Conversación

Javier Cercas

con Álvaro Matus y Mauricio Electorat

Álvaro Matus: Para la Cátedra es un honor recibir al nuevo profesor honorario de la Universidad, el escritor Javier Cercas, quien se hizo mundialmente conocido al publicar Soldados de Salamina, novela sobre un episodio de la guerra civil española en que un miliciano le perdona la vida a un franquista que logró escapar de un fusilamiento. Pero esa era ya la cuarta novela de Javier Cercas. Y después vendrían La velocidad de la luz y Las leyes de la frontera.

Entremedio publicó Anatomía de un instante, una crónica magistral sobre el frustrado golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 en España, en la que se concentra en ese instante en que tres políticos se mantuvieron en sus puestos mientras la Guardia Civil irrumpía en el Congreso a balazos y todos los parlamentarios se refugiaban bajo sus escaños.

Javier Cercas, atento siempre a los momentos decisivos en la vida de un ser humano, maestro de lo que en cine llamaríamos el close-up, ha demostrado que la literatura sigue conservando su poder para impugnar la realidad, para mirar en los pliegues de la historia. En tiempos de frivolidad o de novelas que de tan intimistas resulta imposible conectar, Cercas continúa encarnando los grandes temas, y por nombrar solo dos: la moral en la historia, o la delgada línea que separa el bien del mal.

Mauricio Electorat: La primera pregunta, en esta Cátedra en homenaje a Roberto Bolaño, cae de cajón. En tu novela Soldados de Salamina haces de Bolaño un personaje. Es una especie de metaficción en el sentido de que por primera vez Bolaño, el escritor que todos conocemos, aparece en una novela y es protagonista, en alguna medida, de esa novela. Todos quisiéramos saber aquí, de tus propias palabras, cómo fue esa relación, cómo fue esa historia.

Javier Cercas: Muchas gracias ante todo a la Universidad Diego Portales, que me ha concedido el honor de ser profesor honorario, y cuya generosidad llegó hasta el extremo de organizar para mí un sismo de grado cinco, para que no solo Juan Villoro pudiera contar que ha vivido un terremoto en Chile.

Estoy encantado de hablar de Roberto Bolaño porque durante muchos años no he querido hablar mucho de él, por diversos motivos, entre ellos porque me parecía que ya había suficiente gente que lo hacía. Bolaño aparece como personaje en Soldados de Salamina, pero es importante decir que ese Bolaño no era el escritor universalmente conocido que es hoy. Estábamos en 2001 y él era un escritor que empezaba a adquirir prestigio, era conocido en los círculos literarios y en el ámbito de la literatura española, poco a poco comenzaban a traducirse sus libros, pero no era lo que es ahora. Y cuando yo lo conocí no era nada, obviamente. Era 1981 o 1982 en Gerona. Yo era un lector compulsivo que soñaba con ser escritor, pero ni siquiera me atrevía a reconocerlo porque estaban Kafka, Borges, todos esos, verán ustedes que hay que ser un desvergonzado para querer ser escritor. Y un día –no conocía a ningún escritor, por supuesto– subía por la escalera de la catedral con un amigo de mi edad, Xavi Corominas, que era bastante jipi, gamberro, y va bajando un tipo con pinta de jipi total, pelo rizado, mayor que nosotros. Mi amigo y él se conocen y conversan un poco; el tipo es latinoamericano, yo no sabía muy bien si era argentino o chileno porque no distinguía acentos en aquel momento. Se ponen a hablar y mi amigo le pregunta «oye, ¿cómo va tu novela?», y el otro contesta «va, va, pero no sé muy bien hacia dónde va». Y esa frase me pareció extraordinaria. Yo quería ser escritor y era el primer escritor al que me enfrentaba. Me pareció extraordinario, era un tipo de verdad, un escritor que estaba escribiendo, sensacional.

Naturalmente pensé «este tipo nunca escribirá nada», es uno de tantos latinoamericanos perdidos en Europa y que acaban en la bohemia. Pero la frase me había gustado tanto, me había parecido tan fantástico ver a un escritor de verdad o que parecía un escritor de verdad y que estaba escribiendo una novela, que lo metí en una novela mía titulada El inquilino y que transcurre en Estados Unidos. Ahí hay un tipo que le pregunta a otro «oye, ¿cómo va tu tesis?», porque es un poco una novela de campus, transcurre en una universidad. Y el otro contesta «va, va, pero no sé muy bien hacia dónde va».

Pasaron muchos años, y en 1997 estaba en Gerona para escribir la crónica de una exposición de un amigo. Y justo al lado se presentaba Llamadas telefónicas de este tipo que se llamaba Roberto Bolaño, a quien yo no había leído y que empezaba a ser conocido. Entonces, estaba Roberto Bolaño ahí al lado presentando su libro de cuentos, que era su tercer libro después de La literatura nazi en América y Estrella distante. Lo presentaba otro amigo mío, y por algún motivo nos fuimos a tomar un café al lado. Y entonces, de repente, lo reconocí. Le dije «pero si tú vivías aquí en Gerona alrededor del año 1981», y me dijo que sí. «Y tú conocías a Xavi Corominas…» «Sí, sí, claro que lo conocía». Me dio un ataque de euforia absoluto, que me duró hasta las cinco de la mañana. Luego fuimos a cenar juntos y estuve toda la noche gritando «¡Viva Bolaño!», porque me parecía extraordinario que este tipo que nunca iba a ser escritor, que yo sentí que iba a ser escritor pero no lo iba a ser porque era imposible ser escritor, se hubiese convertido de verdad en un escritor.

Y además le enseñé mi novela, fui a la librería y le dije «mira, mira, esta es tu frase: va, va, pero no se sabe muy bien hacia dónde va». Al cabo de algunos días recibí Estrella distante, donde me escribió sobre El inquilino. Lo había leído y acababa su dedicatoria diciendo «¡Viva Cercas!». Ahí nos hicimos amigos, y fue una amistad muy intensa, efímera, ultratelefónica, nos llamábamos cada día como si fuésemos novios, y también familiar, por sus amigos, mi familia. Y en Soldados de Salamina aparece él como personaje. Hay que entenderlo, él lo entendió muy bien y rápidamente, y fue el primero que escribió sobre ese libro, justamente aquí, si no recuerdo mal, en Las Últimas Noticias. Fue la primera reseña, y él decía que ese Bolaño del libro era un personaje de fin, igual que el Cercas de ese libro era un personaje de fin. Y, sin embargo, hay algo que es profundamente cierto: el hecho de que para mí fue un estímulo indispensable. Cuando yo lo conocí, él era un escritor que empezaba a ser, estaba publicado en Anagrama pero no tenía relación con nadie, estaba aislado en Blanes, vivía como a media hora de mi casa, de una forma muy humilde, apenas ganaba dinero, nada con sus libros, o muy poco. Pero estaba en el momento de mayor creatividad de su vida. Y yo estaba en el peor momento de mi vida.

Después de conocerlo me volví a Gerona y creí que nunca iba a ser escritor. Él escribió un artículo que me leyeron el otro día estando en Madrid, que había olvidado, donde decía: «Cercas es uno de los escritores más importantes que hay en España y se va a Gerona a escribir las grandes novelas que escribirá». Para mí Bolaño fue una persona muy generosa que me apoyó extraordinariamente en el peor momento de mi vida, lo digo con sinceridad. Él tuvo una fe insensata en que yo escribiría. Y así apareció en el libro. Un poco como el coach, dirían ahora, como el entrenador.

 Nunca pude agradecerle. Soldados de Salamina es un poco el intento, en cierto sentido, de agradecerle eso que fue para mí. Luego, lo que ha pasado con él es, al mismo tiempo, bonito y feo, triste y alegre. O sea, es muy bonito, es estupendo que sea reconocido en todas partes como lo que es: un grandísimo escritor. Pero es triste que haya tenido que morirse para que ocurriera. Y que no haya podido disfrutar con su familia y con sus amigos de su gloria, absolutamente merecida. Aunque al final da lo mismo. En el fondo da lo mismo. ¿Cuál es el premio de un escritor? Escribir grandes libros. Y él escribió grandes libros. Así que eso es lo que importa.

ME: Hablemos un poco de lo verdadero y de lo falso. Hay un famoso breve ensayo de Barthes en que habla sobre las relaciones entre la historia y la novela. Dice que lo que las hermana es que ambas son universos autárquicos, que prodigan sus propios mitos, que tienen sus propios tiempos, su propio espacio. Pero en tu obra te ubicas a medio camino, como una fusión equidistante entre la historia, la crónica y la ficción. Lo haces en Soldados de Salamina, tomas un caso real. En Anatomía de un instante queda aun más manifiesto. Pero de algún modo también existe en Las leyes de la frontera, que es una novela en clave también en el sentido de que reconstituyes, mediante la ficción, unos arquetipos que son muy reconocibles en la España de aquellos años. Abres un camino entre la ficción propiamente tal y la crónica, la reconstitución histórica, en una especie de género híbrido. La pregunta es la siguiente: ¿es la ficción la manera más subversiva de agregarle sentido a lo real? ¿De desentrañar otro sentido de la historia?

JC: Es una pregunta muy difícil. En un principio concibo la novela como un género esencialmente híbrido. No es que yo la conciba así, es que creo que es así. Es decir, la novela nace como un género donde cabe todo. Hay una cosa muy importante que dijo un tipo que se llamaba Cervantes, que increíblemente era español e inventó la novela. Literalmente la inventó y quizás la agotó, en cierto sentido. Es decir, delimitó el campo de maniobras en que más nos movemos. Esto es una cosa, en mi opinión, única en la historia. Entonces, cómo la concibe este hombre: como un género híbrido. De hecho, Cervantes es una cosa rarísima para todos los de su época, que no se entiende y que los españoles no entendemos en absoluto. Por eso no aprendemos la lección de Cervantes, la aprenden los ingleses. En España Cervantes es para aquella época un escritor popular, un best seller. Yo siempre digo que Cervantes nunca hubiese ganado el Premio Cervantes, pues era considerado un escritor menor. Los que aprenden son los ingleses, todos estos tipos que dicen «joder, aquí hay un libro extraordinario, totalmente nuevo» y lo hacen a la manera de Sterne, Fielding, todos esos ingleses tan inteligentes. Diderot, en Francia. Y nos roban la novela.

Entonces qué es este artefacto extrañísimo al que ni siquiera le llama novela, le llama historia, que además surge de una manera extrañísima porque él quiere hacer una nouvelle. Lo que define ese género es justamente eso, la hibridez, el hecho de que en él cabe todo, donde él usa todos los géneros literarios de su época. Es una especie de enciclopedia de géneros y también de estilos. Es un género de géneros. Y así nace la novela y yo la concibo así, como una especie de género infinitamente maleable, que puede apropiarse de todo; un monstruo omnívoro que se va comiendo todo, y con Balzac se come la historia, y con Flaubert se come la poesía, y con los alemanes estos tan buenos de principios del siglo XX se come el ensayo y la filosofía. Se lo va comiendo todo, se lo va devorando. Y a medida que devora, va transmutándose, cambiando de forma. Esa es la esencia del género. Entonces los libros que he escrito, sobre todos los últimos, están más próximos a la novela primitiva, es decir al modo clásico que es la nouvelle del XIX, a la novela más libre y más bárbara también, menos canónica porque no es literatura seria. La novela empieza a ser literatura seria a finales del siglo XIX, en realidad a principios del XX. Soldados de Salamina es de todo, es ensayo, es biografía, es historia, es periodismo, como Anatomía de un instante también es un libro que participa de muchos géneros. Eso por un lado: la hibridez no es algo que yo me inventé o algo parecido, sino que forma parte del ADN, de la esencia misma del género.

En cuanto a la función de la historia…, como decía un maestro mío: esto es lo que dice Aristóteles, si ustedes quieren llevarle la contra a Aristóteles allá ustedes, pero es muy peligroso. La distinción aristotélica entre ficción/poesía e historia es muy útil. Y está muy bien. Una cosa es la verdad histórica y otra cosa es la verdad poética, como le llama Aristóteles. La verdad histórica es una verdad concreta, una verdad factual y que se preocupa por averiguar qué ocurrió, que les ocurrió a determinadas personas en determinado momento y lugar, esa es la verdad histórica. La verdad poética es una verdad abstracta, una verdad moral, una verdad universal exactamente. Es decir, qué nos ocurre a todos los hombres en cualquier tiempo y lugar. Así que estas dos verdades son, de algún modo, verdades contradictorias, verdades que se oponen. Al menos en mi caso, cada libro tiene una relación distinta en esas situaciones. Es decir, una novela, un libro, crea sus propias reglas y cada libro debe tener reglas distintas porque en el corazón de cada libro hay una pregunta. Lo que hace el libro es formularla, y una pregunta distinta tiene que formularse de manera distinta. Me parece que esta es la regla de oro. Hacer trampa consiste en formular dos preguntas distintas de una misma manera, y esto por desgracia se hace mucho, y se nota. Por ir a lo que has preguntado, digamos que la relación entre la ficción y la historia existe. En Soldados de Salamina esa relación no es la misma que en Anatomía de un instante. Es, en realidad, exactamente opuesta, porque las reglas son distintas en cada caso. Soldados de Salamina, en cierto sentido, es una novela clásica, es ficción, aunque es verdad que mezcla ficción con historia. Pero el resultado de mezclar ficción con historia, tal como el resultado de mezclar una mentira y una verdad, es ficción.

ME: Vayamos a Anatomía de un instante, donde tú declaras, en el preámbulo o prólogo, que renuncias de alguna manera deliberadamente a la ficción y decides hacer una novela para contar todo lo que sabes, todo lo que has recabado como observación y todo lo que tú además piensas, especulas, imaginas. Esa renuncia a la ficción hay que tomarla entre comillas. Estás, de alguna manera, a mi juicio, trabajando a pie del mito de alguna forma, estás justamente en una novela previa a la novela moderna, en el sentido de que estás en la óptica de una producción directamente épica. Estás creando una especie de épica o contraépica, si se puede decir así.

JC: Quizás habría que aclarar que el 23 de febrero de 1981 es para nosotros como el asesinato de Kennedy, o como para ustedes el 11 de septiembre del 73. Ustedes recordarán, los mayores al menos, las imágenes que han quedado grabadas en la memoria colectiva, tanto como las imágenes de La Moneda bombardeada. En 1981 llevábamos seis años de democracia en España y ya creíamos ser europeos. Y ese 23 de febrero se elegía al nuevo Presidente del Gobierno, el segundo Presidente de la democracia. En momentos de la votación en el Parlamento, unos guardias civiles irrumpieron allí, interrumpieron la votación y se liaron a tiros persiguiendo a todos los diputados, que se tiraban al suelo. Fue un intento de golpe de Estado, grabado por televisión. Era un golpe de Estado para regresar al franquismo. Ese caso es, absolutamente, un mito de la España contemporánea, del mismo modo que lo es el asesinato de Kennedy en Estados Unidos. Volvemos a las mentiras y las verdades; un mito es una mezcla de mentiras y verdades.

ME: Tú deconstruyes de alguna manera: visitas y vuelves a construir.

JC: Totalmente, claro. Destruyo un mito para construir otro. En este caso es lo opuesto de Soldados de Salamina, pues como decía las reglas de ambos libros son totalmente opuestas. Soldados está centrado en un mínimo, minúsculo acontecimiento de la guerra civil española, perdido en los manuales de historia, olvidado. El libro cuenta la historia de un soldado, Rafael Sánchez Mazas, que es un ideólogo de la Falange, un poeta fascista, un duro ministro de Franco. Estamos en el año 39 y el soldado es «fusilado» en compañía de otros cincuenta franquistas por los soldados republicanos que huyen en desbandada hacia el exilio. Es fusilado, o no: estamos en una zona boscosa, y él milagrosamente escapa de su fusilamiento junto con otra persona; escapa, se esconde en el bosque y un soldado republicano de los que lo buscan, en vez de delatarlo o matarlo, que era lo normal, le salva la vida y lo deja escapar. Es un hecho minúsculo, del cual no queda rastro en los libros de historia o el rastro es mínimo, apenas quedan testigos. Y yo me puse a investigarlo, como lo hace el narrador de la novela, pero con los instrumentos de la historia, del periodismo, y llegué a un momento en que la investigación no daba para más. Me encontré con una pared, con la oscuridad. Es un acontecimiento envuelto en la oscuridad, y lo que hace la novela es iluminarlo con el poder de la ficción, con el instrumento de la ficción que fue el único instrumento que me quedó después de investigar con los instrumentos reales, los de un historiador o del periodista, pues solo con la ficción podía iluminar esa oscuridad. Y Soldados de Salamina habla de eso: la lucha entre la historia y el periodismo, y la ficción. Así que en este sentido es una novela clásica.

El caso de Anatomía de un instante es lo opuesto porque trata, quizás, del momento más publicitado, más conocido, sobre el que más se ha escrito en la historia de España reciente. Entonces ahí las reglas son distintas. ¿Y cómo llego a descubrir esas reglas, por qué ese libro es como es? Es un libro que, aparentemente, cuenta la realidad, de hecho el narrador dice «esto es un relato real, esto es la verdad de los hechos», pero es mentira. Lo primero que debe hacer un lector de novelas es desconfiar del narrador. Porque si le creemos al narrador de El Quijote tendríamos que creer que Cervantes en realidad no escribió El Quijote, sino que lo escribió el moro Cide Hamete Benengeli, y Cervantes lo está traduciendo. En realidad, la invención de ese manuscrito es un instrumento que se nos ha dado para decir aquello que se quiere decir. Del mismo modo, en Soldados de Salamina la ficción de una crónica sirve de instrumento para la misma historia. Es una falsa crónica. Es un engaño, pero la literatura ya sabemos que es un engaño.

Hay una cosa que dice Gorgias, no Borges, Gorgias en el siglo IV a.C., que es lo mejor que se puede decir sobre esta cuestión y es tan bonito que lo voy a citar aquí, y ya creo que deberíamos ir todos a tomar algo por ahí, porque es tan bueno. Gorgias dice, no en el diálogo platónico, sino citado por Plutarco: «La poesía es un engaño en el que quien engaña es más honesto que quien no engaña, y quien se deja engañar, más sabio que quien no se deja engañar».

Claro que es un engaño el libro Anatomía de un instante, porque su idea central surge en el vigésimo quinto aniversario del intento de golpe de Estado. Ese día, naturalmente, los periódicos, las radios, todo está lleno de este asunto en España. Yo ese día leo todo, me interesa el asunto, me interesa como a todos los españoles, como a todos los chilenos les interesa el 11 de septiembre del 73. Y en uno de esos aniversarios, a las doce de la noche, estoy frente al televisor, saturado de estas cosas, y entonces veo, por enésima vez, unas imágenes que los españoles vemos prácticamente cada semana, como me imagino verán ustedes las imágenes de La Moneda ardiendo cada semana.

ME: No, no creo que sea así.

JC: ¿Estás seguro?

ME: Seguro, segurísimo.

JC: Bueno, en España, por un motivo u otro, esas imágenes se ven cada día. Los diputados entrando, el tipo este con el tricornio, el bigote. Y de repente, vi una cosa que había visto ya mil veces, pero la vi como por vez primera, la vi y dije ¡caramba! No dije «caramba», dije otra cosa, pero bueno. Había tres tipos que no se tiraban al suelo, los golpistas entraban a tiros y había tres tipos que no se tiraban al suelo. Y esto me pareció extraordinario porque lo normal es tirarse al suelo, o sea, yo me hubiese metido directamente en el sótano, porque el lugar es muy pequeño y había tiros.

Veo a estos tipos y me pregunto: ¿qué hacen ahí? ¿Qué hacen ahí de pie? Sobre todo a esa hora, porque el Presidente de Gobierno, Adolfo Suárez, se despreciaba profundamente, como la mayoría de los españoles, y estaba en el centro del acto, todo el Parlamento vacío y el tipo en el centro de la imagen, solo y sentado en su sitio. De seguro esto significa algo, es la pregunta que se haría un niño, que son las que importan de verdad. Un niño se pregunta «¿y qué hacen estos tres tipos aquí?, ¿significa algo que sean los que no se tiran al suelo mientras los demás lo hacen?». Entonces me propuse algo, no para contestar esas preguntas –porque los libros, las novelas, en mi opinión tienen prohibido contestar preguntas– sino para formulármelas con toda claridad, y me puse a trabajar. Me puse a investigar, a leer todo lo que había que leer, toneladas de papel, periódicos, fui a hablar con montones de gente, etcétera, y ya llevaba tres años trabajando en el asunto y tenía un borrador. Y de repente me di cuenta, con el borrador en la mano, de que aquello no funcionaba. No sonaba a verdad.

Entonces pensé que tenía dos opciones: una era suicidarme y la otra irme de vacaciones con la familia. Me fui de vacaciones con la familia y ahí leí la primera frase de lo que es este libro. La leí en un periódico, era un artículo de Umberto Eco y decía que, según una encuesta publicada en el Reino Unido, el 25% de los británicos piensa que Winston Churchill era un personaje de fin. Ahí empecé a darle vueltas y llegué a una conclusión muy sencilla: que el golpe del 23 de febrero es una gran fin colectiva, en el mismo sentido en que lo es el asesinato de Kennedy para los americanos. Es una gran fi ción colectiva y para mí el punto exacto donde convergen todos los demonios del pasado histórico español, como lo es el asesinato de Kennedy, como creo que lo es el golpe del 11 de septiembre del 73 en Chile.

Creíamos que éramos demócratas, que ya éramos europeos, que se había acabado nuestro pasado de golpes de Estado, guerras, y de repente aparece ese tipo, ese personaje de García Lorca. ¿Ustedes lo recuerdan? Han visto las imágenes, seguro. Un mostacho enorme, un tricornio charolado. Hay una anécdota que parece que es cierta y es que, cuando esas imágenes llegaron a la televisión sueca, los suecos, que son gente seria, enviaron un fax diciendo: «Muchas gracias por enviarnos estas imágenes asombrosas. Las vamos a poner de todas maneras en la televisión. Pero, ¿podrían decirnos qué hace un torero en el Parlamento?». Entonces, es el asesinato de Kennedy, es una gran ficción colectiva construida a lo largo de veinticinco años, ahora ya arriba de treinta, sobre la base de leyendas, ficciones, medias verdades, simples mentiras, teorías insensatas. Construidas fundamentalmente por los propios golpistas, por los periodistas y por la fantasía popular.

Primero, los golpistas empezaron a contar mentiras para eludir sus responsabilidades. Luego los periodistas se dedicaron a reproducir imparablemente esas mentiras. Yo adoro a los periodistas, he aprendido mucho de ellos y me parecen una cosa importantísima, pero los periodistas malos son horripilantes. Escriben esos libros que se llaman instant books, esos que se escriben en una semana.

Y en tercer lugar estuvo, por supuesto, la fantasía popular: ahí encuentras un material sumamente rico para inventar sobre él. Es que no hay un solo documento sobre ese momento, no hay nada, absolutamente nada. Excepto el que era más evidente, la grabación. Por eso es el centro del libro. Pero esa grabación ya ni aparecía en lo reparado. Y los historiadores se inhibieron. Es decir, no hay un puñetero libro –ahora hay uno– escrito por un historiador, no hay documentos, entonces tú puedes decir lo que te dé exactamente la gana sobre el golpe del 23 de febrero. Puedes decir que lo montó la reina de Inglaterra, nadie puede demostrar que es falso, o la CIA, cosas totalmente disparatadas.

Yo siempre digo: qué es un español. Es un tipo que tiene una teoría sobre el golpe de Estado del 23 de febrero, igual que un americano es un tipo que tiene una teoría sobre el asesinato de Kennedy. Si no la tienes, es que no eres español. Ahí descubrí mi error en ese libro y descubrí la regla que tenía que regirlo. El error había sido escribir una ficción sobre otra ficción, lo que era una operación redundante, literalmente irrelevante, no tenía ningún sentido ni servía para nada. Por eso no sonaba a verdad. Y lo que había que hacer era lo contrario: desenterrar toda la realidad del golpe, es decir, todas esas ficciones, esas verdades y teorías insensatas en las que estaba enterrado. Por eso la primera y fundamental pregunta del libro es exactamente la opuesta a la de Soldados de Salamina: ahí no hay ficción en lo absoluto, todo tiene que estar cosido a la realidad, lo cual no significa que no sea una novela, eso es otro tema, pero es un tema esencial para mí. Porque la pregunta que formula la novela es novelesca, y la respuesta es novelesca.

ME: Absolutamente. En Anatomía de un instante, de ese instante en que ocurre el intento de golpe de Estado de Tejero, Armada y compañía, tú citas a los griegos, pero también citas dos veces una frase que a mí me parece crucial, una frase de Borges que dice «cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un largo momento, momento en que el hombre sabe para siempre quién es». Anatomía de un instante, de alguna manera, está hecha en torno de esta frase. Es decir, el momento en que están allí Suárez, Carrillo, Gutiérrez Mellado, y permanecen en sus escaños cuando Tejero entra con sus guardias civiles y dispara. Ese momento en que los personajes se le revelan al escritor. Y se le revelan seguramente porque esta es la tesis del escritor que se vio a sí mismo, que no se esperaba, sin duda alguna, un momento así. No esperaban que la historia, lo real, les otorgara de alguna forma ese momento de revelación.

JC: No solo ellos, sino que el país entero sabe quién es. O sea, es una revelación individual, pero también colectiva.

ME: Por ahí quería ir a otro aspecto que me parece importante. Tú has dicho que cada libro tiene sus reglas, impone sus reglas, sus estrategias. Pero también me parece que tanto en Soldados de Salamina como en Anatomía de un instante, y también, de alguna manera, en tu última novela, Las leyes de la frontera, en ese cuento fantástico y fabuloso que se llama «La verdad de Agamenón», hay algo que tiene que ver justamente con los griegos y tiene que ver con Borges. Lo que dice Borges acá es lo que los griegos llamaban la anagnórisis, el momento en que a un personaje le son revelados unos datos cruciales sobre su identidad y sabe realmente quién es. Y ese que es, el que resulta ser, no tiene nada que ver con el que creía ser, y eso cambia por completo su destino. Aquí está nuevamente la épica, o sea, el escritor que está produciendo, está revelando. Hay una especie de principio oracular en todos tus relatos, en el sentido de que esto funciona sistemáticamente tanto en uno como en otro, por diferentes que sean.

JC: Sí, es verdad. Lo de la épica es verdad.

ME: Y lo de la revelación. Ese instante revelador que abre por completo. Y tiene que ver con lo que mencionas en algún artículo sobre Aristóteles, justamente, sobre la prevalencia o la preeminencia de la poesía en las verdades morales, en las verdades generales, sobre todo. En el fondo, todo lo que haces no es sino un gran homenaje a la ficción. ¿Y podría ser el escritor, simbólicamente, todos esos personajes tuyos?, ¿una especie de imagen del escritor, quien tiene que decir «no»?

JC: Absolutamente, la escritura es un gran «no» que es un gran «sí». Rechaza el mundo, reelabora el mundo, construye un mundo distinto. Rechaza el mundo para construir un mundo con palabras. Es un gran «no» a la realidad, para construir una realidad alternativa que es el gran «sí».

Hace poco, Le Monde pidió a once escritores de todo el mundo que respondieran una pregunta un poco rara y hasta tonta: «¿Cuál es la palabra más importante para usted como escritor?». Pero inmediatamente supe cuál era la respuesta. La palabra es muy sencilla, es «no». El texto de Camus El hombre rebelde dice que un hombre rebelde es aquel que dice «no». Entonces yo tengo la impresión de que, de una manera más o menos visible, los libros que yo he escrito tratan de tipos que dicen «no», o de tipos que lo intentan y fracasan.

Digamos que en algunos libros esto está totalmente visible, clarísimo, está en el centro mismo de Soldados de Salamina, donde un tipo tiene que matar a otro y dice «no». En Anatomía de un instante, Adolfo Suárez tiene que tirarse al suelo y no lo hace, dice «no». El epígrafe, por cierto muy actual, de Anatomía de un instante es de La divina comedia, y es el célebre «aquel que dijo el gran no», quelle chi fece il gran rifiuto. Zurita, cuyo libro favorito es La divina comedia, sabe que esto se podría traducir, y a mí me gustaría traducirlo, como «aquel que dijo el gran no»: es un desplante. Yo digo que es muy actual porque es Celestino V, que renunció al papado como Ratzinger, y eso antes pareció muy mal. Los tipos de mis libros son los que pronuncian el gran no.

Por citar el poema de Kavafis que se titula «Che fece… il gran rifiuto», el que dice que a todo hombre le llega el momento del gran sí o del gran no, añado yo que el que dice sí parece salvarse, pero en realidad se condena, y el que dice no parece condenarse, pero en realidad se salva. En La velocidad de la luz, Héctor Hugo dice «sí» y así se condena. En Las leyes de la frontera también son los que dicen «no» los que de algún modo se salvan. Así que lo importante en esta puñetera vida es aprender a decir «no», por lo menos para mí.

AM: ¿Y cuando Adolfo Suárez dice «no» es porque está realmente convencido? ¿Ha ido cambiando, se ha producido en él una metamorfosis? Porque están todas las similitudes con Allende, pero Suárez nunca fue así, nunca fue un defensor de la democracia antes de este instante.

JC: Se va transformando, se va invistiendo. Suárez es el primer Presidente de la democracia en España, y es un trepa del franquismo, un escalador, un señor que ha hecho toda su carrera en el franquismo, es un lameculos de la casta franquista. Pero termina siendo lo que yo llamo un héroe de la traición, que parece un oxímoron, una contradicción en los términos. Ese es para mí el corazón moral del libro. Estamos acostumbrados a pensar la lealtad como una virtud, como un valor, y lo es. Pero hay momentos en la vida de la gente, y en la vida de las colectividades, en que es más noble, más valiente, más virtuosa la traición que la lealtad. Y la transición española fue exactamente eso.

Esos tres tipos son tres héroes de la traición. Fueron los que hicieron la transición en España, el cambio de la dictadura a la democracia. ¿Y por qué son tres héroes de la traición? Porque abandonaron, traicionaron un pasado equivocado para construir un presente decente, un presente de libertad. ¿Quiénes eran? Uno, el general Gutiérrez Mellado, que había sido general de Franco, había hecho la guerra con Franco y luego se convierte en el máximo traidor para los militares españoles porque ha desmontado desde el gobierno el ejército franquista y lo ha convertido en un ejército democrático. Les puedo asegurar que este hombre es un traidor a muerte para los militares. Es el primero de los hombres que se quedó en su sitio, que permaneció de pie. El segundo era Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista Español. Este hombre, a su vez, era el máximo traidor para la izquierda, el que traicionó el sueño de la revolución comunista, el sueño de la república, y aceptó la monarquía para construir la democracia. Y Suárez era el traidor total, el prototipo de traidor. Porque era un tipo joven, nombrado por el rey y adorado por los franquistas en cuyo seno había crecido. Cuando llegó al poder, la única que aplaudió su elección fue la ultraderecha. ¡Bravo!, este es de los nuestros, joven, guapo, kennediano. Y este tipo va a conseguir que el franquismo dure otros treinta años, que es lo que queremos. Pero este tipo en menos de un año construye una democracia. En menos de un año los engaña a todos y construye una democracia con el Partido Comunista y con todos. Estos son los héroes de la traición, los tipos que son capaces, repito, de traicionar un pasado equivocado, un pasado totalitario, unos estalinistas, otros franquistas, fascistas, y construir un futuro de libertad para todos. Gracias a esa traición fue posible la democracia en España.

AM: Para un lector chileno, ese libro es especialmente cercano porque la transición chilena tuvo similitudes con la española. Ese temor, por ejemplo, cuando empezaron a desfilar militares por los tribunales. O el propio hecho de que el primer Presidente democrático, Aylwin, había dicho sí al golpe. ¿Tuviste en tu imaginario a algunos líderes, momentos, episodios similares al español?

JC: Tuve muy presente a Salvador Allende cuando pensaba en Suárez. Creo que hay muchas similitudes entre ambos en los momentos previos al golpe. A mí en Anatomía de un instante me interesaba mucho la figura del político, qué carajo es un político.

AM: Un político puro, dices.

JC: Un político puro, qué es eso. Yo creo que Allende lo era y Suárez lo era. Y creo que ambos tenían un cierto sentido escénico, escenográfico de la política. Un cierto sentido heroico de la política, sacrificial incluso, que en el caso de Allende lo llevó al suicidio, a la muerte y al sacrificio real. Y que Suárez lo tenía por igual. Un cierto sentido altísimo de la dignidad del poder. Yo he venido aquí, he sido nombrado por los ciudadanos y de aquí no me sacan, o me sacan con los pies por delante. Allende lo llevó hasta el límite. Suárez estaba dispuesto a hacerlo. También hay en eso un cierto sentido de la política como actuación: eran guapos, fascinaban a las mujeres, estaban fascinados por las mujeres. Es una cantidad enorme de similitudes. También en el momento en que la conspiración se cierne sobre ellos. Suárez es un personaje apasionante, esa es la verdad.

ME: Lo que haces tú en Anatomía de un instante es que rechazas el mito.

JC: No es consciente, pero es verdad. En Soldados de Salamina hay una revisión del mito de la guerra civil para construir otro mito. En La velocidad de la luz hay una revisión del mito de Vietnam para construir otro mito o un contramito. En Anatomía… igual, exactamente igual. Porque en Las leyes de la frontera está el mito del delincuente juvenil, que no es específi amente español, sino que es un mito universal, del bandido adolescente, del Billy the Kid. ¿Y qué hay ahí? Revisar ese mito, desmontarlo para ver lo que tiene dentro y construir otro a cambio. O sea que la literatura, tal y como la concibo yo, es una forma de desmitifi ar, una forma de destruir mitos para construir otros. ¿Un mito qué es?, es una suma de mentiras y verdades. La suma de mentiras y verdades es una mentira, como saben muy bien los periodistas. Pero esa mentira dice mucho de la sociedad que la crea.

AM: «Uno no escribe los libros que quiere, sino los que puede o los que se encuentra», dice en Las leyes de la frontera la persona que entrevista a los que al final nos van contando la historia, esta historia de pandilleros o adolescentes, drogadictos, marginales. ¿Dónde y cómo te encontraste tú con esa historia?

JC: Yo creo que, aunque lo que dice un personaje lo dice un personaje, y no necesariamente el autor, esa frase la comparto. Es decir, uno empieza a escribir con una idea, y a menudo el resultado tiene poco que ver con la idea inicial. Esto es normal porque escribir un libro es como iniciar una aventura o emprender un proceso de averiguación que nunca sabes a dónde te lleva. Orhan Pamuk dice que escribir una novela es como cavar un pozo con una aguja. Es una imagen que me gusta mucho. Vas cavando y nunca sabes con lo que te vas a encontrar. Ese es un poco el proceso de escribir una novela, siempre ha sido así. Y esta novela también es así, es decir, el narrador, el narrador un poco culto de la novela, al principio quiere escribir una novela, mejor dicho quiere escribir un libro, o le encargan escribir un libro sobre un delincuente mítico de los años setenta-ochenta en España, un delincuente juvenil. Y a medida que el libro avanza, su interés se va desplazando y ya no escribirá el libro sobre ese delincuente juvenil, sino más bien sobre la red de relaciones que se establece entre tres personajes: ese delincuente, una chica que pertenece a su banda y un adolescente de clase media que ocasionalmente se incorporó a ella. Para mí fue una sorpresa descubrir que el libro se convertía en lo que es realmente: una larga, ambigua y compleja historia de amor a tres bandas.

Tampoco sabía, cuando empecé, que escribiría por vez primera una novela en la cual el personaje fundamental es una mujer. Una mujer que es la que guarda los secretos de la novela, la que encarna los dilemas. Esta novela empieza como todas, y esto lo he contado muchas veces porque es así: todas las novelas son un «y si…». Es decir, un día Miguel de Cervantes se levanta por la mañana y dice «y si en vez de haber sido yo, haber estudiado en Alcalá de Henares, haber vivido en Italia y haber sido soldado en Lepanto, de ser un escritor fracasado y todas esas cosas que me han pasado en la vida; si en vez de todo eso me hubiese pasado la vida encerrado en un miserable poblachón de La Mancha, leyendo libros de caballería, ¿qué hubiese ocurrido?». Y entonces ahí empieza a imaginar. Mi caso es parecido. No mi caso, todos los casos. Siempre es un «y si…». En mi caso fue «¿y si en vez de haber sido yo un adolescente timorato y más bien pedante…?». Yo vivía, como el protagonista de la novela, justo en la frontera de la ciudad marcada por un río, la frontera física de la ciudad. Y si en vez de haber sido todo eso hubiese, por alguna circunstancia, cruzado la frontera y me hubiese sumado a una banda de delincuentes juveniles como tantos que pululaban en la España de aquella época, ¿qué hubiese ocurrido? Y ahí empiezas a imaginar.

Eso no significa que Cervantes sea don Quijote. O que yo sea el Gafitas, no el protagonista, pero sí el principal narrador del libro. Yo soy el Gafitas, pero también soy el Zarco, también soy Tere, también soy todos. Igual que Cervantes es Quijote, Sancho Panza, todos.

AM: Y también dijiste que es una novela de amor vista desde el Gafitas; también es una novela de iniciación o también es una novela romántica. Porque él quiere tener una vida verdadera. Y por eso cruza. Cruza esa frontera y se mete con estos pandilleros. Es varias novelas: es romántica, es de iniciación.

JC: Debería serlo, es lo ideal. Lo malo de la novela es que solo es una novela. Yo creo que la primera parte es una novela de iniciación, un género que no había ensayado aunque me interesó siempre mucho como lector. Es una de esas novelas tan alemanas, un bildungsroman, que cuenta cómo un adolescente descubre las cosas esenciales de la vida: la violencia, el sexo, el amor. La segunda parte es una novela completamente distinta: demuestra más bien que toda la madurez es una estafa, como tantas estafas, como la normalidad que es otra estafa total. Esto de la madurez no existe en absoluto. Yo tengo mi opinión sobre el momento por el que pasa este personaje, pero el autor no tiene el monopolio de la interpretación de una obra, es el lector el que puede y debe interpretarla; pero yo creo que al principio de la segunda parte lo que ocurre es que este tipo está en ese momento que nos llega a todos como a los cuarenta años, y piensa «en algún momento me equivoqué de camino, en algún momento tomé un desvío equivocado y ahora no llevo la vida que quería llevar; llevo una vida prestada». Y entonces reaparece ese pasado que se creía enterrado y el tipo se aferra a él, como si creyese que en ese pasado estaba la vida auténtica. Así que por lo menos hay dos novelas, sí.

AM: Anatomía de un instante disecciona a la elite política, al poder. En cambio Las leyes de la frontera es como poner el ojo en lo más marginal durante la transición española, que eran esos jóvenes drogadictos, que no tenían casa. ¿Es una suerte de lado b de la transición esta novela?

JC: Sí, la primera parte supongo que sí. Esto lo dijo la editorial cuando leyó el libro, y hay algo de eso. No es deliberado, aunque es verdad que yo tengo la impresión de que cada libro que escribo contradice al libro anterior. Voltaire decía que quien no se contradice tres veces al día es idiota. Yo me contradigo cada tres o cuatro años, cuando escribo un libro. De algún modo el libro posterior es una especie de complemento del anterior. Y la primera parte de Las leyes de la frontera quizás puede interpretarse así. Es verdad que cuando me documentaba para escribir Anatomía de un instante pensaba en un libro que contara la aventura de la construcción de la democracia en España, finalmente. Pero ese libro cuenta la historia desde arriba, como tú muy bien decías, es decir, desde el punto de vista de la alta política. Y en la prensa de la época los protagonistas de las páginas nobles de los periódicos eran los políticos de aquel momento, que son los protagonistas de Anatomía de un instante. Pero en las páginas menos nobles de los diarios, por así decir las páginas de sucesos, las páginas de sociedad, los protagonistas no eran Suárez, Carrillo y los constructores de la democracia sino los «quinquis», delincuentes juveniles que realmente se convirtieron en mitos y que formaban parte del paisaje de mi adolescencia y de la adolescencia de cualquier chico de la España de la época, y que no son un fenómeno peculiar español, eso es una tontería de la casa; son, simplemente, una variante o un avatar de un mito universal que es el mito de Billy the Kid.

Esta es una novela, como muchas de las que he escrito o como algunas de las que he escrito, muy arraigada. Muy arraigada en una concreta circunstancia geográfica y temporal española, aunque he escrito novelas que transcurren en Estados Unidos. Pero en todas las novelas lo que haces es convertir lo particular en universal, a eso aspira la literatura. Estos chicos no tenían nada y por lo tanto no tenían nada que perder, como dice un verso de Bob Dylan que me gusta mucho citar. Y se lanzaron a atracar bancos, a la delincuencia más salvaje, y capturaron, literalmente, la imaginación del país; como la capturaron los jóvenes adolescentes en el far west, o la han capturado los jóvenes narcos en México recientemente. Las leyes de la frontera lo que hace es tomar un mito y ver lo que hay dentro. No es algo deliberado, en mi caso es un poco circunstancial, ha ocurrido así. El mito de la guerra civil en Soldados de Salamina, el mito de Vietnam, el mito de 23 de febrero en Anatomía de un instante. Aquí es el mito de estos chicos, y los mitos me interesan por lo que he dicho acerca de la mezcla de mentiras y verdades.

Estos chicos, en mi opinión, encarnaban mejor que nadie la mezcla de fascinación y de miedo con que la España de aquella época afrontaba el descubrimiento de la libertad. Miedo porque eran tipos realmente peligrosos. Y fascinación porque eran libres, o parecían libres. Llevaban una vida completamente libre. Tenían dinero, iban con chicas, parecían no tener miedo. Esto era extraordinario. Y yo en el fondo creo que les tenía envidia, y a lo mejor por eso he escrito este libro.

AM: Siempre mencionas a Borges y eso de que «cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es»…

JC: Borges me inculcó algunas cosas raras, como la ilusión de que se podía leer todo, cosa falsa. Dicho eso, en mi opinión Borges es el escritor más importante de la lengua española desde Quevedo o desde Cervantes. Es decir, supone una revolución absoluta. Siempre se ha comparado el escribir con llevar un carro: tienes que sostener las dos riendas, en una rienda está la tradición universal y en la otra la tradición de la propia lengua, que es el instrumento con el que trabajas. Y lo que ha ocurrido en mi generación es que tenemos el privilegio, en particular quienes escribimos narrativa, en particular quienes escribimos novelas, de trabajar con una tradición extraordinariamente enriquecida. Gracias, sobre todo, a los escritores latinoamericanos. Yo no me considero un escritor español. Yo soy un escritor en español, lo cual es muy distinto. O sea, Borges, aunque ustedes crean que es argentino, es mío también, porque escribía en español.

Ocurre una cosa muy peculiar. El español crea la novela, hay un tipo que se llama Cervantes que crea la novela, es increíble, hace una cosa genial. Pero los españoles, como dije antes, no le hacemos ni puñetero caso porque es un best seller, y los best sellers no tienen ninguna importancia. Cervantes no era un escritor serio en España, era un escritor popular. El Quijote parece un libro inglés, por eso Borges decía una cosa maravillosa: «Yo leí la primera vez El Quijote en inglés, y cuando lo leí en español me pareció que la traducción estaba bastante bien». Como dije ya, a los españoles la novela se nos escapó, desapareció. Cevantes la puso en el centro del canon occidental y nosotros la soltamos, la tiramos a la papelera, se la regalamos a los ingleses. Y la hemos recuperado gracias a los escritores latinoamericanos, a los grandes escritores del boom, y gracias sobre todo a Borges. En realidad la posmodernidad sin Borges no existe. Yo me reivindico a mí mismo como escritor, sobre todo ahora que no está de moda, como escritor posmoderno. Si la posmodernidad empieza en los orígenes remotos en la segunda parte de El Quijote, y el origen inmediato es la obra de Jorge Luis Borges, entonces yo soy totalmente posmoderno. Me considero totalmente posmoderno.

Borges signifi a una revolución, no solo en el ámbito de la lengua, sino en el ámbito de la literatura universal. Y lo que hay que hacer con Borges, y con los grandes escritores latinoamericanos que han devuelto la novela al centro del canon, no es lo que muchos han tenido la tentación de hacer en los últimos años. Lo cual es lógico. Lo que han hecho muchos es decir «bueno, en realidad, no eran tan buenos; Borges no es tan bueno y García Márquez tampoco. No son tan buenos en realidad. Y vamos a apartarlos un poco». Esto me recuerda aquel verso de José Agustín Goytisolo que dice «Martin Luther King no es tan negro como ahora dicen». Pero lo que hay que hacer con ellos no es matarlos, no es matar al padre. Es matarlos, abrirlos en canal, arrancarles las vísceras, asarlas y comérselas con salsa picante. O sea, canibalismo puro. Hay una frase muy bonita de Pier Paolo Pasolini que dice I maestri sono fatti per essere mangiati in salsa piccante (Los maestros están hechos para ser comidos en salsa picante). Me encanta. Por eso yo quiero hacer un libro de un artículo que escribí que se titulaba «Borges en salsa picante». Eso es lo que hay que hacer con los maestros, devorarlos. No hay nada peor que un Borgesito, o que un García Marquito, es un horror. Hay que matarlos y devorarlos. Ese es el privilegio que tenemos nosotros como escritores en español. Escribimos en el mejor momento para escribir narrativa en español desde el Siglo de Oro. Así que no tenemos excusa para escribir mal.