lo dejó como el más reaccionario de los entrevistadores. En efecto, el 15 de julio entrevistó a Música Sepúlveda, la alumna que había mojado a la Ministra de Educación. En todo momento parecía el rector de su colegio, reprendiéndola severamente por tamaña insolencia. Con la empapada ministra, en cambio, o días después, con el alcalde de Ñuñoa, Pedro Sabat, estaba hecho una seda (hasta se reía con los chistes del cuestionado alcalde). Sumiso a rabiar. No es el caso de lo que pasa con su programa “Esto no tiene nombre”, donde enfrenta a ejecutivos de Isapres y alcaldes acusados de corrupción con reconfortante dureza.

Los más planitos: Guillermo Turner (“Meganoticias”, Mega) y Mauricio Bustamante (“24 Horas”, TVN).
Aunque al lado de Turner, Bustamante es un arlequín. El hombre de Mega surte un efecto adormecedor. Junta las manos como jugando al corre el anillo y su “fuerte” son las preguntas de cajón. Lo curioso es que ambos conducen una sección que en el papel está llamada a marcar pauta noticiosa: la de Bustamante es “La entrevista del domingo” y la de Turner no la recordaría ni con mil regresiones (¿no les digo que su potencia como soporífero es importante?). Una diferencia entre Bustamante y Turner: el primero formula sus preguntas una tras otra, lo que aparenta una agilidad que en realidad es premura por el poco tiempo de que dispone, encajonado en el noticiario de TVN.

Ambos son demasiado correctos para mi gusto. Si me dan a elegir, prefiero a Del Río.

El más distante: Cristián Warnken (“Una belleza nueva”, TVN).
Da la impresión de que todos los invitados lo aburren, que contiene el bostezo frente a los ojos de ellos como un ejercicio sobrehumano, que puede durar la hora que dura su programa.

De tanto en tanto suele ensayar alguna pregunta con visos de magia, como cuando le preguntó a un biólogo marino qué diferencia hay entre una ballena y una estrella. El experto no supo responder.

Warnken es un excelente anfitrión, si entrevista a un francés lo hace en francés, lo que sin embargo obliga a atender todo el tiempo la pantalla, en busca de la traducción simultánea.

El más negrero: Alfredo Lamadrid (“Cada día mejor”, Red TV).
Tras su legendario ciclo en diferentes canales de “Humanamente hablando” (donde hizo llorar a Bonvallet, lo que no es menor), Lamadrid recaló en Red TV, donde se ha consagrado a una veta laboral inexplorada, que podríamos llamar “arqueología periodística”. Lleva a su programa a viejas glorias del show business criollo, como Rosa María Barrenechea (Miss Ritmo 1968) o Mauricio “Diuca” Parada (bailarín de Música Libre), a Luis Dimas, Peter Rock, Larry Wilson, Enrique Maluenda y gente que sólo los que tenemos cierta edad reconocemos.

Su risa socarrona recuerda irremediablemente al tío latero que todos tenemos, apoltronado en su viejo sillón y preguntándonos de todo con una picardía que no se condice con su sedentarismo.

Trata a sus invitados como verdaderos wurlitzers humanos. Si son humoristas, les pide un chiste tras otro. Si son cantantes, les da una y otra vez los pies para que interpreten sus temas más conocidos. Pasó el 1 de junio cuando el invitado estelar era Alberto Cortés. El pobre no podía hilar una frase coherente sin que Lamadrid lo interrumpiera pidiéndole que le cantara “Te llegará una rosa”, “Castillos en el aire”, “Miguitas de ternura” y varias piezas más. Y el 6 de julio, cuando sorprendió a Buddy Richard diciéndole: “Ese año estabas muy enamorado. Te vino a buscar una niña y tú le dijiste ‘Tu cariño se me va’”. Al invitado no le quedó otra que asumir que no fue a conversar sino a cantarle al tío Alfredo.

El más ególatra: Roberto Álamo (“En libertad de responder”, Canal 13 cable).
El caso de este entrevistador es uno de los más peculiares del medio. Me empezó a llamar la atención hace cinco años, cuando conducía el programa “Punto de encuentro” de UCV-TV. Allí presionó tanto a Pablo Huneeus a dar nombres sobre el caso de Gemita Bueno, que el escritor terminó dándolos, para luego cubrirse con un tardío “Yo no he asesinado la imagen de nadie. Lo único que hice fue constatar un asesinato de imagen”.

A veces se obsesiona con un tema. Recuerdo que con Coco Legrand estaba empecinado en averiguar si sentía lo mismo que dice en sus parlamentos.

En ocasiones les pregunta a sus entrevistados, buscando una suerte de feed-back express: “¿Este programa ha sido latoso para Ud.?”. Y en otras se excusa de lo que en el fondo es una vitud en este terreno (“a lo mejor puedo ser un poco ácido”).

El más cursi: Tomás Cox (“Cara a cara”, Red TV).
Hace 12 años conduce el mismo programa. Dice ser periodista, pero se le conoce más por sus mediáticas producciones de matrimonios de famosos, muchos de los cuales se deshicieron al poco tiempo.

Las suyas son preguntas más propias de anuario de colegio que de entrevista televisiva. El 22 de junio de este año, entrevistando a Patricia Larraín, le formuló consultas como “¿quién es Patricia Larraín?”, “¿has amado mucho en tu vida?, ¿mucho e intenso?”, “¿a qué le tienes miedo?”, “¿qué cábalas tienes?, ¿qué mañas?”, “¿qué es lo más difícil en la vida de pareja, que es tan dispareja finalmente?”, “¿vives el día a día o mirando para adelante?”, “¿con qué animal te identificarías?”, “¿(prefieres) el día o la noche?”

Cox usa metáforas que se superan unas a otras en materia de cursilería, como “ese tobogán permanente”, refiriéndose a la sensibilidad femenina.

Cuida tanto su autoimagen de gentleman ABC1 que antecede algunas preguntas con preámbulos como “perdona la rotería de la pregunta, pero… ¿tú eres 100% natural?” Ese arriscar la nariz recuerda la vez en que Cecilia Bolocco, en “Viva el lunes”, le preguntó a Marcelo Ríos sobre su situación sentimental diciéndole “qué terrible esta pregunta… a ver… mira esta tarjeta, lee la pregunta en silencio y dime si quieres responderla”. Le salió el tiro por la culata a nuestra Miss Universo, porque Ríos le respondió “¿Que si estoy pololeando?, ¿y tú con el Kike?”

El entrevistador de los ojos azules y penetrantes es famoso por sus preguntas kilométricas. El 20 de julio último a Pablo Aguilera: “Tus auditoras, Pablo, ¿están cada vez más contentas, más tristes, más engañadas, más solas?” No le hace asco a hacer varias preguntas en una.

Cox se caracteriza por una especial carencia de tacto al entrar a arenas sexuales en sus entrevistas. El 24 de noviembre del 2001 le preguntó a la conejita chilena de Playboy Karla Brandt, a quemarropa, “¿cuál es tu posición favorita?”. Dos años después, el 15 de noviembre del 2003, a su invitado Sebastián Rodríguez, el gay que hundió al juez Calvo, le preguntó “¿eres la mujer en la pareja?”. Rodríguez, descompuesto, le contestó “eso jamás se le pregunta a un homosexual. Es una falta de respeto. Es como si yo te preguntara a ti cómo te gusta en la cama con tu mujer. Es una ordinariez”.